23-F,
EL REY
Y SU SECRETO:
30 años después se desvela la llamada
"Operación De Gaulle"
¿Qué fue el 23 F? ¿Cuál fue el papel del rey? ¿Cómo explicarlo? Durante varios años se han aireado todo tipo de especies, cultivadas principalmente desde los órganos de dirección del Servicio de Inteligencia Cesid, hoy CNI. El intento de golpe de estado habría sido según la versión oficial y políticamente correcta un golpe involutivo; una regresión hacia un tardofranquismo deseado por una rehala de delirantes militares golpistas y de algunos pequeños políticos ya amortizados, que añoraban un reciente pasado de dictadura, de régimen autoritario. Y que serían reacios a aceptar un sistema de libertades, de participación plural y de democracia estable. Sospechosamente, tras el fracaso del 23 F, los dirigentes y responsables de los partidos políticos que jugaron con fuego con operaciones de dudosa constitucionalidad, se mostrarían más prudentes sin hacer demasiadas preguntas ni abrir investigación alguna. Sencillamente se dieron por satisfechos afirmando que el rey Juan Carlos había salvado la democracia al desbaratar con su actuación la locura golpista, porque supo sujetar con su autoridad a la mayor parte de los militares que aquella noche fueron leales y demócratas.“El rey la noche del 23 F se ganó la legitimidad de ejercicio”, se ha venido repitiendo de forma monocorde y cansina, pero lo cierto es que en el veintitrés de febrero de 1981 el rey Juan Carlos fue la clave principal, la pieza fundamental. Antes, durante y después.
Todos, absolutamente todos, los que aquel día tuvieron algún grado de participación creyeron sin duda alguna que actuaban bajo las órdenes y los deseos del rey. En un sentido y en otro, todo se hizo en torno al rey. Todo pasó por el rey. Y durante un buen puñado de horas el rey estuvo “a verlas venir”. Sin la figura del rey jamás habría habido ni existido 23 F. Quizá otra cosa en otro momento, pero no el 23 de febrero, que fue para lo que fue: un golpe sobre el sistema, tramado, desarrollado y ejecutado desde dentro del sistema para la corrección del propio sistema. Por lo tanto, no es que el rey tuviera conocimiento del mismo, que sí lo tuvo, sino que estuvo absolutamente involucrado en la operación. Ya fuera motu proprio o por dejar hacer. “¡A mí dádmelo hecho!”, sería la frase que repetiría en diversas ocasiones a lo largo de 1980 y en las semanas anteriores al veintitrés de febrero de 1981, cuando se le hablaba de la Operación De Gaulle versus Operación Armada.
En el 23 de febrero de 1981 no hubo conspiración militar ni rebeliones de capitanías generales ni de generales ni varios golpes simultáneos, cogido alguno de ellos al vuelo de la improvisación; sino un entramado criptopolítico en el que una vez alcanzado el consenso básico sobre la fórmula gobierno de gestión presidido por el general Armada, que estaba integrado por representantes de todos los partidos políticos, se generó artificialmente un SAM –Supuesto Anticonstitucional Máximo- con la acción del teniente coronel Tejero –quien al final sería el chivo expiatorio-; se buscó la participación de dos generales monárquicos de probada lealtad al rey Juan Carlos, y la exhibición mínima de la fuerza, que forzara alcanzar el objetivo de la aceptación política, pública y social de ese gobierno de integración, que debía resolverse sin derramamiento de sangre ni represión social. Ese fue el diseño tramado como una operación especial, un golpe institucional, elaborado y ejecutado desde la dirección del servicio de inteligencia –Cesid- para corregir los excesos cometidos por unos gobiernos de centro, y un presidente de gobierno -Adolfo Suárez- a quien se le había escapado el control de la situación política. Y de cuyo desplome se corría el peligro de arrastrar también a la corona en su caída; entre otras cosas, por la manifiesta vinculación personal y de compromiso que el propio rey Juan Carlos había dado a los gobiernos Suárez como gobiernos del rey. Al menos durante el tiempo en el que las sinergias entre ambos funcionaron plenamente.
INTRODUCCIÓN
El período de la Transición política española ha sido analizado desde diferentes ángulos y perspectivas a lo largo de estos años, en forma de memorias, crónicas, ensayos y relatos históricos. Diversos políticos que tuvieron su propio protagonismo en la citada etapa, así como periodistas, analistas e historiadores, han dejado escritos sus testimonios. Dicho período ha interesado por la forma en que se condujo el tránsito del régimen autoritario hacia la democracia y, especialmente, por el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, que, sin duda alguna, marcó el punto de inflexión en la misma.
