jueves, 19 de mayo de 2016

LIBRO "EL ENGAÑO POPULISTA". POR QUÉ SE ARRUINAN NUESTROS PAÍSES Y CÓMO RECUPERARLOS

POR QUÉ SE ARRUINAN NUESTROS PAÍSES 
Y CÓMO RESCATARLOS

AXEL KAISER


GLORIA ÁLVAREZ

El engaño populista de Kaiser y Álvarez es un chasquido latigante frente a la mirada de una sociedad en grave riesgo de abandonarse al caudillismo travestido de suprademocracia por puro agotamiento, por el martilleo del discurso único que ya señala a la disidencia y al derecho de opinar libremente. Son 231 páginas en las que la libertad litiga sin tregua contra el socialismo populista y el secuestro estatista que nos roba la responsabilidad, la propia iniciativa y nuestro legítimo derecho a trabajar por una sociedad próspera y libre. Nos invita a recuperar la palabra riqueza frente a los CEO de la mercadotecnia de la pobreza que nos instruyen a esconder el objetivo de nuestro trabajo con vergüenza. Nos tiende la mano para levantarnos y mirar con perspectiva aérea sobre la actual miríada política que a pesar de recurrir discursiva y superfluamente al pluralismo ha renunciado por completo al liberalismo que nos dejaría respirar fuera de la cueva de la demagogia y la socialdemocracia que trata a esta sociedad como menor de edad.
De Chávez a Iglesias, los líderes que se presentan como genuinos representantes del "pueblo" son un "peligro para la democracia".Los dos nuevos gurús del liberalismo más radical de Latinoamérica alertan contra ellos en su libro 'El engaño populista'

Mario Vargas Llosa ha calificado nuestro libro El engaño populista como una obra que nace con "el propósito de ayudar a las víctimas del populismo autoritario a defenderse de las mentiras diseñadas para mantenerlas en la pobreza y en la ignorancia". Amén de honrarnos con sus palabras, el Nobel acierta plenamente al identificar nuestro objetivo. En esta reflexión sobre el fenómeno populista hemos identificado y analizado con detención distintas desviaciones que, a nuestro juicio, configuran la esencia de la mentalidad populista, sea ésta de izquierdas o de derechas.
Sin duda, existen otras, pero nos pareció que estas cinco son las más recurrentes y peligrosas para una democracia liberal basada en mercados competitivos. Todas ellas se basan en una serie de mentiras, falacias e incoherencias cuya refutación hemos intentando realizar con el fin de avanzar en un lenguaje claro que nospermita estar alertas sobre la forma en que los populistas, ideólogos y demagogos de diversas tribus buscan engañarnos.
Estos retos están perfectamente estructurados entorno a las cinco obsesiones hegemónicas en la ideología populista que convierte la solidez de la verdad en estado gaseoso: 

Su idolatría al Estado, su victimismo, su paranoia antiliberal, su pretensión democrática y su obsesión igualitaria. 


La idolatría del Estado

El discurso populista siempre pone al Estado como la solución a todos los problemas de la sociedad. Sean fascistas o marxistas, los populistas reclaman que ellos sí que representarán los intereses del "pueblo" una vez en el poder. Y dado que ellos incluso se funden con "el pueblo" al punto de hacerse indistinguibles, su propuesta invariablemente implica incrementar el poder del Estado que han de controlar. El Estado se convierte así, místicamente, en la máxima expresión posible de moralidad pública y el mercado en el summum de la degeneración ética y el responsable de los males de la sociedad. Lo privado es denunciado como inhumano, egoísta y corruptor, y lo estatal, eufemísticamente llamado "público", es presentado como lo único capaz de velar por el supuesto bien común. La mentalidad populista es inevitablemente liberticida, pues al depositar en el Estadola responsabilidad de elevar a la población a un mayor grado de bienestar material y nivel ético, la priva crecientemente de la responsabilidad sobre sus propios asuntos transfiriendo cada vez más poder a la autoridad. El nazismo y el socialismo fueron doctrinas hermanas que alimentaron esa lógica populistapostulando líderes redentores que, reclamando representar el interés y la voluntad del pueblo, destruyeron la libertad y la democracia.

