Un documento dramatico:
Manifiesto de la Fe
«¡No se turbe vuestro corazón!»
(Juan 14,1)
Ante la creciente confusión en la enseñanza de la doctrina de la Fe, muchos obispos, sacerdotes, religiosos y seglares de la Iglesia Católica, me han pedido que dé testimonio público de la verdad de la Revelación. Es tarea propia de los pastores guiar por el camino de la salvación a aquellos que les han sido encomendados. Eso es posible sólo si se conoce ese camino y si ellos son los primeros que lo siguen. Por lo cual el Apóstol advertía: «Pues os he transmitido ante todo lo que yo también he recibido» (1 Cor 15,3).
Actualmente muchos cristianos ya no conocen ni siquiera las cosas fundamentales de la Fe, con un peligro creciente de no encontrar el camino que lleva a la vida eterna. Sin embargo sigue siendo tarea propia de la Iglesia conducir a los hombres a Jesucristo, Luz de las gentes (cf. LG 1). En esta situación nos preguntamos cómo hallar la justa orientación. Según Juan Pablo II, el Catecismo de la Iglesia Católica es una «norma segura para la enseñanza de la fe» (Fidei Depositum IV). Fue escrito con el fin de fortalecer a los hermanos y hermanas en la fe, una fe seriamente comprometida por la «dictadura del relativismo».
1. Dios uno y trino, revelado en Jesucristo
El resumen de la fe de todos los cristianos consiste en la confesión de la Santísima Trinidad. Hemos sido hechos discípulos de Jesús, hijos y amigos de Dios por medio del bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La diferencia de las tres Personas en la unidad divina (254) marca una diferencia fundamental en la fe en Dios y en la imagen del hombre, respecto a otras religiones. En la confesión de Jesucristo los espíritus se dividen. Él es verdadero Dios y verdadero hombre, encarnado en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo. El Verbo hecho carne, el Hijo de Dios, es el único salvador del mundo (679) y el único mediador entre Dios y los hombres (846). Por eso la Primera Carta de san Juan indica como un anticristo al que niega su divinidad (1 Jn 2,22), pues Jesucristo, el Hijo de Dios, desde la eternidad es un único ser con Dios, su Padre (663). Con clara determinación hace falta hacer frente al reaparecer de antiguas herejías, que veían en Jesucristo sólo a un buen hombre, a un hermano y amigo, a un profeta y un ejemplo de vida moral. Él es ante todo el Verbo que estaba con Dios y es Dios, el Hijo del Padre, que ha tomado nuestra naturaleza humana para redimirnos y que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Lo adoramos sólo a Él como el único y verdadero Dios en unidad con el Padre y el Espíritu Santo (691).
2. La Iglesia
Jesucristo fundó la Iglesia como signo visible e instrumento de salvación, que subsiste en la Iglesia Católica (816). Dio a su Iglesia, que surgió «del costado de Cristo dormido en la Cruz» (766), una constitución sacramental que permanecerá hasta el pleno cumplimiento del Reino (765). Cristo Cabeza y los fieles como miembros del Cuerpo son una persona mística (795); por eso la Iglesia es santa, porque Cristo, único mediador, la ha establecido sobre la tierra como organismo visible y continuamente la sostiene (771). Por medio de ella, la obra redentora de Cristo se hace presente en el tiempo y en el espacio con la celebración de los santos Sacramentos, sobre todo en el Sacrificio eucarístico, la Santa Misa (1330). La Iglesia transmite en Cristo la divina Revelación que se extiende a todos los elementos de la doctrina, «incluida la doctrina moral, sin los cuales las verdades salvíficas de la Fe no pueden ser conservadas, enseñadas u observadas» (2035).
3. El orden sacramental
La Iglesia en Jesucristo es el sacramento universal de salvación (776). Ella no refleja ella misma, sino la luz de Cristo que brilla en su rostro, y eso sucede sólo cuando el punto de referencia no es la opinión de la mayoría ni el espíritu de los tiempos sino la verdad revelada en Jesucristo, que ha entregado a la Iglesia católica la plenitud de la gracia y de la verdad (819): Él mismo está presente en los sacramentos de la Iglesia.
