El western como herramienta
y arquetipo de hispanidad
y arquetipo de hispanidad
Entre las muchas cosas que se exportó fueron los caballos (a partir de finales del siglo XV y principios del XVI) y un par de siglos después numerosos fueron los equinos que ya habían nacido, criado y dispersado por todo el continente.
De hecho, existe el término ‘mustang’ con el que conoce a los caballos salvajes de Norteamérica y dicha denominación anglosajona no deja de ser la adaptación al inglés del vocablo español ‘mesteño’ (caballo o res libro o que no está domado).
Otra de las características de los vaqueros norteamericanos era su vestimenta: sombrero de ala ancha, piezas de cuero acopladas a la ropa o las botas con espuelas fueron exportadas desde España por los aventureros que hasta el Nuevo Mundo viajaron. Éstos llevaron sus conocimientos de la doma de caballo, que con el paso de los siglos se convirtió en los famosos rodeos. Y, evidentemente, junto a los mencionados caballos hasta allí llevaron las sillas de montar.
Todos aquellos conocimientos aportados desde España en los inicios de la conquista de América fue lo que originó, ya en el siglo XIX, la aparición de los cowboys que se ocuparon del transporte de ganado de un punto a otro de los Estados Unidos y que tanto hemos podido ver sobre ellos en las célebres películas del Oeste.
Nuestros padres y abuelos se criaron con el western como un escaparate cultural constante. Dicho género se hacía especialmente atractivo porque, amén de las películas, se vendía bastante bien en folletines, tebeos o libros. Muchos autores eran anglosajones, pero también hubo otras derivaciones: El espléndido y almeriense desierto de Tabernas se descubría como hermoso y cinéfilo escenario, donde los directores italianos crearon lo que después se llamaría “spaghetti western”, y tampoco los españoles se quedaron a la zaga, hablándose también de un “paella western”, subgénero que hizo las delicias del famoso y controvertido cineasta Quentin Tarantino.
Con todo, lo cierto es que aquel Lejano Oeste primó una visión angloamericana, lo cual empujó toda una visión histórica nada casual, pues hasta hoy perduran esas imágenes instantáneas del Séptimo de Caballería, los mexicanos o los indios, por ejemplo. Todavía el español de a pie identifica al indio no desde una visión hispanoamericana, sino desde una “visión western”, que no es otra cosa que una visión central angloamericana.
El western hubiera sido una ocasión magnífica para mostrar todo el legado español de aquellos amplios territorios; sin embargo, no fue así la cosa; pues se mostró una visión donde el legado hispano o importaba poco y para mal (con una vitola harapienta de por medio), o directamente ni existía.
Al respecto de lo hispánico, Estados Unidos se debate entre dos tendencias: El reconocimiento del legado hispánico como defensa de que la cultura europea/occidental ya estaba asentada antes de la independencia de las Trece Colonias; o frente a la enésima ofensiva indigenista, echar la culpa a los españoles, no vaya a ser que alguien se acuerde de las matanzas de indios del Séptimo de Caballería. Con todo, vemos cómo en esta disyuntiva indigenista, no son pocos los hispanoamericanos que participan en atacar a Colón, a Fray Junípero Serra, y a todo aquella que esté relacionado con la hispanidad en Estados Unidos; y ese es un problema nuestro, interno (en España hay tantos adeptos a la Leyenda Negra como en Hispanoamérica), y perdemos el tiempo si queremos buscar muchas culpas foráneas. Porque, con todo y con eso, lo cierto es que en Estados Unidos, desde la figura de Bernardo de Gálvez por delante, cada día se reconoce más y mejor el legado español; gracias a las sociedades históricas, pues no en todo el mundo, todo ha de pasar por el rodillo de la “clase política”, como tan malacostumbrados estamos en España.
