JUAN DE PALAFOX
OBISPO Y VIRREY
Este libro indaga en la relación entre la Monarquía española y los virreinatos americanos en las décadas centrales del siglo XVII a través de la vida y obra de Juan de Palafox (1600-1659). Hechura de Olivares, fiel servidor del rey, pactista convencido y justiciero implacable, Palafox llegó a Nueva España en 1640 con un ambicioso programa de reformas que generaron una profunda convulsión. Palafox impuso la autoridad del clero secular sobre las órdenes religiosas e intentó potenciar el poder de los criollos a costa de una corrompida burocracia virreinal. El resultado fue un enfrentamiento abierto a varias bandas que culminó con el obligado regreso de Palafox a España en 1649. Sus pretensiones se estrellaron contra una Monarquía en crisis: la quiebra económica, las derrotas militares y las revueltas internas hicieron más necesarios que nunca los recursos americanos y desaconsejaron inciertos experimentos pactistas. El proyecto reformista de Palafox fue sacrificado a la supervivencia de la Corona. Su fracaso puso de manifiesto el desafío de gobernar una Monarquía compuesta en tiempos de crisis y creciente presión internacional.
Sobre Juan de Palafox, primero, que fue un gran reformador en un tiempo poco propicio para grandes reformas. Y segundo, que su turbulenta vida giró en torno a la que sigue siendo la gran cuestión de España: cómo gobernar, cómo hacer efectiva la decisión política, en una Monarquía compuesta.
El desafío al que se enfrentaban los hombres de Felipe IV, entre ellos Palafox, no tenía equivalente ni precedentes: estaban llamados a defender una herencia no sólo extraordinariamente diversa, sino además tremendamente dispersa: entre el centro del imperio y su más remota periferia se abrían miles de kilómetros de distancia y largas semanas de ardua e incierta navegación. En este sentido, este libro es una respuesta al llamamiento, realizado hace ya algunos años por Sir John, a superar la visión fragmentaria que caracteriza a las historiografías española e iberoamericana, adoptando una mirada amplia, de conjunto, auténticamente trasatlántica sobre el mundo hispánico.
Inmenso y peligroso, el Océano Atlántico no actuó, sin embargo, ni como frontera ni como cordón sanitario. La crisis europea del siglo XVII repercutió sobre los virreinatos americanos y a su vez los acontecimientos en las Indias influyeron sobre el desarrollo de la crisis y sobre el devenir de España en Europa. Fue un proceso de intercambio e influencia mutuas en el que intervinieron tanto los hechos concretos (las hazañas militares, la rebeliones, la recesión, las crisis fiscales…) como las ideas. Y la mejor prueba de ello es la vida de Palafox.
Casualmente, la publicación de este libro coincide con la beatificación de Palafox. Será la culminación de un largo proceso impulsado por sus muchos y tenaces partidarios, algunos de los cuales comparte escaño conmigo en el Congreso de los Diputados. No discutiré la justificación de este reconocimiento al obispo de Puebla. Sólo espero que no contribuya a hacer más espesa la bruma que sigue rodeando a un personaje del que don Antonio Domínguez Ortiz se preguntó, perplejo: “¿Soberbia o santidad?”.
El enfrentamiento de Palafox con los jesuitas a cuenta de un asunto objetivamente menor generó en su día una gigantesca polémica cuya principal consecuencia es que la aportación más importante, valiosa y original de Palafox ha quedado sepultada bajo toneladas de maniqueísmo. Esa aportación es su proyecto político. Un proyecto de reforma y regeneración de gran envergadura, en algunos aspectos, visionario; en otros, equivocado; y en última instancia, condenado al fracaso.
Ideológicamente, y como buen aragonés de su tiempo, Palafox era un pactista, capaz de aunar una firme defensa de la diversidad jurídica y política de la Monarquía española con una inquebrantable lealtad a la corona. El concepto que informa todo su credo político es la Justicia. La Justicia como fuerza legitimadora de la autoridad y como único elemento capaz de mantener unida esa suma heterogénea de reinos, territorios y voluntades que era la Monarquía española de la época.