La Iglesia no es una asociación fundada por el hombre, cuya estructura pueda ser modificada por sus miembros a su capricho. Es de origen divino. «El mismo Cristo es el origen del ministerio en la Iglesia. Él la ha instituido, le ha dado autoridad y misión, orientación y finalidad» (874). Todavía hoy sigue siendo válida la advertencia del Apóstol, que es maldito cualquiera que proclame otro evangelio, «aunque seamos nosotros mismos o un ángel del cielo» (Gál 1,8). La mediación de la fe está indisolublemente ligada a la credibilidad humana de sus mensajeros, los cuales, en algunos casos, han abandonado a los que les habían sido encomendados, perturbandolos y dañando gravemente su fe. En ellos se cumple la palabra de la Escritura: “no se soportará la sana doctrina, sino que por oir algo, los hombres se rodearán de maestros según sus propios caprichos” (2 Tim 4,3-4).
La tarea del Magisterio de la Iglesia respecto al pueblo es «protegerlo de las desviaciones y de los fallos” para que pueda “profesar sin error la auténtica Fe» (890). Esto es particularmente cierto por lo que se refiere a los siete Sacramentos. La Eucaristía es «fuente y cumbre de toda la vida cristiana» (1324). El Sacrificio eucarístico, en el que Cristo nos implica en su sacrificio de la cruz, tiene como fin la más íntima unión con El (1382). Por eso, la Sagrada Escritura nos advierte respecto a las condiciones para recibir la Sagrada Comunión: «’El que coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, es reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor’ (1 Cor 11,27). Por tanto “quien tenga conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar» (1385). De la lógica interna del sacramento se desprende que los divorciados que se han vuelto a casar por lo civil, cuyo matrimonio sacramental aún existe ante Dios, así como todos aquellos cristianos que no están en plena comunión con la fe católica y lo mismo todos aquellos que no están dispuestos como se debe, no reciben la Sagrada Eucaristía de manera fructífera (1457) porque así no les lleva a la salvación. Decirlo claramente corresponde a una obra de misericordia espiritual.
Reconocer los pecados en la confesión por lo menos una vez al año es uno de los mandamientos de la iglesia (2042). Cuando los creyentes ya no confiesan sus pecados recibiendo la absolución, resulta inutil la salvación hecha por Cristo, ya que El se hizo hombre para redimirnos de nuestros pecados. El poder de perdonar que el Señor Resucitado ha conferido a los Apóstoles y a sus sucesores en el episcopado y en el sacerdocio cancela los pecados graves y veniales cometidos después del bautismo. La actual práctica de la confesión muestra con evidencia que la conciencia de los fieles no está suficientemente formada. La misericordia de Dios nos es dada para cumplir sus mandamientos, a fin de ser conformes con su santa voluntad, y no para evitar la llamada a la conversión (1458).
«El sacerdote es el que continúa la obra de la Redención en la tierra» (1589). La ordenación, que da al sacerdote «un poder sagrado» (1592), es insustituible, porque por medio de ella Jesucristo se hace sacramentalmente presente en su acción salvífica. Por lo tanto, los sacerdotes eligen voluntariamente el celibato como «signo de esa vida nueva» (1579). Se trata de la entrega de sí mismo al servicio de Cristo y de su Reino que viene. Al conferir válidamente la ordenación en los tres grados de este Sacramento, la Iglesia se reconoce vinculada a la elección hecha por el mismo Señor, por lo cual «la ordenación de las mujeres no es posible» (1577). Respecto a lo cual, hablar de esto como de una discriminación contra la mujer demuestra claramente una comprensión errónea de este sacramento, que no se trata de un poder terreno, sino de la representación de Cristo, el Esposo de la Iglesia.