Sin embargo, antes que las sociedades históricas extendieran su eco, yo tuve el privilegio de haber escuchado desde niño a mi paisano el historiador Francisco Rivas cómo todo aquello que concernía al western, al country y a lo cowboy era de origen hispano. Francisco y yo nos criamos en Bollullos de la Mitación, a menos de veinte kilómetros de la ciudad de Sevilla y a casi la misma distancia de algunos pueblos de la provincia de Huelva; en pleno corazón de la comarca del Aljarafe y en el camino directo hacia Doñana. Como Francisco (autor del libro Omnia Equi, entre otros) es especialista en el mundo del caballo, siempre señaló a Doñana como un lugar clave para entender la cultura que va a dar lugar a algo que vamos a ver mucho en el western, así como también lo vemos en los charros mexicanos, los llaneros de Venezuela y Colombia, los chalanes de Perú, los huasos de Chile o los gauchos de Argentina, Uruguay y Brasil; el producto de la cultura de frontera que dio lugar al hombre que hace su vida a caballo moviéndose entre diversidad de gentes; como Gonzalo Fernández de Córdoba -el Gran Capitán- era capaz de hablarle en árabe a Boabdil el Chico, estamos ante centauros que de las praderas del norte a las pampas del sur hablan y tratan en náhuatl, quechua, guaraní, aimara y lo que se ponga por delante.
Conductores de ganados que son capaces de dirigir manadas por terrenos inmensos y atrapar el ganado cimarrón, forjando razas en la misma naturaleza; lo mismo que a día de hoy seguimos viendo en la Saca de las Yeguas de Almonte, el pueblo al que pertenece la aldea del Rocío y que ve muy de cerca cómo el río Guadalquivir desemboca en el Atlántico de Sanlúcar de Barrameda. Como siempre me enseñó Francisco Rivas, de este solar brotó la vaca mostrenca, antepasado directo de la vaca tejana, que pasó al Nuevo Mundo asentándose a su vez en Canarias. Asimismo, los famosos caballos mustangs tan característicos de Utah, Arizona y tantos otros pagos estadounidenses, deben su genética y su nombre a los caballos mesteños, esto es, “sin dueño”; animales rústicos con una gran capacidad de adaptación, nacidos y criados en una Doñana donde los inviernos son muy lluviosos y los veranos muy secos; los mismos caballos que todavía los almonteños doman en aquel inmenso, hermoso y fértil territorio que es a la sazón el parque nacional de Doñana, donde pervive el lince ibérico y donde algunos quisieran encontrar la mítica cultura de Tartessos y hasta la Atlántida, ya puestos.
De esta apasionante cultura se nutre la guarnicionería, extendida por toda la Piel de Toro como artesanía autóctona e inimitable, ligada al mundo del toro y del caballo, cuyas hechuras vemos asimismo en el cowboy.
Además, como insiste Francisco Rivas, también podemos incidir en el vestuario, pues desde la montura a los diversos artilugios utilizados por los vaqueros, rematando en la misma ropa, es de innegable origen hispánico; y aquí podemos especificar en la importancia de los Dragones de Cuera, esto es, soldados de élite (muchos de ellos nacidos en América) que con su coraje y talento ayudaron a extender las fronteras norteñas del virreinato de Nueva España. Sus chaquetas de cuero crudo (de ahí a su nombre) y sus pantalones de lona azulona inspirarán las hechuras y los colores de los futuros vaqueros del sur de los actuales Estados Unidos; y así se reconoce cada vez más allá, siendo ignorado mayormente en España, y no digamos en Hispanoamérica.
Como dato, válganos que los caballos mustangs están protegidos por las leyes federales estadounidenses, mientras que el ganado marismeño está en una situación cuanto menos complicada.
