domingo, 28 de noviembre de 2021

ADVIENTO Y MARANATHA: ¡VEN, SEÑOR JESÚS!



ADVIENTO Y MARANATHA (VEN SEÑOR JESÚS) 
Y ¡MARAN ATHA! (¡EL SEÑOR VIENE!
Eso significa Adviento (en latín) o Parusía (en griego) o Maranatha (en arameo): Venida. Un substantivo y, sobre todo, un verbo conjugado en todos los tiempos: Vino, Ven, Viene, Vendrá, más allá del tiempo que marcan nuestros relojes exactos.

La expresión o exclamación ¡Maranatha!, se encuentra íntimamente ligada con la llamada “Parusía”, del Señor. Unos tienen una clara idea de lo que significan estos dos términos, otros tienen una vaga idea acerca de ellos, y para otros esto es como si le hablarán en chino. Sin entrar en complejas etimologías, muchas veces discutibles y discutidas, al menos si conviene tener una noción del significado de estos dos términos.
El término “Parusía”, es de origen griego y denota la presencia de alguien, así este término, es usado varias veces por San Pablo en sus epístolas, una veces para hacer referencias a la presencia de terceras personas, (1Co 16; 2Co 10; 2Co 7,6; 2Ts 2,9), otras para referirse a la “Parusía” del Señor (1TS 2; 1Ts 3; 1Ts 4; 1Ts 5; 2Ts 2). También Santiago y San Juan en sus epístolas emplean este término. Pero el término “Parusía”, por antonomasia se emplea para referirse a la segunda venida de nuestro Señor
La “Parusía”, o segunda venida del Señor, tiene su fundamento en diversos pasajes evangélicos, de ellos hay cuatro, que destacan por su claridad e importancia y de los cuatro, dos son de San Mateo, el primero nos dice: “27 Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.28 Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino”. (Mt 16,27-28).

En el segundo nos dice: “26 Si les dicen: "El Mesías está en el desierto", no vayan; o bien: "Está escondido en tal lugar", no lo crean. 27 Como el relámpago que sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la Venida del Hijo del hombre. 28 Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres 29 Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. 30 Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre. Todas las razas de la tierra se golpearán el pecho y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo, lleno de poder y de gloria. 31 Y él enviará a sus ángeles para que, al sonido de la trompeta, congreguen a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte. 32 Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. 33 Así también, cuando vean todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. 34 Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. 35 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 36 En cuanto a ese día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.37 Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé.38 En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; 39 y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. 40 De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. 41 De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. 42 Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor”. (Mt 24,26-42). La claridad del texto es meridiana, pero como el mismo es y ha sido siempre indigerible, sobre todo para aquellos que quieren jugar con dos barajas, en sus relaciones con Dios, su interpretación sido variada.

En los dos mil años que han pasado desde que el Señor, pronunció estas palabras, unos han querido ignorarlas diciendo que esto ya sucedió y que el Señor se refería al sitio de Jerusalén y la destrucción del Templo por los romanos en el año 70, porque el Señor predicó claramente que: “32 Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda”. (Lc 21,32) Y efectivamente fue así, la generación que lo vio morir, fue la misma que lo vio volver, debido a su Resurrección al tercer día. El Señor profetizó la caída de Jerusalén y su destrucción pero también nos dejó profetizada su segunda venida su “Parusía”, y no se puede confundir una cosa con la otra

Con la idea de que el fin del mundo está próximo, siempre han existido teorías, vaticinios y predicciones. Por ejemplo, antes de que se llegase del primer milenio existían ya vaticinios sobre el fin del mundo. En época contemporánea, sobretodo en ambientes protestantes surgen teorías y predicciones como lo fueron las de épocas pasadas, así William Miller en Norteamérica, predijo que Cristo volvería el año de 1843, que fue desarrollado luego al 22 de octubre de 1844. Esta creencia se basaba en el principio día-año y una interpretación de los 2.300 días mencionados en Daniel 8:14 que predijo que "el santuario sería purificado". Actualmente, ahora ya tenemos un nuevo vaticinio para el 2012, de acuerdo con las indicaciones del calendario Maya. Pero claramente el Señor nos dijo que: “42 Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. 43 Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. 44 Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada”. (Mt 24,42-44).

