martes, 15 de marzo de 2022

LIBRO "EL FRACASO DEL ATEÍSMO": CULTURA POSMODERNA Y RAZONABLE por JESÚS MARÍA SILVA CASTIGNANI



CULTURA POSMODERNA
Y FE RAZONABLE


En su última obra, El fracaso del ateísmo (Palabra), Castignani amplia su enfoque y aborda críticamente los principales argumentos del ateísmo y los pensadores de la posmodernidad, refutando sus grandes mitos y objeciones a la fe con la verdad de la doctrina cristiana.


1º Sin religión seríamos mejores

Para el sacerdote, el primer error de este mito es "pensar que todas las religiones son iguales". "En el cristianismo se propone una moral de perdón, de amor y de misericordia", y añade que "la afirmación de que sin religión seríamos mejores no se puede demostrar". Por el contrario, -y esto sí es comprobable-, "las ideologías ateas se llevan la palma en lo que a torturas, experimentos humanos y genocidios se refiere". La religión cristiana, "precisamente porque cuenta con esa tendencia de la naturaleza humana al desorden, es por lo que propone el esfuerzo moral y la virtud. Por eso nos hace mejores y si no fuera por ella, el hombre, víctima de sus peores vicios, habría hecho del mundo un infierno".

2º La religión es un falso consuelo a los problemas

De hecho, el sacerdote expone que la fe "no aminora los sufrimientos, sino que incluso en ocasiones los agudiza, ya que ponen a prueba la fe y hacen dudar de la existencia o la bondad de Dios. Afirmar que la fe es un falso consuelo es una posición teórica que se hace sin haber contrastado la experiencia de tantos creyentes que han sufrido a pesar de tener fe y, muchas, veces, precisamente a causa de su fe".

3º La fe retrasa la civilización

Para enfrentar este clásico mito del ateísmo, el autor retrocede al mundo griego para hablar de los orígenes de la ciencia natural: "Comenzó a desarrollarse en un entorno religioso y naturalmente creyente, como es el caso de Pitágoras, conocido tanto por su teorema como por sus creencias místicas". Más adelante, también se dieron numerosas y destacadas eminencias científicas movidas por la fe, como es -entre otros muchos ejemplos- "la teoría del Big Bang, formulada por el sacerdote Lemaître y amigo de Einstein, lo que hace de ese mito "una afirmación totalmente dudosa".

4º Fe y razón son incompatibles

El error de este mito se encuentra "en pensar que todo se reduce a materia", olvidando que "en la realidad no existe solo lo material". Si aceptamos esto -explica Castignani- comprendemos que "tiene que haber relación entre el mundo físico y el metafísico y analizar los aspectos físicos de todas las realidades, pero no reducirlos a ellas. La ciencia tiene un campo en el que debe hacer todos los progresos posibles, pero no puede extralimitarse y explicar el arte abstracto o asegurar que una experiencia religiosa sea falsa. Por eso tantos científicos han sido creyentes y a no pocos la ciencia les ha acercado a la fe".

5º La religión fanatiza

Otro de los mitos difundidos por el ateísmo es que la religión hace de sus seguidores fanáticos intransigentes que quiere imponer sus ideas a los demás por la fuerza o eliminarlos usando la violencia si no las comparten. Para el autor, además de que esta afirmación "tampoco puede ser demostrada", tiene un error de concepto: "El que es fanático, lo es por su carácter, porque tiene un trastorno, una patología psíquica o una personalidad muy radical, no por ser religioso".

¿Por qué ha fracasado el ateísmo?

