HISTORIA
del
GLOBALISMO
UNA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA
DEL NUEVO ORDEN MUNDIAL
Globalismo: ¿un sistema ideológico que pretende alcanzar el poder por encima de los estados o simplemente un constructo de los que militan en la teoría de la conspiración?
¿Existen sociedades con poderes omnímodos sobre la humanidad? ¿Qué significa conspiración? ¿Qué son las sociedades secretas, qué hacen y dónde están? ¿Qué significan las palabras “nuevo”, “orden” y “mundial”?
Historia del globalismo estudia las corporaciones que quieren influir, directa o indirectamente, en las decisiones políticas, financieras y sociales del mundo. A través de esta obra, el lector podrá conocer el funcionamiento de estas sociedades, sus objetivos históricos y presentes, y quiénes son sus protagonistas principales.
Daniel López narra la historia y desvela la razón filosófica del llamado Nuevo Orden Mundial. Treinta años después de la caída de la Unión Soviética no sólo no se ha alcanzado el ansiado «Nuevo Orden Mundial» planteado por los geopolíticos y financieros globalistas, sino que ha sobrevenido una situación de orden multipolar en el que la posguerra fría ha dejado un escenario de nueva guerra fría entre Estados Unidos, Rusia y China. La decadencia de Estados Unidos es consecuencia del disparate ideológico del globalismo que —por imprudencia, impostura y soberbia por añadidura— ha provocado la alianza entre China y Rusia.
El sistema político global que se financiaba desde Wall Street y desde la City quedó en bancarrota ante el pluralismo de la realpolitik de la dialéctica entre los estados y, fundamentalmente, de la dialéctica de Imperios que hoy disputan Estados Unidos, Rusia y China. El «muro de Berlín» de la Globalización oficial ha caído, y por ello estamos ante el fin del modelo financiero unilateral unipolar impuesto por los lobos de laCity y de Wall Street.
La globalización, que acabó en la desilusión de su utopía, se está pulverizando en numerosas piezas contradictorias, mientras los ciudadanos reafirman sus intereses nacionales.La obra analiza la trama Mesa Redonda—CFR—RIIA—Bilderberg—Trilateral, la cual viene a ser una especie de telaraña de instituciones que operan, sin perjuicio de las discrepancias, entre tales instituciones y entre su personal, en pos de la globalización oficial y su mito apotropaico del Gobierno Mundial que pretende ser el Gran Hermano o el ojo que todo lo ve, como si se tratase de un Estado Mundial totalitario, como única garantía para evitar el acechante caos global.
I. LA IDEOLOGÍA DE LA GLOBALIZACIÓN
El término «globalización» (globalization) se recogió por primera vez en 1961 en el diccionario de lengua inglesa Webster’s Third New International Dictionary of the English Language Unabridged1. Sin embargo, no sería potenciado hasta la década de los ochenta en las universidades de Administración de Empresas de Estados Unidos. En 1983 el economista y profesor estadounidense Theodore Levitt, de la prestigiosa escuela de negocios Harvard Business School de Cambridge (Massachusetts), publicaba un artículo titulado «The Globalization of Markets», en el que popularizó el concepto «globalization» como parte del vocabulario de los economistas, con objeto de englobar en este las transformaciones económicas que desde los años sesenta venían aconteciendo en la economía internacional. Los economistas y Levitt se inspiraron en la expresión «aldea global» (global village) de Marshall McLuhan, sintagma que el filósofo canadiense acuñó en su obra Galaxia Gutenberg en 1962.
Si bien la ideología de la globalización venía incubándose desde hacía varias décadas, tras la caída de la Unión Soviética su sistema finalmente cristalizó desde una perspectiva atributiva. Llegó así a convertirse en una ideología metafísica de tendencia optimista en el destino del Género Humano tras las victorias contra la Alemania del Tercer Reich en la Segunda Guerra Mundial y contra la Unión Soviética durante los 45 años de la Guerra Fría (victorias del «mundo libre» contra lo que los ideólogos de la Globalización oficial denominan «totalitarismos»).