En estos tiempos, cuando tanto en España como en Hispanoamérica aflora un artificioso, virulento e ignorante animalismo -generalmente subvencionado desde entes ajenos a nuestro acervo cultural- y enfocado especialmente en destruir nuestras tradiciones rurales, el formato western puede ser la clave de la representación artística de la gran epopeya hispánica que, partiendo desde finales del siglo XV, se confirma en el XVI y se extiende hasta el XIX con la cultura de frontera enraizada en el mundo ibérico y luego adaptada al Nuevo Mundo. Pensemos que el Imperio Romano se caracterizó –entre otras cosas- por la calidad y cantidad de calzadas para tener bien comunicados sus dominios; y como su descendencia más legítima, la Corona española no fue menos, y salvando las distancias (con muchos más millares de kilómetros, todo hay que decirlo), comunicaron territorios aislados e inhóspitos en un imperio que se afirmó como bioceánico. Toda una política de misiones y presidios (fortalezas) sirvió para mantener amplias redes de comunicación ante la escasez de medios, y desde la primera fundación atlántica de Pedro Menéndez de Avilés (San Agustín, en la Florida; siglo XVI), hasta Juan Bautista de Anza fundando San Francisco en el último cuarto del siglo XVIII como gran balcón hacia el Pacífico, se forjó toda una cultura de aventureros, emprendedores, soldados, arquitectos, ingenieros, ganaderos, misioneros; de todos los tipos físicos habidos y por haber. Y a día de hoy, siendo Estados Unidos reconocida como primera potencia mundial, usa los caminos que fueron trazados por los españoles, así como hay muchos memoriales de la presencia española en diversos estados; cosa que no hallaremos ni en España ni en Hispanoamérica.
Así las cosas, si bien se ha perdido mucho tiempo, nos dice nuestro sabio refranero que nunca es tarde si la dicha buena. Parece que el formato del tebeo recobra importancia y ansias sobre la historia de España frente a la Leyenda Negra: Pensamos, por ejemplo, en el trabajo del ilustrador Juan de Aragón, Gálvez, la historia de un héroe español en América. Por desgracia, esto puede parecer una utopía frente al cine, mundo que, salvo honrosas excepciones, en España vive por y para ir contra España; a costa, eso sí, de jugosas subvenciones estatales. Con todo, decimos en tono quevediano que malos españoles seríamos si no nos lanzamos con temerario carácter, así que invocamos a los buenos e independientes componentes que pueda haber en el mundo de la ilustración como en mundo del cine y de la música a que retomen el “western”, pero esta vez como arquetipo de la cultura hispánica. Tanto las marismas de Doñana como el desierto de Tabernas recibirían muy bien la inspiración de los abnegados artistas.
Pero no sólo de los tebeos y de los cines podría vivir un genuino western hispánico, sino también de la música, a cuyos adeptos y hacedores también invocamos Y en todo este mundo que caracteriza a la cultura western, no podemos no debemos obviar a la música. Porque más allá de la clasificación en géneros, lo cierto es que como dice la historiadora María Elvira Roca Barea, desde el country hasta el rock tiene pinceladas hispanas; y más concretamente, novohispanas. Y es que como Roca Barea aclara, no se entiende buena parte de la cultura estadounidense sin ese virreinato de Nueva España que desde la Ciudad de México como esplendorosa base, fue capaz de unir desde el Caribe a Alaska. Y así, hasta el siglo pasado tenemos a Joe Falcón, descendiente de los canarios que llegaron a Luisiana en tiempos de Carlos III, protagonista de la primera grabación de cajún; así como el también descendiente de canarios Alcide Nunez fue protagonista de la primera grabación de jazz.
Con esto de la música en dirección al western, también podríamos aprender mucho en España, pues no somos conscientes del legado criollo que respiramos en el día a día, y ni el flamenco en particular ni la música en general escapa a ello.
Así las cosas, tenemos todos los cimientos para reinventar el western, para hacer, de hecho, un hispanowestern (permítaseme el neologismo) en todas sus dimensiones como instrumento de reconstrucción y reencuentro cultural, pudiendo así empujar caravanas de ilusión, trabajo y creatividad. Todo es ponerse.
El western como herramienta y arquetipo de la Hispanidad
Lo que Hollywood oculta:
el desconocido origen español
de los cowboys americanos
Los vaqueros del Oeste proceden de los jinetes de las marismas del Guadalquivir, según el experto Borja Cardelús. Especialistas y entidades culturales reinvidican la huella de los españoles en Estados Unidos
Pocas imágenes se consideran más genuinamente «americanas» que la de John Wayne a lomos de un cuadrúpedo recorriendo las llanuras del Oeste. Sin embargo, incluso esa estampa popularizada gracias a Hollywood procede de la honda huella que los españoles dejaron en Estados Unidos a lo largo de más de 300 años. Los cowboys proceden de «los jinetes de las marismas del Guadalquivir», que al establecerse al otro lado del Atlántico trasladaron también su modo de vida, explica el divulgador madrileño Borja Cardelús, que participó este jueves en el Foro de la Herencia Hispana, organizado por The Hispanic Council y la Deusto Business School, en el que distintos expertos abogaron por rescatar del olvido el rico legado español en el gigante norteamericano.
