El amor transforma… el poder no
- "Es mas fácil amar a la Humanidad en general que al vecino". Eric Hoffer
- "Pueden amar los pobres, los locos y hasta los falsos, pero no los hombres ocupados". Donne, John
- Amar una cosa significa desear que viva. Confucio
- "Si juzgas a las personas, no tendrás tiempo para amarlas" Anónimo
- Toda la teoría y práctica de la verdadera espiritualidad consisten en amar, servir y adorar: el resto es superfluo o simplemente falso.
- El amor, para que sea auténtico, debe costarnos. Madre Teresa de Calcuta
- "El amor es infinitamente inventivo"
- EL AMOR ES UN VERBO... NO UN SUSTANTIVO
💕
POR EL CONDESTABLE DE LA PLUMA FINA (ECDLPF)
No es la línea habitual de las columnas que actualmente se publican el permitirse hablar del amor. No sé si sea debido a que no se conoce qué es el amor, o si pudiere ser porque el amor, en realidad, da miedo. Y es que, en efecto, mi dilecto lector, el amor no es un sentimiento (ni una emoción, ni una atracción, ya que esas cosas son características del afecto, la pasión y el enamoramiento). Ciertamente, el amor se complementa con el sentimiento, pero no es una conditio sine qua non, sino una adición al mismo. El día en que comprendamos que amar no es «sentir», sino más bien es «actuar», habremos avanzado un gran paso en la resolución de innumerables problemas sociales y personales.
Un dicho popular bastante conocido (si bien anónimo), expresa con bastante acierto y cordura la realidad del amor:
“Porque te quiero, te exijo; porque te amo, te corrijo”. Por supuesto, no van a faltar las mentes que en modo automático tacharán de “machista”, “fascista”, “intolerante”, “discriminador” y linduras tales a quien suscribe, toda vez que “exigir”, al parecer, solo lo puede hacer la ley (por muy ilegítima que ésta sea), y “corregir”, en similar forma, únicamente pareciere competencia de la autoridad. Ninguna de ambas cosas es cierta, ya que el auténtico «querer» (afectivo, no volitivo, es decir, el que brota del corazón que ama y no de la voluntad que impone) siempre tiende al bien, que necesariamente exige que el mal desaparezca. Igualmente, el «amar» perfecciona y purifica, por lo que corrige el error, la falsedad y todo defecto o vicio (y conlleva, por ende, siempre también sufrimiento, como anverso y reverso de una moneda).
¿Cómo es que, siendo tan confundido el amor (acuérdese, por favor, de esa pésima película que tuvo horrible contenido pero buen título: «¿Por qué le llaman “amor” cuando quieren decir “sexo”?») de repente, por arte de birlibirloque, su servidor se pone “amoroso”? Sencillamente, estimado lector, por dos motivos: primero, porque la armonía social desaparece cuando no hay entendimiento, diálogo, interés y búsqueda de los auténticos bienes comunes (esta actuación es amor), y, segundo, porque es Cuaresma, tiempo de reflexionar en el mal, la tentación, la seducción, el error y su remedio (un amor espiritual que convierta materialmente y realmente la vida, el alma). Por ello, no quiero dejar pasar la oportunidad para afirmar, confirmar y ratificar que el amor abre las mentes y los corazones para cambiar lo que sea necesario.
Entre novios –es decir, novio y novia– o esposos –o séase, marido y mujer– que se aman, es fácil que uno acepte las propuestas del otro. Por ejemplo, si a ella no le gusta un deporte que a él le fascina, ella lo acompaña y hasta va disfrutando lo que antes le repugnaba. Cuando los esposos se aman, él deja los excesos de beber y de andar con sus “amigotes” en parrandas, porque sabe que eso molesta a su esposa. El amor transforma, da nueva vida, ilumina, busca hacer feliz al ser amado antes que, egoístamente, buscar ser feliz uno consigo mismo. Ahora bien, si los citados novios o esposos no se aman, con más gusto el esposo hace lo que molesta a su esposa, y día sí, día también, habrá pleitos y discusiones entre ambos. El amor, reitero, abre mentes y corazones para transformar la realidad.
Hasta aquí, señor lector, seguramente habremos coincidido en varias cosas, pero… ¿qué implicación tiene lo antedicho con el poder? ¿No es como mezclar churras con merinas? Pues… fíjese usted que no. Porque el poder, el auténtico poder, no es la fuerza, la coacción, la coerción, la violencia o el deber frío. No. Eso es lo que los abusivos, violentos, desalmados y egoístas políticos transmiten –y he de decir que no solamente los de ahora, sino de siglos provenientes– y ejecutan. El poder, no como atributo de la conformación del Estado, sino como potestad de obrar, es una facultad que nos permite actuar, obrar, en coherencia y congruencia con nuestra inteligencia, voluntad y libertad, para conseguir un bien debido mediante los medios correctos.