La agenda reformista aplicada por Palafox en Nueva España es, en este sentido, una enmienda a la política de quien había sido su principal mecenas y valedor, el conde-duque de Olivares. El fracaso de la Unión de Armas, las rebeliones de Cataluña y Portugal, y el descontento que percibe en América ante las crecientes exigencias económicas de la corona distancian a Palafox de Olivares y le convencen de que es necesario un cambio de rumbo radical.
Palafox teme por la supervivencia del imperio español en las Indias y se propone llevar a cabo una drástica reforma de gobierno virreinal con el objetivo de reequilibrar la relación de la corona con sus súbditos americanos sobre el concepto de la reciprocidad: otorgar más poder a la élite local –los criollos- a costa de una burocracia virreinal cada vez más desacreditada por su apego a la corrupción y su desapego hacia el territorio cuya administración tiene encomendada
Palafox propone dos reformas de gran calado: la primera consiste en incrementar la participación de los criollos en la administración de la Monarquía a costa de los peninsulares. La segunda es sustituir a los alcaldes mayores nombrados a dedo por el virrey por alcaldes ordinarios elegidos por y entre los criollos de cada municipio.
El proyecto de Palafox era revolucionario. Suponía sustituir el sistema vigente, basado en la concentración de poder y patronazgo en el virrey, por un modelo de gobierno más descentralizado en el que la corona concedía a los criollos autonomía política a cambio de lealtad. Para Palafox, descentralización y lealtad eran las dos caras de la misma moneda. Los dos ejes vertebradores de una Monarquía que, siendo compuesta y trasatlántica, debía ser, en su opinión, también pactista.
El impacto de las reformas de Palafox fue brutal. Su enfrentamiento con los poderes establecidos, empezando por los dos virreyes con los que coincidió, fue implacable, sin concesiones y hasta sus últimas consecuencias. Es decir, hasta la derrota de Palafox.
La aguda crisis financiera de la corona, la sucesión de reveses militares, la amenaza de nuevas rebeliones: todo conspiraba a favor de la consolidación de las Indias como fuente de recursos a la que había que seguir exprimiendo en aras de la supervivencia de la Monarquía en Europa. Pero, además, desde el punto de vista de la corona: ¿qué garantías ofrecían las reformas de Palafox? ¿Quién le aseguraba al Rey que los criollos, potenciada su autonomía, seguirían siendo política y fiscalmente leales a un gobierno situado en un remotísimo Madrid?
Felipe IV y sus consejeros optaron por mantener el statu quo. Tras su enésimo enfrentamiento con el virrey Salvatierra, Palafox recibe órdenes tajantes de abandonar las Indias. Una vez en España, es desterrado al modesto obispado de Osma en la actual provincia de Soria, donde permanece, una triste figura, hasta su muerte en 1659.
Palafox fracasó. Sin embargo, ese fracaso no resta interés a una vida salpicada de episodios dignos de una novela de aventuras: Sus oscuras maniobras para conseguir la destitución del virrey Escalona bajo falsas acusaciones de estar en liga con el rebelde Braganza para proclamar un México independiente. El tumulto de Puebla que obliga a Palafox a huir bajo el manto de la noche y refugiarse en la finca de un criollo amigo. Escondido en un cuartucho, cuya entrada permanecía oculta detrás de un cuadro, escribió al Rey algunas de sus más demoledoras críticas contra el sistema virreinal. O la polémica generada por los asombrosos escudos que el obispo dejó colgados en el centro de la flamante catedral de Puebla, en los que aparecía la imagen de la leyenda de Sobrarbe. Es decir, de los orígenes del pactismo político en España.
Y el fracaso de Palafox tampoco resta importancia a su proyecto reformista. Palafox mete el dedo en la llaga; plantea de frente y con crudeza el principal problema de España y obliga a las personas encargadas del gobierno de la Monarquía a valorar las distintas opciones y elegir.
