LOS INICIOS DE LA MASONERÍA (I)
El problema del mal, se ha tratado a lo largo de la historia larga y extensamente. El mal es la ausencia del bien y el bien es orden, verdad y belleza, los tres condimentos principales del amor. El amor construye y el mal destruye, el amor es orden y el mal es caos y destrucción. El bien tiene seguidores en la humanidad y el mal también. En los grandes santos podemos ver la manifestación del bien y en ciertos grupos históricos o sectas podemos ver la del mal. Un ejemplo claro y notorio de esto último nos atreveríamos a decir que es la masonería –que no son todos los que están, pero están todos los que son–.
León XIII comenzaba su famosa encíclica Humanum Genus haciendo una afirmación categórica sobre el linaje humano. Fue muy claro y concreto, y fue al meollo de la cuestión cuando citando a San Agustín, dijo lo siguiente en la citada Encíclica:
“El humano linaje, después que, por envidia del demonio, se hubo, para su mayor desgracia, separado de Dios, creador y dador de los bienes celestiales, quedó dividido en dos bandos diversos y adversos: uno de ellos combate asiduamente por la verdad y la virtud, y el otro por todo cuanto es contrario a la virtud y a la verdad”.
Además, llegó más lejos y señaló directamente a quienes en la actualidad forman parte de ese ejército del mal:
“En nuestros días, todos los que favorecen la peor parte parecen conspirar a una y pelear con la mayor vehemencia, bajo la guía y auxilio de la sociedad que llaman de los Masones, por doquier dilatada y firmemente constituida”.
León XIII señala directamente a la masonería como potencial ejercito del mal en la tierra. Pero… ¿quiénes son los masones? En este artículo, trataremos de resumir la historia de la masonería.
El masón era un trabajador libre o «franco» (de ahí el término francés francmasón, en inglés, freemason). El oficio se acabó de perfilar coincidiendo con el apogeo de la arquitectura gótica, a lo largo de los siglos XII y sobre todo en el siglo XIII. Su carrera profesional comenzaba como aprendiz, a los 13 o 14 años. Se le encomendaban los trabajos más sencillos, bajo la supervisión de expertos. Tras unos cinco años, y siempre que demostrara buenas maneras en su oficio, se convertía en «oficial», título que otorgaba el maestro. En ese momento, a los 19 o 20 años, ya podía realizar trabajos especializados.
Con el ascenso de la burguesía durante el siglo XV y coincidiendo con los inestables y violentos tiempos de la reforma protestante, se interrumpió la construcción de grandes catedrales, y para evitar la decadencia absoluta, las logias inglesas y escocesas abrieron sus puertas a los masones llamados “aceptados”, personas ajenas al arte de la construcción que se dedicaban sobre todo al intercambio de ideas filosóficas y políticas: abogados, maestros, médicos, hombres de letras, comerciantes, políticos e incluso sacerdotes. Estos masones “aceptados” empezaron a especular en torno a la construcción del hombre nuevo a través del perfeccionamiento intelectual, moral y social. Transformaban de este modo la idea de los constructores de catedrales, que buscaban el esplendor y la belleza perfecta en sus edificaciones, en hacer un edificio interior perfecto, un hombre nuevo, un templo interior de “amor y de fraternidad basado en la sabiduría, la fuerza y la belleza”. Esta nueva masonería empezó a predicar el perfeccionamiento personal a través del ejercicio de la virtud, de la libertad, la amistad y el socorro al necesitado.
Con el pasar del tiempo, la masonería paso de ser una sociedad de artesanos que se dedicaban a la construcción (católicos), a convertirse en una sociedad “filantrópica” y en un círculo de intelectuales que querían arreglar el mundo (gnósticos); podríamos compararlo con lo que es el actual Rotary Club –que, por cierto, es una pecera donde pesca la masonería–. En 1717, esta sociedad ya no tenía nada que ver con el gremio de la construcción, ya había cambiado su finalidad y objetivo. La masonería a partir de ese momento, confecciona una leyenda que la reviste de antigüedad milenaria y se dota a sí misma de unos “conocimientos secretos” solo reservados para una serie de “privilegiados”.
En 1717 fundan una Gran Logia paralela a la Logia de York. El 24 de junio de 1720 algunas logias deciden quemar sus archivos, manuscritos, reglamentos, deberes, etcétera, para evitar que cayeran en manos extrañas. El 29 de septiembre de 1721 el Gran Maestro de la Logia de Londres comisiona al hermano James Anderson (clérigo protestante) para que, a la vista de los ejemplares de las antiguas constituciones, las reúna, y redacte una nueva constitución. Anderson presenta el proyecto y el 27 de diciembre de 1721, el Gran Maestro duque de Montagu encarga a catorce hermanos que examinen dicho proyecto de “Constitución” de Anderson. Finalmente es aprobado el 17 de enero de 1723. A partir de ese momento podemos decir que comienza oficialmente la historia de la nueva masonería especulativa.
Sus manejos no tardaron en hacerse notar, pues ya en 1735 el Papa Clemente XII redacta el primer documento pontificio por el que condena a la masonería. En la bula In Eminenti, Clemente XII dice lo siguiente:
“También hemos llegado a saber aun por la fama pública, que se esparcen a lo lejos, haciendo nuevos progresos cada día, ciertas sociedades, asambleas, reuniones, agregaciones o conventículos, llamados vulgarmente de francmasones, o bajo otra denominación, según la variedad de las lenguas, en las que hombres de toda religión y secta, afectando una apariencia de honradez natural, se ligan el uno con el otro con un pacto tan estrecho como impenetrable según las leyes y los estatutos que ellos mismos han formado y se obligan por medio de juramento prestado sobre la Biblia y bajo graves penas a ocultar con un silencio inviolable, todo lo que hacen en la oscuridad del secreto”.
Desde ese año y hasta la fecha, la Iglesia no ha dejado de condenar en diferentes documentos a la masonería.