Sin embargo, como muchos años he repetido a alumnos de diversas naciones, es fácil confundir “poder” con “abuso de poder”, al igual que se confunde el “querer” con el “amar”. Para muestra, un botón: ¿no ha llegado aún a su memoria aquella canción compuesta por Manuel Alejandro bajo la voz de Mijares, de los años 80', "EL AMAR Y EL QUERER", que dice:
“Es que amar y querer no es igual: amar es sufrir, querer es gozar”? Pues eso. Más aún, continúa el cantante mexicano afirmando:
“El que ama pretende servir, el que ama su vida la da, y el que quiere pretende vivir y nunca sufrir y nunca sufrir…”.
Palabras de sabiduría que merecen estar grabadas en corazones, muros, dedicatorias y situaciones humanas. Ejercer el poder ha de conllevar amor, puesto que, de no ser así, es un querer egoísta que en nada busca el bien, sino el provecho propio, la fama, la presunta gloria, la imposición de su pensamiento.
Como bien sabemos –y pronto lo vamos a ver en toda la geografía, si es que no lo estamos viviendo ya, pese a que sea un delito electoral anticiparse a las fechas estipuladas–, en las contiendas políticas y electorales lo que menos aparece es el amor (a la Patria, a la sociedad, a los más necesitados, a todos los que buscan el bien). Predominan las ofensas, los insultos, las descalificaciones, tanto en mítines como en discursos propagandísticos, en anuncios y letreros, en pintadas y entrevistas, en debates y tertulias, culpando de todos los males a regímenes de otros tiempos o de otros partidos. Parece que lo que más importa es destruir a los que piensan en forma diferente y tienen «otros datos». Y en muchos de los casos y bastantes de los candidatos, aunque digan que son cristianos y que el amor inspira su “humanismo”, con los hechos y las palabras demuestran todo lo contrario.
Aun así, ¿a qué se debe que tantos crean y apoyen a estas personas virulentas? Quizá por las dádivas que les regalan (no de su bolsillo, claro, sino de nuestros impuestos), o por el interés de subir a puestos más altos (sólo por “aparentar” ser del mismo partido). Quizá por el espurio deseo de imponer una ideología que repugna a los sabios y sensatos pero que, mediante el “rodillo parlamentario” puede forzarse para todo ser viviente, sintiente y existente (¡qué «interés superior de la infancia», «dignidad humana» ni qué ocho cuartos!). O quizá, quizá, porque la estupidez adquirida (espero que no ingénita) que tienen ya, por desgracia, millones de compatriotas –no es una ofensa, asegúrole a usted tal, sino una constatación, al igual que el árbol se reconoce por sus frutos– es tan enorme, que se hace dueña de la casa la ignorancia, propietario el imbécil y representante de ambos anteriores el idiota –inclusive acompañado de algún “okupa” de esos que abundan–. Recordando las palabras del filósofo Tabori, “algunos nacen estúpidos, otros alcanzan el estado de estupidez, y hay individuos a quienes la estupidez se les adhiere”. No sabría decir con exactitud cuál de las tres opciones anteriores será la correcta.
Lo que sí sé es que el poder por el poder jamás traerá algo bueno. Nunca la imposición crea amor ni bien (y eso que esta imposición la tenemos bien experimentada todos nosotros en los regímenes llamados “democráticos”, aun cuando quien menos tenga que decir, opinar y mandar sea el pueblo, porque su “soberanía” se limita a un voto cada cuatro años, si bien nos va y siempre que no sea manipulado por fraudulentos presidentes de mesas electorales y empresas de conteo “saboteador”). Ahora bien, el poder ejercido en forma correcta por las personas que con sus actos y palabras han demostrado amor y preocupación por los problemas y necesidades de todos los ciudadanos y de la Patria, es un bien común, llámense como se llamen esas personas. A varias sí las conozco, a ellas les daré mi voto, pero porque estoy absolutamente convencido hasta donde mi humana capacidad puede colegir de que tienen amor, dedicación esfuerzo, constancia, perseverancia, aptitud, honradez, propósito de auténtico servicio y cualidades de mérito para demostrar que el amor vence a la ideología, el bien derrota a la siniestra realidad que nos sumerge. Déjole así para su reflexión.
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