miércoles, 24 de enero de 2018

LOS TROVADORES DE LA "ROBOLUCIÓN": FICHEROS Y CHEQUETEROS COMPLACIENTES

Los Trovadores: 
Narrativa de la inmoralidad 
de las izquierdas hablapajas
El genocidio en nombre de la revolución siempre tiene quién le cante y pinte
"Es una de las más repudiables taras de la conciencia contemporánea: la inmoralidad de las izquierdas. Haberse habituado al crimen, al narcotráfico, al robo y al saqueo en nombre de la utopía. ¿Cuántos cientos de millones de cadáveres yacen en los campos del futuro feliz? Pregúnteselo a los bardos y trovadores de las izquierdas."
Nadie lloró el brutal asesinato de los millones de rusos de todas las clases sociales, perseguidos, encarcelados y asesinados por la Cheka de Lenin y Stalin. Comenzando por la burguesía y las clases acomodadas, siguiendo por los kulaks, terminando por los campesinos pobres y los proletarios más desamparados. La primera matanza colectiva, el primer genocidio nacional del Siglo XX. La inmensa mayoría de las víctimas sin siquiera imaginar las causas de sus tragedias. Algunos de ellos tan abandonados a su suerte y confinados en sitios tan inhóspitos y aislados, que terminaron devorándose unos a otro, en el más salvaje y desesperado acto de canibalismo, por miles. Muy por el contrario:

¿cuántos poemas, cuántas canciones, cuántos ditirambos recibieron los asesinos? ¿Cuántas historias, cuántas novelas, cuántas obras de teatro se escribieron para ensalzar el brutal genocidio cometido? La apología del crimen político - si es de izquierdas - colma la literatura, la pintura, la música, el teatro y el cine de la primera mitad del siglo XX. Inolvidables las maravillosas obras de los grandes creadores al servicio de la apología del genocidio: Picasso, Malraux, Neruda, Bertolt Brecht entre los más grandes genios del siglo a la cabeza de ellos.

Fue el primero de una serie de horrendos genocidios que conmovieron al mundo, pero para su admiración y asombro. Y si Hitler se hubiera conformado con dominar Europa, del Atlántico a los Urales, y no hubiera caído en el delirio de enfrentarse a todos los poderes fácticos de la tierra, deteniéndose ante los portones de Auschwitz y observando desde Polonia las puertas de Moscú, hubiera muerto en su lecho, como Stalin, su contraparte. El perfecto reverso de la medalla. Si un accidente hubiera acabado con su vida en 1938, sería recordado por moros y cristianos como el más grande estadista alemán de todos los tiempos. 

¿Quién lloró a los miles de asesinados por Fidel, Raúl y el Che Guevara? ¿Quién a las decenas de miles de cubanos devorados por los tiburones en las aguas del Caribe mientras intentaban escapar del infierno? ¿Quién a los millones de cubanos que debieron huir dejando abandonados sus bienes, productos de generaciones de esfuerzos? Nadie. Fidel Castro dictó la sentencia: los asesinados, encarcelados, devorados y desterrados ni siquiera eran cubanos: eran gusanos.
¿Cuánto duraron, en cambio el llanto, el lamento y las exequias del Che Guevara y Salvador Allende? ¿Cuántos los dedicados a Lenin y a Stalin? ¿Cuánto los declamados, cantados y publicados en honra al Gran Timonel, a Ho Chi Min, a la Pasionaria?
La historia del Siglo XX es la historia de la homérica venganza de la barbarie represada contra la cultura y la civilización construida durante los diez mil años de historia precedente. Librada en nombre de la cima de su filosofía: 
Hegel. Y su más adelantado discípulo: Karl Marx. Desde la revolución francesa la humanidad decidió negarse a si misma, castigarse a si misma, mutilarse a si misma. Cumpliendo con pertinaz rigor la faena de Prometeo: devorarse las entrañas. 

Hispanoamérica puso su granito de arena bajo el fulgor asesino de las lanzas coloradas. La narrativa del mártir y el tirano, subyacente al Occidente cristiano desde la épica de la crucifixión, terminó transfigurada gracias a la obra de Hegel y Marx en la épica de la auto mutilación de la cultura. El discurso de la afirmación trascendental de lo que había sido y era fue transmutado en el discurso aniquilador de lo que era en función de lo que debía ser. El sentido de la utopía arrasó con el sentido de lo real: 
lo inmoral o amoral se convirtió en máxima moralia. Viva la devastación. Viva la muerte. La vida no es hoy, es mañana.