Más tarde, hacia el año 1776, Adam Weishaut funda el grupo llamado de los Illuminati de Baviera. Su meta era, instaurar un Nuevo Orden Mundial. Para llevar a cabo esta operación, pensaron que quien controlara el dinero de las naciones controlaría a las naciones. Desde entonces quedó como fundador Weishaut, y Amschel Rothschild como financiador del grupo. Desde ese momento, comenzaron a infiltrar a la masonería.
Digamos que pasa por tres estados. El primero es el estado de los constructores de catedrales o los gremios de constructores. El segundo es el estado de los intelectuales que van transformando la finalidad arquitectónica por la filosófica. Y el tercer estado, es cuando comienzan a ser infiltrados por los Illuminati. Los Illuminati usaron a la masonería como los cangrejos las conchas. En lugar de construir infraestructuras específicas, aprovecharon las ya existentes y las fueron infiltrando con sus prácticas filosóficas y espirituales. Algo que les fue muy bien, y siguen practicando al día de hoy con todas las instituciones existentes y otras que ellos mismos han creado.
Cabe insistir, por tanto, en que la masonería operativa era de tradición profundamente cristiana. Sus rituales estaban impregnados de fe cristiana y de invocaciones a Cristo y a su Madre Bendita. Pero, a medida que avanza el siglo XVIII, la idea de Dios experimenta una fuerte regresión. Dios ya no es aquello de lo que se habla. Los masones ilustrados relegan la divinidad a una lejanía inoperante, su dios es ahora el Gran Arquitecto Del Universo (GADU) ajeno a las preocupaciones humanas, es el dios de los gnósticos. Asimismo, empieza a postularse la secularización de todos los valores buscando privar a la Iglesia (sobre todo a la católica) de su fuerte influencia sobre la sociedad, hasta el punto de que el Gran Oriente de Francia se desvinculó en 1877 de cualquier creencia religiosa y dejó a la libertad de sus miembros aceptar o no la existencia de la divinidad. En la Gran Logia de Inglaterra, sin embargo, se impone la obligación de creer en algún dios.
Con la infiltración Illuminati, la masonería da un paso más en su camino de perdición. Esta infiltración la conduce hacia prácticas satánicas. Aunque hay que hacer notar como decía Ricardo de la Cierva: “Todos los masones no son satánicos, pero todos los satánicos son masones”. Hemos tocado en este artículo el tema de los Illuminati. Aclararemos quienes son en otra ocasión.
Cuesta creerlo, pero en la masonería se adora a Lucifer. De manera consciente o menos consciente, antes o después, con mayor o menor implicación… Esto se hace. Desde su comienzo oficial en 1723 (masonería especulativa, no la de artesanos constructores), ya mostró su anti-catolicidad, ya que nace en contra de las monarquías católicas y a favor de las protestantes, la familia real inglesa siempre ha estado muy ligada a la secta. A partir de 1776, esta secta político-gnóstica empieza a ser infiltrada por otra, que es la que ocupa hoy el interés de nuestro artículo y es la que domina actualmente dentro de la masonería. La de los illuminati.
No decimos ninguna barbaridad, y prueba de ello, son las palabras que Pío VIII le dedica a la secta masónica en la encíclica Traditi en el año 1829: “Secta satánica que tiene por única ley la mentira, por su dios al demonio, y por culto y religión lo que hay de más vergonzoso y depravado sobre la faz de la tierra”.
En el artículo anterior, decíamos que el año 1776, Adam Weishaut funda el grupo llamado de los Illuminati de Baviera. Su meta era, instaurar un Nuevo Orden Mundial. Para llevar a cabo esta operación, pensaron que quien controlara el dinero de las naciones controlaría a las naciones. Desde entonces quedó como fundador Weishaut, y Amschel Rothschild como financiador del grupo. Pero… ¿quiénes fueron estos dos personajes? Nos centraremos primero en Amschel Rothschild.
Amschel Rothschild era de ascendencia judío-jázara. Los jázaros eran una tribu centro-asiática de origen turco-mongol que vivía en torno al mar Negro. Eran mercenarios que usaba el Imperio Bizantino para contener a los Omeyas (el Islam). En el siglo VIII, sus líderes se convierten por una serie de razones al judaísmo, no siendo de la etnia judía. Este dato lo corrobora uno de los más grandes filósofos judíos: Yehudah Halevi, del siglo XI (nacido en España y muerto en Israel), inspirador de Maimónides, según algunos.
Este dato no ha quedado en la nebulosa de la historia gracias también al libro de Arthur Koestler (1905-1983), “La Decimotercera tribu”. Koestler fue un novelista, ensayista, historiador, periodista, activista político y filósofo húngaro de origen judío, a quien que muchos dicen que lo “suicidaron” (a él y a su esposa) por hablar del Sionismo.
Dicho esto, tenemos que definir bien la existencia de dos tipos de judíos: los askenazi y los mizrajíes o mizrajim. Los primeros son los descendientes de los conversos jázaros, vienen a ser el 75% del total de los judíos (unos dieciséis millones), y no son judíos de raza sino de adopción, y paradójicamente, son los que están empecinados en volver a Israel cuando nunca estuvieron allí. Estos judíos son los que crearon el sionismo. El sionismo es una ideología y un movimiento político nacionalista que propuso desde sus inicios el establecimiento de un Estado para el pueblo judío, preferentemente en la antigua Tierra de Israel. Los mizrajíes son descendientes de las comunidades judías del Medio Oriente, son judíos semíticos, los descendientes de Abraham. Resumiendo: los mizrajíes son de ascendencia árabe y los askenazi de ascendencia eslava. Llegados a este punto, tenemos que declarar para que no nos tomen por lo que no somos: no somos antisemitas, pero no estamos a favor de las prácticas de un pequeño grupo de personas, que se esconden bajo el abrigo del pueblo judío, y que, cuando se les critica, acusan de antisemitismo a todo el que osa hacerlo. Para dejar este punto muy claro, hacemos nuestras las palabras que Don Gil de la Pisa expresa sobre este particular en su libro “La Piedra Roseta de la Ciencia Política”: “He combatido –combato y combatiré mientras viva– contra los «judíos perversos» que buscan destruir el Reino de Dios. Estos «judíos perversos» (así los llama monseñor Ernest Jouin), no son muy numerosos, pero son, todopoderosos. Pues tienen ya en sus manos, por un lado, las riendas de todos los «poderes fácticos»: riquezas (bolsas, bancos, sociedades de inversión, oro), materias primas y, por otro, controlan los gobiernos de los pueblos, los tribunales de justicia, los organismos internacionales, y son dueños absolutos de los medios de comunicación y de las nuevas tecnologías. Y podríamos alargar la lista de «sus poderes»”.
