LA DICTADURA
INFINITA
LA EVOLUCIÓN AUTORITARIA DE UN OCCIDENTE COBARDE Y CANSADO DE SÍ MISMO
¿Qué equivocado estábamos los optimistas?
«Para aquellos que vivimos en su día la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, la situación actual nos plantea un enigma sorprendente: ¿cómo es posible que el mundo occidental, que había salido victorioso de la Guerra Fría, haya terminado perdiendo la partida ante las fuerzas antidemocráticas, tanto internas como externas? ¿Cómo es posible que la propia democracia liberal esté dando cada vez más muestras de colapso en Occidente, mientras en el resto del planeta resurgen con fuerza los totalitarismos que creíamos derrotados?
En las páginas que siguen, echaremos la vista atrás para tratar de ver qué hicieron otros pueblos, otras sociedades, enfrentados a los problemas que atenazan hoy en día a la civilización occidental. Y veremos que, para nuestra desgracia, Occidente está volviendo a cometer los mismos errores del pasado. Lo que quiere decir que, quizá, no podamos evitar los desastres que ya demostraron en su día ser consecuencia de esos errores».
«La emergencia climática es una excusa para lo que en el fondo es un proyecto para ir acabando con la democracia».
«Estamos asistiendo a la consolidación de regímenes de carácter netamente asesino y torturador, como el régimen venezolano, sin que a nadie le importe, sin que Europa mueva un dedo, al revés».
«Occidente ha tirado la toalla, ya no quiere exportar democracia, al contrario, está evolucionando cada vez más, también él, hacia el autoritarismo siguiendo el modelo chino».
Luis del Pino
Prólogo
Cuando uno empieza la escritura de un libro en el que trata de adivinar cómo evolucionarán las cosas, supone que el futuro puede terminar dándole la razón. Lo que ya es más difícil de prever es que el futuro acabe corroborando sus tesis antes incluso de finalizar el libro: comencé a escribir estas reflexiones tras la toma de Kabul y las termino de rematar mientras las bombas rusas caen sobre Kiev. Para aquellos que vivimos en su día la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, la situación actual nos plantea un enigma sorprendente: ¿cómo es posible que el mundo occidental, que había salido victorioso de la Guerra Fría, haya terminado perdiendo la partida ante las fuerzas antidemocráticas, tanto internas como externas? ¿Cómo es posible que la propia democracia liberal esté dando cada vez más muestras de colapso en Occidente, mientras en el resto del planeta resurgen con fuerza los totalitarismos que creíamos derrotados? Ese es el enigma que pretendía abordar en este libro. Un libro que empecé a escribir con un ánimo pesimista y que termino de cerrar con una sensación más pesimista aún.
Les invito a acompañarme en un pequeño viaje por la historia, en el que podrán comprobar que no hay nada nuevo bajo el sol, que no estamos viviendo nada que otros seres humanos no hayan vivido anteriormente, que no estamos afrontando ningún problema que no hayan afrontado ya las generaciones pasadas. Las sociedades humanas son enormemente diversas, es verdad. Pero lo que no lo es tanto es la naturaleza humana: seguimos siendo iguales, en lo fundamental, a quienes vivieron en otros tiempos y en otras latitudes. Las mismas ambiciones, las mismas miserias, las mismas luchas por el poder y el dinero, las mismas pulsiones destructivas… Por mucho que nos guste pensar lo contrario, las palabras de Mitrídates, recogidas por el historiador romano Salustio hace veinte siglos, están hoy más vigentes que nunca: «No es verdad que los hombres y los pueblos anhelen libertad; la mayoría se conforma con tener un amo benévolo». Pero los amos benévolos son la excepción, no la norma.
Hoy, como ayer, quien tiene dinero desea poder. Quien tiene poder, anhela el dinero. Y quien tiene las dos cosas, se complace en demostrar que su voluntad está por encima de las leyes y de los demás seres humanos. Nada ha cambiado, a ese respecto, desde que los sumerios construyeron la primera civilización de la historia, hace 5.500 años. Los seres humanos, tanto amos como esclavos, siguen siendo iguales a sí mismos. Nuestras alegrías y nuestras tristezas, nuestras preocupaciones y nuestros desahogos son iguales hoy que en la Roma republicana o en la China de la dinastía Zhou. No es extraño, por tanto, que las distintas civilizaciones y épocas presenten a veces extraordinarias similitudes, a pesar de contar con evidentes diferencias. En las páginas que siguen, echaremos la vista atrás para tratar de ver qué hicieron otros pueblos, otras sociedades, enfrentados a los problemas que atenazan hoy en día a la civilización occidental.