La respuesta es sencilla: porque no ha traído lo que prometía. Freud prometía que un hombre desinhibido sexualmente de todo tabú llegaría a ser plenamente feliz. Marx proponía que el hombre, abandonando la religión y lanzándose sobre los bienes materiales sería plenamente feliz. Nietzsche proponía que si el hombre llegaba a imponer su voluntad sobre todas las cosas sería feliz. Ninguno de estos vaticinios se ha cumplido. Pero de hecho sus ideologías han dado lugar a las mayores aberraciones de la historia: guerras mundiales, dictaduras, genocidios… y un hombre, en el s. XXI, que no es precisamente feliz. Además, ha dejado sin responder las grandes cuestiones que anidan en el corazón de todo hombre: ¿para qué estoy aquí? ¿Existe vida tras la muerte? ¿Por qué hacer el bien y no el mal? El ateísmo no es coherente con los deseos y las intuiciones del corazón del hombre. El lugar donde se verifica su fracaso es la realidad.

Vemos en su libro que toda ideología de la posmodernidad se transforma en un nihilismo materialista o más bien tiene su base ahí.

Exactamente. El materialismo se da por sentado: todo es solo materia. De ahí se pasa a negar toda transcendencia y todo sentido de la vida. El hombre existe simplemente para vivir y para consumir, su única finalidad es tener, poder y placer. Y en esa perspectiva, la aniquilación definitiva tras la muerte se convierte en el horizonte, por lo que la vida se llena de nada (nihilismo): ningún sentido, ninguna meta más allá de lo físico, ningún origen, ningún destino. La nada llena la vida. Y para poder huir de ella, el hombre necesita narcotizarse ante las preguntas fundamentales, porque el materialismo las deja sin respuesta.

¿Cuáles son las preguntas fundamentales que debería hacerse todo joven posmoderno alejado de la fe?

En realidad, las preguntas son las mismas para todos. ¿Por qué hay algo en vez de nada? ¿Por qué hacer el bien y no el mal? ¿Hay vida tras la muerte? ¿Existe Dios? Si es así, ¿por qué permite el mal? ¿Qué sentido tiene mi vida? Estas son las preguntas fundamentales, las que dan una verdadera explicación y sentido a la existencia. Mientras estas preguntas permanecen sin respuesta, la única alternativa es vivir en el sinsentido. La respuesta no la da el tener, el poder ni el placer, sino la reflexión interior y la meditación sobre las verdades fundamentales, las que todas las culturas han intuido como verdaderas: la existencia de Dios y de un destino para el hombre. El joven necesita pararse, no dejarse deslumbrar por el escaparate de luz y ruido que le rodea, entrar en su interior y pensar, para poder encontrar sus propias respuestas. No es casualidad que los poderes reinantes, que quieren arrebatar la libertad a los jóvenes para que sean más manejables, hayan retirado la filosofía de las escuelas. El joven de hoy tiene anhelo de eternidad, pero como remedio a ese anhelo el mundo le ofrece el tener, el poder y el placer; unos narcotizantes que solo consiguen acallar el deseo, no le llenan, y a la larga generan frustración. Solo lo Eterno corresponde al anhelo de lo eterno.

Si todo hombre busca un sentido trascendente en su existencia, ¿Por qué existen los ateos?

Según el gran psiquiatra Viktor Frankl, todo hombre tiende naturalmente a Dios; pero en el presente esta tendencia se reprime así da lugar a patologías. ¿Por qué el hombre reprime esta tendencia? Por desgracia, según el Concilio Vaticano II, la culpa muchas veces las tenemos los propios cristianos. En el número 19 de la Constitución Gaudium et Spes, leemos: “En esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión”. Cuando por un lado la religión ha dejado de iluminar, por otro lado las ciencias han deslumbrado al hombre con su pretensión de explicarlo todo, y por otra parte la filosofía ha reaccionado contra la fe dando por sentado el materialismo, el ateísmo ha pasado a ser lo predominante en el ambiente occidental de la posmodernidad. Si los creyentes hubiéramos sido más coherentes, probablemente otro gallo habría cantado.

¿Quiénes serían los grandes precursores del ateísmo filosófico?