Su vida es en este sentido la de tantos otros hombres del Rey que a lo largo de la historia de España, a veces con ingenuidad, otras con gran lucidez, y siempre desde un patriotismo incuestionable, han buscado una respuesta positiva al interrogante de si los españoles somos capaces de convivir de manera pacífica y duradera.
Y con esto termino, arrimando el ascua histórica a mi sardina política y diciendo dos cosas. Primero, que así como Palafox se equivocó en sus negros augurios y el imperio español en América, con todos sus defectos y limitaciones, duró otros dos largos y fructíferos siglos, estoy segura de que España superará las presentes dificultades económicas, políticas e institucionales. Y segundo, que en esta nueva crisis de España también harán falta grandes reformadores. Reformadores con las convicciones, el coraje y la capacidad de desafío de aquel joven protegido de Olivares que en 1640 zarpó rumbo a las lejanas y exóticas Indias con el sueño, y la determinación, de acercar el Viejo Mundo y el Nuevo. (Presentación de Juan de Palafox, obispo y virrey. Madrid, 19 de noviembre de 2010).
INTRODUCCIÓN
La historia de España es una sucesión de altos y bajos, de episodios de glorioso esplendor seguidos de otros de decadencia y apesadumbrada introspección. Entre estos últimos destacan por su intensidad las convulsas décadas centrales del siglo xvii. Son tiempos de
crispación y conflicto, de declive y derrota, de rebelión y ruptura.
La Monarquía Hispánica, hostigada desde fuera y fragmentada por
dentro, entra en crisis, y ello pone a prueba las ideas, las políticas y
los hombres sobre cuyas espaldas recae la ardua tarea de defender su
supremacía e impedir su declinación.
El propósito de este libro es contribuir a una mejor comprensión
de este momento febril y fascinante de la historia de España. Lo hace
a través de la vida de un personaje que, por sus orígenes y trayectoria, llegó a entender y a conocer, como pocos de su generación, la
magnitud del desafío español: don Juan de Palafox y Mendoza, joven hechura del conde-duque de Olivares, pactista convencido, leal
servidor de la Corona, justiciero incombustible, prolífico escritor, polémico obispo de Puebla de los Ángeles, tenaz visitador general de
Nueva España, virrey por menos tiempo del que hubiera querido y,
en última instancia, víctima de su carácter y de las circunstancias.
Por la propia naturaleza y características del Imperio español, el
desafío al que hacían frente los hombres del rey, entre ellos Palafox,
no tenía equivalente ni precedentes. Estaban llamados a defender una
herencia política no sólo extraordinariamente diversa, sino también
tremendamente dispersa: entre el centro del Imperio y su más remota
periferia se abrían miles de kilómetros de distancia y largas semanas de ardua navegación. Precisamente aquí reside el especial interés de
la vida de Palafox para quienes, siguiendo la ya clásica invocación
del gran hispanista Sir John H. Elliott, decidimos centrar la vista y
la atención en la dimensión transatlántica de la Monarquía española.
Inmenso, incierto y peligroso, el océano Atlántico no sirvió, sin embargo, como frontera ni como cordón sanitario: la crisis del siglo xvii
repercutió sobre los virreinatos americanos y, a su vez, la reacción
de los virreinatos americanos influyó sobre el desarrollo de la crisis.
Prueba de ello es la tensión vivida en Nueva España en la década de
1640. Rumores de rebelión, acusaciones de traición, tumultos, destierros y la destitución fulminante de hasta dos virreyes... Los sucesos
que sacudieron el virreinato mexicano no tienen una única explicación pero sí un denominador común: el proyecto reformista puesto en
marcha por Palafox, uno de los más ambiciosos emprendidos por un
servidor de la Corona española en América en el siglo XVII.