De la Transición en su conjunto, se ha hecho hincapié en Adolfo Suárez y, singularmente, en el protagonismo del rey Juan Carlos, verdadero artífice de la misma. Cuando estamos a punto de cumplir los 35 años de la coronación de don Juan Carlos de Borbón y Borbón, y los 30 años de aquella jornada del 23-F, me ha parecido un momento adecuado para hacer un estudio de aquel período, de sus circunstancias políticas y de sus máximos protagonistas. Éstas son las razones pnncipales que motivan este ensayo.
Lo he centrado fundamentalmente en aquellas horas intensas del 23 de febrero de 1981 vividas por el monarca desde Zarzuela, porque don Juan Carlos no ha sido sólo el máximo protagonista de la Transición, sino porque también lo fue en aquella jornada del 23F, en la que tuvo su momento decisivo.
La figura de Suárez y sus decisiones políticas, la analizo desde la doble vertiente de su plena sintonía con el rey, hasta el tiempo del profundo distanciamiento de la corona con el presidente, que condujo inexorablemente a la jornada del 23-F. Igualmente, dedico algo más que un capítulo al papel desarrollado por las fuerzas armadas en su conjunto, que desde el inicio de la Transición cerraron filas en torno al rey, y le fueron absolutamente leales en todo momento y circunstancia. Incluido el 23-F. También enjuicio el papel que jugaron las diferentes fuerzas políticas durante la crisis del suarismo y de la UCD, especialmente la actitud de los dirigentes del Partido Socialista, a quienes, en su afán de llegar al poder cuanto antes, no pareció importarles demasiado aceptar fórmulas delicadas y peligrosas o de difícil constitucionalidad.
A lo largo de esta obra, sostengo que lo que derivó en el 23-F no fue un intento de golpe de involución, sino una operación especial de corrección del sistema, que fue ampliamente «consensuada» con la nomenclatura de la clase política e institucional. Y con el beneplácito exterior de la administración norteamericana y del Vaticano.
Todo ello fue debido a que una vez producido el divorcio Suárez don Juan Carlos, se fueron alzando numerosas voces desde dentro del propio sistema, reclamando la apertura de un nuevo consenso, un nuevo pacto político, para reconducir el proceso de la Transición hacia una nuevas vías democráticas de desarrollo político. La frase «España necesita un golpe de timón», que popularizó el veterano político catalán Josep Tarradellas, llegó a sintetizar dichas aspiraciones. El objetivo principal era corregir el proceso autonómico, reformar el Título Octavo de la Constitución y cambiar la Ley Electoral, que primaba de forma escandalosa y antidemocrática a las formaciones políticas del nacionalismo vasco y catalán, principalmente, a las que otorgaba un desmesurado protagonismo.
Sobre Suárez recayó la crítica de su entrega al nacionalismo (don Juan Carlos llegó a calificar de «suicida» su política autonómica) mediante la concesión de las preautonomías, del término «nacionalidades», de impulsar el Título Octavo de la Constitución y de favorecer los estatutos de Cataluña y del País Vasco, sin que hubiera previamente una integración sólida en el conjunto de España por una idea global de nación, de un proyecto común compartido. Y los partidos nacionalistas encontraron que a través de la disparatada representación que les concedía la Ley Electoral, y que explotando su pueril victimismo histórico, podían ejercer permanentemente un chantaje al gobierno del Estado, a cambio de apoyos puntuales para obtener más privilegios, y siempre mayores cuotas de autogobierno y de aumento en sus intenciones soberanistas.
La operación especial 23-F, que entre otras razones se llevó a cabo para corregir dichas desviaciones y excesos peligrosos, fracasó al no conseguir que saliera adelante la formación de un gobierno excepcional integrado por representantes de todas las formaciones del arco parlamentario —excepto las nacionalistas—, que estaría presidido por el general Alfonso Armada Comyn, y cuyo vicepresidente hubiera sido Felipe González, secretario general del Partido Socialista. Armada había sido preceptor de don Juan Carlos y secretario de la Casa del Rey, y en todo momento un hombre leal a Su Majestad y a la corona.
Pero pese a su fracaso real, el 23-F mantuvo sus efectos en toda la clase política y la nomenclatura del sistema a lo largo de varios años, en lo que yo llamo «el golpe de Estado sicológico», paralizando en partelas desmesuradas exigencias nacionalistas, pero tan sólo en parte, porque ante la debilidad mostrada por los diferentes gobiernos del Estado, los partidos nacionalistas catalanes y vascos siguieron clamando por su «normalización» en contra del resto de España. Para ello continuaron presionando para ir alcanzando mayores cuotas financieras, mayor gestión de impuestos, prevalencia de su lengua en contra de la lengua española, común para todos; confrontación de los símbolos en la guerra de las banderas, exaltando la senyera y la ikurriña frente a la bandera rojigualda como separación; desarrollo de una educación sectaria, fomentando el odio hacia lo español y, en definitiva, la invención o acomodación de una historia tan dogmática como falsa, a fin de justificar sus continuas afrentas contra el resto de España.
