DE LA PARTITOCRACIA SE PASA AL FASCISMO
"Mientras los que gobiernan no entiendan que son nuestros servidores y no viceversa, no avanzaremos"
El término sociedad civil, como concepto de la ciencia política, designa a la diversidad de personas con categoría de ciudadanos que actúan generalmente de manera colectiva para tomar decisiones en el ámbito público que conciernen a todo ciudadano fuera de las estructuras gubernamentales.
La existencia de una sociedad civil diferenciada de la sociedad política es un prerrequisito para la democracia. Sin ella, no hay Estado legítimo. Para Jürgen Habermas, la sociedad civil tiene dos componentes principales: por un lado, el conjunto de instituciones que definen y defienden los derechos individuales, políticos y sociales de los ciudadanos y que propician su libre asociación, la posibilidad de defenderse de la acción estratégica del poder y del mercado y la viabilidad de la intervención ciudadana en la operación misma del sistema; por otra parte estaría el conjunto de movimientos sociales que continuamente plantean nuevos principios y valores, nuevas demandas sociales, así como vigilar la aplicación efectiva de los derechos ya otorgados. Así, la sociedad civil contiene un elemento institucional definido básicamente por la estructura de derechos de los estados de bienestar contemporáneos, y un elemento activo, transformador, constituido por los nuevos movimientos sociales.
Tradicionalmente, siguiendo el concepto de Alexis de Tocqueville, se identifica "sociedad civil" con el conjunto de organizaciones e instituciones cívicas voluntarias y sociales que fungen como mediadores entre los individuos y el Estado. Esta definición incluye, pues, tanto a las organizaciones no lucrativas u organizaciones no gubernamentales como a las asociaciones y fundaciones. El concepto decimonónico incluyó también a las universidades, colegios profesionales y comunidades religiosas.
Según Enrique Brito Velázquez, la sociedad civil es "el conjunto de ciudadanos organizados como tales para actuar en el campo de lo público en busca del bien común, sin ánimo de lucro personal ni buscar el poder político o la adhesión a un partido determinado.
La democracia tal cual la vivimos, encuentra en la noción de la sociedad civil un referente crítico: el término condensa el distanciamiento del ciudadano de cara al clientelismo político, la prepotencia burocrática y la ineficiencia estatal, con lo que la crítica a la insuficiencia de la democracia liberal hace hincapié en la falta de participación ciudadana.
Otro enfoque interesante es el que ofrece un sociólogo alemán Claus Offe (1991) quien define la sociedad como freno y cadena. Por un lado la sociedad civil frena y contrarresta las tendencias expansivas del Estado y el mercado. Como éstos no cuentan con elementos de autorrestricción, tienden a dominar y colonizar todas las relaciones sociales; se requiere por tanto una sociedad civil fuerte, que ponga límite al poder del Estado y del mercado. Pero tal autodefensa de la convivencia social frente a la expansión ilimitada de la razón instrumental, es posible sólo en la medida en que la sociedad civil no intente suplantarlos. Es decir, la sociedad civil ha de encadenarse y autolimitarse a su ámbito, sin pretender cumplir las funciones del Estado o de los partidos; visto así, fortalecer la sociedad civil significa incrementar la reflexión de la sociedad sobre sí misma, o dicho en otros términos, significa un elemento de cara a los procesos de modernización.
La única manera de regenerar la actual democracia, de superar a los partidos políticos y de derrotar el poder casi absoluto que detentan hoy los políticos profesionales en las democracias degradadas es otorgando a la Sociedad Civil el papel que le corresponde por el número de ciudadanos que congrega y por su peso específico en la sociedad.
Mientras que en los partidos políticos militan algunos cientos de miles de ciudadanos, un porcentaje minúsculo de la población, en la sociedad civil se encuadran millones de ciudadanos, el grueso de la sociedad y de sus instituciones. La paradoja hiriente e injusta es que los partidos políticos se autoadjudican toda la representatividad y acaparan todo el poder, mientras que la sociedad civil queda al margen del poder y de las decisiones, un abuso injusto, intolerable y políticamente delictivo que arruina las entrañas de la verdadera democracia, que adjudica a la sociedad civil un papel decisivo, como contrapeso del poder político.
La única manera viable de suprimir la dolorosa e injusta dictadura de partidos reinantes en las actuales falsas democracias es convirtiendo a la sociedad civil en una estructura sólida y organizada, capaz de elegir a sus propios representantes y de ejercer el papel preponderante que le corresponde en el ejercicio del poder.
Frente a una sociedad civil organizada y fuerte, los partidos políticos adquirirían su verdadera dimensión y aparecerían ante los ojos de los ciudadanos como lo que realmente son, pequeñas tribus o bandas organizadas para acaparar el poder y repartirse privilegios y ventajas que no les corresponden.