Es difícil responder a esa pregunta. Desde la perspectiva de la filosofía, sin duda la corriente empirista inglesa, encabezada por David Hume, tuvo una gran influencia, ya que invita a la filosofía a centrarse solo en lo perceptible por los sentidos. En la Ilustración se propone la religión como algo oscurantista, a lo que algunos de los philosophes responden con la propuesta del ateísmo. A esta perspectiva se unió el desarrollo de las ciencias, en las que el filósofo August Comte vio la plenitud del saber, de modo que debían dejarse atrás tanto la religión como la filosofía. En este ambiente Charles Darwin propone su teoría de la evolución como una explicación materialista de la humanidad, mientras Ludwig Feuerbach, partiendo del materialismo, propone una explicación alternativa del origen de la religión como un invento humano. Todo esto crea el caldo de cultivo perfecto para la eclosión del ateísmo en los siglos XIX y XX, a través sobre todo de Marx, Niezsche y Freud.

¿Por qué acaba diciendo que son maestros de la mentira?

Porque estos tres autores proponen un origen de la religión que no es respetuoso ni con los datos de la arqueología, ni con los de la fenomenología de la religión ni con la psicología humana. Ellos “inventan” un origen de la religión, partiendo del materialismo, para sustentar sus teorías filosóficas, políticas y psicológicas, pero han mirado a la realidad desde sus prejuicios, de modo que han quedado cegados para ver el verdadero origen de la inclinación religiosa en el hombre. Lo que ellos dicen sencillamente no es verdad. No es que sea indemostrable (que lo es), sino que además no es leal con los descubrimientos del origen de las religiones. Además son maestros de la mentira porque con sus teorías cautivaron a muchos que, tratando de llevar a la historia sus promesas utópicas de un mundo feliz, han arrasado el mundo con las ideologías, las guerras y las tensiones en las que lo vemos envuelto hoy.

¿Quiénes serían los nuevos ateos y qué dificultades plantean a diferencia de los ateos clásicos?

Los “nuevos ateos” son aquellos que se acercan a la cuestión religiosa desde la ciencia, y no desde la filosofía. Así, rebasan su campo propio y tratan de extraer consecuencias filosóficas de conocimientos científicos. Plantean una crítica mordaz contra la religión, salpicada de hipocresía y pseudo – cientificismo. Meten a todas las religiones en el mismo saco, lo cual es muestra ya del poco rigor de su pensamiento. Y dan por verdaderos una serie de prejuicios que han asumido y no consigue demostrar: que sin religión seríamos mejores, que la fe ha retrasado la civilización, que la Biblia es un libro inmoral, que la existencia de Dios no se puede demostrar, etc. La carencia de conocimientos humanistas y de profundidad de estos autores raya en lo obsceno. Pero su estilo divulgativo, y su título de científicos que a los ojos del mundo es garantía de calidad, ha hecho que sus obras se extiendan entre el gran público convirtiéndose en superventas.

¿Por qué decidió acabar el libro hablando de la coherencia del teísmo?

Porque es algo que surgió espontáneamente de la refutación del ateísmo. En la preparación de mi libro me fui encontrando con muchos autores actuales que muestran la coherencia de la existencia de Dios desde el punto de vista antropológico, filosófico y científico. Cuando se refuta el ateísmo, las preguntas fundamentales vuelven a florecer, y el hombre anhela una respuesta. Y un uso sin prejuicios de la razón para dar respuesta a esas cuestiones, lleva de un modo natural a la religión, a la existencia de Dios, como respuesta más probable a las grandes cuestiones que permanecen irresolubles, como bien demostró el filósofo ex – ateo Antony Flew. El teísmo es la hipótesis más probable y más plausible desde todos los puntos de vista, a pesar de que se nos quiera hacer creer lo contrario.

¿Cuáles son los principales indicios externos e internos de la existencia de Dios?