No son teorías. Es la trágica realidad del desprecio, el menosprecio y el abandono de nuestra civilización y nuestra cultura en el que se han empecinado los hombres desde que la revolución socialista les sirvió el pretexto perfecto: derribar lo construido para sobre sus ruinas levantar lo por construir. La moral del porvenir en oposición y contraste con la moral del presente. El ideal desconocido por sobre lo conocido que nos rodea y determina.

El respaldo consiguiente, enceguecido y turbio, al crimen cometido, siempre en la expectativa de los resultados que vendrán. Aplaudir las matanzas, porque de ellos, los asesinos, será el reino de los cielos. Cantarle al Che y a Fidel mientras asesinaban a todo aquel que se les opusiera, seguir cantándoles mientras consolidaban la opresión y convertían a Cuba en un campo de concentración y travestir el crimen de lisonjas, de días y flores. Porfiadamente. Así, tras sesenta años de tiranía, Cuba no esté un milímetro mejor de lo que estaba bajo el dictador en miniatura, Fulgencio Batista. Es más: estando mucho peor.

Pondré un ejemplo menudo y posiblemente insignificante, pero clarificador y a la altura de nuestras circunstancias. 
¿Dónde están los cantos de los bardos de las izquierdas de España y las Américas que venían a llenar nuestros estadios y salas de espectáculos en tiempos de la democracia protestando indignados contra las dictaduras militares del Cono Sur mientras le cantaban loas a la tiranía del Caribe? 
¿Dónde, criticando esta dictadura militar asesina y sanguinaria, que ha hundido en ruinas aquella próspera sociedad que se permitía financiar la protesta trovadora? ¿Dónde, ensalzando el coraje de quienes se oponen a la tiranía de Nicolás Maduro, a pecho descubierto y sin armas en la mano? ¿Dónde los lamentos de los trovadores en honor a los jóvenes caídos, reprimidos, gaseados, perseguidos, encarcelados y asesinados por la satrapía venezolana? 
¿Volverán a pisar algún día las calles de lo que es nuestra ciudad ensangrentada?

Es el insólito maniqueísmo de las izquierdas. La abrumadora inmoralidad de las izquierdas. La amoralidad de las izquierdas. Una narrativa tan asentada en los entresijos de la hegemonía dominante, que resiste todas las pruebas de la veracidad, los brutales hecho cotidianos. Si se dice de izquierdas y obedece a los dictados del castrismo, del Foro de Sao Paulo, de los partidos socialistas, comunistas, ultra izquierdistas y compañeros de ruta no sólo tiene permiso para matar: tiene el derecho y la obligación de hacerlo.

Y lo hace abierta, desembozada, impunemente. Es una de las más repudiables taras de la conciencia contemporánea. Haberse habituado al crimen, al narcotráfico, al robo y al saqueo en nombre de la utopía. ¿Cuántos cientos de millones de cadáveres yacen en los campos del futuro feliz? ¿Cuántos esperan su turno?

Pregúnteselo a los bardos y trovadores de las izquierdas. Sólo tiene que pagar la entrada.


Historiador y Filósofo de la Universidad de Chile y la Universidad Libre de Berlín Occidental. Docente en Chile, Venezuela y Alemania. Investigador del Max Planck Institut en Starnberg, Alemania.

Los intelectuales orgánicos del castrismo
Asumieron sus postulados como sacerdotes de una nueva religión

El castrismo disfrutó por largas décadas del beneplácito de los intelectuales. No solo de los que surgieron a su sombra y cocina; también contó con creadores, artistas y profesionales de la información de reconocido prestigio antes del establecimiento del régimen totalitario y después vitorearon al caudillo tal cual circo romano, o practicaron un silencio cómplice solo roto por los clamores de las víctimas.

No fueron pocos los intérpretes que después de un periplo internacional se presentaban en la televisión para elogiar a la dictadura y afirmar que era querida y respetada en cada país que habían visitado. Recuerdo a una cantante que había estado en un festival, creo que el de Sochi, al que poco le faltó para pedir la beatificación de Fidel Castro. Algo parecido hacía Teófilo Stevenson cuando entregaba sus medallas, que había ganado por su coraje y habilidades, al tirano.

No obstante, hay que admitir que fueron los creadores que crecieron y nacieron bajo los titulares de seis pulgadas que clamaban por “paredón” en el periódico Revolución, o entre las páginas de la revista Bohemia (que describían a Fidel Castro como un Cristo) los que mejor servicio han prestado al totalitarismo. Estos sujetos han manejado eficientemente la maquinaria de propaganda y represión de la dictadura, aportando toneladas de hormigón al sostenimiento de edificio totalitario tal y como han hecho los agentes de los cuerpos represivos. Ellos no deben llamarse a engaño, son y han sido cómplices de las depredaciones de la dictadura porque, como escribiera José Antonio Albertini, “La tinta también mata”.

