Elegía a lo que hemos perdido
"Cuentos de Tokio" (Tokio monogatari)
Yasujirō Ozu, 1953
"SÉ UN BUEN HIJO MIENTRAS
TUS PADRES VIVAN".
De Yasujirō Ozu, figura clave del cine clásico japonés, empezamos a tener noticias en el viejo continente a partir de 1978 con "Cuentos de Tokio" (Tokyo monogatari, 1953), quince años después de su muerte.
Una encuesta realizada por Sight & Sound, publicada por el British Film Institute (BFI), que propuso a 358 cineastas valorar las diez mejores películas de toda la historia del cine, la ubicó en primer lugar. Por aquel entonces Ozu era bastante popular en su país; fueron motivos políticos y comerciales los que demoraron la distribución de sus films al resto del mundo. En sus más de cincuenta películas construye una filmografía sólida, que retrata el lento declinar de la familia japonesa, uno de los pilares de la identidad nacional. El cine de Ozu es una crónica de cuarenta años sobre la transformación del Japón y la nostalgia por los valores que se perdieron.
Su cine se acerca a su esencia y función, ofrece una imagen del ser humano con la que identificarse y aprender algo de sí mismo: “Ozu no se casó, no trabajó en ninguna fábrica, no fue a la universidad y, sin embargo, durante más de treinta años dirigió películas sobre la cotidianidad de la vida de los matrimonios, los obreros de las fábricas y los estudiantes” (Cousins, 2005: 125). Tal vez sea el rechazo hacia el tono autobiográfico, el distanciamiento, la aparente desdramatización y la mirada en busca de objetividad, lo que confiere a sus películas ese equilibrio y neutralidad tan característicos. Hijo de un comerciante de fertilizantes, Ozu nació en Tokio en 1903 y a los diez años se fue a vivir al campo con su madre, fue expulsado de la escuela por su rebeldía, a los veinte años ya había visto cientos de películas estadounidenses, tan alejadas de la idea de la mesura y la armonía japonesas. Cuando un tío suyo que era actor le consigue un trabajo en el estudio de cine Shochiku, inicia su carrera cinematográfica como asistente en el departamento de fotografía. En 1927 empezó a dirigir pequeñas comedias silentes que gustaban mucho a la crítica, y en 1932 empezó a se desmarcó de la influencia del cine occidental hasta desarrollar un estilo propio e inconfundible con un universo cinematográfico que todavía hoy sigue siendo único por el fiel retrato de la familia tradicional japonesa, (la relación entre generaciones distintas y la nostalgia o melancolía suscitada por las relaciones humanas en general).
La mayoría de las películas de Ozu abordan las relaciones entre padres e hijos. La temática de sus películas se encuentra en el extremo opuesto del individualismo occidental, en el que los jóvenes están en pleno proceso de cambio y canalizan todas sus energías fuera del ámbito familiar. Ozu, el maestro de la reconciliación, logra reconducir ese espíritu rebelde de los hijos que tratan de entender a sus progenitores. Sus películas se basan en una concepción estática y triste de la vida, mientras que el realismo romántico explotaba las emociones, Ozu, las evitaba (Cousins, 2005: ). Para desdramatizar, el cineasta reduce al mínimo la exteriorización de los sentimientos y el argumento lo focaliza hacia los problemas cotidianos y triviales a los que deben hacer frente los personajes. La melancolía producida por el paso del tiempo es el motivo central en sus películas.
Su cine se ocupa de la vida misma, cuenta lo cotidiano endulzado con un baño de belleza ordenada, de humanidad. Hace un retrato de la familia de clase media-baja reconocible en cualquier lugar del mundo. Comprendemos esas historias tan japonesas porque, aun cuando responden a una gramática propia y profunda, son extrapolables a historias en general, universales (les otorgamos sentido atendiendo a nuestros propios referentes, por ello esa cotidianidad a la que se acerca no nos resulta ajena).
En resumen, Ozu crea una puesta en escena pausada, serena, que evita el sentimentalismo y se centra en la cotidianidad para reflejar la nostalgia por el paso del tiempo. ¿Cómo se traduce en términos formales? Ubica la cámara siempre en ángulo recto al suelo por debajo del nivel de la vista (planos tatami, donde muestra su atención por el detalle, recreándose en objetos y espacios vacíos repletos de melancolía, como la ceremonia del sake), haciendo coincidir el encuadre con los marcos de los paneles o puertas correderas que separan las habitaciones, siempre abiertas, para aprovechar el espacio en una escenografía casi teatral (la acción transcurre en la habitación de delante y en la que sigue con escasos movimientos); por otra parte, los espacios intermedios o secuencias entre escenas crean imágenes neutras desde el punto de vista narrativo, pero puras; colocan los sentidos en una relación directa con el tiempo y con el pensamiento. Tradición y modernidad, campo y ciudad, se contraponen en un relato genuino de los rincones característicos del viejo Tokio, y de su rápida transformación marcada por la industrialización. Wenders en Tokyo Ga compara la estricta disciplina de la educación tradicional japonesa con la modernidad y el bullicio del Tokio actual en el que se han introducido evidentes cambios en las relaciones humanas. La vida es efímera, el tiempo discurre veloz como el paso de un tren, los personajes (sujetos morales que sufren un proceso de acercamiento mutuo por el que cambian su forma de pensar y de ser, a mejor) se enfrentan con la muerte o con su proximidad, pero aceptan este hecho con resignación.