En el libro hago una lectura actualizada de las “demostraciones” tradicionales de la existencia de Dios. Todo tiene que tener un origen, tal como nos señala la física moderna: el universo no es eterno, tuvo un comienzo, que algo tuvo que producir, algo que a su vez no fue causado por nada, porque si no a su vez algo tendría que haberlo puesto ahí, de modo que caeríamos en una cadena infinita de causas, algo que la física y la matemática han demostrado que no puede existir. Pero es que además lo que dio origen al universo lo dotó de un diseño concreto que permite que sea exactamente como es y que haya dado lugar a seres como nosotros, por lo que se trata, más que de un “algo”, de un “Alguien” inteligente que creó con un diseño y por tanto con un propósito. Interiormente, además, vemos en nosotros la fuerza de la moralidad: es decir, sentimos un imperativo que nos permite distinguir el bien del mal y nos impulsa a realizar el primero y rechazar el segundo. Este imperativo moral no puede explicarse desde el punto de vista evolutivo ni biológico, por lo que señala a ese Diseñador como autor de la conciencia humana. Asimismo, la tendencia natural a Dios muestra cómo el anhelo del hombre ha de tener respuesta, como la tienen todos los demás deseos del ser humano. Además, el deseo de justicia, que claramente no se cumple en esta vida, y reclama la existencia de otra para que cada cual reciba el fruto de lo que ha sembrado. También la belleza y complejidad del universo, la maravilla del código genético, y la multitud de las experiencias de conversión que han vivido y viven millones de personas impulsan en la misma dirección: Dios existe.

Tras el epílogo no podía tener mejor colofón el apéndice de Chesterton. Por qué soy católico.

Chesterton fue un buscador, El anhelo de verdad bullía en su interior en medio de una sociedad superficial e hipócrita. Fue capaz de liberarse de todas las ataduras de su ambiente para llevar adelante su búsqueda y llegar al único término posible: la existencia de Dios. Por eso considero su vida como un paradigma de lo que el hombre posmoderno debería hacer. Despertar del sueño del ateísmo, vencer los condicionantes del ambiente y embarcarse en la búsqueda sincera de la verdad. Así, como Chesterton, y tantos otros hombres y mujeres de la historia, podrá llegar a quien es la respuesta a todos los anhelos y preguntas del ser humano.




«La dificultad de explicar "por qué soy católico" radica en el hecho de que existen diez mil razones para ello, aunque todas acaban resumiéndose en una sola: que la religión católica es verdadera»
He aquí la causa por la que el 30 de julio de 1922, G. K. Chesterton deseó ser acogido en el seno de la Iglesia católica. Sin embargo, la travesía seguida hasta entonces por este grandísimo escritor en el ámbito espiritual no fue breve ni estuvo exenta de obstáculos, lo cual muestra honestidad a la hora de encarar su conversión.
En la Inglaterra de entonces, donde la Iglesia católica era muy poco popular, Chesterton hubo de responder en numerosas ocasiones por los motivos de su bautismo. No obstante, fiel a su personalidad sencilla y directa, no escamoteó la cuestión ni los ataques, y siempre defendió públicamente su fe y la racionalidad del Cristianismo.
Por qué soy católico recoge sus ensayos religiosos a partir de 1922, lo que convierte a la obra en un referente del pensamiento del Chesterton apologeta de la fe. Estas páginas ponen de manifiesto su extraordinaria capacidad para discurrir sobre las cuestiones más elevadas de la manera más sencilla y atractiva posible.

La dificultad de explicar por qué soy católico reside en que hay diez mil razones que se elevan todas a una sola razón: que el catolicismo es verdadero. Podría llenar mi espacio con frases sueltas que comenzaran con las palabras: «Es lo único que...», como, por ejemplo, es lo único que de verdad evita que un pecado sea un secreto. O es lo único en lo cual lo superior no puede estar por encima, en el sentido de ser altanero. O es lo único que libera al hombre de la degradante esclavitud de ser un producto de su época. O es lo único que habla como si fuera cierto: como si fuera un auténtico mensajero que se negase a alterar un mensaje auténtico. O es la única forma de cristianismo que de verdad incluye a todos los tipos de hombre, incluso al hombre respetable. O es el único gran intento de cambiar el mundo desde dentro; valiéndose de voluntades y no de leyes; etcétera. O podría tratar la materia de manera personal y describir mi propia conversión, pero resulta que tengo la fuerte sensación de que este método hace que la empresa parezca mucho más pequeña de lo que en realidad es.

