“Pablo distingue bien: hijos de la ley e hijos de la fe. A vino nuevo, odres nuevos. Y por esto la Iglesia nos pide, a todos nosotros, algunos cambios. Nos pide que dejemos de lado las estructuras caducas: ¡no sirven! Y que tomemos odres nuevos, los del Evangelio. No se puede comprender la mentalidad – por ejemplo – de estos doctores de la ley, de estos teólogos fariseos: no se puede entender su mentalidad con el espíritu del Evangelio. Son cosas distintas. El estilo del Evangelio es un estilo diverso, que lleva la ley a la plenitud. ¡Sí! Pero de un modo nuevo: es el vino nuevo, en odres nuevos”.
“El Evangelio – dijo también Francisco – ¡es novedad! ¡El Evangelio es fiesta! Y sólo se puede vivir plenamente el Evangelio con un corazón gozoso y con un corazón renovado”. “Que el Señor – fue la invocación final del Papa – “nos de la gracia de esta observancia de la ley. Observar la ley – la ley que Jesús ha llevado a su plenitud – en el mandamiento del amor, en los mandamientos que vienen de las Bienaventuranzas”. Que el Señor – concluyó – nos dé la gracia de “no permanecer prisioneros”, sino que “nos dé la gracia de la alegría y de la libertad que nos trae la novedad del Evangelio”.
VER +:
El padre Mallon da la clave para renovar las parroquias:
expulsar okupas y crear expectativas altas
Las estructuras, cuando no son las establecidas por Dios en sus proyectos, se vuelven contra nosotros. Por estructuras entendemos los criterios limitados, los falsos discernimientos que el hombre, por más “religioso” que sea, arma en su intimidad, de tal manera que fácilmente se fanatiza con ellos y se ciega para abrirse a la verdad revelada.
La Iglesia tiene una estructura divina
El cristianismo tiene una estructura divina que supera infinitamente cualquier estructura humana. Confiar en las que vamos formando al margen de la verdad revelada, se muestra de pronto inservible para permanecer en la divina.Es lo que pasó con los judíos del tiempo de Jesús. Estructuraron la Revelación y las Escrituras. En lugar de poner a Dios por encima de todo, rompieron el orden de prioridades establecido por Dios. No todos ellos actuaron siempre según los pensamientos y proyectos de Dios. Por el contrario, intervinieron con un enjambre de estructuras y criterios humanos rígidos que terminaron por obnubilar la verdad revelada y así, no la entendieron.
Jesús les dice a ellos:
“Ustedes investigan las Escrituras pensando hallar en ellas la vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí, pero ustedes no quieren venir a mí para tener vida” (Jn 5, 39-40). Ellos se habían trazado una estructura mental: “Basta leer las Escrituras e interpretarlas según nuestros buenos oficios”. Pero cuando se obra así es tan sólo para acomodar la Palabra divina a los propios criterios humanos y anularla o limitarla. El proyecto del Padre es ir primero a las personas divinas y tener con ellas un encuentro personal. Dejarse interpelar por su Palabra. Dejarse guiar por él. Obedecer sus mandatos y no crear imprudentemente mandatos humanos. Ello es más importante que la sola Escritura interpretada por cualquiera, sobre todo si no tiene autoridad divina para ello. El mismo Dios nos ha revelado los criterios divinos de la verdad revelada y su discernimiento. De este modo, él mimo nos asegura la correcta interpretación de su Revelación.
El riesgo de cerrarse en las propias estructuras mentales (criterios propios)
Los judíos estaban tan cerrados en ellas que no hubo lugar siquiera para reconocer al Mesías prometido y anunciado en el Antiguo Testamento. Ellos conocían muy bien las Escrituras. Sin embargo, éstas fueron absorbidas por el propio criterio, siguiendo una estructura determinada sobre la Revelación, al modo humano, que imposibilitó el reconocimiento del Mesías en muchos judíos. Todavía lo pueden hacer. La Escritura para ellos es la misma.
La estructura divina
Ésta pertenece a la ciencia y a la sabiduría divinas, muy por encima de toda ciencia y sabiduría humanas. Por eso es necesaria la fe. Ésta no estriba en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios (1 Co 2, 5). La estructura de Dios sigue siempre la lógica divina. Por eso es muy fácil que desoriente al ser humano aun siendo religioso, cuando éste se halla aferrado a sus propios criterios. Por eso es necesario renunciar a uno mismo para penetrar en la verdad revelada, sin poner obstáculos humanos.Jesucristo condena drásticamente aquella actitud equivocada de todo religioso ni bien pretende cambiar y hasta reformar los proyectos de Dios. ¿Acaso podemos reformar lo que Dios ha realizado? Jesús le dice a Pedro: “¡Apártate de mí Satanás! Escándalo eres para mí, porque tienes pensamientos que son de los hombres y no los de Dios” (Mt 16, 23). Pedro, en esta ocasión, quería impedirle a Jesús subir a Jerusalén, porque corría el riesgo que lo mataran. Sus estructuras humanas lo traicionaron.