4. La ley moral
La fe y la vida son inseparables, porque la fe sin las obras cumplidas en el Señor está muerta (1815). La ley moral es obra de la Sabiduría divina y conduce al hombre a la bienaventuranza prometida (1950). Por consiguiente, «la ley divina y natural muestra al hombre el camino que ha de seguir para cumplir el bien y alcanzar su proprio fin» (1955). Su observancia es necesaria para la salvación de todos los hombres de buena voluntad. Porque los que mueren en pecado mortal sin haberse arrepentido quedarán separados de Dios para siempre (1033). Eso lleva a consecuencias prácticas en la vida de los cristianos, entre las cuales hace falta recordar las que hoy más a menudo se descuidan: (cf. 2270-2283; 2350-2381). La ley moral no es un peso, sino parte de esa verdad liberadora (cf. Jn 8,32) mediante la cual el cristiano recorre el camino de la salvación, y no ha de ser relativizada.
5. La vida eterna
Muchos se preguntan hoy por qué la Iglesia todavía existe, cuando los mismos obispos prefieren actuar como políticos en vez de proclamar el Evangelio como maestros de la fe. La mirada no debe detenerse en cosas secondarias, sino que es más que nunca necesario que la Iglesia cumpla su propia misión. Todo ser humano tiene un alma inmortal, que se separa del cuerpo en la muerte, en espera de la resurrección de los muertos (366). La muerte hace definitiva la decisión del hombre a favor o en contra de Dios. Todos deben pasar por el juicio personal inmediatamente después de la muerte (1021). Será necesaria una purificación o bien el hombre irá directamente a la bienaventuranza celestial y le será dado contemplar a Dios cara a cara. Existe sin embargo también la terrible posibilidad de que un ser humano permanezca en contradicción con Dios hasta el final y, al rechazar definitivamente su amor, «se condene inmediatamente para siempre» (1022). «Dios, que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti» (1847). La eternidad del castigo del infierno es una realidad terrible, que –según el testimonio de la Sagrada Escritura– es para todos aquellos que «mueren en estado de pecado mortal» (1035). El cristiano pasa por la puerta estrecha, porque «ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella» (Mt 7,13).
Callar sobre estas y otras verdades de fe o bien enseñar lo contrario, es el peor engaño contra el que el Catecismo avisa seriamente. Representa la última prueba de la Iglesia, es decir, “un engaño religioso que ofrece a los hombres una solución aparente a sus problemas, al precio de la apostasía de la verdad» (675). Es el engaño del Anticristo, que viene «con todas las seducciones de la iniquidad, para ruina de los que van a la perdición, por no haber acigido el amor a la verdad para ser salvados» (2 Tesalonicenses 2,10).
Llamamiento
Como trabajadores de la viña del Señor, todos tenemos la responsabilidad de recordar estas verdades fundamentales sujetandonos a lo que nosotros mismos hemos recibido. Queremos dar ánimo para recorrer el camino de Jesucristo con decisión, para alcanzar la vida eterna obedeciendo a sus mandamientos (2075).
Pidamos al Señor que nos haga comprender cuán grande es el don de la Fe católica, que abre la puerta a la vida eterna. «Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras ante esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles» (Mc 8, 38). Por tanto, nos comprometemos a fortalecer la fe, confesando la Verdad, que es el mismo Jesucristo.
La advertencia que Pablo, el Apostol de Jesucristo, le hace a su colaborador y sucesor Timoteo, la dirige en particular a nosotros, obispos y sacerdotes: «Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su manifestación y su Reino: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, amonesta, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, vigila atentamente, soporta los sufrimientos, cumple tu misión de evangelizador, desempeña tu ministerio.» (2 Tim 4,1-5).
Que María, la Madre de Dios, nos alcance la gracia de aferrarnos a la verdad de Jesucristo sin vacilar.
Unidos en la fe y en la oración
Gerhard Cardenal Müller
Prefecto de la Congregación
para la Doctrina de la Fe,
del 2012 al 2017
Cardenal Müller
a InfoVaticana:
«Los falsos profetas que se presentan como progresistas han anunciado que convertirán a la Iglesia Católica en una organización de ayuda para la Agenda 2030
Se acerca la fase final del Sínodo de la Sinodalidad que comenzará este próximo mes de octubre. Entre los 400 asistentes (entre cardenales, obispos, laicos y religiosos) participará el ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe: el cardenal Müller.