Grandes cantidades de hombres mucho mejores se han convertido a religiones mucho peores. Preferiría en gran medida decir aquí de la Iglesia católica precisamente las cosas que no se pueden decir de sus muy respetables rivales. En resumen, de la Iglesia católica diría principalmente que es católica. Preferiría intentar sugerir que no es sólo más grande que yo, sino más grande que cualquier cosa en el mundo, que es, de hecho, más grande que el mundo. Pero, ya que en este pequeño espacio sólo puedo centrarme en un aspecto, la contemplaré en su cualidad de guardiana de la verdad.

El otro día, un escritor conocido, por lo demás bastante bien informado, dijo que la Iglesia católica era siempre un enemigo de las ideas nuevas. Tal vez no se le ocurriera que su propio comentario no tenía exactamente la naturaleza de una idea nueva. Es un concepto que los católicos han de estar refutando de manera continua, porque es una idea muy vieja. Es más, aquellos que se quejan de que el catolicismo no puede decir nada nuevo rara vez creen necesario decir nada nuevo sobre el catolicismo. En realidad, un verdadero estudio de la historia demostrará que es curiosamente contraria a tal hecho. En la medida en que las ideas realmente son ideas y en la medida en que tales ideas pueden ser nuevas, los católicos han sufrido de manera continua por sostenerlas cuando de verdad eran nuevas, cuando eran demasiado nuevas para encontrar cualquier otro apoyo. El católico no sólo iba por delante, sino que se encontraba solo, y aún no había nadie allí que entendiese lo que había encontrado.

De este modo, por ejemplo, cerca de doscientos años antes de la Declaración de Independencia y de la Revolución Francesa, en una época consagrada al orgullo y alabanza de los príncipes, el cardenal Bellarmine y el español Suárez establecieron con lucidez toda la teoría de la auténtica democracia. Pero en aquella era del Derecho Divino ellos sólo dieron la impresión de ser unos jesuitas sofistas y sanguinarios, que merodeaban con puñales para ejecutar el asesinato de reyes. Así, de nuevo, el casuismo de las escuelas católicas dijo todo cuanto en realidad se podía decir sobre las problemáticas obras y las problemáticas novelas de nuestra propia época, doscientos años antes de que se escribiesen. Dijeron que había en verdad problemas de conducta moral, pero tuvieron el infortunio de decirlo con doscientos años de adelanto.

En un tiempo de fanatismo demagógico y de ituperio libre y fácil, ellos simplemente consiguieron que les llamaran mentirosos y evasivos por ser psicólogos antes de que la psicología estuviera de moda. Resultaría sencillo proporcionar otros muchos ejemplos hasta nuestros días, y el caso de ideas que son aún demasiado nuevas para que se entiendan. Hay pasajes en la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII (también conocida como «Encíclica sobre el trabajo», promulgada en 1891) que sólo ahora están comenzando a ser utilizados como consejos para movimientos sociales mucho más nuevos que el socialismo. Y cuando el señor Belloc escribió sobre el «estado servil», avanzó una teoría económica tan original que casi nadie se ha dado cuenta aún de cuál es. Dentro de unos pocos siglos, otras personas la repetirán, y la repetirán mal. Y entonces, si los católicos se oponen, su protesta se verá explicada con facilidad por el bien conocido hecho de que a los católicos nunca les importan las ideas nuevas.