Por supuesto que la Iglesia católica no niega la “Parusía”, pero ella como todo tema encuadrado en la escatología, es difícil de examinar y opinar, pues existen múltiples teorías. Indudablemente el Señor vendrá, pues su Reino ha de ser implantado en la tierra, y esto ha de ocurrir con anterioridad al fin del mundo. El Catecismo de la Iglesia católica hace menciones de este tema en los parágrafos 673 y 674 al decir estos que: "673 Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf. Ap 22,20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1,7; cf. Mc 13,32). Este acontecimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24,44: 1 Ts 5,2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén "retenidos" en las manos de Dios (cf. 2 Ts 2,3-12)”.

Y el parágrafo siguiente nos dice que: "674 La venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia (cf. Rm 11, 31), se vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11,26; Mt 23,39) del que "una parte está endurecida" (Rm 11,25) en "la incredulidad" (Rm 11,20) respecto a Jesús. San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas" (Hch 3,19-21). Y San Pablo le hace eco: "si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?" (Rm 11,5). La entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11,12) en la salvación mesiánica, a continuación de "la plenitud de los gentiles (Rm 11,25; cf. Lc 21,24), hará al pueblo de Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4,13) en la cual "Dios será todo en nosotros" (1 Co 15,28)”.

Para el cristianismo actual la segunda venida del Señor, no tiene el sentido gozoso que tenía entre los primeros cristianos y que repetidamente pronunciaban el término arameo “Maranatha”, que era una aclamación cuya traducción era “Ven, Señor”. San Pablo la primera carta a los corintios, la termina diciendo: “El saludo va de mi mano, Pablo. El que no quiera al Señor, ¡sea anatema! “Maranatha”. ¡Que la gracia del Señor Jesús sea con vosotros! Os amo a todos en Cristo Jesús. ¡Ven, Señor nuestro!”. (1Co 16,20-24).

Según el predicador de la Casa pontificia, Raniero Cantalamesa, “Maranatha”, quería decir dos cosas, dependiendo de la manera de pronunciarlo, a saber: “¡Ven Señor!”, o “El Señor está aquí”. Podía expresarse un anhelo de la vuelta de Cristo, o bien una respuesta entusiasta a la epifanía litúrgica de Cristo, es decir a su manifestación en medio de la asamblea reunida en oración”.
Juan Pablo II en su Carta apostólica “Dies domini”, nos dice que: “En realidad, la espera de la venida de Cristo forma parte del misterio mismo de la Iglesia y se hace visible en cada celebración eucarística. Pero el día del Señor, al recordar de manera concreta la gloria de Cristo resucitado, evoca también con mayor intensidad la gloria futura de su retorno” y más adelante añade: “Cristo es el Señor del tiempo, su principio y su cumplimiento; cada año, cada día y cada momento son abarcados por su Encarnación y Resurrección, para de este modo encontrarse de nuevo en la "plenitud de los tiempos".
Para el teólogo Rico Pavés: “La “Parusía” en cuanto último acto de la historia de la salvación, es lisa y llanamente la pascua de la creación, su paso a la configuración escatológica definitiva mediante la anulación del desfase aún vigente entre Cristo y su obra creadora. La humanidad del mundo no es aún lo que llegará a ser, según la promesa incluida en la resurrección de Cristo; precisamente por eso aguardamos la “Parusía”. Así lo expresa San Pablo: “…cuando aparezca Cristo, vida vuestra, también vosotros apareceréis gloriosos con Él”. (Col 3,4).