Cuando se haga el recuento de los perjuicios causados por el totalitarismo a la nación cubana tal vez uno de los sectores más afectados resulte el de los intelectuales, porque muchos de ellos, con innegable talento para la creación, se postraron por cobardía o prebendas, ante el régimen de oprobio que personificaba Fidel Castro. Mientras Ángel Cuadra y Jorge Valls, honraban la dignidad creativa y ciudadana yendo a prisión por lo que escribían y pensaban. Otros –entre los que destacan Eusebio Leal, Carlos Puebla, Silvio Rodríguez, Luís Pavón Tamayo, Jorge Serguera, Alfredo Guevara y Roberto Fernández Retamar– asumían los postulados del castrismo como sacerdotes de una nueva religión.

Sin embargo, por viles que hayan sido muchos de nuestros intelectuales, en alguna medida la simiente de la independencia y soberanía personal se preservó. De no haber sido así no habrían surgido, después de cimentada la dictadura, entre otras, personalidades como Ricardo Bofill, María Elena Cruz Varela y Raúl Rivero. Y no tendríamos plumas que honran como las de Luis Cino, que confrontan la tiranía enarbolando su verdad a cualquier precio.

Tampoco tendríamos la hornada de valientes que día a día reta a la dictadura en las ciudades cubanas, al extremo que en los últimos doce meses en las prisiones han sido recluidos 805 compatriotas, según Prisoner Defenders. Las cárceles castristas son un ejemplo de que, aunque no hayan faltado cómplices, han sobrado defensores de la libertad y el derecho, siendo uno de los ejemplos más notables los arrestos de periodistas independientes, bibliotecarios y otros ciudadanos condenados durante la Primavera Negra del 2003, cuando numerosos intelectuales, como Manuel Vazquez Portal, fueron condenados a decenas de años de cárcel por opinar sin miedo.

Lo más relevante es que 62 años después, jóvenes nacidos y formados en un ambiente de censura, represión, manipulación, propaganda masiva, mentiras y medias verdades hayan sido capaces de enfrentar a un Estado policial y reclamar su independencia sin temer las consecuencias. Que graduados en universidades revolucionarias como proclaman las consignas de la dictadura, hayan tenido conciencia para exigir sus derechos ciudadanos; y sin nunca haber conocido la libertad, escribir y componer canciones como “Patria y vida”. Y que jóvenes como Osmani Pardo Guerra se arriesguen a cumplir un año de prisión por el mero hecho de escuchar esa canción, que simplemente refleja los más caros anhelos de la juventud cubana contemporánea.

Pero, sin duda alguna, para mí, lo más conmovedor de todo es el cartel que enarbolan los jóvenes militantes del Movimiento San Isidro, que en contraposición a todas las enseñanzas de castrismo esgrimen una proclama que reclama “cultura y libertad”. No el paredón que les instruyeron en la niñez y que mi generación conoció en carne propia.

La falta de ética de Adolfo Pérez Esquivel


Pérez Esquivel denuncia las violaciones de los derechos humanos, 
pero no si las cometen los regímenes de izquierda

El señor Adolfo Pérez Esquivel es arquitecto de profesión, y también una persona preocupada por el acontecer político en su Argentina natal y el resto del mundo. Esa preocupación lo llevó a oponerse a la Junta Militar que gobernó a su país en los años 70. Estuvo encarcelado y a punto de ser ultimado por la represión castrense. Ah, claro, y no podemos olvidar que recibió el Premio Nobel de la Paz en 1980.

En su más reciente visita a Cuba, con motivo de la III Conferencia Internacional por el Equilibrio del Mundo, el señor Pérez Esquivel ofreció declaraciones al periódico Trabajadores (edición del lunes 4 de febrero), en las cuales se refirió a otros dos galardonados con la preciada distinción que distingue a los defensores de la paz mundial: el presidente norteamericano Barack Obama, y la Unión Europea.

El señor Pérez Esquivel no está de acuerdo con que al mandatario estadounidense le hayan conferido el Premio Nobel de la Paz, pues según él, Obama tiene pendientes muchas situaciones injustas que resolver, y nada ha hecho al respecto. Nos cuenta Esquivel que, en el momento de la concesión del Nobel al Presidente, le envió una carta en la que expresaba su sorpresa por ese reconocimiento. Pero ya que lo ostentaba, Obama debía de evidenciarlo “construyendo la paz”. Según Esquivel, el inquilino de la Casa Blanca, para comenzar a ser merecedor del pergamino, debe prohibir cuanto antes el uso de las armas de fuego en su país, y liberar a los cubanos que guardan prisión en Estados Unidos acusados de espionaje.