Ya que desde el Vaticano han comunicado que los periodistas solo tendrán acceso a la información que ellos mismos proporcionen, hemos querido charlar con el purpurado alemán sobre este próximo acontecimiento eclesial que tiene a buena parte de la Iglesia en vilo.
Como verán a lo largo de la entrevista (hecha por escrito ya que el cardenal está esta semana en Polonia) Müller aborda las cuestiones planteadas sin rehuirlas y entrando hasta el fondo de la cuestión.
Entrevista al cardenal Müller:
P- Este próximo mes de octubre dará comienzo la fase final del Sínodo de la sinodalidad ¿Cómo lo afronta?
R- Rezo para que todo esto sea una bendición y no un perjuicio para la Iglesia. También estoy comprometido con la claridad teológica para que una Iglesia reunida en torno a Cristo no se convierta en una danza política en torno al becerro de oro del espíritu agnóstico de la época.
P- El Papa Francisco le incluyó en la lista de los participantes que tendrán voz y voto en el Sínodo ¿Cómo recibió la noticia?
R-Quiero hacer lo mejor que pueda por el bien de la Iglesia, por la que he dedicado toda mi vida, pensamiento y trabajo hasta ahora.
P-¿Tiene pensado el mensaje que va a transmitir durante la Asamblea?
R-Sobre todo quisiera decir, en vista de las muchas decepciones de los jóvenes de Lisboa: una Iglesia que no cree en Jesús el Cristo, el Hijo del Dios vivo, ya no es la Iglesia de Jesucristo. Cada participante deberá estudiar primero el primer capítulo de Lumen Gentium, que trata del misterio de la Iglesia en el plan de salvación del Dios Trino. La iglesia no es el patio de recreo de los ideólogos del “humanismo sin Dios” ni de los estrategas de las conferencias del partido impedidas.
La voluntad universal de Dios de salvar, que se encuentra en Cristo, único Mediador entre Dios y los hombres, realizada histórica y escatológicamente, es el programa futuro de Su Iglesia y no el Gran Reinicio de la “élite” atea-globalista de banqueros multimillonarios que esconden su despiadado enriquecimiento personal detrás de la máscara de la filantropía.
P-¿Qué le parece la medida de que no se acepte que los periodistas sigan en directo lo que ocurre?
R-No sé la intención que hay detrás de esta medida, pero 450 participantes ciertamente no mantendrán las cosas cerradas. Muchos explotarán a los periodistas en su propio beneficio o viceversa. Esta es la gran hora de la manipulación, de la propaganda de una agenda que hace más daño que bien a la Iglesia.
Si los laicos participan en él con derecho a voto, entonces ya no se trata de un sínodo de obispos
P-Hay algunas voces que han criticado la presencia de laicos en esta Asamblea sinodal ¿A usted que le parece?
R-Los obispos participan en su cargo ejerciendo la responsabilidad colegiada sobre toda la Iglesia junto con el Papa. Si los laicos participan en él con derecho a voto, entonces ya no se trata de un sínodo de obispos o una conferencia eclesiástica que no tiene la autoridad docente apostólica del colegio episcopal. Hablar de un Concilio Vaticano III sólo se le puede ocurrir a una persona ignorante, porque un sínodo romano de obispos no es desde el principio un concilio ecuménico, que el Papa no podría declarar posteriormente sin ignorar el derecho divino de los obispos a un Concilio Vaticano III, que podría fundar una nueva Iglesia superando o completando la supuestamente estancada en el Concilio Vaticano II.
Cada vez que los efectos populistas inclinan la balanza hacia decisiones tan espontáneas, se oscurece la naturaleza sacramental de la Iglesia y su misión, incluso si posteriormente se intenta justificarla con el sacerdocio común de todos los creyentes y se intenta nivelar la diferencia en esencia con respecto a el sacerdocio de ordenación sacramental (Lumen Gentium 10).
P-Cada vez hay más obispos y fieles que expresan su preocupación por lo que pueda ocurrir durante este Sínodo ¿Hay algo a lo que temer?