Tras la caída de la URSS, Estados Unidos y sus aliados aprovecharon para llevar a cabo la Operación Tormenta del Desierto contra Irak con el fin de controlar el 65 % del petróleo mundial. Al mismo tiempo se puso en marcha la balcanización de Yugoslavia, país comunista que Josip Broz, alias «Tito», impidió que cayese bajo la órbita soviética.
En resumen, la construcción de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas tras la Revolución de Octubre, la guerra civil y la industrialización de tan vasto territorio con la consecuente victoria en la Segunda Guerra Mundial (que denominaron «Gran Guerra Patriótica» y que no se hizo, por tanto, en nombre del comunismo internacional), así como el período, finalmente decadente, de los 45 años de Guerra Fría, supuso un freno (no del todo eficaz) y una alternativa (no cumplida) a la globalización angloamericana. Dicho en otras palabras, la ideología de la globalización cristalizó a raíz de la caída del Imperio soviético y se impuso como alternativa a la idea, también globalizadora (o «internacionalista»), del comunismo soviético (si bien ya en los años treinta se hablaba de construir el socialismo «en un solo país», para que, desde este, en tanto imperio, se fuese exportando la revolución desde fuera y desde arriba).
Después de la caída de la URSS vinieron la reunificación de Alemania y la conformación de la Unión Europea con el Tratado de Maastricht. Esto fue el resultado de la victoria del proyecto expansivo del Imperio estadounidense contra el gigante soviético, triunfo decisivo para la configuración de la ideología de la globalización oficial capitalista («neoliberal»), sobre todo en su modalidad financiera.
Gustavo Bueno explica:
El neoliberalismo se afirmó en toda su metodología: todo se hacía transparente. Los misterios escondidos tras el telón y trabajosamente escrutados por aviones espía de escaso rendimiento muchas veces se revelaron por fin. Ahora se podía dar ya la vuelta al globo por primera vez; habían caído las pantallas que hacían opaca una mitad de la humanidad a la otra a lo largo de la Guerra Fría. La amenaza comunista había cesado: quedaba China, pero todavía como amenaza muy lejana2.
Dicha amenaza ahora parece excesivamente cercana, como se ha mostrado con la guerra comercial contra Estados Unidos y con la pandemia de la COVID-19.
A partir de ese momento empezó a considerarse que la Declaración Universal de los Derechos Humanos podría ser implantada globalmente como consecuencia de la expansión del régimen de democracias parlamentarias homologadas vinculado a la economía de mercado pletórico (bajo la tutela de Estados Unidos como hegemonía mundial e Imperio realmente existente).
Así, Bueno continúa:
Por de pronto hay que subrayar que la realidad de la Unión Soviética, como un Estado comunista «realmente existente» (en la fórmula de Suslov) impedía hablar, de hecho, de una «economía global», puesto que el mercado soviético y el de los países de su área (COMECOM), y en parte el chino, representaban un bloqueo para una globalización capitalista efectiva. Pero el Estado soviético, el comunismo y, a su modo, el Estado chino mantenían también un inequívoco proyecto de globalización, si bien de índole predominantemente política, mediante el apoyo a los movimientos de liberación nacional, la Guerra Fría, la conquista del espacio, la superación de las tasas de desarrollo en cuanto al producto interior bruto, etc. Desde el «bloque capitalista» el proyecto de globalización cosmopolita era percibido simplemente como imperialismo. Es el derrumbamiento de la Unión Soviética el que, a la vez que abría un inmenso mercado a la globalización económica (que ya se había iniciado en China en la época de Nixon), determinó la formación de la ideología de la penetración capitalista en el antiguo bloque comunista como una alternativa democrática vinculada a una globalización e incluso una mundialización de la sociedad occidental. (Mientras el término «globalización» mantiene siempre sus vinculaciones a las categorías económico-políticas, el término «mundialización» descubre mejor los componentes de la nueva ideología.) En cualquier caso, cabría concluir que la idea de globalización (cosmopolita) se fue conformando como alternativa a la idea de universalismo (o internacionalismo) comunista: la extensión del comunismo a todo el género humano. Y así como desde el bloque capitalista (desde Occidente) el socialismo era percibido como un eufemismo del imperialismo soviético, así ahora (si no desde el bloque comunista, ya desintegrado, sí desde sus epígonos y simpatizantes) la globalización será preferentemente percibida como un eufemismo del imperialismo norteamericano3.
