jueves, 3 de marzo de 2022

LIBRO "NO CREO, PERO BUSCO LA VERDAD": Tras las huellas de Teresa de Jesús 💕


NO CREO,
PERO BUSCO LA VERDAD
Tras las huellas de Teresa de Jesús


Yo, con tantas dudas y recelos, ¿tendría el valor de dejar mis miedos y prejuicios y me arriesgaría a salir a buscar la verdad, la verdad de mí mismo y la verdad del Dios que se revela en Jesucristo?

Teresa de Jesús, en su “tratadillo” de los cuatro grados de oración, marca el sendero que nos conduce a un encuentro de amistad con el Amigo, en el que se hallan respuestas a todas las inquietudes y bálsamo para todas las heridas. Y este libro trata de ofrecer una guía práctica para seguir las huellas de Teresa por ese camino de plenitud personal y adentrarnos en el ámbito de amor y amistad que da sentido a nuestra vida. 

Está dirigido a:

Los que no creen en el Dios que se revela en Jesucristo.
Los que buscan la verdad de Dios.
Los que creen en Jesucristo, pero sin pertenencia a una religión.
Los que tienen frío en el corazón.
Los cristianos alejados de la fe.
Los cristianos que recitan el Credo con más dudas que certidumbres

Introducción
Teresa de Jesús, una luz para nuestro tiempo

El oscurecimiento de Dios

Actualmente, en nuestro mundo, hay millones de personas creyentes, pero la cultura oficial y la organización de la sociedad se mueven al margen de Dios. Los avances en la técnica y la tupida red de comunicaciones que conecta prácticamente todos los rincones del planeta han creado una conciencia de autosuficiencia en el hombre1.
Este se siente con total señorío sobre su entorno y capaz de alcanzar cada día mayores cotas de control y poder. Como consecuencia de esta mentalidad, los canales de difusión del pensamiento están impregnados de un rechazo a la idea de trascendencia. El hombre se considera el centro, la medida, el artífice y el dueño de todas las cosas. El ser humano es tan inmensamente poderoso que no solo no necesita a Dios, sino que hasta lo siente como una rémora para su libertad de extender hasta el infinito todas sus potenciales posibilidades de dominio.

Pero la cruda realidad es que la “ley del eterno progreso” (saber más para poder más; poder más para tener más; tener más para ser más feliz)2 se ha revelado como un rotundo fracaso. Si bien el saber se ha democratizado (el acceso a la escuela y a las universidades se ha generalizado, y hoy día se puede obtener fácilmente todo tipo de información sobre cualquier tema o acontecimiento, incluso a veces en tiempo real por muy lejos que esté del receptor), el poder sobre personas y pueblos lo ostentan unos pocos (dictadores, partidos políticos, grupos de presión –los llamados lobbies–...) en detrimento de muchos. Para que unos tengan más, la injusticia, la miseria y la destrucción afecta a algunas capas de la sociedad y hasta a poblaciones enteras en extensas zonas del planeta. Lejos de encontrar la felicidad, el hombre de hoy se encuentra literalmente perdido, alienado en esta alocada carrera sin rumbo, intentando inútilmente encontrar la solución a las carencias y las desigualdades, con más desarrollo tecnológico y más exaltación de los sentidos, hedonismo y consumismo desenfrenados. 

En este ambiente positivista y de ejercicio de un poder absoluto sobre todas las realidades de la tierra por parte del ser humano, sin otro referente ético que las leyes que él mismo se dicta, hasta el punto que, incluso, se ha erigido a sí mismo en juez capaz de decidir sobre la vida y la muerte de los más débiles, la religión se interpreta como enemiga del progreso, un ámbito oscuro y tenebroso de prohibiciones, un freno al deseo “natural” de disfrutar de los placeres, una traba a la libertad sin restricciones. El pensamiento líquido que impera en nuestra sociedad provoca una actitud de indiferencia ante la idea de Dios, cuando no de rechazo o animosidad. El hombre de hoy es más agnóstico que ateo. Ser ateo implica pensar en Dios aunque sea para negarlo, mientras que el agnosticismo prescinde totalmente, ni se detiene a reflexionar en él, no le interesa en absoluto. 

Rechazo de Dios y nostalgia de trascendencia 

Sin embargo, la realidad siempre acaba por imponerse: la vieja tentación del endiosamiento del ser humano (“Seréis como dioses”, Gn 3,5)3, rechazar a Dios para ocupar él mismo su lugar, no es capaz de colmar las inquietudes e insatisfacciones que laten en lo más profundo de sí. Desencajado de su propia realidad de ser creado por un Ser superior que lo ama con la ternura de un padre, no consigue encontrar la respuesta a las grandes preguntas que, antes o después, acaba planteándose: ¿Cuál es el sentido de la vida?, ¿hasta dónde llegan las ilusiones y las esperanzas del hombre?, ¿dónde termina el amor? o, más bien, ¿puede tener fin el verdadero amor?, ¿el final de la vida es el vacío y la nada?, ¿la muerte es la destrucción total de lo que un hombre fue, de lo que amó, de lo que soñó? 