No obstante, el hombre que hizo ese comentario sobre los católicos quería decir algo, y es sólo hacerle justicia el entenderlo con mayor claridad de la que empleó en afirmarlo. Lo que él quería decir era que, en el mundo moderno, la Iglesia católica es de hecho el enemigo de muchas modas influyentes, la mayoría de las cuales dicen aún ser nuevas, aunque muchas están empezando a ser un poco añejas. En otras palabras, en la medida en que quería decir que la Iglesia a menudo ataca lo que el mundo sostiene en un momento dado, tenía toda la razón. La Iglesia sí se lanza a menudo en contra de la moda de este mundo que expira, y tiene la suficiente experiencia para conocer la gran rapidez con la que expira. Pero para entender con exactitud lo que implica, es necesario adoptar una perspectiva bastante más amplia y tener en cuenta la naturaleza última de las ideas en cuestión, considerar, por así decirlo, la idea de la idea.

Nueve de cada diez ideas que llamamos nuevas son simplemente viejos errores. La Iglesia católica tiene por una de sus principales obligaciones la de impedir que la gente cometa esos viejos errores, evitar que los cometa una y otra vez de manera sucesiva, como hace en todo momento la gente si se la deja a su suerte. La verdad sobre la actitud católica hacia la herejía, o como dirían algunos, hacia la libertad, quizás se puede expresar de la mejor manera por medio de la metáfora de un mapa. La Iglesia católica porta algo parecido a un mapa de la mente que se asemeja el mapa de un laberinto, pero que en realidad es una guía del mismo. Ha sido compilado a partir de un conocimiento que, aunque se ha considerado un conocimiento humano, no tiene ningún igual humano.

No hay otro caso de una institución inteligente continua que haya estado meditando acerca del pensamiento durante dos mil años. Como es natural, su experiencia abarca prácticamente todas las experiencias, y en especial prácticamente todos los errores. El resultado es un mapa en el cual se hallan señaladas con claridad todas las calles cortadas y las carreteras en mal estado, todos los caminos cuya inutilidad ha quedado demostrada por la mejor de todas las pruebas: la prueba de aquellos que las han recorrido.

En este mapa de la mente los errores se señalan como excepciones. La mayor parte de él consiste en patios de recreo y felices cotos de caza, donde la mente puede disponer de tanta libertad como desee, por no hablar de la cantidad de campos de batalla intelectuales en los que la lucha se encuentra indefinidamente abierta y sin decidir. Pero éste sin duda carga con la responsabilidad de señalar que ciertos caminos no llevan a ninguna parte o conducen a la destrucción, a una pared vertical o a un precipicio escarpado. Por estos medios, evita que los hombres pierdan el tiempo o la vida por sendas que ya se ha descubierto que son fútiles o desastrosas una y otra vez en el pasado, pero que, de otro modo, podrían atrapar a los viajeros una y otra vez en el futuro. La Iglesia se hace responsable de prevenir a su gente contra éstas; y de éstas depende el verdadero tema de este caso.

Defiende a la humanidad de forma dogmática de sus peores enemigos, esos monstruos devoradores, vetustos y terribles de los viejos errores. Ahora todas estas falsas cuestiones tienen una forma de parecer bastante novedosas, en especial para una generación reciente. Su primer enunciado siempre suena inofensivo y plausible. Daré sólo dos ejemplos. Suena inofensivo decir, como ha dicho la mayoría de la gente moderna: «Los actos son malos sólo si son malos para la sociedad». Llévese esto a cabo y, más tarde o más temprano se obtendrá la crueldad de una colmena o de una ciudad pagana, que establezca la esclavitud como el medio de producción más barato y más seguro, que torture a los esclavos en busca de un testimonio porque el individuo no significa nada para el Estado, que declare que un hombre inocente debe morir por el pueblo, como hicieron los asesinos de Cristo. Entonces, quizás, se retorne a las definiciones católicas, y se descubra que la Iglesia, mientras que afirma que es nuestro deber trabajar por la sociedad, dice también otras cosas que prohíben la injusticia individual. O de nuevo, suena bastante piadoso decir: «Nuestro conflicto moral debería finalizar con una victoria de lo espiritual sobre lo material». Llévese esto a cabo, y se puede acabar en la locura de los maniqueos, que dirán que un suicidio es bueno porque es un sacrificio, que una perversión sexual es buena porque no genera vida, que el diablo creó el sol y la luna porque son materiales. Entonces se podrá empezar a preguntar por qué el catolicismo insiste en que hay espíritus malvados igual que buenos, y que lo material también puede ser sagrado, como en la Encarnación o en la Misa, en el sacramento del matrimonio o la resurrección del cuerpo.

