pasando por los Dönmeh
El 24 de abril de 1915, conocido como el Domingo Rojo, fueron deportados y ejecutados por el imperio Otomano centenares de intelectuales armenios de la capital otomana Estambul. Se iniciaba así el genocidio Armenio. En 2015 se celebró con más pena que gloria el centenario de uno de los primeros genocidios que se producirían a lo largo de todo el siglo XX. Mientras que Occidente calló durante mucho tiempo, habría de ser en Montevideo (Uruguay) donde se levantara el primer Museo del Genocidio Armenio en 2013. Ello se explica porque en 1965 Uruguay fue el primer país en el mundo en reconocer esa masacre. Por el contrario, Erdogan, presidente de Turquía, país fautor de las matanzas, en ese centenario sólo reconoció “100.000 muertes” y todas ellas por participar en acciones terroristas. Hoy el odio hacia la población armenia continúa en Turquía y aún no hay nadie que quiera pedir perdón por los sucesos. Y también hay responsabilidades ocultas que nadie quiere desvelar.
Un genocidio continuado y prolongado en el tiempo
La palabra genocidio es un neologismo creado por el judío Rapahel Lemkin y que aparece en su obra El poder del Eje en la Europa ocupada. El autor reconoció que se inspiró en las atrocidades cometidas contra los armenios por el imperio Otomano. En armenio, la palabra utilizada para describir esos hechos, vendría a traducirse como “catástrofe”. La dominación otomana de una parte de Armenia data del siglo XVI. Tanto kurdos como turcos tuvieron represaliada durante siglos a esa población con innumerables injusticias y crímenes. Pero, a finales del siglo XIX, el imperio otomano se tambaleaba y veía perder sus posesiones en Grecia, Montenegro, Serbia y Hungría, así como perdía una guerra contra Prusia. Por eso, cuando la Armenia ocupada durante siglos dio señales de querer la independencia, los otomanos reaccionaron muy violentamente. Entre 1894 y 1896, corrió mucha sangre armenia durante las “masacres hamidianas”, llamadas así porque se produjeron durante el reinado de sultán Abdul Hamid II y produjeron unas 300.000 víctimas entre cristianos armenios y siros. Hoy los libros de historia turcos cuentan estos hechos con orgullo.
Litografía que celebra el triunfo de la revolución de los jóvenes turcos
con el lema «Libertad, Igualdad y Fraternidad»
Pero lo que se conoce propiamente como genocidio armenio se centra en las brutalidades cometidas entre 1915 y 1923, y que dejaron la escalofriante cifra de aproximadamente 1,5 millones de muertos. Los antecedentes próximos del genocidio están relacionados con el golpe de Estado perpetrado por oficiales del Tercer Ejército Otomano contra Abdul Hamid II. Los oficiales golpistas pertenecían a un partido llamado oficialmente Comité de Unión y Progreso. Eran conocidos como los Jóvenes Turcosy gobernarían el país hasta 1918. El golpe se realizó bajo el lema“Libertad, Igualdad y Fraternidad” tomando como modelo la Revolución Francesa. Este núcleo militar revolucionario pretendía “modernizar” Turquía desislamizándola. El proceso culminaría con la elección de Mustafá Kemal Ataturk como presidente de la República, en 1923.
Mujeres armenias crucificadas
Los amantes de la “igualdad”, hicieron gala de ello, pues uno de los proyectos de la recién nacida república turca consistía en uniformizar étnicamente el país, eliminar todas las religiones excepto la islámica, pero dejándola en segundo plano para que el Estado pudiera dirigir el islamismo sunnita en todo el mundo. Varias circunstancias confluyeron para que la población Armenia dispersada por Turquía y sobre todo en la Anatolia empezara a ser acosada y perseguida. Al estallar la Primera Guerra Mundial, los Jóvenes Turcos tomaron partido por las Potencias Centrales (Alemania y el Imperio Austro-Húngaro). En 1915, en enero de 1915, en la batalla de Sarıkam, los otomanos sufrieron una de sus peores derrotas. Los Jóvenes Turcos buscaron culpables: los armenios. Los soldados armenios encuadrados en el ejército turco fueron desmovilizados y trasladados a batallones de trabajo. Una vez desarmados serían asesinados sistemáticamente convirtiéndose en las primeras de las muchas víctimas que se cobraría el genocidio.
