viernes, 11 de marzo de 2022

¿QUIÉN SOSTIENE A LOS TIRANOS?: LOS PILARES DEL RÉGIMEN DE 1978 👥


¿Quién sostiene a los tiranos?
Los pilares del Régimen de 1978


Primera parte. 
LA MANÍA VOTADORA, PASIÓN DE CORRUPCIÓN
Consideraciones políticas y morales del sufragio en España

En el sistema democrático el votante posee capacidad electiva. Con su voto participa en la elección del presidente del gobierno y apodera a un diputado para que sea representante de su distrito en la cámara legislativa. En un Estado de partidos, como es el Régimen español de la oligarquía monárquica de 1978, el votador ha de limitarse a refrendar con su participación la lista de una facción estatal. Privado de la libertad de elegir, su acción servil no tiene más valor que el de escoger entre los elencos confeccionados por los jefes que ostentarán el poder en el Estado.

Entre las personas que en ese acto renuncian a su ciudadanía, convirtiéndose en súbditos de la estatalizada clase política, se distinguen tres grupos: los aprovechados, los crédulos y los miedosos que declaran optar por un mal menor.
Los primeros buscan favorecerse económicamente obteniendo dinero y prebendas de la corrupción: puestos de gobierno, subvenciones injustas, concesiones fraudulentas, pensiones vitalicias, trabajos en la Administración sin haber ganado una oposición, etcétera. Votan al partido que mediante prevaricaciones y cohechos les conceda ventajas por su colaboración. Son los privilegiados.

Los segundos desconocen la naturaleza del régimen político imperante. Y es por eso por lo que, convencidos de que hay democracia, votan siempre, buscando una representación que resulta imposible con el sistema proporcional. Su voto es un acto de fe, manifiesta adhesión a un sentimiento ideológico. Lo único que conseguirá esta ingenua decisión es integrar la fuerza de los súbditos en el Estado, a menudo contra sus propios intereses. La traición a las promesas electorales es inherente a un régimen de poder basado en el consenso, donde lo natural es que las Cortes palaciegas se pongan de acuerdo para conservar sus regalías, aunque ello conlleve la traición a la confianza tan cándidamente depositada por los que creían estar representados.

Los terceros, que saben que no hay democracia, atribuyen los problemas de España a los gobiernos que consideran contrarios a su ideología. Su voto está motivado por el miedo. Prefieren que sean sus afines quienes se corrompan, con la vana esperanza de que su actividad sea menos perniciosa. Sin la determinación necesaria para luchar por la Libertad, sin tener siquiera la dignidad de no colaborar con los tiranos, grande es la pusilanimidad del vasallo que decide optar por un amo asumiendo la falsedad de su benevolencia.

En resumen, sólo la ignorancia, la cobardía o el ansia de adquirir privilegios pueden animar a un español para que acuda a la llamada de las urnas. Las votaciones españolas son una ordalía contemporánea donde la libertad política es condenada sin remisión.
Para dar credibilidad a esta farsa es necesaria la apariencia de una lucha a muerte por el poder. La realidad es que todos los partidos políticos españoles, ajenos a la sociedad civil como facciones estatales que son, ya están en el poder consensuado y ejercido mediante pactos en el Estado. Como en lo esencial no hay ninguna diferencia entre ellos, la cuota de fama y botín es el único objeto de su discusión.

Para crear la sensación de debate político, sostendrán los gerifaltes mitos y falacias que entretengan al pueblo en estériles discusiones y peleas, mientras ellos se perpetúan en un poder descontrolado. Uno de los engaños más recurrentes es el de las dos Españas, hoy un cuento de traidores que comparten el poder en el Estado. Como si no se hubiesen puesto de acuerdo en la llamada Transición, para impedir con su deslealtad al pueblo español la ruptura con el Antiguo Régimen, consiguen del refrendador la legitimación del sufragio pasivo censitario.