El victimismo
De particular importancia en América Latina, el complejo de víctimas lleva siempre a culpar a otros de aquello que anda mal en nuestras sociedades. Ésta fue la línea argumental de la famosa "teoría de la dependencia", según la cual el subdesarrollo de los países latinoamericanos se debía a la explotación que realizaban los países ricos. Como consecuencia se denunció y combatió el libre comercio y la división internacional del trabajo mediante un desbocado proteccionismo cuyo efecto fue un empobrecimiento general de la región.

El caso más famoso que representó esta mitología en la literatura popular fue el libro Las venas abiertas de América Latina, del uruguayo Eduardo Galeano, quien, antes de morir, se retractó de lo que escribió en dicho trabajo. Hoy en la región, los promotores del socialismo del siglo XXI nuevamente culpan al libre comercio y a potencias extranjeras de las miserias que ellos mismos han causado en sus países y de la incapacidad general que hemos tenido en América Latina de dejar de depender de la explotación de recursos naturales.

La paranoia antineoliberal
La mayoría de los populistas acusa al "neoliberalismo" de todos los males imaginables, proponiendo el camino socialista o estatista como la solución final a esos males. Jamás definen lo que ha de entenderse por "neoliberalismo", pero está claro que lo relacionan con políticas pro mercado. De este modo se aprovechan de utilizar una etiqueta que ha probado ser muy efectiva en desprestigiar instituciones serias y políticas económicas productivas para la población, como muestra irrefutablemente el caso de Chile.

La pretensión democrática
Ésta es una de las más importantes, pues a diferencia del pasado, donde movimientos colectivistas intentaban hacerse del poder por la vía de las armas, en estos tiempos es la democracia el instrumento para lograr la revolución y la concentración del poder en manos del líder populista. Pablo Iglesias ha sido uno de los que mejor ha articulado esta trampa cuando señala que, al no contar con los fusiles de Mao en su poder, deben ganar la batalla por la "hegemonía cultural" en orden a conseguir la destrucción de la institucionalidad burguesa. Este punto es de la máxima relevancia, pues Iglesias, fiel a las lecciones del marxista italiano Antonio Gramsci, ha hecho de la cultura, es decir, de aquella esfera que define las conciencias de las personas, el campo de batalla central de la lucha política.

El uso del universo simbólico, del lenguaje, de la estética irreverente y los medios de comunicación para crear nuevos sentidos comunes que dinamiten la credibilidad del orden establecido ha sido la estrategia central de Podemos y unareceta igualmente presente en movimientos populistas e ideológicos latinoamericanos como los que lideraran Chávez, Morales y Kirchner, entre otros. Las ideas y creencias que predominan en una sociedad son también, en la visión de los filósofos liberales Friedrich Hayek y John Stuart Mill, la llave de la evolución política y social. Ahora bien, éstas son particularmente importantes en una democracia donde las personas elijen en buena medida influidas por creencias y emociones.

La obsesión igualitaria
Desde fascistas como Hitler a socialistas como Iglesias, Castro, Chávez o Kirchner, la igualdad material es la promesa que propulsa al discurso populista. El odio en contra de una clase o "casta" a la que se acusa de todas las calamidades imaginables es la contracara de la oferta de redención para las masas. Como sabemos desde George Orwell, esta fantasía igualitaria termina con el grupo que la promueve viviendo como la peor de las castas, enriqueciéndose ilimitadamente en regímenes corruptos cuyos líderes se rodean de lujos y placeres obscenos mientras "el pueblo" que declamaron encarnar sufre la privación más brutal y la falta de libertad.




El populismo ha sido un mal endémico de América Latina. El líder populista arenga al pueblo contra el «no pueblo», anuncia el amanecer de la historia, promete el cielo en la tierra. Cuando llega al poder, micrófono en mano, decreta la verdad oficial, desquicia la economía, azuza el odio de clases, mantiene a las masas en continua movilización, desdeña los Parlamentos, manipula las elecciones, acota las libertades. Enrique Krauze 

Existen al menos cinco desviaciones que configuran la mentalidad populista y que es necesario analizar para entender el enga- ño que debemos enfrentar y superar. La primera es un desprecio por la libertad individual y una correspondiente idolatría por el Estado, lo cual emparenta a nuestros populistas socialistas con populistas totalitarios como Hitler y Mussolini. La segunda es el complejo de víctima, según el cual todos nuestros males han sido siempre culpa de otros, y nunca de nuestra propia incapacidad para desarrollar instituciones que nos permitan salir adelante. La tercera, relacionada con la anterior, es la paranoia «antineoliberal», según la cual, el neoliberalismo —o cualquier cosa relacionada con el libre mercado— es el origen último de nuestra miseria. La cuarta es la pretensión democrática con la que el populismo se viste para intentar darle legitimidad a su proyecto de concentración del poder. La quinta es la obsesión igualitarista, que se utiliza como pretexto para incrementar el poder del Estado y, así, enriquecer al grupo político en el poder a expensas de las poblaciones, beneficiando también a los amigos del populista y abriendo las puertas de par en par a una desatada corrupción. Veamos en qué consiste cada una de estas desviaciones.