Ésta es la historia que cuenta esta obra: la de un proyecto de reforma y regeneración acometido con el objetivo de afianzar las bases
de la Monarquía española en América. Un proyecto político de gran
envergadura: en algunos aspectos, visionario; en otros, equivocado;
y, en última instancia, condenado al fracaso. En este sentido, este libro se aparta de la historiografía clásica sobre Palafox, que salvo contadas excepciones puede dividirse en dos categorías: panegírico o calumnia. Vilipendiado por unos, idealizado por otros, durante más de
tres siglos la literatura en torno a la vida y obra del obispo de Puebla ha estado marcada por su enfrentamiento con los jesuitas y por la
larga lucha emprendida por sus muy tenaces partidarios para lograr
su beatificación. Casualmente, esa lucha acaba de concluir: hace escasas fechas, a finales de marzo de 2010, el papa Benedicto XVI aprobó
por fin la beatificación de Palafox, un reconocimiento que a muchos
resultará merecido, pero que no necesariamente disipará las brumas
que siguen rodeando a un personaje del que Antonio Domínguez Ortiz se preguntó, perplejo: «¿Soberbia o santidad?»1.
Si la pregunta delata el maniqueísmo que suscita la polémica figura del obispo de Puebla, la respuesta está en un análisis desapasionado del personaje en el contexto de su época: es indiscutible que Palafox tenía un fuerte orgullo y un acusado sentido moral de
su responsabilidad, que trascendía su faceta como eclesiástico para
abarcar todos los aspectos de su vida y trayectoria al servicio de la
Corona española.
Palafox permaneció casi diez años en el virreinato de Nueva España. Tras de sí dejó una importante obra pastoral y cultural, en particular en su diócesis de Puebla de los Ángeles, donde además de introducir importantes novedades a favor de la población indígena, de la
que es recordado como gran benefactor, fundó una fabulosa biblioteca
de más de cuatro mil volúmenes y culminó la construcción de su imponente catedral. Más relevante aún fue su contribución como reformador de la Iglesia novohispana, cuya estructura y organización interna
revolucionó mediante la promoción del clero secular a costa de las órdenes religiosas. Sin embargo, la que más interés histórico tiene, tanto
por sus repercusiones como por su originalidad, es su labor política.
El primero en detectar, y destacar, la relevancia política de la obra
de Palafox fue el historiador Jonathan Israel, que dedicó al obispo
un capítulo de su pionero estudio sobre la política mexicana en la primera mitad del siglo xvii 2. Israel demostró que no fueron tanto las
disputas eclesiásticas como los enfrentamientos políticos y entre sectores sociales y económicos del virreinato los que generaron los conflictos que tuvieron lugar en Nueva España durante la década de
1640. Fruto de su lúcido análisis, la controversia entre Palafox y los
jesuitas pasó a un segundo plano, cediendo protagonismo a las reformas políticas acometidas por el obispo a su llegada al virreinato.
Desde la publicación del libro de Israel en 1975, se ha escrito y
debatido mucho sobre Palafox. Sin embargo, muy pocos investigadores han seguido su estela o han atendido su llamamiento para una
relectura de la vida del obispo en clave política. No lo hizo sor Cristina de la Cruz de Arteaga en la importante biografía que escribió de
su pariente a partir de los valiosos papeles conservados por su familia 3. Ni Francisco Sánchez-Castañer, que realizó una valiosa contribución al conocimiento de Palafox al reeditar algunas de sus obras y
apuntar la existencia de una biografía manuscrita redactada al poco tiempo de morir el obispo y desde entonces custodiada en el archivo
de la catedral de Burgo de Osma 4. Ni tampoco David Brading, quien
dedica un capítulo de su interesantísimo volumen sobre el desarrollo del patriotismo criollo a Palafox, al que presenta como un prelado tridentino y brazo ejecutor de la voluntad real, una imagen que
un análisis más minucioso desmiente con rotundidad 5. Dos estudios
más recientes, el de Gregorio Bartolomé sobre las calumnias dirigidas contra el obispo 6
y la biografía de Artemio López Quiroz 7, vienen a demostrar hasta qué punto sigue siendo difícil abordar la figura
de Palafox sin sucumbir a la polémica jesuita o la parcialidad.