De este linaje de judíos askenazi (jázaros que se asentaron en Europa del Norte) surge la familia Rothschild, y de esta familia, nace uno de los fundadores de la secta illuminati. Obviamente, no metemos a todos los judíos askenazis en el mismo saco, pero esta familia judío-jázara practicaba una suerte de religión (fundamentada muy posiblemente en la Kabalá) que los llevó a la práctica del luciferismo.
El fundador de la dinastía fue Moisés Amschel Bauer, prestamista de dinero y propietario de una empresa de contabilidad y finanzas. Mayer Amschel Bauer heredó el negocio de su padre (Moisés), tenía contactos y hacía negocios con familias muy importantes, entre otros, trabajó para un banco de la familia Oppenheimer en Hannover Alemania y se familiarizó con el General von Estorff (importante militar de la época); su padre había colocado un hexagrama rojo sobre la puerta de entrada del negocio, y cuando Mayer se hace cargo de éste, cambia el apellido “Bauer” por el de “Rothschild”, porque «Rot» en alemán significa «rojo», y «Schild» significa «símbolo». Así que el famoso apellido significa «símbolo rojo». Este hexagrama representa tres seises (al hexagrama se le dan multitud de significados, pero para los illuminati es importante), y más adelante veremos cómo el famoso número también es utilizado por Rockefeller.
En 1770 Mayer redacta un proyecto para la creación de los illuminati, y le encarga a Adam Weishaut el desarrollo del mismo. Adam era un cripto-judío askenazi, exteriormente de fe católica romana (es la adhesión confidencial al judaísmo mientras se declara públicamente ser de otra fe), El gran historiador Alberto Barcena, en su libro “Iglesia y Masonería”, dice lo siguiente sobre este personaje: “El fundador de los Illuminatis de Baviera (Adam Weishaut) era profesor de Derecho Canónico –lo que se ha utilizado recientemente para limpiar su imagen diabólica, como si el haber impartido esa disciplina le hiciera incuestionable– de la Universidad de Ingolstadt. En 1780, los illuminati pretendieron sin éxito unificar a toda la masonería europea bajo su dirección. Cuatro años más tarde se dispersaron por la Alemania protestante, una rama con apoyo masónico, pasó a Francia y otra llegó hasta América, donde junto a fuertes rechazos, encontró el apoyo de Thomas Jefferson, que en 1800 llegó a calificar a Weishaupt de “entusiasta filántropo” (como Bill Gates). En 1785 se constituyó en Nueva York la Logia Colombia de la Orden de los Illuminati, de la que procede la Gran Logia Rockefeller, que perpetúa el designio de su fundador: un mundialismo en el sentido que Weishaupt propugnaba”.
A estas alturas, algunos habrán empezado a entender lo que ocurre actualmente a nivel mundial. Pero a modo de paréntesis, hablaremos un poco de Rokefeller y terminaremos este artículo explicando de manera rápida cómo era el plan de la Orden Illuminati. Continúa Barcena diciendo: “La gran Logia Rockefeller, apoyo fundamental de las organizaciones pantalla de la Masonería (CFR, LA TRILATERAL, BILDERBERG, etcétera), es “una orden secreta del iluminismo”, de signo luciferino, con sede central en Nueva York; muy cerca del Rockefeller Center, con la figura del mítico Prometeo en el suelo en actitud de rebeldía un tanto orgiástico contra Zeus (Prometeo, es la representación mitológica de Lucifer), el dios supremo del panteón griego, y símbolo de la irreligiosidad en cualquier época. En lo alto del rascacielos Tishman, de 116 metros de altura, figuraba el 666 de brillante color rojo de día, iluminado de noche. Este número fue retirado en 1992, pero el edificio es ahora el “666 Quinta Avenida. Su rito pretende otorgar una luz superior a la masónica”. La de Lucifer, huelga decirlo.
Pero si este es diferente de Satanás, como la Masonería pretende, cabe preguntarse qué pintaba el número de la Bestia en ese rascacielos. Y también el por qué dicha Gran Logia solo admite a masones que hayan alcanzado los grados superiores en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado; es decir a los que han adorado a Baphomet. Aparte de exigirles una relevancia especial en el mundo de la política”.
¿Por qué se exigen estas condiciones para pertenecer a la logia de Rockefeller? Muy sencillo: porque allí se rinden honores a “El Baphomet, dios andrógino” (Lucifer), y además, los aspirantes al grado 29 del Rito Escocés, tienen que pisar la cruz.
Volvemos pues, para terminar, con Adam Weishaupt. Como ya dijimos, en 1776, funda la orden Illuminati, y muy pronto se introducen en la Orden Continental de los masones con esta doctrina y se establece la Logia del Gran Oriente. Todo esto fue hecho bajo las órdenes y las finanzas de Meyer Amschel Rothschild. El proyecto de dominación mundial que promovían, contaba con unos pasos muy concretos:
– Reclutar a 2000 seguidores (pagados); los mejores en el campo de las artes, las letras, la educación, la ciencia, las finanzas y la industria.
– Planificar un sistema de sobornos (también sexuales), para obtener el control de las personalidades de más alto nivel, sobre todo en la política, para obligarlos a implementar leyes que interesaran a la secta. Al Presidente Thomas Woodrow Wilson lo manejaron perfectamente con esta táctica sexual.
– Vincularse en colegios y universidades, para relacionarse con estudiantes poseedores de una capacidad mental excepcional y recomendar su formación especial en relaciones internacionales. Esta formación se llevará a cabo por parte de los Illuminati en forma de becas. Cosa muy extendida al día de hoy en Estados Unidos.