El odio a la libertad y la idolatría hacia el Estado 

Aunque el concepto «populismo» es muy confuso, en términos generales podemos decir que consiste en una descomposición profunda que parte a nivel mental y se proyecta a nivel cultural, institucional, económico y político. En la mentalidad populista se espera siempre de otro la solución a los problemas propios, pues se hace siempre a otro responsable de ellos. Es la lógica del recibir sin dar, y, ante todo, es esa cultura según la cual el gobierno debe cumplir el rol de providente y encargado de satisfacer todas las necesidades humanas imaginables. 



Políticamente, el populismo suele encarnarse en un líder carismático, un redentor que viene a rescatar a los sufrientes y asegurarles un espacio de dignidad en el nuevo paraíso que este creará. Esto es particularmente notorio en el caso del «socialismo del siglo xxi». El populista lleva a cabo su programa utilizando las categorías de «pueblo» y «antipueblo». Él dice encarnar al «pueblo» y, por tanto, quien esté en contra de sus pretensiones estará siempre, por definición, en contra del «pueblo» y del lado del «antipueblo», lo que significa que debe ser marginado o eliminado. 

La figura populista, debido a su idea de hacerse cargo de la vida del «pueblo», fomenta el odio en la sociedad dividiéndola entre buenos y malos. Ya lo decía el Che Guevara en su mensaje a través de la revista Tricontinental, en 1967: «El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal».6 Cuando Guevara planteaba esta idea se refería, por cierto, a la revolución violenta marxista. Pero, en lo fundamental, la estrategia del populismo socialista no ha cambiado, siendo la inserción de odio en la sociedad el primer paso. 

El segundo paso consiste en eliminar la libertad económica anulando lo más posible el derecho de cada individuo a gozar del fruto de su trabajo. Las expresiones concretas de la política económica y social del populista, ya sea de derecha o de izquierda, son conocidas: un Estado gigantesco que se mete en todo y lo controla todo; masiva redistribución de riqueza a través de altísimos impuestos y regulaciones que obligan a los privados a asumir roles fiscalizadores más otros que no les corresponden. Y sumemos otras: altas tasas de inflación, producto de la monetización del gasto estatal; controles de capitales para evitar que los dólares se vayan del país; discrecionalidad de la autoridad en todo orden de asuntos económicos, lo que implica la desaparición del Estado de derecho; burocracias gigantescas e ineficientes; deuda estatal creciente; caída de la inversión privada; incremento del desempleo; corrupción galopante; aumento del riesgo país; deterioro del derecho de propiedad y de la seguridad pública; privilegios especiales a grupos de interés asociados al poder político, y creación de empresas estatales totalmente ineficientes. 

Ahora bien, anclado el populista en una adoración febril del poder del Estado, su motor último, que conduce al cultivo del odio y a la destrucción del Estado de derecho, es un desprecio total por la libertad y las instituciones que la resguardan. La mentalidad populista es liberticida. Es improbable ver a un líder populista diciendo que va a privatizar empresas estatales, que va garantizar la independencia del banco central y la prensa, que va a reducir impuestos, que va a reducir el gasto estatal o que va a recortar beneficios a la población para estabilizar las cuentas fiscales. Tampoco se ha visto a un populista expandir el espacio de libertad civil y cultural de las personas ni reconocer la individualidad de ellas. Al contrario, las diluye en la masa y las desconoce, homogeneizándolas y valorándolas sólo como parte de la muchedumbre. Las promesas siempre son todo lo contrario: utilizar el aparataje del poder estatal para supuestamente elevar al «pueblo» a un mayor nivel de bienestar mediante regalos y prebendas de distinto tipo. Por eso debe terminarse, por ejemplo, con la independencia de la banca central, pues esta es una idea «neoliberal»; deben estatizarse las empresas, al menos las más importantes, como las de las áreas de los recursos naturales y energéticos, y deben subirse dramáticamente los impuestos y desarrollar una red asistencialista gigantesca que tenga a millones de personas dependiendo del Estado. 