No hay ahora otra mente colectiva en el mundo que se halle así vigilando para evitar que las mentes se echen a perder. El policía llega demasiado tarde cuando intenta evitar que los hombres se descarríen. El médico llega demasiado tarde, pues viene sólo a encerrar a un loco, no a aconsejar a un cuerdo sobre cómo no volverse loco. Y todo el resto de sectas y escuelas son inapropiadas para tal propósito. Y esto no ocurre porque no contenga cada una de ellas una verdad, sino precisamente porque cada una de ellas contiene una verdad.

Ninguna de las demás afirma en realidad contener la verdad, y se contenta con albergar una verdad. Ninguna de las demás, esto es, afirma en realidad estar alerta en todas direcciones al tiempo. La Iglesia no se encuentra simplemente armada contra las herejías del pasado o incluso del presente, sino de igual forma en contra de las del futuro, que pueden ser el contrario exacto de las del presente; puede hallarse combatiendo en el futuro alguna forma de exageración supersticiosa e idólatra del ritual. El catolicismo no es ascetismo; en el pasado ha reprimido exageraciones fanáticas y crueles del ascetismo una y otra vez. El catolicismo no es simple misticismo; incluso ahora se encuentra defendiendo la razón humana frente al mero misticismo de los pragmatistas. Así, cuando el mundo se volvió puritano en el siglo XVII, se acusó a la Iglesia de llevar la caridad hasta el punto de la sofistería, de hacerlo todo fácil con la laxitud del confesionario. Ahora que el mundo no se vuelve puritano, sino pagano, es la Iglesia la que se encuentra protestando en todas partes en contra de una laxitud pagana en el vestir o en las formas. Está haciendo lo que querían hacer los puritanos, cuando realmente se requiere. Con toda probabilidad, todo lo bueno del protestantismo sobrevivirá sólo en el catolicismo; y en ese sentido, todos los católicos serán aún puritanos cuando todos los puritanos sean paganos.

De este modo, por ejemplo, el catolicismo, en un sentido poco comprendido, se queda al margen de una trifulca como la del darwinismo en Dayton. Se queda al margen porque se encuentra alrededor de ella, como una casa permanece alrededor de dos muebles que están fuera de lugar. No es una presunción sectaria el decir que se encuentra delante, detrás y más allá de todas estas cosas, en todas las direcciones. Es imparcial en una pelea entre el fundamentalista y la teoría del Origen de las especies, porque se remonta a un origen anterior a ese Origen, porque es más fundamental que el fundamentalismo. Sabe de dónde vino la Biblia. También sabe hacia dónde van la mayoría de las teorías de la evolución.

Sabe que había otros muchos Evangelios aparte de los Cuatro Evangelios, y que los otros fueron eliminados sólo por la autoridad de la Iglesia católica. Sabe que hay otras muchas teorías evolucionistas aparte de la teoría darwiniana, y que ésta tiene muchas posibilidades de ser eliminada por la ciencia posterior. No acepta, en la expresión convencional, las conclusiones de la ciencia, por la sencilla razón de que la ciencia aún no ha concluido. Concluir es callarse; y no es desde luego probable que el hombre de ciencia se calle. No cree, en la expresión convencional, lo que dice la Biblia, por la sencilla razón de que la Biblia no dice nada. No se puede hacer subir a un libro al estrado y preguntarle por lo que en realidad quiere decir. La propia controversia fundamentalista destruye el fundamentalismo. La Biblia por sí sola no puede ser la base del acuerdo cuando es la causa del desacuerdo; no puede ser el lugar común de los cristianos cuando algunos la interpretan de forma alegórica y otros de forma literal. El católico la remite a algo que es capaz de decir algo, a la mente viva, constante y continua de la cual he hablado, la mente más elevada del hombre guiada por Dios.