La fuerza de los partidos políticos tiene su base en la organización frente a la desorganización. Los partidos funcionan como las falanges griegas de la época clásica porque su organización y disciplina les permitía imponerse a ejércitos integrados por cientos de miles de bárbaros desorganizados. La sociedad civil, donde militan la inmensa mayoría de los ciudadanos, está tan diezmada y acosada por los partidos que no representa una fuerza bárbara y desorganizada, fácil de dominar por los pequeños y bien organizados partidos.
Por eso, conscientes de que la sociedad civil organizada es su verdadero adversario y el argumento supremo que dejaría en ridículo su monopolio de la representación y su abusivo dominio sobre la ciudadanía, los partidos políticos han puesto todo su empeño en desarticular, debilitar y ocupar la sociedad civil, a la que en ocasiones han llegado a asesinar o, por lo menos, mantener en estado de coma. Los principales baluartes de la sociedad civil, aquellos que deberían funcionar en libertad e independencia, como auténticos contrapesos del poder político, están ocupados, prostituidos y envilecidos por los partidos políticos y por el gobierno. Las universidades, los medios de comunicación, las religiones, los colegios profesionales, las cofradías, los sindicatos, las empresas, las fundaciones, las asociaciones, las instituciones financieras y otras instancias de la sociedad civil que funcionan como columnas y soportes decisivos están hoy en las manos impúdicas de los partidos políticos o del gobierno, cuyos representantes se sientan en los consejos de administración y ejercen el control a través de las subvenciones y otras maniobras.
La sociedad civil, que es el reducto natural de la ciudadanía libre e independiente, ha sido ocupada y dominada impúdicamente por la partitocracia. Ahí reside el núcleo de la degradación de las actuales democracias, convertidas, de manera más o menos obscena, en dictaduras de partidos.
(Esta democracia que vivimos ha sido falsificada, manipulada y corrompida. Las propias instituciones, federaciones o asociaciones civiles de vecinos, de empresas, cámaras de comercios, de autónomos, etc... ya no representan a sus asociados sino comprados bajo subvenciones por sus verdaderos jefes: los ayuntamientos o gobiernos. Ahí están incluídos muchas ongs que no cumplen con el requisito ya que reciben "ayudas" de las gobernaciones y son medios de corrupción).
La única manera de regenerar la actual democracia, de superar a los partidos políticos y de derrotar el poder casi absoluto que detentan hoy los políticos profesionales en las democracias degradadas es otorgando a la Sociedad Civil el papel que le corresponde por el número de ciudadanos que congrega y por su peso específico en la sociedad.
Mientras que en los partidos políticos militan algunos cientos de miles de ciudadanos, un porcentaje minúsculo de la población, en la sociedad civil se encuadran millones de ciudadanos, el grueso de la sociedad y de sus instituciones. La paradoja hiriente e injusta es que los partidos políticos se autoadjudican toda la representatividad y acaparan todo el poder, mientras que la sociedad civil queda al margen del poder y de las decisiones, un abuso injusto, intolerable y políticamente delictivo que arruina las entrañas de la verdadera democracia, que adjudica a la sociedad civil un papel decisivo, como contrapeso del poder político.
La única manera viable de suprimir la dolorosa e injusta dictadura de partidos reinantes en las actuales falsas democracias es convirtiendo a la sociedad civil en una estructura sólida y organizada, capaz de elegir a sus propios representantes y de ejercer el papel preponderante que le corresponde en el ejercicio del poder.
Frente a una sociedad civil organizada y fuerte, los partidos políticos adquirirían su verdadera dimensión y aparecerían ante los ojos de los ciudadanos como lo que realmente son, pequeñas tribus o bandas organizadas para acaparar el poder y repartirse privilegios y ventajas que no les corresponden.
La fuerza de los partidos políticos tiene su base en la organización frente a la desorganización. Los partidos funcionan como las falanges griegas de la época clásica porque su organización y disciplina les permitía imponerse a ejércitos integrados por cientos de miles de bárbaros desorganizados. La sociedad civil, donde militan la inmensa mayoría de los ciudadanos, está tan diezmada y acosada por los partidos que no representa una fuerza bárbara y desorganizada, fácil de dominar por los pequeños y bien organizados partidos.
Por eso, conscientes de que la sociedad civil organizada es su verdadero adversario y el argumento supremo que dejaría en ridículo su monopolio de la representación y su abusivo dominio sobre la ciudadanía, los partidos políticos han puesto todo su empeño en desarticular, debilitar y ocupar la sociedad civil, a la que en ocasiones han llegado a asesinar o, por lo menos, mantener en estado de coma. Los principales baluartes de la sociedad civil, aquellos que deberían funcionar en libertad e independencia, como auténticos contrapesos del poder político, están ocupados, prostituidos y envilecidos por los partidos políticos y por el gobierno. Las universidades, los medios de comunicación, las religiones, los colegios profesionales, las cofradías, los sindicatos, las empresas, las fundaciones, las asociaciones, las instituciones financieras y otras instancias de la sociedad civil que funcionan como columnas y soportes decisivos están hoy en las manos impúdicas de los partidos políticos o del gobierno, cuyos representantes se sientan en los consejos de administración y ejercen el control a través de las subvenciones y otras maniobras.