El populismo clásico es siempre estatista porque basa su proyecto en un eje redistributivo radical. Como explicaron los profesores Andrés Benavente y Julio Cirino en su estudio sobre la materia, «el populismo clásico es estatista, pues supone un Estado sobredimensionado con cuyos recursos realiza su labor redistributiva».7 Nada de lo anterior es un fenómeno exclusivamente latinoamericano, por cierto. El nazismo alemán y el fascismo italiano, por ejemplo, aunque con un núcleo ideológico más depurado y otras importantes diferencias con lo que hemos visto en la región latinoamericana, también fueron movimientos populistas que hicieron del odio a la libertad individual y de la adoración del Estado su propulsor fundamental. 

Lo cierto es que, más allá de la complejidad de la comparaciones, ideológicamente, gente como Mussolini, Hitler, Stalin y Mao estuvieron en la misma trayectoria de un Chávez, Perón, Castro, Iglesias, Allende, Maduro, Morales, Correa, López Obrador, Kirchner y Bachelet (esta última en su segundo gobierno, en el cual implementó un programa refundacional con el objetivo de terminar el exitoso sistema de libertades prevaleciente por más de tres décadas). Guardando las distancias históricas y culturales, el elemento ideológico antiliberal, antindividualista y anticapitalista radical fue tan de la esencia del nazismo y del fascismo como lo es del socialismo populista del pasado y del socialismo del siglo xxi promovido por Chávez y sus seguidores latinoamericanos y europeos en general. Si el Che Guevara, el héroe máximo de los populistas socialistas actuales, dijo que los comunistas debían pensar como «masa» rechazando el individualismo,8 Benito Mussolini, en su artículo titulado «La doctrina del fascismo», diría lo siguiente: 
Antindividualista, la concepción fascista de la vida destaca la importancia del Estado y acepta el individuo sólo en la medida en que sus intereses coinciden con los del Estado [...]. [El fascismo] es opuesto al liberalismo clásico que surgió como reacción al absolutismo y agotó su función histórica cuando el Estado se convirtió en expresión de la conciencia y la voluntad del pueblo. El liberalismo negó el Estado en nombre del individuo; el fascismo lo reafirma.9 
Y Hitler diría: Somos socialistas, somos enemigos a muerte del sistema económico capitalista actual porque explota al económicamente débil con sus salarios injustos, con su valoración del ser humano de acuerdo a la riqueza y la propiedad [...] y estamos determinados a destruir ese sistema bajo toda circunstancia.10 

Sin ir más lejos, en la Alemania nazi, el programa de gobierno en materia social y económica del partido no tenía mucha diferencia con lo que nuestros populistas socialistas demandan en general. Así, por ejemplo, los socialistas nacionalistas liderados por Hitler demandaban en su programa de veinticinco puntos que «el Estado debe asegurar que todo ciudadano tenga la posibilidad de vivir decentemente y ganarse la vida».11 Acto seguido proponía «abolir todo el ingreso que no se derivara del trabajo» para «romper la esclavitud del interés», «nacionalizar todos los fideicomisos», aumentar las jubilaciones, hacer una reforma agraria para redistribuir la tierra y establecer un sistema de educación gratuito controlado totalmente por el Estado, entre otras medidas estatistas y redistributivas.12 