R-Sí, los falsos profetas (ideólogos de las nubes) que se presentan como progresistas han anunciado que convertirán a la Iglesia Católica en una organización de ayuda para la Agenda 2030. En su opinión, sólo una Iglesia sin Cristo encaja en un mundo sin Dios. Muchos jóvenes regresaron de Lisboa decepcionados porque el foco ya no estaba en la salvación en Cristo, sino en una doctrina de salvación mundana. Al parecer hay incluso obispos que ya no creen en Dios como origen y fin del hombre y salvador del mundo, pero que, de manera pannaturalista o panteísta, consideran que la supuesta madre tierra es el comienzo de la existencia y la neutralidad climática la meta del planeta tierra.
P-¿Cree que pueden aprobarse cambios en materia de fe y doctrina como pretenden algunos grupos y movimientos dentro de la Iglesia?
R-Ningún persona en la tierra puede cambiar, añadir o quitar la Palabra de Dios. Como sucesores de los apóstoles, el Papa y los obispos deben enseñar a la gente lo que Cristo terrenal y resucitado, el único maestro, les ha ordenado hacer. Y sólo en este sentido se aplica la promesa de que el ejército y la cabeza de su cuerpo permanecen siempre con sus discípulos Mt 28, 19s). La gente confunde, lo cual no es sorprendente dada la falta de educación teológica básica incluso entre los obispos, el contenido de la fe y su insuperable plenitud en Cristo con la progresiva reflexión teológica y el crecimiento de la conciencia de la fe de la Iglesia a lo largo de la tradición eclesiástica (DEI verbum 8-10). La infalibilidad del Magisterio sólo se extiende a la conservación y a la fiel interpretación del misterio de la fe confiado una vez por todas a la Iglesia (depositum fidei o sana doctrina, la enseñanza de los Apóstoles). El Papa y los obispos no reciben una nueva revelación (Lumen gentium 25, DEI verbum 10 ).
Bendecir la obsolescencia inmoral de personas del mismo o del sexo opuesto es, como contradicción directa, una blasfemia
P-¿Qué ocurriría si, por ejemplo, la Asamblea sinodal aprobase la bendición a parejas homosexuales, el cambio de moral sexual, la eliminación de la obligatoriedad del celibato sacerdotal o el permitir el diaconado femenino? ¿Usted lo aceptaría?
R-El celibato sacerdotal debe ser eliminado de esta lista, ya que la conexión del sacramento del Orden Sagrado con el carisma de la renuncia voluntaria al matrimonio no es dogmáticamente necesaria, aunque esta antigua tradición de la Iglesia latina no puede ser abolida arbitrariamente de un plumazo, como los Padres del Concilio lo subrayaron expresamente el Concilio Vaticano (Presbyterorum Ordines 16). Y los ruidosos agitadores rara vez se preocupan por las preocupaciones de salvación de las comunidades sin sacerdotes, sino más bien por atacar este consejo evangélico, que consideran anacrónico o incluso inhumano en una época sexualmente ilustrada. Bendecir la obsolescencia inmoral de personas del mismo o del sexo opuesto es una contradicción directa con la palabra y la voluntad de Dios, una blasfemia gravemente pecaminosa. El sacramento del orden en los niveles de episcopado, presbiterio y diaconado puede proporcionar poder divino.
Sólo un bautizado cuya vocación haya sido verificada por la Iglesia en cuanto a su autenticidad puede recibir el derecho. Tales exigencias con una mayoría de votos serían obsoletas a priori. Tampoco podrían ser implementados en el derecho canónico por todo el colegio de obispos con el Papa o por el Papa solo porque contradicen la revelación y la confesión clara de la Iglesia.
La autoridad formal del Papa no puede separarse de la conexión sustantiva con la Sagrada Escritura, la Tradición Apostólica y las decisiones dogmáticas del Magisterio que le precedió. De lo contrario, como Lutero malinterpretó el papado, se pondría en el lugar de Dios, quien es el único autor de su verdad revelada, en lugar de simplemente testificar fielmente, en la autoridad de Cristo, de la fe revelada de una manera no abreviada y no adulterada. y presentándolo auténticamente a la iglesia.