También se ha pensado que la globalización inaugura una nueva época, la verdadera «modernidad» o la «posmodernidad». De ahí que dicha ideología tenga un componente historiográfico, del mismo modo que, mutatis mutandis, el marxismo-leninismo estableció un criterio esencialmente periodológico (esto es, historiográfico) al referirse a las transformaciones de los modos de producción en cinco etapas: comunismo primitivo, modo de producción asiático, esclavismo, feudalismo y capitalismo; más la etapa o fase final que venía a ser el comunismo: dictadura del proletariado, comunismo en un solo país y democracias populares.
Esta visión sería relevada por la ideología capitalista de la globalización oficial, que considera la época de la globalización como una nueva época o era que concluye una serie de épocas o períodos históricos que la precedieron, como si estas épocas o períodos tuviesen que desembarcar inexorablemente en la globalización cosmopolita neoliberal del régimen de la democracia parlamentaria de mercado pletórico a nivel mundial, a través de la intoxicación de la galopante ideología del fundamentalismo democrático.
La idea de globalización, como la revolución mundial y el comunismo final (en la Comuna de París se hablaba de «República Universal» y de la «federación universal de los pueblos»4), implica una filosofía de la historia; ambas con un marcado signo monista, progresista y escatológico.
La «especial situación en el globo»5 de Estados Unidos, a la que ya se refería el presidente George Washington, ha contribuido notablemente a transformarla en la primera potencia mundial. Entre 1991 y 2001 se dio el mayor período de expansión económica de la historia de Estados Unidos, pero en 2007 el país entraría en su más amplia recesión desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. A esto hay que añadir los desastres militares y, por tanto, geopolíticos, en Irak y Afganistán. Cabría decir que los globalistas vivieron su «Edad de Oro» desde 1991, con la caída de la URSS, hasta 2008, con el principio de la crisis financiera y los rescates multimillonarios a grandes bancos y empresas.
Es decir, de 1991 a 2008 se prolongó el predominio geopolítico de Estados Unidos como única superpotencia, en lo que se conoció como «orden mundial unipolar» (que sustituía al mundo bipolar, de dos superpotencias, de la Guerra Fría). Tras esto Rusia se remilitarizó y China por fin —como temía Napoleón— se convirtió en el gigante que despertó. La crisis sanitaria y económica del coronavirus ha sido la puntilla que ha puesto en jaque el liderazgo de Estados Unidos en el mundo, y aunque todavía superpotencia, of course, desde 2008 se está completando una transición hacia un «orden mundial multipolar» o tripolar entre Estados Unidos, Rusia y China. «¡El mundo será tripolar o no lo será!»6.
Tripolarismo u holocausto termonuclear significa que la otrora superpotencia unipolar tiene que compartir su esfera de influencia en lo geoeconómico y militar con China y Rusia respectivamente, dando como resultado en caso de guerra nuclear una victoria pírrica para quien sobreviviese, si es que sobrevive alguien, pues la destrucción mutua está asegurada.
Llevada dicha ideología al límite, en su sentido más metafísico, la globalización oficial vendría a consumar la extinción del Estado (tal como, por otros medios, pretendían anarquistas y comunistas): «más mercado, menos Estado» a través de la «descolocación» de las empresas de los Estados nacionales y su incorporación a un mercado global. De ahí que desde la globalización oficial se deje entrever una especie de «anarquismo mercantil».
En este sentido, la globalización oficial es comprendida como una especie de «fin de la historia» donde se consumaría el «nuevo orden mundial» del «Estado mundial» (un nuevo orden que acabaría con los Estados-nacionales o naciones políticas y con los imperios que se postulasen para la lucha por la hegemonía mundial). Por tanto, los globalistas no hablan de una alternativa aestatal (que es tanto como hablar de una sociedad apolítica universal), sino que proponen una alternativa supraestatal (una sociedad universal cuyo Estado sería cuasi omnipotente).