El ser humano necesita encontrar la solución a sus interrogantes, sentido a su vida, al amor, al sufrimiento y a la muerte. Aunque, tal vez, no sea consciente de ello, necesita ser salvado.
El hombre sufre el drama de saberse finito, limitado, ineludiblemente sometido al dolor, la enfermedad, el deterioro y la muerte, y, al mismo tiempo, se experimenta como un ser carente de límites, in-finito.
Considerar que no existe nada ni nadie que trascienda al ser humano supone cercenar de raíz su natural tendencia a proyectarse al infinito y privarle de toda esperanza. En el dintel de una puerta del infierno de Dante está escrito: “Lasciate ogni speranza, voi ch’intrate” 4. Este triste anuncio es la realidad de quien se niega la posibilidad de salir de sí mismo y abrirse a la trascendencia: queda condenado al vacío existencial. No es Dios quien lo condena (muy al contrario, el Hijo de Dios fue a la cruz por salvarlo), es el mismo hombre el que se arroja al insondable abismo de la soledad absoluta.

A menudo, quien rechaza totalmente la fe experimenta una contradicción entre la idea del hombre tan reducida que se ha forjado y su propia experiencia de sentirse como un ser abierto al infinito. Esto le produce una gran angustia y una terrible desazón, que suele pretender resolver, no con reflexión y búsqueda de la verdad, sino con una fuerte dosis de hostilidad hacia todas las personas y realidades que viven su compromiso de fe. Esa animadversión no siempre tiene un componente agresivo, aunque sí acostumbra a ir teñida de un aire de superioridad moral e intelectual absolutamente injustificado y absurdo. Para no cuestionarse el sinsentido de su cerrazón y su empecinamiento en mantener una actitud incoherente con las evidencias, descalifica a quienes viven la gozosa tensión de sentirse vinculados al Creador. 

Superar esa actitud materialista desalentada y desesperanzada y abrirse al Ser que confiere el sentido último a la existencia del hombre, al conjunto de la realidad y al curso de la historia parece hoy una tarea imposible. Por otra parte, como el Papa Francisco nos advierte, “a menudo sucede que la Iglesia es un recuerdo frío para el hombre de hoy, si no una ardiente decepción”5. Una advertencia que conviene tener en cuenta aunque no sea más que para no seguir cayendo en los mismos errores. 

Los muros de incomunicación son muy altos y resulta, pues, muy difícil conseguir que ese hombre de nuestro tiempo dirija su mirada hacia Jesucristo. Y sin embargo, por naturaleza, el ser humano es religioso, es decir, de algún modo, aunque sea difusamente, no puede por menos de reconocer que hay algo más allá de sí mismo, de su propia vida, una realidad superior al hombre y a su mundo, un Absoluto que procura el bien total y definitivo.
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1. A lo largo del trabajo, utilizamos hombre con el significado de su étimo latino hominem, ‘ser humano’, que incluye al varón y a la mujer.
2. Cf. López Quintás, A., “La degradación del espíritu europeo y la eclosión del conflicto”, en El espíritu de Europa. Claves para una reevangelización, Unión Editorial, Madrid, 2000, p. 31-36.
3. Respecto de la actitud del hombre que intenta, inútilmente, eliminar la verdad de sí mismo y erigirse en Dios, es muy interesante Creación y pecado, Cardenal Joseph Ratzinger, EUNSA, Pamplona, 2005.
4. “¡Oh vosotros, los que entráis, abandonad toda esperanza!”.
5. Cf. Discurso a los participantes en un encuentro internacional sobre nueva evangelización, 21 de septiembre de 2019.


Mª Ángeles Almacellas: 
Para hablar de fe con criterio hay que buscar la verdad de forma experiencial.

Mª Angeles estaba profundizando en el 'Libro de la Vida' y el "tratadillo" de los grados de oración escritos por Teresa de Ávila, cuando se vio metida de lleno en la oración experiencial que propone en esos textos. "Me di cuenta de que no era una lectura intelectual sin más -dice la escritora-, sino que me sumergí en la dinámica que la propia Teresa definía como oración mental, que 'no es otra cosa sino tratar de amistad con quien sabemos nos ama' dice citando a la Santa. "Es proponer la oración como un encuentro íntimo y personal entre dos amigos: tú y Jesucristo", explica Almacellas, y de esa forma llegar a conocer la Revelación. Para ella significó "salir de teorías y consejos. Fue una bocanada de aire fresco" dice Mª Ángeles. "Y sentí una gran necesidad de ponerlo por escrito y de compartirlo, porque es bueno, porque esponja el alma", afirma con el entusiasmo y la determinación de quien ha descubierto, al fin, la verdad.

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