– Todas las personas atrapadas bajo el control de los Illuminati, más los estudiantes que hubiesen sido entrenados y educados, se utilizarán como agentes en todos los gobiernos, ubicándolos como especialistas detrás de la escena.
– Obtener el absoluto control de la prensa, con la intención de inducir a las masas a creer que un gobierno mundial, es la única solución a los muchos problemas de la humanidad (muchos creados por ellos). Eso fue en aquella época que solo existía prensa escrita y literatura, en nuestros tiempos como sabemos todos, controlan todos los medios de comunicación excepto algunas excepciones.
Como podemos observar tenían un plan perfectamente trazado. A día de hoy, vemos claramente que “de aquellos polvos, estos lodos”. Pero estas pautas fueron unos primeros apuntes que con el tiempo fueron perfeccionando. Más tarde fueron afinando más sus operaciones y se les filtró algún documento más sobre sus planes. Uno de ellos es “Los Protocolos de los Sabios de Sión”, documento que han intentado desmentir y ridiculizar a lo largo de la historia y han empleado muchos recursos en hacerlo parecer un cuento de «conspiranoicos», pero mucha gente de prestigio los estudió, llegando a la conclusión de que son verdaderos. Uno de ellos es nuestro gran filósofo y escritor Don Gil de la Pisa, que menciona este asunto en el anteriormente citado libro “La Piedra Roseta de la Ciencia Política”.
Es de admirar la gran capacidad que tienen para hacer el mal, y la inteligencia con que lo llevan a cabo: “hacen el mal muy bien”. Pero como decíamos en el anterior capítulo “estas pautas fueron unos primeros apuntes que con el tiempo fueron perfeccionando”. En todos los congresos que han tenido desde entonces hasta nuestros días, han seguido perfeccionando esa hoja de ruta, aunque no tenemos copia de las decisiones que toman en cada uno de ellos. Tan solo tenemos un ejemplar que alguien les robó (supuestamente) tras el primer Congreso Sionista en el año 1897 y que llevan desde entonces intentando hacer ver que son una falsedad. Son los llamados “Protocolos de los Sabios de Sion”.
Los Protocolos son una especie de agenda, donde pusieron por escrito sus intenciones de control global y la manera pormenorizada de llevarlo a cabo. Antes de entrar de lleno a los Protocolos, daremos un poco de contexto a esta historia. La “colonización” del Estado de Palestina por el pueblo judío no fue una iniciativa de personas individuales y religiosas que quisieron volver a su tierra ancestral (algo que de ser así, no hubiese sido posible porque fue necesario mucho dinero, muchos recursos políticos e incluso guerras para conseguirlo). A partir de 1882, Edmond James de Rothschild empezó a comprar tierras en la Palestina otomana con el objetivo a largo plazo de crear un país de propiedad Rothschild. Recordamos que el Sionismo es el movimiento político que abogaba originalmente por el restablecimiento de un estado judío y que actualmente persigue el desarrollo y protección del estado independiente llamado “Israel”. El sionismo surgió a finales del siglo XIX, pero esa inquietud por el retorno no partió de los judíos semíticos o de linaje, es una iniciativa de judíos askenazi –o judíos de adopción–.
En 1897 los Rothschild organizan el primer Congreso Sionista. Este primer Congreso se tendría que haber celebrado en Múnich, pero debido a la oposición de los judíos locales (que estaban bien establecidos y no quisieron que se les relacionara con esta organización) tuvo que ser trasladado a Basilea (Suiza). Dicha reunión fue presidida por un personaje llamado Theodor Herzl, judío “asimilado” –aquellos que aun siendo judíos según las leyes religiosas, han abandonado todas sus señas de identidad: ni religión, ni idioma, ni cultura, ni empatía grupal–.
Los judíos que se habían instalado en Palestina empezaron a darse cuenta de que no había ningún altruismo patriótico ni religioso tras la intención de los Rothschild de crear un Estado judío, y es en 1901 cuando los colonos judíos que ya estaban establecidos envían una delegación para solicitarle a Edmond James de Rothschild lo siguiente: “Si quiere que se mantenga el Yishub (judíos que comenzaron a asentarse en el territorio desde 1882 hasta el establecimiento del Estado de Israel en 1948), en primer lugar, saque sus manos de allí y permita a los colonos corregir por sí mismos lo que sea necesario corregir”.
A lo que Edmond James de Rothschild contestó: “Yo creé el Yishub, solo yo. Por lo tanto, ningún hombre, ni colonos, ni las organizaciones, tienen derecho a interferir en mis planes”.
Tras la Primera Guerra Mundial, Mosul, Palestina y Transjordania, pasaron a manos británicas, algo que podemos conectar con un episodio bastante curioso que ocurrió en 1916. En ese año, Alemania estaba ganando la guerra y ofreció el armisticio (acuerdo que firman dos o más países en guerra cuando deciden dejar de combatir durante cierto tiempo con el fin de discutir una posible paz) a Gran Bretaña sin exigir reparaciones de guerra, cosa que los británicos estaban considerando, pero es entonces cuando los Rothschild entran en acción y, a través de un agente suyo, Louis Brandeis (miembro activo del movimiento sionista), envían una delegación sionista desde Estados Unidos a Inglaterra con la promesa de involucrar a los americanos en la guerra en apoyo de los británicos si estos se comprometían a darles la tierra de Palestina a los Rothschild.
Si unimos este detalle al hecho de que Edmond James de Rothschild empezó en 1882 comprando tierras en esa zona y sumamos el ofrecimiento de paz de los alemanes a los ingleses… podríamos plantearnos como hipótesis que, sin la interferencia de los Rothschild, la Primera Guerra Mundial podía haberse evitado. Los “Protocolos de los Sabios de Sión” vienen a desvelarnos un plan para conquistar el dominio mundial a través de todo tipo de acciones. Y sirva como ejemplo el anteriormente expuesto de cómo se hicieron con el territorio de Palestina, a costa de una guerra.
