Hipnosis en tiempos de miedo
Michael D. O'Brien, autor canadiense mundialmente conocido por su saga protagonizada por el "Padre Elías", anima a los lectores de Misión a no dejarse hipnotizar por la situación actual ocasionada “por el pecado y por oscuras fuerzas espirituales”. Lo que toca al cristiano es recordar que su horizonte es Jesucristo que viene, que está cerca.
Es natural responder ante las situaciones amenazantes con la que se conoce como “reacción de lucha o huida”. Este instinto está inscrito en nuestro ser con el propósito de favorecer la supervivencia. Todos los seres vivos lo tenemos de un modo u otro. En cualquier caso, como hijos de la luz, y porque los seres humanos estamos creados a imagen y semejanza de Dios, estamos llamados por Él a algo más grande para responder en las situaciones críticas.
Las crisis que hoy proliferan –algunas genuinas, otras exageradas o tremendamente distorsionadas por los medios– han creado una especie de tormenta psicológica en muchos individuos y en la mayoría de naciones. La pandemia del coronavirus, la pérdida de libertades civiles y religiosas, la inestabilidad económica, grandes figuras mundiales maniobrando por un reinicio global, los escándalos y la confusión creciente dentro de la Iglesia, entre otros factores, han formado una “tormenta perfecta” .
Todo ello es, en parte, consecuencia del pecado diseminado por agentes humanos, y también causado por oscuras fuerzas espirituales, pero el resultado final es el de sumergirnos en una visión distorsionada de la realidad. Ya sea por querer huir de las amenazas o por vernos paralizados por ellas, nos encontramos ante una especie de hipnosis.
Sin descontar las medidas razonables que cualquiera debería adoptar en un mundo siempre peligroso (y sublimemente bello), nuestra condición interior siempre debería de ser la de Verdad y Amor: la verdad y el amor integrados como un todo unificado. Nuestra labor es mantener la paz interior a través de la oración constante, dejando que el Espíritu Santo nos forme más y más en el camino del abandono total a la Divina Providencia. Este tipo de abandono no supone nunca darse por vencido: no es ni pasividad, ni indiferencia, ni tampoco negación de la realidad. Es un santo desapego, incluso mientras seguimos realizando aquellas tareas que son propias de nuestra vocación y misión en la vida.
“Las crisis que hoy proliferan –genuinas o exageradas por los medios– han creado una especie de tormenta psicológica”
Aun así, se plantea la pregunta: ¿Qué es razonable en tiempos como estos? Las precauciones razonables durante la Peste Negra, o la Crisis del 29, o la Segunda Guerra Mundial fueron distintas en función de las características de cada situación, y según las circunstancias de cada uno (si tiene familia o es soltero, si tiene trabajo o no, si vive en la ciudad o el campo…). No existe una hoja de ruta detallada o un manual de supervivencia para navegar de manera infalible en tiempos de crisis. Los intentos de encontrar esta solución “mágica” (incluso a través de una supuesta magia racional) pueden ser una forma disfrazada de gnosticismo pagano –incluso cuando se rocía, por así decirlo, con agua bendita–. Claro que el conocimiento es bueno en sí mismo, pero el conocimiento por sí solo no puede salvarnos. Como tampoco puede salvarnos la acumulación de bienes materiales. Todo eso puede darnos, temporalmente, la ilusión de ser capaces de dominar las situaciones amenazantes, reforzando nuestra sensación de seguridad y una más sutil sensación de autosuficiencia. Sin embargo, al final, cualquier intento de vivir en el reino de la autosuficiencia nos será de poco o ningún provecho.
Entonces, ¿qué tenemos que hacer? Para los que seguimos a Cristo, la respuesta razonable antes las amenazas (sean meras percepciones o amenazas reales) es invocar constantemente al Espíritu Santo para que ilumine lo que tenemos que hacer en nuestras circunstancias particulares de cada día. Y debemos ofrecer esta plegaria con total sinceridad. Con gran sencillez. Con el corazón de un niño.
“Para el cristiano, la respuesta razonable ante las amenazas es invocar al Espíritu Santo con total sinceridad y sencillez”
Sí, tenemos que ser conscientes de la agrupación de diferentes fuerzas paganas cada vez más anticristianas, pero no nos dejemos hipnotizar por nuestro antiguo enemigo, el Diablo, a quien las Escrituras llaman “la serpiente astuta”, la más sutil de las criaturas. Como las verdaderas serpientes, paralizará a sus potenciales víctimas con el veneno del terror, inundará nuestras mentes con escenarios oscuros, buscará convencernos de que ha vencido y, por tanto, tratará de desanimarnos profundamente para poder devorarnos más fácilmente.