La sutileza del enemigo
Lo sabemos desde la primera caída del hombre ¡Con qué sutileza demoníaca aparecen los criterios propios para suplantar los divinos! Pedro se había hecho una estructura mental fija: “Jesús no debía morir. ¡Si él era Dios! Por lo tanto, no debía ir a Jerusalén”. Como todo lo estructurado por nosotros nos condiciona para obrar según la estructura preestablecida. No se le ocurrió pensar que estaba impidiendo los designios de Dios. Pedro pensó que con el sentimiento que tenía por Jesús jamás podría negarlo. Pero lo negó tres veces. Juan y Santiago pensaron que tenían un discernimiento extraordinario. Compartían la falsa estructura que con ese discernimiento podían arrojar fuego sobre los samaritanos que no recibieron bien a Jesús. Jesús reprendió a ambos (Lc 9, 55). Con el mismo falso discernimiento Juan pensó que debía impedir a un hombre que expulsara demonios en el nombre de Jesús, porque “no venía con ellos” y Jesús lo reprendió (Lc 9, 49-50).
Lo que nos dice la Iglesia
Benedicto XVI, cuando era Prefecto para la doctrina de la fe, decía que “la Iglesia deberá permanecer siempre abierta a los imprevistos e improgramables llamados del Señor” (CMME, Discurso de inauguración). Por eso, “allí donde irrumpe el Espíritu Santo, colapsan los proyectos de los hombres” (Id.). La de Dios es una estructura dinámica e imprevisible para nosotros. Con frecuencia el Espíritu Santo que debe guiarnos en todo, como lo hizo con Cristo, nos echa abajo la estantería que hemos armado, a veces, por largos años y con tanto cuidado. No entendemos la acción del Espíritu, porque no lo conocemos suficientemente. Para seguir las estructuras divinas debemos estar dispuestos siempre a estos imprevisibles cambios que nos trae la eterna novedad. Así han hecho todos los santos. Ellos son “como el viento”. Somos escándalo para Cristo, cada vez que nos lanzamos a tomar su Revelación para acomodarla a nuestras estructuras mentales. Por esto mismo nos decía el ex Cardenal con toda exactitud:
“La Iglesia es enteramente ella misma sólo a partir del momento en que se trascienden los criterios y las modalidades de las instituciones humanas” (Id.). La crítica mundana, que a veces también se infiltra en la misma Iglesia, no ha comprendido que “la Iglesia es una criatura del Espíritu Santo” (Id).
“Vivimos un momento privilegiado del Espíritu Santo”
Así hablaba Pablo VI (EN, 75). El entonces Cardenal Ratzinger no olvidó esta realidad eclesial y comentó en el mismo Discurso citado: “He aquí, de pronto, algo que nadie había planeado. He aquí que el Espíritu Santo, por así decirlo, había pedido de nuevo la palabra. Y en hombres jóvenes y mujeres jóvenes (y no tan jóvenes. Nota del autor) renacía la fe, sin “peros”, sin engaños, sin escapatorias, vivida en su integridad, como don, como regalo precioso que ayuda a vivir. No faltaron ciertamente aquellos que se sintieron molestos en sus debates individuales, en sus modelos de una Iglesia completamente diversa, construida en torno a la mesa, según la propia imagen”. O sea, sobre la base de estructuras propias.Esta última actitud de no pocos miembros de la Iglesia refleja al vivo el encierro en la propia idea que se han formado de la Iglesia. ¿Cómo conocer entonces la vida en el Espíritu que deshace tales estructuras?De aquí surgen las prohibiciones indebidas, las condenas fáciles, los juicios temerarios y los escándalos injustificados. Así se sofoca al Espíritu que guía “a la Iglesia y a las almas a través de sus gracias y celestiales carismas” (León XIII. Dim, 2).Como escribas y fariseos que no aceptaron al Mesías, éstos se hacen reticentes a aceptar la acción eclesial del Paráclito. No quieren o no saben dejarse guiar por él, “como el viento”, con la libertad de los hijos de Dios. Ignoran u omiten que esto mismo lo hacen los carismas y que éstos forman parte esencial de la constitución divina de la Iglesia (Juan Pablo II. CMME. Mensaje, 5. Discurso, 4). Así se evangeliza tantas veces sin tener en cuenta el Bautismo en Espíritu Santo y fuego que nos hace testigos de Cristo (Hch 1, 8) . Éstos se hallan lejos del Magisterio de la Iglesia, a pesar de su protesta de fidelidad al mismo, devorados por las estructuras personales. Han olvidado que el Espíritu Santo es Alma de la Iglesia; que obedecer al Magisterio es obedecer a Cristo (Lc 10, 16) y signo de ser guiados por el Espíritu Santo (1 P 1, 2; 1 Jn 4, 6).