La ingente documentación disponible sobre Palafox y los hechos
que rodearon su estancia en América avalan la tesis de Israel de que
los conflictos que marcaron la década de 1640 en Nueva España
—incluidos los enfrentamientos de Palafox con las órdenes mendicantes y los jesuitas— respondían a causas fundamentalmente políticas. Es cierto que las disputas sobre el control de las parroquias indias y el pago de diezmos formaban parte de un largo debate en el
seno de la Iglesia. Sin embargo, ambas controversias estaban profundamente marcadas por factores sociales y económicos, y se hallaban
estrechamente relacionadas con la vida política del virreinato y, muy
concretamente, con el programa reformista de Palafox.
Dicho programa no ha recibido ni de lejos la atención histórica que
se merece. José María Jover Zamora escribió un brillante artículo en
el que hacía referencia a las ideas de Palafox 8, pero el pensamiento
político del obispo en su conjunto sigue siendo muy poco conocido,
eclipsado en parte por sus escritos teológicos y pastorales, pero sobre
todo por la obra política de sus más ilustres contemporáneos.
Ideológicamente, y como buen aragonés de su tiempo, Palafox
era un pactista, capaz de aunar una acérrima defensa de la diversidad jurídica y política de la Monarquía española con una lealtad
inquebrantable a la Corona. El concepto que inspira e informa su
credo político es la justicia. La justicia era para él la fuerza legitimadora de la autoridad, el único elemento capaz de aglutinar y mantener unidas a las entidades políticas compuestas como la Monarquía
Hispánica, heterogénea suma de reinos, territorios y voluntades diversas. Todas sus acciones como reformador, tanto en el ámbito
eclesiástico como en el político o secular, tuvieron como objetivo potenciar la justicia desde la firme convicción de que sólo ello impediría la desintegración de España.
El fracaso de la Unión de Armas, las rebeliones de Cataluña y
Portugal y el descontento que percibe en América ante las crecientes
exigencias fiscales de la Corona convencen a Palafox de que es necesario un cambio radical de rumbo en la política de la Monarquía, una
rectificación total. Palafox teme por la supervivencia del Imperio español en América y se propone llevar a cabo una drástica reforma del
sistema virreinal con el objetivo de reequilibrar la relación de la Corona con sus súbditos americanos sobre el concepto de la reciprocidad: otorgar más poder a las elites locales —los criollos— a costa de
una casta funcionarial crecientemente desacreditada por su apego a
la corrupción y su desapego hacia la tierra cuya administración tenía
encomendada. El enfrentamiento de Palafox con los poderes establecidos, incluidos los dos virreyes con los que coincidió, fue inevitable,
implacable, sin concesiones y hasta sus últimas consecuencias. Tantas fueron sus repercusiones y tanto escándalo causó, que su amigo,
el jurista y literato Cristóbal Crespí de Valldaura, llegó a pronosticar
la subida de Palafox a los altares con varios siglos de antelación:
Las persecuciones que se han movido contra vos en esa tierra son de tan gran tamaño que podrían haceros santo llevadas con paciencia, aún cuando no hubiérades tanto antes comenzado a tener tan grandes luces de Nuestro Señor 9.
Palafox ganó varias batallas en su cruzada reformista, y algunas
tan importantes como su propio nombramiento como virrey, pero
sus triunfos fueron todos parciales y pírricos. Al final perdió la guerra. Su fracaso y obligado regreso a España en 1649 es un síntoma de
la situación límite en la que se encontraba la Monarquía española a
mediados del siglo xvii, incapaz de acometer incluso aquellas reformas que pudieran favorecer sus propios intereses en el medio plazo.
La aguda crisis financiera de la Corona, la sucesión de derrotas militares, la amenaza de nuevas rebeliones: todo conspiraba a favor de
la consolidación de los virreinatos americanos como fuente de recursos económicos a los que había que seguir exprimiendo en aras de la
propia supervivencia de España.
Tras su enésimo enfrentamiento con la coalición de fuerzas políticas y eclesiásticas lideradas por el virrey Salvatierra y los jesuitas,
Palafox recibió órdenes tajantes de abandonar las Indias. Una vez en
España, fue desterrado al modesto obispado de Osma, en la actual
provincia de Soria, donde permaneció hasta su muerte en 1659. Palafox fracasó. Pero su derrota no resta un ápice de importancia ni de
interés a su proyecto reformista. Un proyecto que, en muchos sentidos, surgió como reacción a las políticas de quien fuera su principal
padrino político y valedor, el conde-duque de Olivares.