Fotografía del embajador americano en el Imperio otomano,
Henry Morgenthau, mostrando cadáveres de armenios abandonados
El 29 de mayo de 1915, el Comité Central del Comité de Unión y Progreso aprobó la “Ley Temporal de Deportación” o Ley Tehcir, por la que se autorizaba la deportación de cualquiera que fuera percibido como una amenaza para la seguridad del Estado. Así empezaron las deportaciones en masa, que fueron acompañadas de saqueos y asesinatos indiscriminados en poblaciones armenias cerca de la frontera rusa. Cientos de miles armenios fueron conducidos en condiciones infrahumanas a campos de concentración en suelo sirio. Durante las largas marchas a pie, los asesinatos indiscriminados, las violaciones, las muertes por agotamiento y hambre, fueron habituales y en esas marchas perdieron la vida entre 600.000 y un millón de armenios. Luego, en los campos de concentración, su suerte no iba a mejorar. Ahí miles moriría por inanición o asesinados.
El genocidio y la extraña secta de los Dönmeh
En la caída de Abdulhamid II, en la revolución de 1908, y formando parte de los Jóvenes Turcos, nos encontramos una extraña organización que se ha convertido en parte de la mitología del secretismo oriental. Se trata de los Dönmeh. De hecho, hoy en día en Turquía todavía hay como un respeto temeroso a este nombre, pues popularmente se cree que están infiltrados en todos los niveles de la sociedad. El caso es que esta secta tiene su origen en judíos sefarditas que fueron expulsados de España entre los siglos XVI y XVII. La palabra “Dönmeh” se refiere a los judíos conversos al Islam. Más estrictamente, la traducción sería “poco fiables conversos” (también es la palabra turca que se usa para un travestido, o alguien que afirma ser alguien que no es).
La secta fue fundada en el siglo XVII por el rabino Sabbatai Zevi, un cabalista que proclamaba que él era el Mesías. Tuvo infinidad de seguidores hasta que fue obligado a convertirse al Islam por el sultán Mehmet IV. Aunque muchos le abandonaron, tuvo sus seguidores más incondicionales con los que fundó los Dönmeh. Crearon un islamismo híbrido entre la Cábala judía y creencias sufíes para finalmente defender el secularismo en la Turquía post-otomana. La secta ha pervivido hasta nuestros días y sus miembros siempre han tenido en Turquía una posición de poder, prestigio social, militar y económico. La mencionada caída de Abdulhamid II, dicen algunos, se debe a que el sultán se negó a reunirse en 1901 con el líder sionista Theodore Herzl en Constantinopla. El sionismo pretendía que el imperio otomano, que se extendía hasta Egipto, aceptara por una inmensa cantidad de dinero que Jerusalén pasara a estar controlada por los judíos. La negativa del sultán habría provocado la su caída por la conspiración orquestada por los Dönmeh.
Ataturk rodeado de miembros de la secta de los Dönmeh
Las cifras reales de los Dönmeh, en tiempos de la nueva república, varían según autores: entre 150.000 y 1,5 millón de turcos. Este dato ya nos delata la dificultad de sopesar su poder. Pero el caso es que sí hay constancia de su influencia en las esferas de poder. Algunos les achacan que Constantinopla (nombre de origen cristiano) pasara a llamarse Estambul. A ellos también se atribuye la “secularización” de la república Turquía que abandonó el alfabeto árabe (siendo sustituido por el occidental) y obligó a que los turcos abandonaran sus nombres musulmanes y árabes. Tevfik Rustu Arak, un conocido Dönmeh, era amigo y consejero de Ataturk y llegó a ser ministro de Asuntos Exteriores de Turquía entre 1925 y 1938.