Al referirse a la Unión Europea, el señor Esquivel asevera que se opuso a la concesión del Nobel al considerar que esa agrupación no respeta los deseos de Alfred Nobel, el creador de esos premios. Esquivel insiste en que esa entidad prioriza las soluciones por la vía militar, en vez de buscar otros acercamientos.

A primera vista, y con independencia de que estemos o no de acuerdo con los señalamientos de Esquivel, parece plausible que se vele por la pureza de un galardón como el Premio Nobel de la Paz, y sobre todo estar al tanto de que los premiados, con su acción posterior, no pongan en duda el reconocimiento que un día merecieron. Sin embargo, este papel de censor que se ha atribuido el señor Esquivel le debería de corresponder a alguien que sea consecuente con su manera de actuar. Y he ahí donde falla este político e intelectual argentino.

Resulta que la condecoración de 1980 le fue otorgada a Pérez Esquivel por su defensa de los derechos humanos. Pero él, en vez de mantener una actitud vertical en la defensa y observación de tales derechos, solo aplica una especie de doble rasero. Porque el señor Pérez Esquivel es implacable cuando se trata de gobiernos de derecha que no respetan los derechos humanos, pero se hace de la vista gorda si las denuncias recaen sobre un régimen de izquierda. 

En el caso específico de Cuba, este Premio Nobel de la Paz jamás ha criticado a los gobernantes de la isla a pesar de su largo historial de violaciones de los derechos humanos. Ni por el encarcelamiento de opositores, ni por el atropello de turbas desenfrenadas a las indefensas Damas de Blanco, ni por las coerciones a las libertades individuales, ni por la imposibilidad de los cubanos de elegir directa y libremente a su presidente.
Entonces, ¿qué moral le asiste al señor Adolfo Pérez Esquivel para poner en tela de juicio los Premios Nobel de Barack Obama y la Unión Europea? Realmente ninguna. Solo que, al ser vertidas en la prensa oficialista cubana, esas declaraciones no hacen más que acercarnos a un dicho muy recurrente: el papel aguanta todo lo que le pongan.

Ramonet: 
Maduro, dame lo mío, y te reconozco 

-Sé que te vas a reunir con Maduro, ¿nos podrías adelantar lo que le vas a decir?, desliza el meloso Vladimir Villegas, al final de su programa especial que le hizo el viernes de 8 a 9 de la noche al director de Le Monde Diplomatique, el español Ignacio Ramonet, por Globovisión.

Ramonet, biógrafo de Fidel Castro y de Hugo Chávez, propagandista de la revolución bolivariana en Europa, eludió la pregunta “por razones obvias”, pero durante todo el programa demostró que conocía de punta a punta la travesía de Nicolás Maduro. Estaba preparado para su encuentro con el presidente venezolano. Lo describió como sindicalista que “siempre tiende la mano”, como parlamentario, como canciller y como “garante” del chavismo en el poder.

Hizo evidente que el propósito de su visita a Venezuela tenía (tiene) como objetivo adelantar convenios para intentar salvar una brecha desde siempre existente: Maduro no tiene épica, no tiene currículum heroico, no es un líder duro, no concuerda con la tradición que en quince años ha querido imponer la maquinaria chavista, se encuentra en la sima del favor popular, no “le paran bola”. Y se ofrece Ramonet para escribirle una historia conveniente que le convierta en el exterior del país en el cabal heredero de un Chávez, “al que admiro”.

Ramonet ha disfrutado de gran éxito político y económico en Venezuela, con Chávez. Durante una década puso su franquicia francesa impresa, Le Monde Diplomatique, a la orden de los populismos latinoamericanos. Chupa, además, de Cuba, de Ecuador, de Bolivia, de Brasil. Contribuyó en gran medida a sostener el mito del “buen salvaje latinoamericano”. Hizo escuela, junto con el mexicano-alemán Heinz Dieterich, en la internacionalización del “Socialismo del Siglo XXI”, manantial asumido muy pronto por los jóvenes politólogos españoles que luego fundaron Podemos (Iglesias, Monedero, Errejón, Serrano, Alegre, que hoy son auscultados en su país por financiamiento ilegal y cuentas oscuras). Ramonet inventó una edición venezolana de su particular Le Monde, y cobraba cifras muchísimo más astronómicas que las facturadas por sus congéneres. Un editor venezolano, actualmente en desgracia, me dijo que había visto cheques (¿Cuánto?, pregunté. No bajaban de 260 mil euros, respondió) expedidos por Pdvsa por concepto de ediciones especiales en las que se contaban las maravillas de la revolución.