Y veremos que, para nuestra desgracia, Occidente está volviendo a cometer los mismos errores del pasado. Lo que quiere decir que, quizá, no podamos evitar los desastres que ya demostraron en su día ser consecuencia de dichos errores. Me gustaría decir lo contrario, pero estoy convencido de que la democracia en Occidente está condenada a desaparecer en un plazo de tiempo no muy largo. Y lo está porque, como veremos, sus propias élites experimentan hoy la misma evolución autoritaria que hace dos mil años condujera al colapso de la República romana. Y porque Occidente carece ya de las ganas y de la fuerza para imponerse a los totalitarismos resurgentes. Unas élites que no creen de verdad en la democracia, que la contemplan más como un obstáculo que como un marco deseable de juego, ya no pueden ver en los totalitarismos externos a Occidente ninguna amenaza, sino un modelo a imitar.
Creo que la historia no está escrita, por supuesto. Creo en el libre albedrío. Y creo también que cada ser humano tiene una influencia en la marcha de los acontecimientos mucho mayor de lo que él mismo se imagina. Pero también creo que los esfuerzos individuales no necesariamente tienen éxito cuando la corriente social empuja en una dirección diferente. Como afirma una frase comúnmente atribuida a Victor Hugo, pero que en realidad es de Gustave Aimard: «Nada hay más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo».
Pero, a la inversa, nada puede resistirse a esa idea a la que le ha llegado su tiempo, ni siquiera la voluntad individual, y cuando esa idea nos empuja al precipicio, cuando el espíritu de los tiempos es el de la autodestrucción, pienso que quizá no podamos hacer nada quienes intentamos frenar la carrera hacia el abismo. Cuando termine usted de leer el libro y vuelva su vista hacia Ucrania, y vea cómo Occidente ha repetido los errores del pasado, permitiendo a la Rusia de Putin invadir a su vecino, creo que compartirá mi pesimismo.
Sobre la estructura del libro Esto no es un libro de historia, sino de historias. Y por esa razón no tiene capítulos, sino pequeñas secciones enlazadas. Doce años de experiencia radiofónica me han enseñado que las ideas siempre se transmiten mejor por separado y con ejemplos. A veces, es incluso conveniente ni siquiera expresar esas ideas, sino limitarse a sugerirlas. Y dejar que el lector o el oyente lleguen a sus propias conclusiones. Pero no se trata de secciones independientes.
Esto no es un libro de artículos que uno pueda leer en el orden que prefiera. Cada una de las secciones carece de sentido sin antes haber leído las páginas precedentes.
A lo largo de ellas iremos presentando a diversos personajes, los más importantes de los cuales son dos historiadores geniales que se plantearon antes que nosotros la pregunta de si la historia se repite: Oswald Spengler y Arnold J. Toynbee. Los dos simbolizan la pugna entre el optimismo y el pesimismo históricos, entre quienes creen que el espíritu de los tiempos se termina imponiendo y quienes piensan que está en nuestra mano evitar los errores del pasado. Dejo a juicio del lector decidir quién tiene razón en esa pelea. Pero, al lado de esos dos personajes, irán desfilando por estas páginas muchos otros, algunos más importantes y otros menos, pero todos ellos con su papel, por pequeño que sea, en el teatro de los acontecimientos que iremos relatando.
Agradecimientos
Quiero terminar dando las gracias a algunas personas. En primer lugar, a Ymelda Navajo, directora de La Esfera de los Libros, por confiar de nuevo en mí a la hora de publicar un libro, y a mi editora, Mónica Liberman, por su ayuda en la confección del producto final. También quiero dar las gracias a mis compañeros y colaboradores de esRadio y Libertad Digital, de los que siempre estoy aprendiendo el oficio del periodismo. A mi familia tengo que agradecerle que otra vez me haya permitido robarles tiempo para mis asuntos. Siempre estáis ahí para hacer las cosas más fáciles. Especialmente tú, estupendísima suegra. Y a mi madre y hermanos quiero agradecerles que, en tiempos de tribulación, hayan demostrado que somos una piña. Por último, agradecer a los oyentes de mi programa "Sin complejos" y a mis seguidores en Twitter y Patreon que tengan la deferencia de seguir aguantándome después de tanto tiempo.
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