En su audiencia del 11 de mayo de 2005, pocos días después de su elección como pontífice, el Papa Benedicto xvi dijo: “En efecto, la Historia no está en las manos de potencias oscuras, de la casualidad o únicamente de las decisiones humanas. Sobre las energías malignas que se desencadenan, sobre la acción vehemente de Satanás y sobre los numerosos azotes y males que sobrevienen, se eleva el Señor, árbitro supremo de las vicisitudes históricas. Él las lleva sabiamente hacia el alba del nuevo cielo y de la nueva tierra, sobre los que se canta en la parte final del libro del Apocalipsis con la imagen de la nueva Jerusalén”.
Hay momentos en los que podemos pensar o sentir que el maligno (y sus agentes humanos) han ganado. Pero hemos de recordar que un gran número de personas perciben la procedencia diabólica que subyace en la oscuridad presente. Cada vez más personas ven signos de alerta en las colinas y oyen las campanas lejanas mientras continúan con sus vidas.
“¿Pero y yo que tengo que hacer?”, preguntas. Cumple con el deber de las tareas que tienes a mano. Mantén la fe en tus responsabilidades, tu vocación. Ama a las almas que has traído al mundo, y a las que Dios trae a tu vida. Trabaja y reza. Trata de convertir todo en oración. Adora a Jesús vivo que siempre está entre nosotros. Busca la paz que el mundo no puede dar. Pide a Dios diariamente el don sobrenatural de la Esperanza, que es muy diferente de un optimismo humano natural. Y, luego, practica la esperanza. Por supuesto, poner todo esto en práctica es lo más difícil. Pero es en la práctica donde tu carácter, renovado una y otra vez, se forma y fortalece. De esta manera, te conviertes en quien eres. De esta manera te conviertes en más de lo que crees que eres. Y de esta manera el equilibrio del mundo cambia.
“Cada vez más personas perciben la procedencia diabólica que subyace en la oscuridad presente, mientras continúan con sus vidas”
El Salmo 56 tiene mucho que decir sobre nuestra condición humana. Con la Iglesia entera, recemos a menudo con las palabras de David: “Oh, Altísimo, cuando yo temo, en Ti confío”.
Dejemos que cale hondo en nuestros corazones, en nuestras mentes y en nuestras almas las palabras de Jesús en el Evangelio acerca de las tribulaciones venideras: “Cuando estas cosas comiencen a suceder, mirad y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra liberación”.
No miremos hacia abajo con consternación, sino alrededor, con conocimiento. Y, sobre todo, miremos hacia arriba con esperanza, fijando los ojos de nuestro corazón en el verdadero horizonte: Jesús viene. Él está cerca.
Artículo publicado en la edición número 63 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.
“La nuestra es una época de miedo,
no os dejéis hipnotizar”
(Michael D. O’Brien en Il Timone)-¿Realmente están a punto de pulsar el botón de «reset»? Pero, ¿quién lo está haciendo? He aquí la respuesta del conocido escritor católico canadiense, cuya nueva novela Il Timone publica para Italia.
La proliferación de las crisis en todo el mundo -algunas reales, otras infladas o groseramente distorsionadas por los medios de comunicación- ha creado una especie de tormenta psíquica en muchos individuos y en la mayoría de las naciones. La guerra en Ucrania, la pandemia del COVID, la inestabilidad económica, los frentes socio-revolucionarios como el transgenerismo, el transhumanismo y unos cuantos «ismos» tóxicos más, las poderosas figuras mundiales maniobrando para presionar el botón de “reset” global, los escándalos y la confusión en la Iglesia, etcétera. La tormenta perfecta, podríamos decir. Todos estos fenómenos son, en parte, producto del pecado difundido por agentes humanos y en parte debidos a oscuras fuerzas espirituales. El demonio está desatado porque sabe que le queda poco tiempo. El efecto acumulativo es el de sumirnos en un sentido distorsionado de la realidad. Tanto si huimos de las amenazas como si quedamos paralizado por ellas, de un modo u otro estamos hipnotizados. Es natural reaccionar ante situaciones peligrosas con la llamada reacción de «ataque o huida». Este instinto es inherente a nuestro ser por el principio de autoconservación. Todos los seres vivos poseemos parte de él. Sin embargo, puesto que los seres humanos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, estamos llamados por Él a responder a las crisis como hijos de la luz.