Es casi como si los socialistas del siglo xxi y todos sus seguidores intelectuales y políticos hubieran hecho copy-paste de las ideas de Hitler y Mussolini. ¿Cómo se explica esto? La razón es que el fascismo y el nazismo son doctrinas colectivistas inspiradas en buena medida en el socialismo marxista. Ambas reclaman defender al «pueblo» de los abusos de las oligarquías nacionales y extranjeras. De este modo, al igual que los socialistas del siglo xxi, los nazis y los fascistas detestan la libertad individual reivindicando un rol casi absoluto del Estado, es decir, del partido y del líder en nombre de los trabajadores y del «pueblo». Lenin, Stalin, Hitler, Chávez, Mao, Mussolini y Castro, por nombrar algunos, son, en esencia, representantes de la misma ideología totalitaria. De hecho la sigla NSDAP del partido nazi respondía a Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei); y Mussolini militó en el partido socialista italiano antes de fundar su propio movimiento. Así las cosas, más allá de todas las demás diferencias, los populismos que llevaron a Europa a la ruina no sólo son primos hermanos del socialismo marxista, sino también de los populismos socialistas que han condenado a la miseria a América Latina. En su famoso estudio sobre el fascismo, Stanley Payne advirtió de que si bien existían diferencias entre los diversos movimientos fascistas de otras regiones respecto a los europeos, había al menos cinco características genéricas que compartían todos ellos: 
1) autoritarismo nacionalista permanente de partido único; 2) principio de jefatura carismática; 3) ideología etnicista; 4) sistema estatal autoritario y economía corporativista, sindicalista o socialista parcial, y 5) activismo voluntarista.13 Como es claro, el socialismo del siglo xxi, aunque se ha manifestado con distintos énfasis en los diferentes países, en general reúne las características descritas al menos a nivel de objetivo. Si algunos no han conseguido un régimen de partido único es porque la oposición no lo ha hecho posible, pero no cabe duda de que si pudieran consagrarlo lo harían. 
La idea de que nuestros socialistas del siglo xxi, herederos de Fidel Castro y, luego, de Hugo Chávez, se encuentran emparentados con el fascismo ha sido elaborada de la mejor manera por el intelectual Juan Claudio Lechín en su interesante libro Las máscaras del fascismo. En él, Lechín muestra que si se realiza un estudio comparativo en términos de procedimientos políticos, discursivos y mecanismos de concentración de poder entre Chávez, Castro, Morales, Mussolini, Franco y Hitler, se constata que todos ellos pueden ser considerados fascistas. Lechín desarrolla lo que denomina el «índice facho», compuesto por doce elementos que vale la pena reproducir para entender cómo nuestros líderes del socialismo populista del siglo xxi se emparentan con tiranos europeos. 

El caudillo fascista, según Lechín, es mesiánico, carismático y de origen plebeyo; su brazo son grupos de choque militares o paramilitares; su lengua es la de la propaganda política; su fe, la fantasía redentora; su oído, servicios de inteligencia y soplones; busca la refundación de la patria y la reforma constitucional; destruye las instituciones liberales; es antiliberal y antinorteamericano; logra que él sea identificado con el partido; que el partido sea identificado con el Estado; el Estado, con la nación; la nación, con la patria; la patria, con el pueblo, y el pueblo, con la historia épica. El pueblo es adepto al caudillo, y este último se perpetúa en el poder y promueve valores medievales como el coraje militar.14 

Estos son, explica Lechín, los elementos centrales del fascismo, y se aplican a personajes como Castro, Mao Zedong y Stalin, cuyos métodos fueron idénticos a los de Hitler. La reflexión de Lechín es importante porque, además de dejar claro que nuestros populistas son de tradición fascista, plantea de una vez algo que ya diversos historiadores y pensadores han señalado: la identidad entre la doctrina marxista o comunista y el socialismo nacionalista o fascismo. Dice Lechín: 
La diferencia más grande entre nazi-fascismo y comunismo soviético es que unos fueron derrotados en la segunda guerra mundial y el otro no. De ahí en adelante, la propaganda comunista fabricó diferencias irreconciliables, aunque inexistentes, con el fin de liberarse de toda asociación con el barco hundido y de poder seguir vendiendo la fantasía ideológica en un mundo por conquistar.15 
Lechín deja así en evidencia uno de los tantos mitos que ha construido la izquierda mundial, y que consiste en que esta no es fascista, cuando la verdad es que ambas doctrinas, como dice el autor, aplican el mismo modelo político, aunque su impacto, discurso y estilo sean distintos.16 Esta, por cierto, no es sólo una tesis de Lechín. El prestigioso intelectual francés Jean-François Revel, un excomunista converso, explicó en su ensayo sobre la supervivencia de la utopía socialista exactamente lo mismo. Según Revel, el comunismo y el nazismo son ideologías hermanas a tal punto que el nazismo es el heredero ideológico del comunismo. Revel recuerda que el mismo Hitler confesó en una oportunidad qué él era el «realizador del marxismo» y que era un profundo conocedor de la obra de Marx.17 
Hitler agregaría:No voy a ocultar que he aprendido mucho del marxismo [...]. Lo que me ha interesado e instruido de los marxistas son sus métodos [...]. Todo el nacionalsocialismo está contenido en él [...], las sociedades obreras de gimnasia, las células de empresa, los desfiles masivos, los folletos de propaganda redactados especialmente para ser comprendidos por las masas. Todos estos métodos nuevos de lucha política fueron inventados por los marxistas. No he necesitado más que apropiármelos y desarrollarlos para procurarme el instrumento que necesitábamos.18 
Según explica Revel, el parentesco ideológico del marxismo con el nazismo va tan lejos que incluso el antisemitismo de los nazis fue en buena medida heredado del marxismo. Hitler conocía a la perfección el famoso Ensayo sobre la cuestión judía escrito por Marx, en el que el filósofo daba rienda suelta a su odio contra los judíos. De hecho, Hitler prácticamente plagió pasajes de ese ensayo en su infame libro Mein Kampf. 19 Siguiendo esta línea de análisis, el premio Nobel de Economía Friedrich A. Hayek, quien también fue socialista en su juventud, advirtió al público europeo que nazismo y comunismo eran finalmente la misma cosa. Escribiendo en la época de Hitler, Hayek explicó que el conflicto entre derecha nacionalsocialista e izquierda marxista era en realidad un conflicto «entre facciones rivales» que tenían idéntica naturaleza ideológica.20 Ambos —y esto es lo relevante— detestaban el liberalismo individualista anglosajón y el capitalismo que este engendraba. Lechín, analizando los regí- menes de Castro, Morales y Chávez, llega a la misma conclusión que Hayek: que el fascismo no es un asunto de derecha o izquierda, sino una cruda estratagema para lograr el máximo control del poder posible con el fin de destruir las instituciones liberales.21