Hay que subrayar que, pese a las apariencias, la globalización oficial se apoya no tanto en los mensajes propagandísticos de democracia, libertad, derechos humanos, derechos LGTBIQ+, cambio climático, etc., sino en el imponente armamento militar de Estados Unidos y de la OTAN. Sin las armas, las letras globalistas apenas habrían trascendido y tampoco serían globales, pues insistimos en que la globalización como ideología solo cristalizó tras la victoria norteamericana en la Guerra Fría al arruinar al Imperio soviético con el farol de la «guerra de las galaxias» (entre otras muchas causas).
Con la globalización se piensa que la economía dejará de ser economía-política para empezar a ser de modo irreversible economía civil cosmopolita.
Una fábrica de automóviles sitúa el montaje de su marca en un país, con motores procedentes de otros, equipo electrónico de un tercero, tapicería de un cuarto y sede fiscal en un quinto.
¿No es esta la mejor ilustración del cambio que se habría producido en la estructuración de la economía, que habría dejado, o estaría dejando de ser política (al no ir referida a las unidades-Estado de la sociedad política), para comenzar a ser civil (tomando a las empresas globales, internacionales, como nuevas unidades de la economía civil), de la economía de una sociedad civil globalizada?... En cualquier caso, conviene constatar que la extensión universal (cosmopolita) del mercado ha sido el objetivo de empresas particulares (no estatales); aunque muchas veces se trata de empresas particulares que, en realidad, son parásitas del Estado7.
Por otro lado, la globalización es pensada por los ideólogos de la globalización oficial como un proceso irreversible y necesario, como un destino hacia el que tiende inexorablemente el género humano, del mismo modo que los ideólogos del comunismo veían su triunfo a escala mundial como un destino inevitable. «Oponerse a la globalización —dice Vargas Llosa— es como oponerse a la ley de la gravedad»8. Por eso, «no faltan teóricos de la globalización que “en un esfuerzo de síntesis”, echan la vista atrás, y ven en la “historia de la humanidad” un proceso teleológico dirigido desde el principio hacia una globalización universal, tras la cual la humanidad se nos presentará como un todo profundamente integrado en una globalización dotada ya de unicidad. Pero con esto no se aclara, sino que se oscurece, la naturaleza del fenómeno de la globalización»9.
II. EL FENÓMENO DE LA GLOBALIZACIÓN
La globalización es un fenómeno idiográfico. Nunca en la historia ha acontecido algo parecido, sino que se trata de un fenómeno único, irrepetible, reciente, de perfiles oscuros y asentado en objetivos que, supuestamente, se realizarán en un futuro infecto.
Al referirnos a ella como fenómeno, estamos dando a entender que no es un hecho, sino más bien una ideología, o quizás un mito tenebroso, de ahí que sea un fenómeno oscuro y confuso, es decir, borroso.
Y entendemos fenómeno no en el sentido germánico del término, es decir, como todo aquello que no sea noúmeno (o cosas en sí), pues desde dicha posición no solo son interpretados como fenómenos las trayectorias «erráticas» de los planetas, sino también el «cielo estrellado sobre mí». Desde esta perspectiva, el fondo del fenómeno (de todos los fenómenos) es el noúmeno, el cual no es perceptible sino solo «pensable» como cosa en sí.
Sin embargo, nosotros entendemos el fenómeno en sentido helenístico, es decir, como un centro de atención, como algo que sobresale, que destaca sobre un fondo. Visto así, el fondo del fenómeno de la globalización no es otro sino el orden o sistema económico-político internacional de los Estados soberanos. Tal fondo trata de ser desbordado por el fenómeno de la globalización.
Aclarado este punto, vemos que la globalización es un fenómeno envuelto en una teoría que a su vez se centra en un modelo concreto de globalización. Sin teoría de la globalización, el fenómeno de la globalización se desdibuja, así como el fenómeno de la radiación de fondo descubierto por Penzias y Wilson se desdibuja o se interpretaría de otra forma sin la teoría del Big-Bang. «En estos casos, podríamos decir que la envoltura teórica que es capaz de determinar un modelo y no otro alternativo es la que configura el fenómeno tal como lo percibimos»10.