Sin descuidar las medidas razonables que hay que tomar en un mundo siempre peligroso (y sublimemente bello), nuestro estado interior debe ser siempre el de la Verdad y el Amor, integrados en un todo único. Nuestro cometido consiste en mantener la paz interior a través de la oración constante, permitiendo que el Espíritu Santo nos moldee cada vez más en el camino de la entrega total a la Providencia divina. Este tipo de abandono nunca es renuncia; no es pasividad, ni indiferencia, ni negación. Es un santo desprendimiento, aunque sigamos realizando las tareas propias de nuestra vocación y de las misiones que tenemos en la vida.
¿Qué hacer?
Sin embargo, la pregunta que surge es: ¿qué se entiende por «razonable» en tiempos como estos? Las precauciones razonables durante la peste negra, la gran depresión o la Segunda Guerra Mundial variarían también en función de la posición de cada uno en la vida, de si se tiene familia o se es soltero, de si se trabaja o no, de si se vive en el campo o en la ciudad, etc. Nunca existirá un mapa detallado o un manual de supervivencia que nos guíe, sin fallar nunca, en tiempos de crisis. El intento de encontrar un remedio mágico (incluso una supuesta magia racional) puede ser una forma encubierta de gnosticismo pagano, aunque inmerso en agua bendita, por así decirlo. Aunque el conocimiento es bueno en sí mismo, no puede salvarnos por sí solo. Tampoco puede salvarnos la razón por sí sola. Ni la acumulación de recursos materiales. Todas estas cosas pueden darnos, durante un tiempo, la ilusión de dominar situaciones amenazadoras, reforzando nuestra sensación de seguridad y el sentido más sutil e inconsciente de autosuficiencia. Sin embargo, al final, cualquier intento de vivir en el reino del yo autónomo nos servirá de poco o nada.
«Pero, ¿qué tengo que hacer?», te preguntarás angustiado.Cumple con tu deber realizando las tareas que se te han encomendado, cumple con tus responsabilidades, con tu vocación. Ama a las almas que has traído al mundo y a las almas que Dios trae a tu vida.
Busca la paz que el mundo no puede dar. Trabaja y reza. Intenta transformarlo todo en oración.
Invoca continuamente al Espíritu Santo por el don sobrenatural de la esperanza, que no es ni un optimismo superficial ni un pesimismo aterrador. Pide la luz de Dios sobre lo que debes hacer en cada una de tus situaciones, día a día. Ofrece esta oración con total sinceridad. Con gran sencillez. Con corazón de niño.
Con esta práctica, renovada cada vez, tu carácter se forma y se fortalece. Así te conviertes en lo que eres. Así te conviertes en más de lo que crees ser. Y de esta forma se invierte el equilibrio del mundo.
Levantaos, alzad la cabeza
Sí, sé consciente de las diversas fuerzas que se están reuniendo, paganas y cada vez más anticristianas, pero no te dejes hipnotizar por nuestro enemigo ancestral, el diablo, a quien las Escrituras llaman la «serpiente astuta», la más sutil de las criaturas. Como las verdaderas serpientes, este trata de paralizar a sus víctimas potenciales con el terror, inundando nuestras mentes con escenarios oscuros, tratando de convencernos de que ha vencido y así desanimarnos por completo, para poder devorarnos más fácilmente.
En la audiencia general del 11 de mayo de 2005, pronunciada pocos días después de su elección al pontificado, el papa Benedicto XVI dijo: «La historia no está en las manos de potencias oscuras, de la casualidad o únicamente de las opciones humanas. Sobre las energías malignas que se desencadenan, sobre la acción vehemente de Satanás y sobre los numerosos azotes y males que sobrevienen, se eleva el Señor, árbitro supremo de las vicisitudes históricas. Él las lleva sabiamente hacia el alba del nuevo cielo y de la nueva tierra, sobre los que se canta en la parte final del libro con la imagen de la nueva Jerusalén (cf. Ap 21-22)».
El salmo 56 tiene mucho que enseñarnos sobre nuestra condición humana. Junto con toda la Iglesia, recemos a menudo las palabras de David: «Oh Altísimo, cuando tengo miedo, en Ti confío». Y guardemos en el corazón, en la mente y en el alma las palabras de Jesús en los Evangelios sobre los tiempos de triunfo que se avecinan: «Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación» (Lc 21, 28).
No miremos hacia abajo con consternación, sino alrededor nuestro con conciencia. Sobre todo, miremos hacia arriba con esperanza, manteniendo los ojos de nuestro corazón en el horizonte verdadero: el Señor viene. Está cerca.
Publicado por Michael D. O’Brien en Il Timone
Traducido por Verbum Caro para InfoVatiana
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Juan Carlos (Yanka)