Y si bien es cierto que Suárez fue quien abrió la lata autonómica de las nacionalidades, también lo es que los sucesivos presidentes la mantuvieron abierta sin contenerla, e incluso trasfiriendo más competencias a los nacionalismos, fuese con mayorías gubernamentales absolutas o relativas. Pero, en todo caso, ha sido con el presidente José Luis Rodríguez Zapatero con quien se ha desatado una carrera febril autonomista-nacionalista sin freno, decantada sus problemas principales. Exclusivamente, como una secta de poder.
Hace casi diez años publiqué un primer estudio sobre la Transición y el 23-F. Dicho trabajo apareció con el título "23-F: el golpe del CESID", que a juicio de numerosos historiadores, analistas y periodistas, supuso una notable contribución para el esclarecimiento de aquellos hechos. Pero a mí, personalmente, también me supuso que el general Javier Calderón, director general del servicio de inteligencia por entonces, me presentara una querella criminal al estar disconforme con el papel que, a mi juicio, tuvo en los hechos del 23 -F. Afortunadamente para mí, dicha querella se resolvió en la doble vía judicial; tanto ante el juzgado de primera instancia, como ante la audiencia provincial, con todos los pronunciamientos favorables hacia mí.
Sobre la etapa de la Transición hay numerosas fuentes escritas, pero la historia del 23-F es básicamente una historia oral. De ahí que, para la elaboración de este ensayo, haya mantenido a lo largo de estos pasados años numerosas conversaciones con el general Sabino Fernández Campo, ex jefe de la Casa del Rey. Muchas más conversaciones aún he venido manteniendo con el general Alfonso Armada Comyn, quien en diferentes momentos me facilitó su testimonio de forma manuscrita. También me reuní y hablé variasveces conel general Jaime Milans del Bosch, y con los generales Torres Rojas, Carlos Alvarado, Cabeza Calahorra y con otros más, así como con el coronel San Martín, el teniente coronel Antonio Tejero Molina, el comandante Pardo Zancada y con casi todos los que en los hechos del 23 -F tuvieron algún tipo de protagonismo. Excepción hecha, naturalmente, de Su Majestad, el rey Juan Carlos.
Igualmente, he tenido la oportunidad de entrevistarme con varios agentes del servicio de inteligencia —CESID— que, en los hechos del 23 -F y posteriormente, estuvieron muy cerca de los jefes y de las secciones que pusieron en marcha la ejecución de la operación especial 23-F.Así como con otros agentes que con posterioridad tuvieron conocimiento fehaciente de aquellos hechos. De entre todos ellos, únicamente puedo citar a los coroneles Diego Camacho, Juan Alberto Perote y el suboficial Juan Rando Parra, al darme su expresa autorización, manteniendo en la estricta reserva la identidad de otros muchos agentes.
En la parte escrita he vuelto a consultar varias carpetas del sumario de la causa 2/81, y trabajado con los cuatro volúmenes de las actas del juicio militar de Campamento. He repasado prácticamente toda o casi toda la bibliografía publicada al respecto, y revisado numerosos volúmenes de testimonios, memorias, crónicas, ensayos e investigaciones históricas sobre la Transición.
Deseo expresar mi más sincero agradecimiento a mi admirado amigo el hispanista Stanley G. Payne, con quien he tenido la fortuna de compartir alguna de mis obras anteriores. Sobre este original, Payne me envió su juicio y comentarios, que me han sido muy útiles. También lo hizo mi hermano lsidro, así como el coronel Diego Camacho, cuyas notas y observaciones he tenido muy en cuenta en diferentes análisis. Mi reconocimiento asimismo para mi amigo el historiador Charles Powell, cuyos trabajos sobre la política exterior norteamericana en la etapa de la Transición me han parecido valiosos.
No puedo dejar de resaltar el buen trato recibido en las instalaciones del Hotel Marbella Club, uno de los mejores de España, donde este verano pude tranquilamente revisar parte de este original, como tampoco puedo dejar de hacerlo con la familia de Carlos Tejedor, del Grupo La Máquina, que amablemente me ha venido facilitando diversos reservados de sus excelentes restaurantes para mi trabajo de campo y mis entrevistas.
Mi agradecimiento, por último, a mis amigos Carlos y Alberto Ferri por su apoyo, a mi buen círculo de amigos, entre quienes están Antonio Sánchez, el cineasta Antonio del Real, Felipe Moreno, Javier Sánchez Lázaro, Ángel Muñoz, Jorge Lomana, José María Berciano, Eduardo García Serrano, Lorenzo Díaz, Ramón Casteleiro, Amando de Miguel, Jesús Esteban, Iñaki Ezquerra y tantos otros, por su comprensión durante varios meses de encierro y «desaparición». Y también a Alesia, por su ámmo y buenos comentarios y, muy especialmente y siempre, a hijos Eduardo y Jesús por su paciencia y cariño.
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Juan Carlos (Yanka)