Ausentes en España la representación política y la separación de poderes, es indispensable para el sostenimiento del Régimen, la creación de un rito que, a modo de ceremonia litúrgica, con toda su parafernalia, favorezca la adhesión de los fieles, que jamás reflexionaron acerca de la vil condición de sus falsas creencias. Son parte de este ritual de teatrera representación la llamada jornada de reflexión, la propaganda de candidaturas, las discusiones televisadas, los debates sobre falsos dilemas, las pullas en el Congreso o las manifestaciones callejeras. Y en todo el país, la más grande de todas, la Gran Función del Régimen, la apoteosis: los votadores representando ser electores. Y es significativo que tantos de ellos se avergüencen de su elección al no querer descubrir su votación. Quien en civilizada oposición se abstiene conscientemente, conservando en el acto su dignidad de ciudadano, estará contento, orgulloso de su opción política, no tendrá inconveniente en desvelar sin estridencias su criterio.

La mayor debilidad, la cobardía suprema, es la adhesión o sumisión al poder que destruye la propia patria.
La mayor fortaleza es la del alma noble que renuncia a participar en una ceremonia de bellacos y distingue a los espíritus libres.

Segunda parte. 
LOS ENMASCARADOS
Reflexiones políticas y morales sobre la falsa epidemia

Cuando en el invierno de 2020 la Organización Mundial de la Salud declaró la existencia de una epidemia provocada por un agente patógeno nuevo, los gobernantes españoles se apresuraron a decretar un conjunto de medidas privativas de derechos, incluidos algunos fundamentales, con la excusa de evitar su propagación.

Estas disposiciones incluían el confinamiento domiciliario de la población; el control de la circulación de vehículos y personas; la prohibición parcial del ejercicio industrial y profesional; el cierre arbitrario de establecimientos de comercio, hostelería y recreo; la merma caprichosa de algunos servicios públicos; la interrupción de la actividad docente; la limitación de aforo, incluso en espacios naturales, y la implementación de protocolos aberrantes en el acceso a la atención médica. Posteriormente, ya avanzada la primavera, un real decreto ley insta el uso de máscara.

Estas normas, decretos o protocolos, conllevan la comisión de dos gravísimos fraudes: uno de ley y otro contra la salud pública. Atentan contra la legislación vigente, ya que la Ley Orgánica 4/1981, de los estados de alarma, excepción y sitio, ordena en su capítulo primero, artículo primero, punto uno, que “Procederá la declaración de los estados de alarma, excepción o sitio cuando circunstancias extraordinarias hiciesen imposible el mantenimiento de la normalidad mediante los poderes ordinarios de las Autoridades competentes“. Al no darse esta circunstancia, toda discusión jurídica posterior carece de sentido, pues siempre será deudora de ella. Esta acción gubernamental, apoyada de forma unánime en el Congreso, deja en evidencia la arbitrariedad del Régimen español, que ni siquiera se atiene a su propio ordenamiento. Y dado que las medidas adoptadas son ajenas a la medicina preventiva, serían inadecuadas y contraproducentes aun en el caso de existir un problema de salud pública.

Entonces, ¿cuál es el verdadero motivo para la realización de estas barbaridades? ¿Es económico? Sin duda no se puede obviar la enorme cuantía de la estafa realizada a cuenta del falso tratamiento preventivo contra una enfermedad inexistente. También convendría conocer como fueron repartidos los miles de decenas de millones de euros del crédito extraordinario de los fondos creados con el Real Decreto Ley 22/2020.

No obstante, y en contra de una creencia desgraciadamente extendida, la economía siempre está supeditada a la política, que es el ejercicio del poder. Todas las acciones de gobierno durante estos casi dos años fueron concebidas con el fin de incrementar el poder del Estado para subyugar al pueblo español: restricciones de derechos, creación de miedo pánico, procura de ruinas, desmoralización de funcionarios y una generalizada enajenación de la sensatez que lleva a los gobernados a aceptar como naturales las mayores locuras concebidas por los gobernantes. Estos, amedrentados por el estado de putrefacción en que se encuentra el Régimen después de más de cuarenta años de corrupción ininterrumpida, se revuelven violentamente con el instinto animal de quien pretende conservar el dominio de un territorio. He ahí la causa de que algunos de sus tiránicos edictos sean comparables a los de las más crueles autocracias.