El fracaso de los objetivos unificadores de Olivares y las desastrosas consecuencias de su ambiciosa política exterior tuvieron una
profunda influencia en el proyecto de Palafox para la reforma del
gobierno americano. Al mismo tiempo, su experiencia en el Nuevo
Mundo afectó su percepción de la política española respecto a la
propia Península y al resto de Europa. Este intercambio de ideas,
conceptos políticos y reformas en doble dirección —de España a
América y de América a España— es uno de los elementos más fascinantes de la vida y obra del obispo de Puebla. Testigo y protagonista
de la vida política a ambos lados del océano, Palafox se percató de la
inmensa importancia de cuidar la relación transatlántica y así se lo
expresó en una carta, fechada en 1646, al presidente del Consejo de
Indias, el conde de Castrillo:
No querría que Vuestra Excelencia perdiese de vista esta América que es
rama de ese árbol y tronco muy separada, y para comunicarle el calor y la virtud necesita de muchas asistencias porque no se vaya resfriando aquella obediencia y observancia que tanto conviene conservar si ha de durar esto 10.
La advertencia de Palafox sigue siendo relevante hoy, sobre todo
para los historiadores. Salvo excepciones, los historiadores de España
y los de América aún se miran con una mezcla de indiferencia y recelo,
divididos por facultades y por una larga trayectoria de desconfianza
recíproca. Prueba de ello es que la crisis sufrida por España en el siglo xvii, que ha cautivado a los estudiosos durante más de siete décadas, ha sido examinada casi exclusivamente en su contexto europeo.
Las referencias al impacto de dicha crisis en los virreinatos americanos y viceversa siguen siendo hoy relativamente escasas. Tampoco se
ha prestado suficiente atención al funcionamiento de la administración de ultramar, cuestión absolutamente esencial para comprender y
valorar el desafío de la Corona española en la época: el Consejo de Indias sigue falto de estudio; la bibliografía sobre el gobierno virreinal
tiende a ser biográfica en lugar de analítica; y apenas se ha prestado
atención a instrumentos fundamentales para hacer efectiva la autoridad real en América, como la visita general.
Los estudios sobre Palafox también adolecen de una visión parcial, fruto de la ausencia de una visión transatlántica del personaje y
su tiempo. Cuando Sánchez-Castañer se dispuso a reeditar las obras
del obispo, escogió únicamente las que había escrito en Nueva España
sobre temas relacionados exclusivamente con el virreinato y tituló la
selección Tratados Mexicanos. Sin embargo, basta un repaso superficial
a la vasta obra de Palafox para comprobar que sus reflexiones van dirigidas tanto a los territorios europeos de la Corona como a sus dominios de ultramar. Palafox no distingue entre unos y otros. Esto es particularmente cierto de sus principales obras políticas, la Historia Real
Sagrada y el Juicio interior y secreto de la monarquía para mí solo, ésta ni siquiera está fechada, lo que hace todavía más difícil su contextualización. Sin embargo, lo que al principio parece un impedimento para
entender el mensaje o propósito del autor resulta ser uno de sus principales atributos: así como la vida de Palafox abarca el Viejo Mundo y
el Nuevo, también lo hacen sus reflexiones políticas y su proyecto reformista. La suya es una visión de conjunto, transatlántica. Y eso a los
historiadores nos plantea un desafío y una invitación.
El desafío no es sólo intelectual, también es práctico. Muchos documentos que hoy consideramos esenciales se perdieron cuando los barcos que los transportaban naufragaron en tormentas o fueron capturados por piratas. Además, el retraso con el que la información sobre los
sucesos ocurridos a un lado del Atlántico llegaba al otro y, sobre todo,
el tiempo que tardaban las órdenes reales en llegar a manos de sus destinatarios hacen difícil escribir un relato cronológico. La consecuencia
son saltos en la narración que la entorpecen o, como mínimo, le restan fluidez. Por último, no todos los archivos están digitalizados, por
lo que el historiador no tiene más remedio que recorrer miles de kilómetros y surcar los cielos o los mares en busca de información. Ahora
bien, ¿qué mejor manera de comprender el desafío que suponía gobernar un imperio atlántico que afrontar algunos de sus problemas?