El premio nobel de Economía del año 2001, Joseph E. Stiglitz, define el «fenómeno de la globalización» —con esos términos lo menciona— como un fenómeno puramente económico, pues la globalización es la integración más estrecha de países y pueblos del mundo producida por la enorme reducción de los costes de transportes y comunicaciones y el desmantelamiento de las barreras artificiales a los flujos de bienes, servicios, capitales y, en menor grado, personas a través de las fronteras… El cambio más dramático de esta institución tuvo lugar en los años ochenta, la era en la que Ronald Reagan y Margaret Thathcher predicaron la ideología del libre mercado de Estados Unidos y el Reino Unido. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial se convirtieron en nuevas instituciones misioneras, a través de las cuales esas ideas fueron impuestas sobre los reticentes países pobres que necesitaban con urgencia sus préstamos y subvenciones… Los ministros de Hacienda y de Comercio conciben la globalización como un fenómeno fundamentalmente económico, para muchos, en el mundo subdesarrollado, es bastante más que eso11.
Como vemos, la globalización fue conceptualizada en un principio como un fenómeno simplemente económico. Una vez puesta en marcha, sin embargo, observamos que trasciende las categorías económicas y que se involucra en categorías culturales, sociales, tecnológicas, artísticas, religiosas y fundamentalmente geopolíticas.
Advertimos, de este modo, que el fenómeno de la globalización es interpretado por los economistas como el proceso de globalización del libre mercado, mientras que los lingüistas lo ven como la globalización del inglés (y también del español, pese a quien le pese). Por su parte, los politólogos lo analizan como la globalización de la democracia parlamentaria (homologada a la estadounidense); los geopolíticos, como la expansión del Imperio estadounidense; los teólogos, como la «globalización de la caridad» (en sintonía con Mateo 28.19: «Id y enseñad a todas las naciones»), y los humanistas, como la globalización de la cultura (¿de qué cultura?, habría que preguntar).
Como se ha dicho, «la globalización es muchísimo más mentada hoy que lo fue Dios desde los púlpitos de los templos medievales. Y es que las posibilidades de los actuales medios de comunicación de masas multiplica muchas veces a las de los —pese a su arcaísmo, también eficaces— púlpitos mencionados. El caso es que se habla de globalización como un fenómeno muy cercano a lo que entendemos hoy por divino: «un fenómeno luminoso, última manifestación de la modernidad, efecto imparable del progreso que anuncia (al empresario, al comerciante, al consumidor, al turista…) una ampliación de los horizontes de su libertad, de su bienestar y aun de la fraternidad universal» (pág. 187) [cita de "La vuelta a la caverna" de Bueno]12.
_________________________
1 Véase Juan Carlos Rodríguez Miguel, La globalización como reto educativo en la educación secundaria obligatoria, tesis doctoral, Madrid 2010, pág. 36.
2 Gustavo Bueno, La vuelta a la caverna. Terrorismo, guerra y globalización, Ediciones B, Barcelona 2004, pág. 344.
3 Ibid., pág. 210
4 Citado por Kristin Ross, Lujo Comunal, traducción de Juanmari Madariaga, Ediciones Akal, Madrid 2016, pág. 17.
5 Citado por Pedro Fernández Barbadillo, Los césares del imperio americano, Homo Legens, Madrid 2020, pág. 212.
6 Alfredo Jalife-Rahme, Guerra multidimensional entre Estados Unidos y China, Grupo Editor Orfila Valentini, Ciudad de México 2020.
7 Gustavo Bueno, La vuelta a la caverna. Terrorismo, guerra y globalización, Ediciones B, Barcelona 2004, Págs. 194-195-196.
8 Citado por ibid., pág. 17.
9 Ibid., págs. 166-167
10 Ibid., pág. 171.
11 Citado por ibid., págs. 176-177.
VER+:
La vuelta a la caverna: Ter... by Logos 01
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