Pero, si en España no hay una dictadura gobernando, ¿Cómo es posible llevar a término este delirio colectivo?
El Estado monárquico español está gobernado por una oligarquía. A diferencia de la dictadura, donde el poder es ejercido mediante la fuerza, aquí se sustenta en el consenso de los gobernantes, la confusión creada por los pregoneros y la anuencia de los gobernados.

De modo análogo a votar como si hubiera democracia, el pueblo español se dedica mayoritariamente a obedecer los bandos gubernamentales como si fuesen prescripciones médicas, incluso aunque sean legalmente insostenibles y perjudiquen su salud.
¿Quién puede perseverar en el intento de sostener las mentiras de la versión oficial, cuando el paso del tiempo y la experiencia cotidiana han dejado en evidencia su falsedad? ¿Quién porfía en que, para sanos y enfermos, la negligencia de los tratamientos, la demora o suspensión de la atención, las extravagancias protocolarias, la privación de abrigo e higiene y la realización de pruebas no prescritas por los profesionales de la medicina son eficaces para la conservación de la salud?

Los corrompidos, los idiotas y los cobardes.

Los primeros aceptarán cualquier consigna que provenga del gobierno, aunque atente contra su dignidad e incluso contra su integridad física. Con el fin de conservar unos privilegios miserables mancillarán su honor para siempre.
Los segundos, o bien padecen una deficiencia intelectual que les dificulta el discernimiento, o bien están trastornados por la situación sobrevenida, una prolongada histeria colectiva que arrastra a la masa a una conducta propia de los estados de psicosis.
Los terceros, a estas alturas el grupo más numeroso, tienen miedo. Pero tener miedo es natural, un instinto de activar la guardia ante un peligro real o imaginado. 

Lo moralmente censurable es el deshonor, la consciencia de la propia inmoralidad acompañada de la debilidad que incapacita para enfrentarla. Declararán que temen enfermar o morir; ser multados, golpeados o detenidos por la policía; ser privados de su sustento, y no ser atendidos en ningún establecimiento público. Cínica conducta para ocultar el miedo principal: el miedo a no ser como los demás, como la mayoría. Es el instinto atávico de que la supervivencia es más probable dentro de la grey incluso cuando se encamina hacia un abismo. Es la versión actual de aquella encomienda o consejo con que se advertía antaño a los jóvenes de los peligros de manifestar libre y públicamente los pensamientos o preferencias: <<Hijo, tú no te signifiques>>. ¿No es acaso una prueba de que transcurridos casi cien años sigue sin haber libertad en España? ¿No son herederos de aquellos dictadores los tiranos actuales?

De entre las nuevas costumbres adoptadas como normales por el uso del vulgo, las dos peores, por su importancia simbólica, son las colas callejeras y los rostros enmascarados. En ambas se manifiesta impúdicamente la obediencia indebida.
Quien aguarda a la intemperie una atención que le corresponde por derecho o la realización de un servicio al que es acreedor por abono, en realidad está diciendo: ¡Oh, Estado, tú eres mi provisión, haré todo lo necesario para complacerte y así quiero manifestarlo públicamente!
Quien lleva su rostro embozado, en cualquier cultura, en toda la historia de la humanidad, porta el mayor símbolo de sometimiento inventado por la astucia de los odiadores de la libertad; hacerlo voluntariamente es la locura más grande de todos los tiempos. El Estado (que coacciona su uso, pero no lo impone) está diciendo: sin mi permiso no puedes hablar (manifestarte), ni comer (sobrevivir), ni morder (pelear contra mí), el enmascarado le contesta: sí, lo acepto.

Para dar credibilidad a esta farsa no es suficiente con la corrupción sistémica, la colaboración judicial, la coacción policial, la cooperación funcionaria, la propaganda mediática y el quebrantamiento del juramento hipocrático. Se requiere algo mucho más importante: la adhesión o sumisión de nuestro pueblo a un poder ostentado sin autoridad. El consentimiento nacional, por desconocimiento o inacción, es la piedra angular que impide el derrumbe de la tiranía del Estado.

EPÍLOGO
La resignación es el estigma de los esclavos

La verdad está prohibida en España, o mejor expresado, está proscrita. La ocultan, la tergiversan y la maldicen los gobernantes, los periodistas, los enseñantes y por extensión casi todo el pueblo español.