El famoso rabino y sionista Joachim Prinz, en su libro "Los Judíos Secretos" (1973), sostiene que Ataturk y su ministro de Finanzas Djavid Bey, eran ambos comprometidos Dönmeh. Aunque la historiografía turca siempre ha negado estos orígenes, el caso es que Ataturk asistió a la escuela básica Semsi Effendi en Salónica, dirigida por un Dönmeh llamado Simon Zevi. Marc David Baer, prestigioso historiador y autor de “The Donme: Jewish Converts, Muslims Revolutionaries and Secular Turks”, anotaba que muchos miembros de esta secta alcanzaron altos cargos en las congregaciones sufíes. Mehmet Talat, miembro de los Jóvenes Turcos, originario de Salónica donde los Dönmeh eran un poder fáctico, fue el funcionario responsable del genocidio de los armenios y sirios. Un mercenario venezolano que sirvió en el ejército otomano, Rafael de Nogales Méndez, notó en sus memorias que Talat era conocido como el “hebreo renegado de Salónica”. Historiadores como Ahmed Refik, el que fuera un oficial de Inteligencia en el ejército otomano, afirmaba que el objetivo de los Jóvenes Turcos era destruir a los armenios porque eran cristianos. De facto, los Jóvenes Turcos, bajo la dirección de Ataturk, también expulsaron a los cristianos griegos de las ciudades turcas e intentaron cometer un genocidio a escala más pequeña de los sirios cristianos.
Armenia siguen en el objetivo de la actual Turquía
La Turquía moderna, la de la guerra fría surgida tras la Segunda Guerra Mundial, siempre se posicionó -extrañamente- con Estados Unidos. Ello sólo era posible en la medida que la elite secularizante y militarizada, estaba alineada con los intereses internacionales norteamericanos incluyendo el asunto espinoso de Israel. En la obra de Robert Mantran (dir.), Histoire de l’empire ottoman, (1989, p.135), se apunta que Turquía salvó muchos intelectuales judíos durante la Segunda Guerra Mundial. El gobierno de Ankara fue también el primer Estado de mayoría musulmana que reconoció el Estado de Israel, en 1948. El Primer ministro israelí Ben Gourion firmó con Turquía un acuerdo, en 1958, de lucha contra la radicalización islámica. Ello provocó que Los Hermanos Musulmanes en Egipto (matriz del islamismo radical actual) condenara a Turquía con el despectivo nombre de “un segundo Israel”.
Pero las cosas cambiaron cuando llegó al poder Erdogan, de mano del partido islamista que él había fundado: el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). El objetivo final de Erdogan es la re-islamización de Turquía. Ya a finales del siglo XX hubo varios intentos de reislamización que fueron impedidos militarmente o provocaron golpes de Estado de la elite militar que algunos consideran todavía bajo la influencia Dönmeh. Por ejemplo, en 1996, el ejército depuso al gobierno islamista del Primer Ministro Necmettin Erbakan; o se intentó la Operación Sledgehammer, en 2003, destinada a deponer al entonces Primer Ministro Erdogán. Tras estos golpes de Estado aparece siempre la Red Ergenekon relacionada con los seguidores de la doctrina kemalista secularizante del fundador de la nueva Turquía, Atakur. Las relaciones Turco-israelíes desde entonces se truncaron. Recordemos el sangriento ataque contra el barco turco de ayuda a Gaza, el Mavi Marmara, el 31 de Mayo de 2010, donde el ejército hebreo asesinó a marineros turcos desarmados.