En una situación tan extrema, de la que Dios puede salvarnos, todo funcionario eclesiástico habría perdido su autoridad y ningún católico está ya obligado a obedecer religiosamente a un obispo herético o cismático (Lumen Gentium 25; cf. respuesta de los obispos a la mala interpretación de Bismarck). del I. Vaticano, 1875).
P-¿Cree que se está haciendo lo suficiente desde la Iglesia para defender con claridad las verdades que hoy están en discusión?
R-Lamentablemente no. Su tarea sagrada es proclamar la verdad del Evangelio con valentía dentro y fuera de la iglesia. Incluso Pablo se opuso abiertamente una vez al comportamiento ambiguo de Pedro (GAL 2), sin, por supuesto, cuestionar su primacía establecida por Cristo.
No debemos dejarnos intimidar dentro de la Iglesia ni dejarnos seducir por la perspectiva de una carrera por la buena conducta deseada desde arriba. Los obispos y sacerdotes son nombrados directamente por Cristo, lo que deben tener en cuenta los respectivos superiores en la jerarquía. Sin embargo, están en comunidad entre sí, lo que incluye la obediencia religiosa en cuestiones de fe y la obediencia canónica en el gobierno de la Iglesia. Pero esto no exime a nadie de su responsabilidad de conciencia directamente ante Cristo, pastor y maestro, cuya autoridad santifica, enseña y guía a los creyentes.
También debe hacerse una distinción estricta entre la relación del Papa con sus nuncios y empleados del Vaticano y la relación colegiada del Papa con los obispos, que no son sus subordinados sino sus hermanos en el mismo oficio apostólico.
Siempre que los Papas se han sentido o se han comportado como políticos, las cosas han ido mal
P-¿Qué papel debe jugar el Papa en estos momentos?
R-A lo largo de la historia de la Iglesia, siempre que los Papas se han sentido o se han comportado como políticos, las cosas han ido mal. En política se trata del poder del pueblo sobre el pueblo, en la Iglesia de Cristo se trata del servicio de la salvación eterna de los hombres, al que el Señor ha llamado a los hombres para que sean sus apóstoles. El Papa está sentado en la Cátedra de Pedro. Y la forma en que se presenta a Simón Pedro en el Nuevo Testamento, con todos sus altibajos, debería ser un fortalecimiento y una advertencia para cada Papa. En el Cenáculo, antes de su Pasión, Jesús le dice a Pedro: Una vez convertidos, fortaleced a vuestros hermanos (Lc 22,32), es decir, en la fe de Cristo, Hijo de Dios vivo (Mt 16,16). Sólo así es él la roca sobre la que Jesús construye su iglesia, las puertas del infierno no pueden ser superadas.
INTRODUCCIÓN AL CATECISMO DE PERSEVERANCIA ROMANO
PARA PÁRROCOS Y FIELES
No siendo posible considerar las maravillosas excelencias de la obra inmortal de un Dios misericordioso, cual es la Iglesia católica, sin que la más profunda veneración hacia la misma se apodere de nuestro ánimo, ya se atienda a los hermosos frutos de santidad que han aparecido desde su institución, ya a sus constantes esfuerzos para elevar al hombre, ya a su prodigiosa influencia en todos los órdenes de la vida, para la realización del reinado de Jesucristo en medio de la sociedad, ¿cómo no deberá aumentar más y más esta admiración si nos fijamos en lo que ha hecho la Iglesia católica para propagar las verdades reveladas por Jesucristo, de las que la hiciera depositaria, tesorera y maestra infalible? Que la Iglesia haya cumplido el encargo de su divino Fundador de enseñar a los hombres toda la verdad revelada, lo están pregonando los mil y mil pueblos que conocen al verdadero Dios, y le adoran; son de ello monumento perenne todas las instituciones cristianas encaminadas al auxilio de las necesidades de los hombres redimidos por Jesucristo.