Quien la busca para conocerla, aprehenderla, compartirla y, si tiene vocación pedagógica o necesidad política, enseñarla a sus compatriotas, está mal visto en sociedad, será considerado despreciable hasta el ostracismo. Por muy humilde que sea su actitud, por muy riguroso que sea su razonamiento, por muy atento que permanezca a la comprensión de las pasiones, por muy noble que sea la causa que lo motiva, será considerado un renegado, un hereje, un traidor, un miserable, un engreído, … Pero tú, ¿quién te crees que eres?, ¿acaso eres más listo que los demás?, ¿mejor persona?, ¿cómo osas disentir de lo que todos damos por cierto? Se le negará el saludo, algunos de los que creía sus amigos dejarán de serlo o parecerlo, quizá algún familiar le retire un cariño aparente que nunca le tuvo, sus vecinos le mirarán con el recelo de quien no está a gusto en su presencia, muchos se alegrarán de sus adversidades, unos pocos le serán fieles y nunca sabrá cuantos le admiran en secreto.

Mas, ¿qué ínfimo valor tienen estas nimiedades si se comparan con el tesoro de su contrapunto?: el amor por la verdad, la excelencia en el trato, la firmeza de las convicciones y, sobre todo, la adecuación entre el pensamiento (la conciencia) y la acción.
Y, ¡es tan grande la soberbia del hombre actual!, ¡con qué ligereza se burla de los antiguos, que creían en olimpos llenos de dioses y aceptaban los pronósticos de los oráculos!, ¡con qué desprecio se refiere a las creencias de los fundamentalistas religiosos!, ¡con qué aire de superioridad denigra las supersticiones que no comparte!, ¡cómo se ríe de las mitologías nórdicas, de los tótems indios, de los animistas africanos; en fin, de las costumbres de otros pueblos!, ¡cuán desconsiderado es al menospreciar a sus antepasados, que confiaban en hechizos y rezos para solventar sus problemas, o tenían visiones que él no puede comprender!, ¡ah, y esos locos que bailan para que llueva!

¡Qué salvajes eran aquellos hombres primitivos, que mutilaban sus cuerpos para verse más hermosos, que dejaban morir a sus ancianos porque el alimento no era suficiente para todos, que asesinaban a niños recién nacidos según las circunstancias de su costumbre, que ofrecían en sacrificio vidas humanas para calmar la cólera de alguna deidad malvada!
Piensa todo esto mientras ofrece su brazo al Estado para que le inyecte una sustancia cuyo efecto desconoce; al mismo tiempo tolera que los niños de su tribu sean torturados, los ancianos despreciados, los enfermos desatendidos y él y todos los demás esclavizados, porque si desobedecieran sería peor. Y lo hace porque unos macaquitos que vio en una caja de plástico con luces así se lo recomendaron: es necesario para vivir bien y poder ir de un sitio a otro. Por tu compromiso se te dará un salvoconducto. Lleva la cara parcialmente tapada con un trapo, porque también le dijeron que así conservaría su salud. Ya no parece una persona, es una máscara.


🔴EL DEBER DE UN BUEN POLICIA / Galo Dabouza

A LAS FUERZAS Y CUERPOS DE SEGURIDAD

En ningún caso la obediencia debida podrá amparar órdenes que entrañen la ejecución de actos que manifiestamente constituyan delito o sean contrarios a la Constitución o a las Leyes. (Art. 5.1.d de la Ley Orgánica de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad).
Los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley cumplirán en todo momento los deberes que les impone la ley, sirviendo a su comunidad y protegiendo a todas las personas contra actos ilegales, en consonancia con el alto grado de responsabilidad exigido por su profesión.
Los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley no cometerán ningún acto de corrupción. También se opondrán rigurosamente a todos los actos de esa índole y los combatirán. (Arts. 1 y 7 del Código de Conducta para funcionarios encargados de hacer cumplir la ley. Asamblea General de la ONU de 17 de diciembre de 1979). Policías y Guardias Civiles, el pueblo os necesita. Si estáis con el pueblo, el pueblo estará con vosotros.
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