Queda claro entonces que el socialismo del siglo xxi y que nuestros populistas socialistas en general no son más que una proyección de ideologías fascistas/socialistas que detestan la libertad, adoran el Estado y buscan incrementar su poder para aniquilar el espacio del individuo mediante la destrucción de las instituciones políticas y económicas liberales. La oposición que la izquierda mundial ha fabricado entre fascismo y socialismo, y que se sigue al pie de la letra en América Latina y España, no pasa de ser un constructo artificial para negar lo evidente: que a pesar de las diferencias retóricas, socialistas y fascistas comparten motivaciones, métodos, orígenes intelectuales y fines muy similares y a veces idénticos.

6. Ernesto «Che» Guevara, «“Crear dos, tres..., muchos Vietnam”. Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental», folleto especial de la revista Tricontinental, órgano del Secretariado Ejecutivo de la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL), La Habana (Cuba), 16 de abril de 1967. Disponible en: . [Consulta: 26/01/2016]
7. Andrés Benavente y Julio Cirino, La democracia defraudada, Grito Sagrado, Buenos Aires, 2005, p. 41.
8. Discurso de Ernesto «Che» Guevara en la conmemoración del segundo aniversario de la integración de las Organizaciones Juveniles, celebrada el 20 de octubre de 1962, pp. 31-45. Disponible en: . [Consulta: 26/01/2016] 
9. Benito Mussolini, The doctrine of fascism, 1932. Disponible en: . [Consulta: 26/01/2016] 
10. Hermann Roth, «Die nationalsozialistische Betriebszellenorganisation (NSBO), von der Gründung biz zur Röhm-Affäre (1928 bis 1934)», Jahrbuch für Wirtschaftsgeschichte, vol. 19, n.o 1, 1978, p. 51. Disponible en: . [Consulta: 26/01/2016]
11. Programa del Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (NSDAP). Disponible en inglés en: . [Consulta: 26/01/2016] 
12. Ídem.
13. Stanley Payne, El fascismo, Alianza Editorial, Madrid, 1982, p. 214.
14. Juan Claudio Lechín, Las máscaras del fascismo, Plural, La Paz, 2015, p. 32. 
15. Ibídem, p. 38. 16. Ibídem, p. 39. 17. Jean-François Revel, La gran mascarada: ensayo sobre la supervivencia de la utopía socialista, Taurus, Madrid, 2000, p. 112.
18. Ídem. 19. Ibídem, p. 116. 20. Friedrich A. Hayek, Camino de servidumbre, Alianza Editorial, Madrid, 1985, p. 35. 21. Lechín, Las máscaras del fascismo, p. 39.










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