Para el director de The Hispanic Council, Daniel Ureña, la historia de ese país «no puede entenderse sin la aportación de España», por lo que «es importante la tarea de divulgar el papel de España en el origen de Estados Unidos».
El desconocimiento en la propia España da lugar a sorprendentes paradojas. Cardelús recuerda que leyó en un periódico local en Almonte, el corazón de las marismas, que los jinetes de la zona «se manejan al estilo americano», ignorando que en realidad es al revés, que fueron los vaqueros de los westerns quienes adoptaron el estilo marismeño.
Según resalta el autor entre otras obras de «La huella de España y de la cultura hispana en los Estados Unidos», «La Florida española» y «El legado español en los parques nacionales de los Estados Unidos», «en las películas del Oeste no hay nada que no sea español», desde el caballo a las reses, pasando por los rodeos y los arreos. Incluso los pueblos «imitan al Rocío», señala. Y no solo se trata de los cowboys de Estados Unidos, ya que lo mismo se podría decir de los gauchos de la Pampa o los llaneros de Venezuela y Colombia.
Lo que sucede, explicó Borja Cardelús, es que España no ha realizado la misma labor de márketing que Estados Unidos, que «ha importado» el estilo de vida, «lo ha plasmado en el cine y lo ha exportado como un producto americano».
Bernardo de Gálvez, el héroe de Pensacola
El de los vaqueros y los jinetes de las marismas fue uno de los ejemplos de amnesia colectiva sobre la impronta española que se pusieron sobre la mesa durante el Foro de la Herencia Hispana. Otro fue el del militar malagueño Bernardo de Gálvez, el gobernador de Luisiana que en 1781 recuperó para España en 1781 Pensacola, entonces en manos británicas, y contribuyó de forma decisiva a la victoria de los rebeldes norteamericanos en la Guerra de la Independencia.
El vicepresidente de la Asociación Bernardo de Gálvez, Manuel Olmedo, recordó las peripecias vividas hasta conseguir que se colgara en el Congreso de Estados Unidos un cuadro del héroe de Pensacola y se le reconociera como ciudadano honorario de ese país, gracias al impulso de Teresa Valcárcel, una española residente en Washington DC. «Es como poner una pica en Flandes», destacó.
El camino para lograr esos reconocimientos a De Gálvez comenzó hace unos años, cuando se halló en el Archivo de Indias una carta en francés datada en 1779 de Oliver Pollock, un comerciante y financiero irlandés que se adhirió a la causa independentista, en la que pedía al militar español permiso para hacerle un retrato para que ser expuesto en el Congreso.
Aunque el entonces llamado Congreso Continental aceptó colgarlo, cuando Teresa Valcarce acudió al moderno Capitolio de Washington a interesarse por el cuadro, nadie sabía nada. Desde la Asociación Bernardo de Gálvez propuso entonces enviar una copia de un retrato existente en Málaga, obra de Mariano Salvador Maella. La gestión prosperó finalmente, casi 230 años después de la muerte del gobernador de Luisiana, gracias al apoyo del senador demócrata por Nueva Jersey Robert Menéndez.
Olmedo lamentó, no obstante, la insuficiente acción exterior de España a la hora de recuperar la memoria sobre la historia española en EE.UU. «Que no se haya podido combatir la injusta e infausta leyenda negra es indignante», aseguró.
Con todo, resaltó el acuerdo entre la Diputación de Málaga y el Ayuntamiento de la capital de esta provincia para crear un centro de interpretación en 2018, que contará con un presupuesto de cinco millones de euros y se convertirá en «un referente de las relaciones entre España y Estados Unidos», según Olmedo. Además, señaló que se han presentado dos proposiciones no de ley en el Congreso y el Senado españoles para seguir el ejemplo de EE.UU. con Bernardo de Gálvez.