(En una oportunidad, por el simple hecho de que le habían robado la cartera y con ella el efectivo y las tarjetas de crédito durante un toque técnico en Barcelona, un antiguo amigo periodista se hospedó en mi casa en Madrid. Una especie de asilo, que no se le niega a ningún desvalido. En Bucarest, Rumania, había sido invitado a la reunión anual que congrega Le Monde Diplomatique con su red de corresponsales y negociantes en diversas capitales. Me habló de las dificultades que la dirección estaba encontrando en Venezuela. La edición local no pasaba de 3.000 ejemplares, distribuidos en los ministerios y en los locales del PSUV. Cuando se hicieron los balances, contaba, sentía que le presionaban, aun cuando no era responsable de los contratos sino de la edición de los contenidos. Los negocios no fluían con tanta presteza, como cuando vivía Chávez).

La mejor porción se la estaba llevando Podemos, con más de tres millones de euros facturados en poco tiempo. Dieterich había desertado y se había colocado en la trinchera contraria, al punto de haberle puesto fecha (abril 2015) a la caída del régimen. La estima por la revolución bolivariana había bajado de intensidad en Europa. La figura Chávez (y su legado) se había revertido. Ya no se le consideraba un líder emergente, por cuanto se había constatado in extenso que los resultados de sus políticas habían conducido a Venezuela al despeñadero. Nadie quiere ese esquema. Ramonet tenía que actuar. Lo está haciendo. Pero su argumentación en favor del mito arrollador anti-capitalista que representaba su apuesta inicial, ahora se refugia en “Diplomacia venezolana debe actuar con sutileza en EEUU”, como resume Globovisión su participación en el especial nocturno de “Vladimir a la 1″.
BIOGRAFIA URGENTE
Ramonet va a decirle hoy a Maduro que necesita ayuda internacional urgente, y que él se la puede proporcionar. Podemos ha recogido velas. No le interesa exponerse, aunque tenga facturas por cobrar. Le felicitará por haber sacado a su antiguo benefactor Rafael Ramírez (Pdvsa, fuente principal de sus alcancías) de la cancillería y colocado a Delcy Rodríguez, hermana del alcalde caraqueño. Le dirá que ha sido una buena decisión haber colocado a Mauricio Rodríguez al frente de la vice-presidencia de información internacional, en el entendido de que habrá una recontraofensiva bien fondeada en ámbitos principalmente europeos. Mauricio es hijo de un antiguo militante del MIR, mi fallecido amigo Mariano Rodríguez, sin parentesco con los otros Rodríguez. Los ascendientes vienen de luchas en Chile y Venezuela, en el caso de Mauricio, y de Jorge, gran líder universitario de los ´70, reventado hasta la muerte, en el caso de Delcy.
(El amigo, el que buscó mi cobijo, me dice: La lucha interna es fuerte. No queremos a Maduro. Nadie quiere a Maduro. Nuestro hombre para dirigir al partido es Jorge Rodríguez).

Ido Dieterich, espantados los españoles de Podemos, el gallego Ramonet busca una nueva oportunidad para mantener su vida chulesca. Oportunidad difícil, porque hoy la cuesta es más sinuosa que la transitada una década atrás. Su competidor más cercano en el ámbito de los hagiógrafos es Ignacio Serrano Mancilla, director del Celag (Ecuador), economista español que cobra directamente como director de línea del laboratorio social de GIS XXI, organización fundada por el actual presidente del Banco Central de Venezuela, Nelson Merentes, y hoy dirigida por Jesse Chacón, ministro de energía eléctrica. Un enemigo menor. Ramonet le gana, por peteneras, por capacidad envolvente, por sagacidad.

Serrano Mancilla ha escrito un libro sobre un tema harto inconcebible: El Pensamiento Económico de Hugo Chávez, al que ni siquiera van los chavistas a sus presentaciones. Ramonet ha cortado y pegado cientos de párrafos de la extensa verbalización de Fidel Castro y se ha posicionado como jalabola superior.
Maduro le va decir, dale, Ramonet. Lo necesito. Y Ramonet le responderá con lo que todos pensamos…

VER+:
LA TRAICIÓN DE LOS INTELECTUALES


OJALÁ - JUAN MEDICI 

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