No solamente ha propagado la Iglesia católica las verdades que recibió de Jesucristo, sino que, como la más amante de las mismas, ha condenado cuantos errores a ellas se oponían. Cuantas veces se han levantado falsos maestros para negar las verdades evangélicas, cuantas veces el espíritu del mal ha querido sembrar cizaña en el campo de la Iglesia, cuantas veces el espíritu de las tinieblas ha intentado obscurecer la antorcha de la fe, ella ha mostrado a sus hijos, al mundo entero, cuál era la verdad, en dónde estaba el error, cuál era el camino recto y cuál el que conducía al engaño y a la perdición. Desde las páginas evangélicas en que el Apóstol amado demostró a los adversarios de la divinidad de Jesucristo su divina generación, hasta nuestros días, en que hemos contemplado cómo el sucesor de San Pedro anatematizaba la moderna herejía, siempre ostenta la Iglesia, en frente del error, en frente de la herejía, su más explícita y solemne condenación. Este carácter de la Iglesia santa, esta su prerrogativa, esta su nota de acérrima defensora de la verdad, tal vez no ha brillado jamás tan resplandeciente, quizá no la ha contemplado jamás el mundo con tanto esplendor como en el siglo décimosexto.
Grandes fueron los esfuerzos de las pasiones para la propagación del error, para su defensa, para presentarlo como el único que debía dirigir la humana conducta, como el único salvador y regenerador de la sociedad. No podía permanecer en silencio la Iglesia de Jesucristo en tales circunstancias, y no permaneció, según nos lo demuestran clarísimamente cada una de las verdades solemnemente proclamadas en el Concilio Tridentino, cada uno de los anatemas fulminados por aquella santa asamblea contra la herejía protestante. Congregado aquel Concilio Ecuménico para atender a las necesidades que experimentaba el pueblo cristiano, no le fué difícil comprender la importancia y necesidad de la publicación de un Catecismo destinado a la explicación de las verdades dogmáticas y morales de nuestra santa fe, para contrarrestar los perniciosísimos esfuerzos de los novadores al esparcir por todos los modos posibles, aun entre el pueblo sencillo e incauto, sus perversas y heréticas enseñanzas. Tal podríamos decir que fué el principal objeto de la publicación de este Catecismo.
Y con esto queda ya indicado lo que es el Catecismo Tridentino: una explicación sólida, sencilla y luminosa de las verdades fundamentales del Cristianismo, de aquellos dogmas que constituyen las solidísimas y esbeltas columnas sobre las cuales descansa toda la doctrina católica. En primer lugar, lo que distingue a este preciosísimo libro, a este monumento perenne de la solicitud de la Iglesia para la religiosa instrucción de sus hijos, del pueblo cristiano, es la solidez. Esta se descubre y manifiesta en los argumentos que emplea para la demostración de cada una de las verdades propuestas a la fe de sus hijos. No pretende ni quiere que creamos ninguno de los artículos de la fe sin ponernos de manifiesto, sin dejar de aducir aquellos testimonios de la divina Escritura reconocidos como clásicos por todos los grandes apologistas cristianos, por los grandes maestros de la ciencia divina. Este es siempre el primer argumento del Catecismo; sobre él descansan todos los demás, demostrándonos cómo la enseñanza cristiana, la fe de la Iglesia católica, está en todo conforme con las letras sagradas.
Este modo de demostrar la verdad católica, además de enseñarnos el origen de la misma, era una refutación de los falsos asertos de la nueva herejía, pues no reconociendo ésta otra verdad que la de la Escritura, por la misma Escritura, se la obligaba a confesar por verdadero lo que con tanto aparato quería demostrar y predicaba como erróneo y falso. Es tal el uso que de las Escrituras se hace para demostrar las verdades del Catecismo, que, leyéndolo atentamente, no podemos dejar de persuadirnos que es éste el más sabio, el más ordenado, el más completo compendio de la palabra de Dios. Al testimonio de las Sagradas Escrituras, añade el Catecismo la autoridad de los Santos Padres. Estos, además de mostrarnos el unánime consentimiento de la Iglesia en lo relativo al dogma y a la moral, además de ser fieles testigos de las divinas tradiciones, esclarecen con sus discursos las mismas verdades, las confirman con su autoridad y nos persuaden que asintamos a las mismas, tan conformes así a la sabiduría como a la omnipotencia del Altísimo.