En estas circunstancias, la biografía política se revela como un método
muy útil. Seguir los pasos de Palafox desde España hasta Nueva España y de regreso a España es una excelente manera de adquirir esa
perspectiva transatlántica que sólo alcanzaban quienes se atrevían a
emprender el azaroso viaje entre los dos mundos.
Es evidente que este libro deja muchos aspectos importantes sin
tratar. En otras circunstancias, hubiera sido fundamental una investigación más profunda del funcionamiento interno del Consejo de Indias. También queda mucho por descubrir sobre la manera en la que
tanto algunos estadistas españoles de finales del siglo xviii como importantes patriotas criollos se apropiaron de la figura de Palafox para
sus fines políticos. Por no hablar de la dimensión teológica y pastoral
de la obra del obispo, que recibe escasa atención.
Estas carencias quizá impidan calificar este libro como una auténtica biografía de Palafox, pero en cambio hicieron viable una tarea que, dadas las limitaciones de tiempo y espacio, habría resultado
imposible. Hay muchísima documentación sobre Palafox y está repartida en archivos y bibliotecas a un lado y otro del Atlántico. En el
momento de acometer esta investigación, la documentación más importante sobre Palafox se encontraba en el archivo de la familia Infantado, situado en los sótanos del magnífico caserón que la familia tenía
en la calle Don Pedro del barrio de los Austrias de Madrid. El archivo
estaba cerrado al público, pero gracias al marqués de Santillana, hijo del hoy ya difunto duque, fue posible acceder a sus numerosos legajos
a diario durante más de seis meses. Allí estaban las cartas familiares de
Palafox, las minutas que certifican su participación en los Consejos de
Guerra y de Indias, ingente cantidad de correspondencia oficial y privada entre América y España, mensajes secretos sobre el caso Escalona, copias de los informes de Palafox al rey referentes al gobierno de
Salvatierra, papeles muy importantes sobre la visita general y la polémica jesuítica, y un número considerable de fuentes dieciochescas relativas a su causa de beatificación. Gracias a la paciencia y persistencia
de Ricardo Fernández Gracia, los historiadores tienen ahora la posibilidad de consultar copias escaneadas de toda esta documentación en
el archivo de la Universidad de Navarra.
En cuanto a las instituciones públicas de Madrid con documentación sobre Palafox, las más importantes son la Biblioteca del Palacio Real y la Biblioteca Nacional. En la primera hay papeles muy interesantes sobre la visita general, concretamente acerca del caso del
magistrado corrupto don Melchor de Torreblanca, y sobre la controversia generada en torno al escudo de armas colocado por Palafox en
la catedral de Puebla. La Biblioteca Nacional, por su parte, custodia
importantes informes de los adversarios de Palafox que no se hallan
en el Archivo del Infantado. Entre otros, los escritos que el duque de
Escalona y su hijo presentaron al rey solicitando la destitución de Palafox, la reveladora exposición que Salvatierra envió a Madrid ofreciendo su versión del tumulto de Puebla y el libelo escrito por el arzobispo Mañozca y su primo el inquisidor. También contiene fuentes
impresas difíciles de encontrar en otros archivos españoles, como la
biografía escrita por el fraile dominico Guillermo Bartoli.
Fuera de Madrid, el Archivo General de Indias sigue siendo la mayor fuente de información sobre los virreinatos americanos. Los informes que el Consejo de Indias envió al rey entre 1632 y 1656 son fundamentales para comprender tanto el contexto histórico de Palafox como
la percepción del gobierno de la Monarquía sobre sus objetivos y reformas. Por otra parte, el Archivo de Indias conserva un legajo muy poco
conocido y absolutamente decisivo para la consecución de esta obra. Su
encabezamiento es «México 600» y contiene todos los papeles, informes
y cartas relacionadas con la reforma de los alcaldes mayores: el núcleo
central y elemento más original del proyecto político de Palafox.