Cuentos de Tokio es el ejemplo por antonomasia de lo hasta aquí explicado: una película ordenada, serena, de estilo zen, donde consigue un soberbio equilibrio entre movimiento y reposo, y retrata al ser humano en el contexto de la vida cotidiana. Prima el orden y el reposo por encima de la acción. Aborda el tema de las relaciones entre padres e hijos y los conflictos que se producen entre las dos generaciones. Ese choque generacional acentúa un aspecto fundamental: el escepticismo de los padres ante el estilo de vida que han escogido los hijos. Al final se produce la reconciliación del ser humano consigo mismo y con lo que le rodea.
La película de estructura cíclica, es un doble viaje de ida y vuelta, un tren que llega y otro que se va, el primer viaje lo realizan los padres y representa la oportunidad de ver a todos sus hijos, y el segundo lo realizan los hijos y nuera para ver, quizá por última vez, a sus padres. La profundidad y la trascendencia de la película se observa en momentos clave donde reflexionan acerca del paso del tiempo, como cuando la madre se pregunta dónde estará ella en un futuro próximo (vida después de la muerte), o qué será su nieto de mayor.
Como es sabido, Cuentos de Tokio trata de una pareja de ancianos que decide visitar a sus hijos. Los hijos, afanados en sus vidas, están demasiado ocupados como para dedicarles algo de su tiempo. Para ellos, la visita de sus padres supone un trastorno de la rutina habitual, una molestia que tratan de neutralizar alojando a los padres en una residencia, pero es demasiado ruidosa para los ancianos que, acostumbrados a la tranquilidad del pueblo, sienten nostalgia y quieren volver a casa. Se sorprenden de cómo pueden cambiar tanto los hijos, “antes eran más simpáticos, casados son casi unos desconocidos”. De hecho, una de sus hijas que ejerce de peluquera se avergüenza de ellos, negando su parentesco ante la clientela.
El padre, en una conversación con antiguos amigos reencontrados, mientras beben sake admite la dificultad de vivir con los hijos, aun cuando tiene la suerte de conservarlos. Los ancianos esperan demasiado de los hijos en un mundo en el que es difícil triunfar. No están satisfechos, se sienten decepcionados por la pérdida de valores que ha traído la modernización y la posguerra: “Hay hijos a los que no les importaría matar a sus padres”. Paralelamente, la madre protagoniza una escena que contrarresta los aspectos negativos de la modernización: alojada en casa de su nuera, Noriko, que perdió a su marido en la guerra, duerme en el lugar de su difunto hijo. Le recomienda a su nuera que vuelva a casarse porque merece una vida mejor, argumentando que los tiempos han cambiado y hoy las viudas pueden volver a casarse. Noriko se despide de su suegra, contribuyendo a su manutención y pidiéndole que venga a visitarla si vuelve a Tokio, a lo que la anciana, en un presentimiento, contesta: “Creo que no volveré”.
En efecto, la madre fallece tras regresar a su casa, después de un duro viaje. Es admirable la resignación con que el marido acepta su muerte: “Qué precioso amanecer. A todos nos llega el final”. Los hijos, en cambio, dejan aflorar su egoísmo; presionados por las ocupaciones, reducen el tiempo del duelo al mínimo. De nuevo, se contrapone un futuro americanizado frente a la soledad del padre que representa el pasado. A los hijos les presiona el tiempo; el padre, en cambio, lo ve pasar.
El remordimiento tiene una clara moraleja: sé un buen hijo mientras tus padres vivan, cuando estén muertos ya no podrás hacer nada por ellos. Tras el funeral solo Kyoko, la hija menor, que todavía vive en el seno familiar, y Noriko, la nuera, permanecen en el pueblo para cuidar del anciano, que se ha quedado solo. Las dos mujeres que conservan los valores tradicionales, representan las virtudes filiales, en contraposición con el desapego individualista de los demás hermanos independizados.
El film concluye con la secuencia del fluir del río, el humo que discurre en el aire, la soledad del hombre mayor que lo ha perdido todo, como metáfora de la fugacidad de la vida.
Ozu se propone estimular la reflexión en sus espectadores. Sus películas están marcadas por la proximidad de la muerte, por un sentimiento evanescente que es consecuencia de la fugacidad de la vida. Todo es pasajero, temporal. Su cine consigue adaptar la filosofía tradicional del Zen (el concepto de negación y de vacío), a la forma fílmica, y sus películas muestran el ambiente de incomunicación con el otro. En sus finales siempre recurre a la imagen contemplativa mediante planos que nos describen algún paisaje, como un río o una montaña. Con ello disuelve los conflictos planteados en esos silencios y vacíos, hombre y naturaleza se funden al final para transcenderlos.
Su cine habla del paso del tiempo sobre nosotros, la huella que nos deja y cómo nos conmueve. Explora el dolor humano cuando se ha consumado una pérdida irreparable. Y nos invita a aceptar con serenidad el inevitable ciclo de la vida.
Cuentos de Tokio HD (1953) Yasujirō Ozu (V.O.S.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por Comunicarnos, por Compartir:
Gracias a ello, nos enriquecemos desde la pluralidad y desde la diversidad de puntos de vista dentro del respeto a la libre y peculiar forma de expresión.
La Comunicación más alta posee la gracia de despertar en otro lo que es y contribuir a que se reconozca.
Gracias amig@ de la palabra amiga.
"Nos co-municanos, luego, co-existimos".
Juan Carlos (Yanka)