La advertencia del Cardenal Ratzinger
“Es necesario que se diga alto y fuerte a las Iglesias locales (parroquias), incluso a los obispos (diócesis), que no deben consentir a pretensiones de uniformidad absoluta en las organizaciones y programaciones personales. No se pueden elevar sus propios proyectos como modelos fijos de lo que está consentido actuar al Espíritu Santo. Frente a meros proyectos puede suceder que las Iglesias se conviertan en impenetrables al Espíritu Santo.“No es lícito que todo deba encasillarse en una organización unitaria. ¡Mejor es menos organización y más Espíritu!” (CMME, Discurso de inauguración). Podríamos preguntarnos por qué. Porque el Espíritu Santo es la mejor organización. La mejor estructura. ¡La de él!
El panorama religioso presente
¿Qué es esto que se quiere encerrar entre cuatro paredes? ¿Una Iglesia “Tradicional” o más bien una Iglesia languideciente? Si realmente fuera tradicional “debería permanecer en lo que hemos escuchado desde un principio” (1 Jn 2, 24), ¡sin omitir nada! ¡Cuántas cosas importantes se han omitido en la praxis pastoral con la excusa de una “Tradición” que no lo es! Deberíamos reconocerlo por sus escasos frutos, por su retroceso e ineficacia. Éstos no recuerdan todo lo que nos ha dicho Jesús. Omiten la acción del Espíritu, sus carismas; desobedecen a la autoridad legítima de la Iglesia en su Magisterio y a los papas (reciente cisma de Mons. Lefebvre). ¡Signo de andar sin el Paráclito (cf. 1 P 1, 2)!¿Qué es entonces, esta “otra” Iglesia? ¿Acaso la Iglesia “progresista”? ¡De ninguna manera! Es la Iglesia tradicional por excelencia, que permite el progreso dogmático con todo fundamento y la mejor adaptación de los cambios contemporáneos a la Revelación. Ella como criatura del Espíritu es inmutable. Es el fundamento de su ser tradicional. Las verdades de Dios no cambian: “Mi Palabra jamás pasará”. Desde el bautismo sacramental es también renovable. Renovarse es hacer siempre actual lo eterno. Por eso también es progresista. Se mueve y progresa con los mismos principios eternos de vida eterna. Es lo que hacen los Papas, los Concilios; es lo que hacen los profetas; es lo que hacen los santos de siempre.
Conclusión
Quedar atrapados en la propias estructuras que concebimos nosotros y no Dios, es crearnos una Iglesia “desde nosotros mismos”, como decía el ex Cardenal Ratzinger; es provocar el escándalo de Cristo por tener pensamientos que son de los hombres y no los de Dios (Mt 16, 23). Por eso este Cardenal decía: “Que la Iglesia no sea una institución nuestra, sino la irrupción de algo distinto. Dado que su naturaleza es de derecho divino, se sigue que nosotros no podemos creárnosla desde nosotros mismos” (Obra citada). ¡Nadie lo puede hacer!
Eduardo Basombríohttp://www.editorialkyrios.com.ar/kyrios_default.htm
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Ver plan pastoral episcopal Española (2000-2005) "UNA IGLESIA ESPERANZADA, MAR ADENTRO.
PRIORIDADES PASTORALES, PUNTO 3-a) COMUNIÓN ECLESIAL EN EL AMOR DE CRISTO (Nº 50-51):
"«50. También nos alegra ver que nuestra Iglesia, en consonancia con las orientaciones del Concilio Vaticano II se está haciendo más participativa y creando cauces de corresponsabilidad: la teología ha rescatado los valores de la eclesiología de comunión; se ha enriquecido la vida eclesial con nuevos carismas; se están desarrollando las estructuras y órganos participativos: Sínodos, consejos presbiterales, pastorales, de economía, etc.; los laicos van asumiendo muchas tareas dentro de la Iglesia, según corresponde al sacerdocio común de los fieles. Al fortalecer estos medios de participación, hemos de alimentar a los cristianos con una verdadera espiritualidad eclesial, ya que sin ella los organismos y estructuras de comunión y de participación “se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión, más que sus modos de expresión y crecimiento”[49]. 51. En nuestra Iglesia hemos crecido en organización y estructuras pastorales, lo mismo que en planificación y programación. Estas realidades, que pertenecen al organismo social de la Iglesia, son consecuencia del misterio de la Iglesia, que es a la vez espiritual y visible, en analogía con el misterio del Verbo encarnado; y han de estar al servicio del Espíritu de Cristo, que le da vida para que el cuerpo crezca[50]. La misma dinámica de las estructuras nos puede llevar a veces a la tentación de confiar más en nuestra capacidad de organizar y programar que en la gracia de Cristo, por lo que hemos de afirmar en la teoría y en la práctica la primacía de la gracia[51]. También nos parece que podemos estar atrapados por un exceso de organización y olvidarnos de que la Iglesia es sobre todo un organismo vivo, el Cuerpo místico de Cristo, y que lo prioritario es la atención a las personas y engendrar vida. "»
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[50] Cf Lumen Gentium, 8. [51] Cf NMI 38.
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VER +: ORGANIZACIONISMO
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