Fuera de España, el Archivo General de la Nación en la ciudad
de México y el Archivo del Ayuntamiento de Puebla son dos fuentes evidentes de información sobre Palafox. Los informes y minutas redactados tras cada reunión de los cabildos de ambas ciudades arrojan luz sobre la manera en la que la oligarquía local de Nueva España
interpretaba sus reformas, las actuaciones del virrey y el enfrentamiento entre ambos. Por último, en Puebla se encuentra la magnífica
Biblioteca Palafoxiana, que además de algunas ediciones tempranas
de obras menores de su fundador, custodia la fabulosa colección de
cuatro mil volúmenes que el obispo donó al Colegio de San Pedro en
1646 y que revela mucho acerca de sus gustos literarios.
Me quedaron por consultar muchas fuentes, archivos y bibliotecas. También hay numerosos personajes que aparecen en el libro que
merecen un tratamiento más detallado del que han recibido, como sin
duda ocurre con otros aspectos de la vida de Palafox. Todas estas tareas quedan pendientes, para el futuro o para otros historiadores interesados en la polifacética y polémica figura del obispo de Puebla.
Este libro es la traducción de mi tesis doctoral, leída en la Universidad de Oxford en el año 2000 y publicada en el Reino Unido por
Oxford University Press en 2004. Debo confesar que desde entonces no he vuelto a indagar en la vida de Palafox ni tampoco he seguido con la atención exigible las últimas novedades historiográficas
en torno a su época. Por otra parte, con la perspectiva del tiempo, resulta todavía más evidente que el texto adolece de lagunas y contiene
errores de valoración y criterio que espero que los lectores sepan
perdonar. De haberlo escrito hoy, probablemente habría sido menos
condescendiente con algunos aspectos de las propuestas reformistas
de Palafox y quizá algo más comprensiva con los objetivos de su malogrado benefactor, Olivares.
En todo caso, con sus defectos, carencias y limitaciones, creo que
el planteamiento del libro sigue siendo esencialmente válido y que la
historia de Palafox es como aquí se cuenta. Palafox fue un luchador,
un idealista y un visionario, un moderado exaltado, un pactista, un inconformista y un representante de esa tercera vía que algunos llaman
tercera España que nunca acaba de imponerse. Pero, por encima de
todo, fue un gran reformador en un tiempo poco propicio para grandes reformadores. He ahí su atractivo. Y también su valor.
___________________________
1 Domínguez Ortiz 1996, p. 68.
2 Israel 1975, pp. 199-247.
3 Arteaga 1985.
4 Sánchez-Castañer 1968 y también 1988. La biografía fue escrita en 1660 por el
fraile benedictino Gregorio de Argáiz, «Memorias ilustres de la santa iglesia y obispado
de Osma ... Con la vida del ejemplarísimo prelado don Juan de Palafox y Mendoza». Sobre la vida de Palafox, véanse fols. 424-481. Se halla en el Armario del venerable, Archivo
de la catedral, Burgo de Osma, y fue editada recientemente por primera vez por Fernández Gracia 2000. He usado la versión manuscrita.
5 Brading 1991, cap. 11, pp. 228-250.
6 Bartolomé 1991.
7 López Quiroz 1999.
8 Jover Zamora 1950, pp. 101-150; para una útil crítica de las conclusiones de Jover, véase Thompson 1995, pp. 125-159
9 AI 87: Cristóbal Crespí de Valldaura a Palafox, Madrid, 4 de junio de 1648. Crespí
de Valldaura (1598-1672) conoció a Palafox en la Universidad de Salamanca. Más tarde
llegó a ser un político y jurista célebre. Fue nombrado en 1642 regente del Consejo de
Aragón y en 1652 vicecanciller de Aragón.
10 AI 8, fols. 18-19v: Palafox a Castrillo, 8 de diciembre de 1646
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