Es tan grande la autoridad atribuida por el Catecismo a los Santos Padres, que, en relación con la importancia y sublimidad de los dogmas propuestos, está el número de sus testimonios aducidos. Así, para enseñarnos la doctrina de la Iglesia relativa al divino sacramento de la Eucaristía, no se contenta con recordarnos las palabras de los santos Ambrosio, Crisóstomo, Agustín y Cirilo, sino que nos invita a leer lo enseñado por los santos Dionisio, Hilarlo, Jerónimo, Damasceno y otros muchos, en todos los cuales podremos reconocer una misma fe en la presencia real de Jesucristo en el sacramento del amor. Por último, quiere el Catecismo que tengamos presente las definiciones de los Sumos Pontífices y los decretos de los Concilios Ecuménicos, como inapelables e infalibles, en todas las controversias religiosas. He ahí indicado de algún modo el carácter que tanto distingue, ennoblece y hace inapreciable al Catecismo. Más no se contentó la Iglesia con dar solidez a su Catecismo, sino que le dotó de otra cualidad que aumenta su mérito y le hace sumamente apto para la consecución de su finalidad educadora: es sencillo en sus raciocinios y explicaciones.
Quiso el Santo Concilio que sirviera para la educación del pueblo, y para ello ofrece tal diafanidad en la expresión de las más elevadas verdades teológicas, que aparece todo él, no como si fuera la voz de un oráculo que reviste de enigmas sus palabras, sino como la persuasiva y clara explicación de un padre amantísimo, deseoso de comunicar a sus predilectos y tiernos hijos el conocimiento de lo que más les interesa, el conocimiento de Dios, de sus atributos, de las relaciones que le unen con los hombres y de los deberes de éstos para con su Padre celestial. Si alguna vez se han visto en amable consorcio la sublimidad de la doctrina con la sencillez embelesadora de la forma, es, sin duda ninguna, en este nuestro y nunca bastante elogiado Catecismo. Este carácter, que le hace tan apreciable, nos recuerda la predicación evangélica, la más sublime y popular que jamás escucharon los hombres. Esta sublime sencillez se nos presenta más admirable cuando nos propone los más encumbrados misterios, de tal modo expuestos, que apenas habrá inteligencia que no pueda formarse de los mismos siquiera alguna idea.
Como prueba de esto, véase cómo explica con una semejanza la generación eterna del Verbo: "Entre todos los símiles que pueden proponerse —dice— para dar a entender el modo de esta generación eterna, el que más parece acercarse a la verdad es el que se toma del modo de pensar de nuestro entendimiento, por cuyo motivo San Juan llama Verbo al Hijo de Dios. Porque así como nuestro entendimiento, conociéndose de algún modo a sí mismo, forma una imagen suya que los teólogos llaman verbo, así Dios, en cuanto las cosas humanas pueden compararse con las divinas, entendiéndose a sí mismo, engendra al Eterno Verbo".
Otras muchas explicaciones de las más elevadas verdades hallamos en este Catecismo, todas las cuales nos demuestran cuánto desea que sean comprendidas por los fieles y el gran interés que todos debemos tener para procurar su inteligencia aun por los que menos ejercitada tienen su mente en el conocimiento de las verdades religiosas. De la solidez y sublime sencillez, tan características de este Catecismo, nace otra cualidad digna de consideración, y es la extraordinaria luz con que ilustra el entendimiento, sin omitir de un modo muy eficaz la moción de la voluntad para la práctica de cuanto se desprende de todas sus enseñanzas.
Después de la lectura y estudio de cualquiera de las partes del Catecismo, parece que la mente queda ya plenamente satisfecha en sus aspiraciones, y no necesita de más explicaciones para comprender, en cuanto es posible, lo que enseña y exige la fe. Mas no se contenta con la ilustración del entendimiento, sino que, según hemos ya indicado, se dirige especialmente a que la voluntad se enamore santamente de tan consoladoras verdades, las aprecie y se esfuerce en demostrar con sus obras que su fe es viva, práctica, y la más poderosa para la realización de la vida cristiana, aun en las más difíciles circunstancias.
IGLESIA DE CRISTO,
NO DE NINGÚN PAPA VATICANISTA
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