Era el clamor de los primeros cristianos: Maranatha, Ven Señor Jesús. Expresaba el deseo de que el Señor se mostrara como Rey de la Iglesia, de las naciones y del universo, como juez que da la victoria a los buenos y provoca el derrumbe de los malos. La Iglesia espera este acontecimiento, espera con impaciencia el Adviento final, el retorno glorioso del Señor y la entrada definitiva en la eternidad.
Toda nuestra vida es un largo adviento, una época que exige una actitud específica, una actitud de firmeza.
Lo dice San Pablo en la carta que hoy hemos escuchado: El Señor os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusaros en el tribunal de Jesucristo Señor nuestro. Tal debe ser nuestra actitud en esta vida: permanecer firmes en la fe, firmes en el Señor Así lo dijo el mismo Jesús en la Última Cena: permaneced en mí, permaneced en mi amor.

Nuestra actitud en esta espera larga debe ser, entonces: estar firmes, no dejarse llevar por las falsas ideologías y los errores del tiempo, no sucumbir a la tentación del paraíso en la tierra, no perder nunca de vista la patria definitiva, los ojos fijos en la eternidad.
Un ingrediente de la firmeza deberá ser la vigilancia, según nos lo recomienda el Señor en el Evangelio de hoy: vigilad, velad. Vigilar para que no pase inadvertido el momento de Dios. Vigilancia que debe unirse con la sobriedad: ser sobrio es no abusar de las cosas de este mundo, no echar raíces demasiado profundas en esta tierra, porque la figura de este mundo desaparece.

Los hombres de hoy no quieren oír hablar de un fin de la historia e intentan afirmarse contra el fin de su tiempo.
Frente a esta actitud autónoma y cerrada de nuestra época, el Señor nos pide firmeza, vigilancia y sobriedad. Estamos aquí de paso. Estamos en espera, no angustiosa, sino serena y confiada.

Que este tiempo de Adviento nos prepare, pues, para la doble venida del Señor para aquella que ya sucedió en Belén pero que debe renovarse en nuestros corazones; y para aquella otra que esperamos con confianza para el fin de los tiempos.
Ven, Señor Jesús, ven a nuestros corazones, re naciendo en la fiesta de Navidad; ven al fin de los tiempos, clausurando la historia del mundo.
Pero ven también ahora en la Eucaristía, en este sacramento que, según lo encargó, debemos celebrar hasta que vuelvas. Cuando entres, Señor en nuestras almas, deposita en ellas la semilla de la esperanza. Haz que no tomemos carta de ciudadanía en este mundo pasajero. Adelanta, Señor en esta cita eucarística, lo visita navideña, y que constituya a la vez un preanuncio de la Parusía final.

Desde la perspectiva de un mundo que todavía espera al Mesías como Salvador de su propia historia, desde la experiencia comunitaria de una Iglesia que tiene que avivar el sentido de la espera y la llama de la esperanza, desde la propia experiencia de pobreza y de indigencia que hacen no superflua sino necesaria la presencia del Señor, podemos vivir el misterio del Adviento. Una acumulación de deseos, decía Teilhard de Chardin, hará explotar la Parusía del Señor.
Por eso la oración que resume la espiritualidad del Adviento, el Marana-thá puede ser el grito de la Iglesia que ansía, espera e invoca una nueva venida del Señor. Una oración que desde el corazón puede ir impregnando de liturgia cotidiana el trabajo de cada día. Y una oración coralmente celebrada en la Liturgia de las Horas y en la Eucaristía como expresión cabal de una Iglesia, Esposa en vela que anhela y espera al Esposo, mientras no deja de anunciar su venida a toda la humanidad.

¡Maranatha! ¡Qué glorioso encuentro!

Acoustic Talca - Maranatha (Ministerio Avivah - Maranata versión) Letra

 
El Espíritu y la Novia dicen: "¡VEN, SEÑOR JESÚS!" (12 idiomas)

 
Rorate Cæli – Gregorian chant for Advent

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