Los Protocolos son un plan a muy largo plazo; son como las grandes catedrales, que quien empezaba la obra sabía perfectamente que no la vería terminada (véase el caso de la Sagrada Familia en Barcelona, que a día de hoy no está concluida su construcción). Son una descripción estratégica a largo plazo, con tácticas a corto, de cómo ir haciéndose con todas las riendas del poder del mundo por parte de una élite muy pequeña para conseguir un gobierno mundial, pasando primero por una demolición de las estructuras nacionales. En ellos se ve detalladamente cómo van a manejar el mundo cuando sus objetivos sean conquistados (cómo manejar la política, cómo manejar la moneda, cómo manejar la obra pública, cómo manejar el trabajo, etcétera), pero antes de llegar a ese punto, tienen que devastar y desarticular todo. Tirar el antiguo edificio para construir el nuevo. Muchas guerras han sido llevadas a cabo (guerras que no se hubiesen producido sin el apoyo de estos personajes) para cumplir con esta hoja de ruta.
La redacción de este documento encaja perfectamente con lo que es el acta de reunión de una logia. Son las actas de varias sesiones de esas reuniones, y de lo tratado en cada una de ellas. En total son 24 actas. Desde su publicación en 1905, han sido perseguidas como falsas y mucha gente ha sido amenazada o denunciada por publicarlas. No cuestionaremos en este artículo la falsedad o no de dicho documento, pero lo primero que sorprende es que se están cumpliendo al pie de la letra. La hipótesis más plausible es que estas actas fueron robadas tras el primer Congreso Sionista celebrado en Basilea en 1897, y que se le sustrajeron al Presidente de este Congreso, Theodor Herzl, en su hotel.
Saltan a la fama mundial cuando se publicó una obra que se llamó “El anticristo como posibilidad inmediata de gobierno”, de la autoría de un monje ruso llamado Sergei Nilus, donde se habla de ellos en el capítulo 12. Nilus ganó fama propagando que los Protocolos eran las minutas de una reunión de líderes judíos en el primer Congreso Sionista de Basilea (como ya mencionamos antes). El 26 de junio de 1933 la Liga Israelita Suiza y la comunidad israelita de Berna denuncian ante el Tribunal cantonal de Berna dicho documento, pidiendo que fuera considerado literatura subversiva y prohibida. Como consecuencia de la denuncia, cinco suizos fueron procesados por haber distribuido el folleto. Entre ellos el músico Silvio Schnell y el arquitecto Teodoro Fisher. Exigieron al Tribunal que hiciera un peritaje sobre la falsedad de los Protocolos. El teniente coronel retirado Ulrich Fleischhauer, director del “Welt-Dienst” (Servicio Mundial) de Erfurt, a petición de los acusados, es citado como experto el 6 de noviembre de 1934. El 15 de enero de 1935 Fleischhauer demostró que los sionistas y sus testigos, no tenían una sola prueba válida de la falsificación de los Protocolos y que todas las circunstancias estaban a favor de la autenticidad del documento. El 1 de noviembre de 1937, se dictó sentencia, y los acusados fueron absueltos. No se pudo determinar la falsedad o no del documento.
Henry Ford, en una entrevista publicada en Nueva York, el 17 de febrero de 1921, dijo: “La única declaración que yo puedo hacer sobre los Protocolos es que encajan con lo que está pasando. Tienen dieciséis años y se han ajustado a la situación mundial de este tiempo“. Don Gil de La Pisa, en su libro “La Piedra Roseta de la Ciencia Política”, dice lo siguiente: “Ford no se ocultó, para decir que la realidad vivida encajaba perfectamente con el texto de los Protocolos. La opinión de un hombre de tal prestigio y talla, difundida por un periódico que por entonces, ya tenía setecientos mil lectores, había que callarla. En 1927, el Sionismo había conseguido ya eliminar un periódico tan molesto. Pero no se conformaron con esto, fueron directamente a por el magnate Henry Ford y le pusieron ante el dilema: o rectificas o hundimos tu empresa de automóviles y todas las demás. Y pusieron manos a la obra, de modo que el gran promotor de los vehículos de motor, ¡el gran Henry Ford!, tuvo que claudicar y publicar una carta donde reconocía sus errores, se arrepentía de haber sido engañado, y elogiaba la maravilla que para el mundo ha sido la sabiduría judía en todos los campos. Y las empresas de Henry Ford, a partir de ese momento, recuperaron su vitalidad y fue invitado a montar una fábrica de automóviles “en el paraíso de las libertades”. En la URSS del criminal Lenin y sus cachorros, en el nuevo país surgido tras la Revolución de Octubre, que había sido financiada por los banqueros judíos (askenazís) norteamericanos. Muy especialmente por Jacob Schiff, que donó, al menos veinte millones de dólares de la época, para financiar la revolución”.
El asunto de la financiación sionista para llevar a cabo la Revolución Rusa será motivo de nuestro siguiente artículo. Se ha discutido mucho la autenticidad de los Protocolos, pero cualquiera que los lea y sepa algo de su historia, no podrá menos de admirarse de la realización del plan ideado por estos “sabios de Sión”. Del empeño que ha hecho el Sionismo por sepultar en el olvido los Protocolos, primero: quemando una edición entera en Rusia, después: mintiendo sobre la existencia de un ejemplar en la Biblioteca de Londres (que sí existía), y haciendo grandes esfuerzos para que no se publicara en Estados Unidos una edición, a tal punto que no se consiguió que ningún diario de Nueva York publicara avisos para hacerle reclamo. Si los lectores quieren buscar más información, tengan en cuenta que en Google el 95% de la información que encontraran será a favor de la falsedad de estos. Han gastado muchos recursos a lo largo de la historia para negar su fiabilidad.
Terminamos ya este artículo, citando algunas personas célebres y reputadas que actual e históricamente y de manera rotunda afirman y afirmaban la autoridad y la autenticidad de estos Protocolos.