Mientras, Borja Cardelús abogó por difundir la huella española en aquel país a través de «los medios actuales», como la televisión y las exposiciones itinerantes. En este sentido, avanzó que se está trabajando en la creación de una fundación que, a través de «productos eficaces», permita que «España recupere el puesto que moralmente le corresponde».
«Si hay tribus indias en Estados Unidos es gracias a España» Borja Cardelús, divulgador
Cardelús también destacó el tratamiento que los españoles dieron a los nativos de Norteamérica, poniendo como ejemplo que al oeste del Misisipi, «hay comunidades cada vez más prósperas». A su juicio, «si hay tribus indias en Estados Unidos es gracias a España» y, en concreto, se refirió al papel de las numerosas misiones que se extendieron por aquellos territorios. Ciudades como San Francisco y San Diego en California o San Antonio en Texas tienen su origen en antiguas misiones españoles, recordó.
Por su parte, el director del Instituto Franklin, Julio Cañero, abogó por promover en la propia España el conocimiento de la historia española en EE.UU. En su opinión, aquel país «vive el presente, aspirando al futuro». Lo que hace falta es «que nos vean como un país amigo y fiable» y criticó la actitud del «señor que no se levantó al paso de la bandera» de EE.UU., en referencia al ex presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, en lo que coincidió con Manuel Olmedo. «Restablecer los lazos ha costado mucho», apuntó.
Durante el debate con el público, intervino Elizabeth Wise, regent (presidenta) del capítulo de España de las Hijas de la Revolución Americana, entidad sin ánimo de lucro que se dedica a promover la historia de EE.UU., entre otros fines, que animó a los españoles a «rascar e investigar más» sobre el legado hispano en ese país. «Estamos haciendo vuestro trabajo», llegó a decir.
VER+:
Nuestro país dominó durante tres siglos amplios territorios norteamericanos desde el Atlántico hasta el Pacífico.
En su libro de memorias en 1885, Grant dijo que había estado "fuertemente opuesto" a la anexión de México y que él consideraba la guerra como "una de las más injustas que jamás haya librado una nación fuerte contra una nación más débil." Agregó que, "Fue un caso de una república siguiendo el mal ejemplo de las monarquías europeas, al no considerar la justicia en su deseo de adquirir territorio adicional."
De hecho, cuando la guerra terminó en 1848, después de que los mexicanos sufrieron derrotas hasta la ciudad de México, Polk había realizado la mayor adquisición de territorio de los EE.UU.. Según el Tratado de Guadalupe Hidalgo, por $15 millones, México se vio obligado a renunciar a su reclamo de una porción en disputa de la actual Texas y de la totalidad de los territorios de Nuevo México y California.
Por supuesto, al igual que es engañoso decir que Juan Ponce de León descubrió Florida cuando en realidad descubrió el continente que es ahora los Estados Unidos, también es engañoso decir - como mucha gente lo hace - que México perdió Nuevo México y California. De hecho, el territorio que México perdió abarcaba la actual California, Nevada, Nuevo México, Utah, la mayor parte de Arizona y partes de Colorado y Wyoming. México perdió casi la mitad de su territorio y en los Estados Unidos creció en un tercio de su tamaño.
Guerra entre México y los EE.UU. (1848). Casi un siglo después de que Carlos III (1759-1788) cediera el inmenso rancho "Princessa Grant" a Rafael Delmonte, el hijo de éste, Miguel (Rick Jason), se entera durante una visita a México de que su padre ha muerto a tiros. Como nuevo patrón del rancho, averigua que se ha descubierto oro en sus tierras y que los yanquis han fundado un asentamiento. Miguel intenta entonces hacer valer sus derechos de propiedad.
En este undécimo día de 1761 y por orden de su Magestad Carlos III rey de España, concedo tierras a Rafael Delmonte por los servicios prestados a nuestro monarca.
Esta concesión, que será llamada "Concesión de la Princesa", constará de 43000 acres como figura en el mapa adjunto.
Este documento declara que la "Concesión de la Princesa" pertenecerá a Rafael Delmonte y a sus herederos hasta el fin de los tiempos.
Firmado por el Marqués de Cruellas.
Virrey de Nueva España
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