A cada momento se incrementa para nosotros la necesidad moral de tal mente inmortal. Necesitamos tener algo que mantenga fijas las cuatro esquinas del mundo mientras llevamos a cabo nuestros experimentos sociales o construimos nuestras utopías. Por ejemplo, debemos alcanzar un acuerdo final, aunque sea sólo acerca del truismo de la hermandad humana, que resista cierta reacción de la brutalidad del hombre. No hay justo ahora nada más probable que el que la corrupción del gobierno representativo conduzca a los ricos a soltarse por completo y a pisotear todas las tradiciones de igualdad con simple orgullo pagano. Debemos hacer que los truismos se reconozcan ciertos en todas partes. Debemos evitar la simple reacción y la repetición monótona de los viejos errores. Debemos hacer que el mundo intelectual sea seguro para la democracia. Pero en la situación de anarquía mental moderna, ni ése ni ningún otro ideal está a salvo.

Exactamente igual que los protestantes apelaban a la Biblia en detrimento de los pastores y no se percataban de que la Biblia también se podía poner en tela de juicio, así los republicanos apelaban al pueblo en detrimento de los reyes y no se daban cuenta de que también se podía desafiar al pueblo. No hay un final para la disolución de las ideas, la destrucción de toda prueba de veracidad, que haya sido posible desde que el hombre abandonó el intento de mantener una Verdad central y civilizada, que contuviese todas las verdades y rastreara y refutara todos los errores. Desde entonces, cada grupo ha tomado una verdad cada vez y ha empleado el tiempo en convertirla en una falsedad. No hemos tenido más que movimientos; en otras palabras, monomanías. Pero la Iglesia no es un movimiento, sino un lugar de reunión; el punto de encuentro de todas las verdades del mundo.


LAS RELIGIONES SON LAS QUE FUNDAN LAS CIVILIZACIONES: 
Ante la crisis cierta de la civilización occidental, presa de altas dosis de relativismo moral e ideologización de las instituciones, es necesario rescatar la obra de uno de los grandes historiadores de la edad contemporánea, el erudito británico Arnold Joseph Toynbee [1889- 1975]. Desde una maestra filosofía de la historia, Toynbee nos ha dejado para los anales de la ciencia histórica una teoría fundamental no ajena a polémicas y críticas, tanto en las comparaciones realizadas como en las conclusiones obtenidas. Su teoría “cícilica” sobre la Historia, esencia de su pensamiento, partía del desarrollo de las civilizaciones como resultado de la respuesta de un grupo humano a los desafíos que sufría, ya fueran naturales o sociales. No existía una “historia universal” (propia de un Universo extra-histórico), sino una historia humana centrada en las creaciones y relaciones de las civilizaciones. Así lo propuso en dos de sus grandes libros. En Estudio de la Historia (A Study of History,) compuesto por doce volúmenes (escritos entre 1934 y 1961) principió esta teorización sobre “el concepto de desarrollo de las civilizaciones”. Toda civilización crecía y evolucionaba sí su respuesta a un desafío estimulaba una nueva serie de desafíos (especialmente en función de factores religiosos), mientras que decaía y llegaba a desaparece cuando la misma se mostraba impotente para enfrentarse a los desafíos que se le presentaban. En este texto desarrolló, pues, la idea de “unidad del Estudio Histórico”, al presentar una visión sistemática y unificadora de la historia de la humanidad comprendida en el estudio de sus diversas civilizaciones.

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