- Don Gil de la Pisa: Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Santo Tomás de Villanueva de La Habana (Cuba), con el número 1 de la promoción. Tras la llegada de Fidel Castro al poder, abandona Cuba en el verano de 1959. Llega a España, ocupando puestos de ejecutivo y gerente en empresas nacionales e internacionales. Entre sus libros, se encuentra “La Piedra Roseta de la Ciencia Política”, libro que íntegramente se dedica a afirmar la autenticidad de los “Protocolos de los Sabios de Sión”.
- Ernest Jouin (1844-1932), sacerdote católico francés, periodista y escritor. Publicó la primera edición francesa de “Los Protocolos de los Sabios de Sión”. Fundó la Revue Internationale des Sociétés Secrètes en 1912.
- José María Caro Rodríguez (Los Valles, Pichilemu, 23 de junio de 1866-Santiago, 4 de diciembre de 1958), sacerdote chileno. Fue el octavo arzobispo de Santiago de Chile y el primer prelado chileno en ser ordenado cardenal. En su libro “Descorriendo el velo” cita a los Protocolos.
Hemos visto cómo la masonería –en sus comienzos– nació católica, y cómo poco a poco se fue introduciendo la cizaña dentro de ella. Se le atribuye a San Jerónimo la célebre frase que reza “Corruptio optimi pessima” (la corrupción de lo mejor es la peor). A más de una institución le ha ocurrido esto a lo largo de la historia, no solo a la masonería, pero es ésta la que casi siempre ronda y opera estos cambios en todas las instituciones que se corrompen –o las hace nacer ya corruptas–. En el último artículo dijimos que hablaríamos de cómo ciertas élites masónicas tuvieron mucho que ver con la Revolución Comunista Rusa.
Damos un salto considerable en la trayectoria de la historia que estamos contando sobre el origen de la orden illuminati y su infiltración en la masonería. Lo hacemos para dejar clara constancia de cómo operan y cómo han influido en multitud de cambios históricos y guerras desde su fundación. En este artículo hablaremos del apoyo que ciertas elites capitalistas prestaron a los máximos dirigentes de dicha Revolución. En posteriores artículos, retomaremos de nuevo el orden cronológico de esta historia illuminati-masónica.
Cuando se escarba en los hechos históricos nos puede sorprender, a modo de rompecabezas, el encaje que tienen las distintas piezas, piezas que pueden parecer no encajar unas con otras, pero cuando se da con la clave todo cobra sentido. Atando cabos históricos, podemos llegar a la conclusión de que la Masonería apadrino el Comunismo, y no solo eso, sino que muy posiblemente lo inspirara. Mariano Tirado Rojas, militar de carrera, a fines de 1873 o principios de 1874 ingresó en la logia masónica Alianza 5ª, de Santander. Fue destinado a Cuba y perteneció también a la masonería de la isla. Alrededor del año 1882 se convertiría al catolicismo y comenzaría a escribir contra la masonería. Tirado Rojas describe lo que se enseña en el ritual de grado 33. Dice lo siguiente:
“Los tres infames asesinos de nuestro Gran Maestro son: la Ley, la Propiedad y la Religión".
La Ley, porque no está en armonía perfecta con los derechos del hombre aislado y los deberes del hombre que vive en sociedad. Derechos que todos adquieren en toda su integridad, deberes que no son más que la consecuencia inmediata de la facultad natural que cada uno de nosotros debería tener de gozar de todos sus derechos sin que nadie pueda impedirlo.
La Propiedad, porque la tierra no es de nadie (recordamos aquí cuando Zapatero decía, que la tierra es del viento), y sus productos pertenecen a todos, en la medida, para cada uno, de las verdaderas necesidades de su bienestar.
La Religión, porque las religiones no son más que las filosofías de hombres de talento que los pueblos han adoptado bajo condición expresa de que vengan a constituir un aumento de bienestar para ellos.
Ni la Ley, ni la Propiedad, ni la Religión, pueden, pues, imponerse al hombre; y como le aniquilan privándole de sus más preciosos derechos, son asesinos, contra quienes hemos jurado ejercer la más ruidosa venganza, enemigos a quienes hemos jurado una guerra a todo trance y sin cuartel.
De estos tres infames enemigos, la Religión deberá ser el objeto constante de nuestros mortales ataques, porque un pueblo jamás ha sobrevivido a su religión, y matando a la Religión, tendremos a nuestra disposición la Ley y la Propiedad, y podremos regenerar la sociedad estableciendo, sobre los cadáveres de aquellos asesinos, la Religión, la Ley y la Propiedad masónica”.
Tremendo relato. Es decir: que hay que eliminar la Ley, la Propiedad y la Religión para instaurar «su» Ley, «su» Propiedad y «su» Religión. Este rito es anterior a las teorías de Marx, con lo cual podemos ver dónde se inspiró para desarrollar su pensamiento. Pero no es solo ésta la pieza principal del rompecabezas que nos ayudará a ver la implicación masónica con la instauración del comunismo en Rusia.
Desde 1798, los Warburg (masones descendientes de una familia de banqueros de Hamburgo) comenzaron a regentar una casa de cambio y préstamos llamada M.M. Warburg & Co., y fueron los que más tarde financiaron a Lenin y Trotsky (masón este último) en su regreso a Rusia desde sus respectivos exilios para que pusieran en marcha la Revolución Comunista.
Los Warburg vivían repartidos entre Alemania y Estados Unidos. Desde Alemania financiaron a Lenin y desde Estados Unidos financiaron a Troski (ya que Lenin se encontraba exiliado en Suiza y Trotsky en Estados Unidos). Lenin salió en un tren con un buen cargamento de oro y Trosky con veinte millones de dólares (en ambos casos financiados por estos banqueros). En el caso Americano, no solo ayudaron a Trosky a llegar a Rusia, sino que Trosky salió acompañado junto con 200 comunistas más. En el caso alemán se entiende el apoyo prestado a Lenin (porque si Lenin se hacía con el poder en Rusia había prometido no atacar Alemania), pero en el caso americano no tenía explicación, ya que al no tener los alemanes que emplearse en el frente oriental contra los rusos, tenían las manos libres para matar más americanos.