Memorial del genocidio armenio, en Deir ez-Zor, destruido por el ISIS en Siria
La re-islamización de Turquía se mezcla con el sueño del renacimiento del imperio otomano. Y ello se vuelve, como no podía ser de otra forma, contra los armenios. El reciente conflicto en oriente medio puede ser interpretado bajo las claves que hemos descrito. Por un lado, el ISIS, o Estado islámico, retroalimentado por Estados Unidos ha tratado de derrocar a Bachar el-Assad y colapsar el Estado Sirio en el que secularmente conviven multitud de creencias religiosas y culturas. Sólo la intervención rusa impidió que Siria fuera repartida entre Turquía y el Estado Islámico. De ahí que estos dos oponentes islamistas, no tuvieran reparo en crear una alianza contra natura con tal de exterminar a los cristianos asentados en Siria. En 2014, el ejército turco se sumó al Frente al-Nusra (el Al-Qaeda en Siria) en la invasión de la ciudad siria de Kassab. La población armenia tuvo que huir para no ser exterminada. Otro hecho significativo fue cuando el ejército turco ayudó al ISIS a dinamitar el memorial que conmemoraba en Deir ez-Zor el exterminio de más de 200.000 armenios de manos de los turcos en 1916 (en un campo de concentración instalado en esa población).
Armenios ahorcados
Para colmo, en 2020 Azerbaiyán desencadenó un ataque a gran escala sobre el territorio de Nagorno Karabaj que disputa a Armenia. Se rompía así una precaria paz antecedida de conflictos intermitentes entre ambas naciones. Turquía inmediatamente envió fuerzas especiales y armamento su aliado. Azerbaiyán es lingüística y culturalmente una extensión de Turquía. Según el comunicado emitido por el Consejo Nacional Armenio de Sudamérica, las hostilidades renovaron la política negacionista del genocido por parte de Turquía y consolidan la política de destrucción del patrimonio cultural armenio en los territorios ocupados. Mientras que Europa permanece muda, sólo Rusia sale al rescate de los armenios. Un vídeo que se hizo viral en 2018 demuestra el adoctrinamiento en una guardería de Azerbaiyán: “¿Quién es nuestro enemigo?”, preguntaba la maestra. “Los armenios”, respondía los niños al unísono. Así empiezan (o continúan) los genocidios.
El genocidio armenio, también llamado holocausto armenio, fue la deportación forzosa y exterminio de un número indeterminado de civiles armenios, calculado aproximadamente entre un millón y medio y dos millones de personas, por el gobierno de los Jóvenes Turcos en el imperio otomano, desde 1915 hasta 1923. Se caracterizó por su brutalidad en las masacres y la utilización de marchas forzadas con las deportaciones en condiciones extremas, que generalmente llevaba a la muerte a muchos de los deportados. Otros grupos étnicos cristianos también fueron masacrados por el Imperio otomano durante este período, entre ellos los asirios y los griegos pónticos. Algunos historiadores consideran que estos actos son parte de la misma política de exterminio. Muchas comunidades de la diáspora armenia alrededor del mundo llegaron a existir como resultado directo del genocidio.
La fecha del comienzo del genocidio se conmemora el 24 de abril de 1915, el día en que las autoridades otomanas detuvieron a 235 miembros de la comunidad de armenios en Estambul; en los días siguientes, la cifra de detenidos ascendió a 600. Posteriormente, una orden del gobierno central estipuló la deportación de toda la población armenia, sin posibilidad de cargar los medios para la subsistencia, y su marcha forzada por cientos de kilómetros, atravesando zonas desérticas, en las que la mayor parte de los deportados pereció víctima del hambre, la sed y las privaciones, a la vez que los sobrevivientes eran robados y violados por los gendarmes que debían protegerlos, a menudo en combinación con bandas de asesinos y bandoleros. Aunque la República de Turquía, sucesora del Imperio otomano, no niega que las masacres de civiles armenios ocurrieron, no admite que se trató de un genocidio, arguyendo que las muertes no fueron el resultado de un plan de exterminio masivo, sistemático y premeditado dispuesto por el Estado otomano, sino que se debieron a las luchas interétnicas, las enfermedades y el hambre durante el confuso periodo de la Primera Guerra Mundial. A pesar de esta tesis, casi todos los estudiosos —incluso algunos turcos— opinan que los hechos encajan en la definición actual de genocidio.
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