La sociedad civil, que es el reducto natural de la ciudadanía libre e independiente, ha sido ocupada y dominada impúdicamente por la partitocracia. Ahí reside el núcleo de la degradación de las actuales democracias, convertidas, de manera más o menos obscena, en dictaduras de partidos.
Por eso, la "Democracia Severa" debe redefinir el papel de la Sociedad Civil y atribuirle una nueva misión más agresiva y potente: controlar directamente al poder político. La idea de la Democracia Blanda" de que la sociedad civil debe servir de contrapeso al poder político no ha servido para frenar el ansia de poder y la imparable voracidad de los partidos. La Democracia Severa, al convertir a la Sociedad Civil en una fuerza organizada, capaz de derrotar a los partidos con sus propias armas (organización y representatividad, basada en el número y en los votos) ha encontrado la única fórmula de derrotar al monstruo de l partitocracia.
La Democracia Severa s una evolución natural de las democracias Blanda y Fuerte, surgida del fracaso de ambas en su misión de controlar a los partidos políticos. Los partidos han prostituido la democracia rompiendo todos los controles y cautelas que limitaban el poder político y expulsando al ciudadano de los procesos de toma de decisiones. la Democracia Severa, al organizar y estructurar a la Sociedad Civil como un poder real, relega a los partidos y les devuelve a su dimensión verdadera, la de unas corrientes o tribus, organizadas para ocupar un poder que no les corresponde ni por el número de sus militantes, ni por los méritos que exhiben.
La Sociedad Civil, dentro de la Democracia Severa, posee, como le corresponde por su fuerza y número de ciudadanos, la inmensa mayoría de la representatividad y el poder de controlar directamente a los partidos, a través de sus "Cónsules del Pueblo", representantes con poder suficiente, elegidos por sectores profesionales y demarcaciones geográficas, cuya misión es controlar directamente las instituciones, los servidores públicos y todo el aparato el poder.
De esa manera se acabará la dictadura de los pocos (partidos políticos) sobre los muchos (sociedad civil), basada únicamente en la organización de los partidos frente a la desorganización de los ciudadanos, ejerciendo así un dominio injusto y una usurpación del poder que no les corresponde ni es lícito en democracia.
VER+:
Ya estamos hartos de que los partidos solo se representen a sus propios intereses partidocráticos. No hacen las cosas que les demandamos. Se han olvidado de que nosotros somos el poder. En vez de resolver problemas las crean.
La responsabilidad política de todos
De ahí que resulte imprescindible que todos nos movilicemos. No podemos dejar los asuntos públicos en manos sólo de unos cuantos, de unos grupos, de unos partidos. La política es una tarea imprescindible, una tarea que puede ser hecha -y algunos hacen- con mucha dignidad, aunque haya políticos que se aprovechen de su posición y de la confianza que el pueblo ha depositado en ellos. En cualquier caso, nadie puede desentenderse de su responsabilidad política. La elección de unos representantes no nos ahorra la labor política que debemos seguir haciendo.
Precisamente estamos en un momento decisivo de la historia en el que debemos decidir si queremos ser súbditos o ciudadanos. Hoy esta alternativa se presenta muy distinta a como se presentaba en el pasado. Hace cien años «súbdito» y «ciudadano» designaban dos categorías sociales muy distintas, reflejaban una grave desigualdad social, y aquel que podía deseaba acceder a la condición de ciudadano: el súbdito era el económicamente débil y socialmente marginado que deseaba abandonar su triste posición y conseguir mejores condiciones de vida, más bienestar y más protagonismo social. Hoy sigue habiendo muchos pobres, maltratados y marginados.
Pero, «súbdito» y «ciudadano» ya no designan dos categorías sociales ni tampoco a los habitantes del campo o de la ciudad, sino que señalan dos categorías morales: en muchos casos y países, lo que distingue al súbdito del ciudadano ya no son las condiciones económicas y sociales en que viven o el lugar donde viven sino su disposición moral, su capacidad de reacción política, su voluntad de tomar el destino en las propias manos para hacer algo con él...
Un buen artículo el que has escrito, felicidades.
ResponderEliminarSolamente quiero dejar una pregunta al aire para que la respondas o alguien más lo haga:
De tener, la ciudadanía, la capacidad de ejecutar las funciones que desempeña el Estado ¿por qué no habría de hacerlo? ¿qué consecuencias negativas acarrearía el que lo haga?
Muy buena pregunta...
ResponderEliminarCreo que el estado y la ciudadanía tienen que coexistir. Habrá buscar lo necesario para que el estado esté en función por y para el pueblo y como tal proceda y sea efectivo.