Trotsky embarca en Nueva York con tan pintoresca comitiva, y al llegar a Halifax (Canadá) es detenido por las autoridades. Y aquí viene lo más sorprendente: pide ayuda a los Estados Unidos, y tras la gestión del ayudante del presidente Woodrow Wilson salieron de allí todos, y además con pasaporte.
Este ayudante o asistente era un tal Mendel Haus, del cual se decía que era algo más que el asistente del presidente, le llamaban “el Presidente en la sombra”. Haus no solo era masón, sino que pertenecía a una obediencia iluminista, es decir, luciferina por definición, llamada “Máster of wisdom” (Maestros de la Sabiduría). Si acudimos a Wikipedia, veremos muy blanqueada la figura de este personaje: aparece como un promotor de la paz durante la Primera Guerra Mundial.
Pero… ¿Por qué el Presidente Wilson se prestó a este juego masónico? El 4 de marzo de 1913 Mr. Woodrow Wilson fue elegido como el Presidente número 28 de los Estados Unidos de América. Este presidente fue profesor de la Universidad de Princeton, y mientras estuvo en dicha universidad tuvo una relación con la esposa de un profesor becario. Poco después de acceder a la Casa Blanca recibió la visita de Samuel Utermyer (abogado, líder civil y millonario judío-americano cuyo padre fue teniente en el Ejército Confederado y murió poco después del final de la Guerra de Secesión), que venía en nombre de un importante bufete de abogados, en relación con un chantaje por la suma de 40.000 dólares por silenciar la antes mencionada relación que mantuvo el presidente en Princeton.
El presidente Wilson no tenía esa suma para pagar el silencio de la mujer con la que tuvo la aventura, pero Utermyer se ofreció a pagarla de su bolsillo si a cambio el presidente, en la primera vacante que surgiera para la Corte Suprema, se comprometía a nombrar un candidato recomendado por él. A partir de este momento el presidente Wilson, quedó en manos de la élite, y algunas de las cosas que haría posteriormente no fueron en beneficio del pueblo estadounidense (como fueron entrar en 1917 en la Primera Guerra Mundial y el poner en manos de las élites sionistas el control de la Reserva Federal, cosa esta última que lamentó el propio Wilson de manera pública antes de su muerte).
Ante tan inaudito hecho, el congresista Charles Lindbergh (el famoso aviador), afirmó: “La ley establece el más gigantesco acto de confianza en la tierra. Cuando el Presidente firme ese proyecto de ley, el gobierno invisible del poder monetario será legalizado… El crimen más grande de todos los tiempos es perpetrado por el presente proyecto de ley de banca y moneda”.
La historia que conocemos está muy manipulada. Para comprender lo que ocurre en el mundo actualmente, se necesita conocer lo que de verdad ocurrió en el pasado. La Leyenda Negra es más negra de lo que parece y no afecta solamente al tema de las colonias españolas en América. Hay que hacer una revisión histórica en toda regla para comprender lo que nos acontece actualmente…
Anteriormente pasamos directamente a relatar la influencia de la masonería illuminati en la Revolución Rusa, sin haber tratado el tema de la influencia que tuvieron también en la Revolución Francesa. En esta ocasión nos ocuparemos de esta última. Dimos ese salto histórico para constatar el célebre pasaje evangélico que dice: “Por sus obras los conoceréis”.
Interesaba ver que el comunismo fue de inspiración masónica, y eso quedó claro en el artículo anterior con la revelación que nos proporcionó Mariano Tirado Rojas del rito de grado 33, la cual pasamos a recordar muy resumidamente: “Los tres infames asesinos de nuestro Gran Maestro son: la Ley, la Propiedad y la Religión. De estos tres infames enemigos; la Religión deberá ser el objeto constante de nuestros mortales ataques, porque un pueblo jamás ha sobrevivido a su religión, y matando a la Religión, tendremos a nuestra disposición la Ley y la Propiedad. Y podremos regenerar la sociedad estableciendo, sobre los cadáveres de aquellos asesinos, la Religión, la Ley y la Propiedad masónica”.
Como vemos, el odio a la religión (la de los demás, no la suya), es la brújula que nos pone sobre la pista de quién está tras multitud de guerras. En el caso de la Revolución Francesa, es claro y manifiesto el genocidio de católicos que se llevó a cabo. En La Vendée tuvo lugar un exterminio de católicos sin ningún otro motivo excepto el no someterse a eliminar la práctica de la Fe. Este proceder se ve calcado en todas las revoluciones tras las que se esconde siempre la masonería (Guerras Cristeras, la II República Española, Guerras Carlistas, etcétera). Un episodio muy curioso es el que aconteció en España tras la muerte de Fernando VII, en el que nos vamos a parar por ser muy relevante y dejar muy claro al servicio de quién está la masonería-illuminati.
Tras la muerte de Fernando VII en 1833. Nos encontramos con que tenemos, por un lado, a la futura reina Isabel II con tres años de edad (y la regencia en manos de su madre, María Cristina); y, por otro lado, tenemos a Carlos María Isidro (defensor del tradicionalismo cristiano y antimasón), en pugna por el trono con la regenta, caso que da lugar a la Primera Guerra Carlista.
El trasfondo de esta guerra no es político, es religioso. Al pueblo le daba igual un rey que otro; lo que no daba igual a gran parte de la población era tener que romper con la tradición y la práctica católica. Al año escaso de la muerte de Fernando VII se desata una persecución religiosa en España, promovida desde las logias masónicas (cosa que reconoció el jefe del gobierno en ese momento en su lecho de muerte, Martínez de la Rosa); estas ejercían gran influencia sobre la regente. Todas las órdenes masculinas fueron exclaustradas (esto quiere decir que, de la noche a la mañana, todos los religiosos españoles fueron expulsados a la calle con lo puesto), y ello significó que más de 30.000 religiosos se encontraron vagando por las calles.
En Madrid mataron a 100 frailes en una noche, muchos despedazados en plena calle, cosa que más tarde se extendería a otras ciudades españolas, permaneciendo el gobierno totalmente pasivo. Algo que también ocurriría al inicio de la II República.
Bueno, pues los esbirros que llevaron a cabo esta masacre, mientras mataban frailes, recitaban el siguiente verso “¡Muera Cristo, viva Luzbel!, ¡Muera Carlos viva Isabel!”. Y esto lo refiere Benito Pérez Galdós en los Episodios Nacionales. La pregunta que habría que hacerse es: ¿Por qué estos bárbaros tenían tanto aprecio a Luzbel? Pero empecemos a ver cómo se originó la Revolución Francesa.
Ya mencionamos en artículos anteriores que Johann Adam Weishaupt, alemán que trabajó como profesor eclesiástico de derecho canónico en la Universidad de Ingolstadt (Alemania), cripto-judío (adepto al judaísmo, pero de manera secreta), askenazi (converso al judaísmo) y cofundador de los illuminati de Baviera (masones), junto a Mayer Amschel Rothschild, tuvo mucho que ver con la Revolución Francesa. Esta orden de los illuminati nació con la intención de generar conflictos entre los diversos estados para acabar con la religión católica y crear un nuevo orden mundial.
En 1784 los illuminati decidieron algo que cambió por completo el mundo. Adam Weishaupt emitió la orden para que se empezara con los trámites que dieran comienzo a la Revolución Francesa. Esto se hizo en forma de libro y tendría que llevar la firma de Maximiliano Robespierre, aunque el libro fue escrito por uno de los compañeros de Weishaupt (Xavier Zwack). Esto se conoce porque el mensajero que llevaba el libro desde Fráncfort a París, fue alcanzado por un rayo. El libro, que detallaba este plan, fue descubierto por las autoridades bávaras. Como consecuencia, el gobierno de Baviera ordenó a la policía atacar a las logias masónicas de Weishaupt del Gran Oriente, convencidos de que el libro descubierto era una amenaza real. El gobierno bávaro declaró fuera de la ley a los illuminati y ordenó cerrar todas las logias del Gran Oriente. Luego envió ese documento a todos los jefes de estado y de la Iglesia en toda Europa, pero esa advertencia fue ignorada. Al final, el plan terminó llevándose a cabo, ya que cinco años más tarde estalló en Francia la Revolución.
La Revolución Francesa fue algo planificado por la masonería, y, como en otras tantas revoluciones o guerras, el conflicto no se encarniza por el cambio de régimen: lo hace por los asesinatos de odio que llevan aparejados y por las prohibiciones de practicar la Fe. Lo mismo que ocurrió con las guerras cristeras o con las guerras carlistas, pues la gente sencilla no se para a pensar si está en una Monarquía o en una República, el problema viene cuando son obligados a renunciar a sus creencias. Pero la mayor crueldad de todas, y con diferencia, se dio en la zona de La Vendée, zona rural del oeste francés y de profundas raíces católicas. En esta ocasión no solo fue una persecución sembrada de asesinatos y quemas de iglesias. En esta ocasión se trató del mayor genocidio religioso cometido en los últimos tiempos.
Los sacerdotes que no “comulgaban” con el Estado fueron masacrados, se prohibieron las misas y se persiguió cualquier tipo de práctica religiosa. El grito de guerra de los Vandeanos lo dice todo: “Devolvednos a nuestros buenos curas”, porque a los pocos que quedaron se les llamaban “los juramentados” (eran afines al gobierno) y se les tachaba de herejes. Ante esta perspectiva, el pueblo toma las armas y la respuesta gubernamental fue masacrar esa región y acabar con todos: hombres, mujeres y niños. Los métodos de eliminación fueron terribles, desde cocer a las mujeres vivas con sus hijos en hornos de leña (esto puede parecer un cuento, pero no lo es, recomendaría leer el libro de Alberto Bárcena “La guerra de La Vendée”), a llenar barcas de gente atada para luego hundirlas en el río. Peinaron todo el territorio matando a toda persona que se encontraban. La Revolución Francesa no fue fiel al lema de “Libertad, Igualdad y Fraternidad” que predicaba; su lema, más bien, fue “Guillotina, Destrucción y Crimen”.
Prueba de que los fieles hubiesen aceptado el nuevo régimen si su práctica religiosa no hubiese sido reprimida por completo, es el testimonio de uno de los principales jefes vandeanos (cita de Alberto Bárcena en su libro), el marqués d´Elbée, que declaró ante el tribunal que lo condenó a muerte lo siguiente: “Juro por mi honor que, aunque deseé un gobierno monárquico, no tenía ningún proyecto particular y hubiese vivido como un pacífico ciudadano bajo cualquier gobierno que hubiese asegurado mi tranquilidad y el libre ejercicio de la religión que profeso”.
Y como prueba irrefutable del genocidio llevado a cabo, citamos la orden dada por el general Grignon, a sus soldados: “Camaradas, entramos en el país insurrecto. Os doy la orden de entregar a las llamas todo lo que sea susceptible de ser quemado y pasar al filo de la bayoneta todo habitante que encontréis a vuestro paso. Sé que puede haber patriotas en este país; es igual, debemos sacrificarlo todo”.
Destaca el testimonio de un tal Gannet (oficial de policía), informando de la actuación del general Amey (que mandaba una división con sede en Montagne): “Amey hace encender los hornos y cuando están bien calientes, mete en ellos a las mujeres y los niños. Los gritos de esos miserables han divertido tanto a los soldados que han querido continuar esos placeres. Faltando las hembras de los realistas, se han dirigido a las esposas de verdaderos patriotas. Ya veintitrés, que sepamos, han sufrido este horrible suplicio y no eran culpables más que de adorar a la nación”.
A la hora de relatar hechos históricos, somos conscientes de que podemos equivocarnos en algún dato o hacer una mala interpretación. Eso es algo inevitable. Pero es innegable que en la virulencia y la maldad de ciertas guerras, además de un componente humano, hay algo más: ensañamiento, odio, brutalidad inhumana y diabólica, y sobre todo aversión por la Iglesia. Existen muchos acontecimientos históricos de esta índole en la historia, y todos los que ha analizado hasta la fecha el que escribe, tienen el sello illuminati en alguna parte.
“Por sus frutos los conoceréis”.
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