EL Rincón de Yanka: 🏫 EDUCAR A LOS NIÑOS EN EL "YO PUEDO" #AprendemosJuntos

inicio









CALENDARIO CUARESMAL 2024

CALENDARIO CUARESMAL 2024





sábado, 24 de febrero de 2018

🏫 EDUCAR A LOS NIÑOS EN EL "YO PUEDO" #AprendemosJuntos

Kiran Bir Sethi 
Fundadora de Design for Change
🏫
Kiran Bir Sethi lo tiene claro: en la escuela hay que aprender a cambiar el mundo. ¿Cómo? La propuesta de esta educadora india es Design for Change, un movimiento que fomenta la creatividad y la iniciativa de los niños para resolver problemas de su entorno, y que en la actualidad, está presente en más de 60 países. Sethi es también la fundadora de la escuela Riverside, allí hace crecer a sus pequeños exclamando ¡Yo puedo! Por supuesto, al ritmo de Bollywood.
Creando Oportunidades

Cuando la gente me pregunta: “¿A qué te dedicas?”, a mí me gusta decir que cada día toco el futuro porque trabajo con niños. Pero lo único que he aprendido de todos mis años como profesora, es que les hemos estado mintiendo a todos los niños. Les hemos dicho que ellos son el futuro, que un día serán mayores y harán del mundo un lugar mejor. Y lo que he aprendido es que no son el futuro. Son el presente, el ahora.

Me llamo Kiran Bir Sethi. Soy de India. Yo estudié para ser diseñadora. Me lo pasaba pipa diseñando restaurantes, identidades corporativas y parques temáticos. Entonces, hace veintiséis años, me convertí en madre. La primera vez que tuve a mi hijo en mis brazos, me enamoré. Miré a mi hijo a los ojos, y recuerdo que le dije: “Te voy a prometer una cosa. Te prometo que serás amado, que todos conocerán tu nombre, y que todos sabrán lo maravilloso que eres”. Y, después, entró en el colegio.

Solo tenía cinco añitos cuando entró al colegio. Y yo pensaba: “Qué bien, todos lo adorarán tanto como yo. Los profesores lo adorarán, sus amigos lo adorarán, todo irá bien”. Y un día fui al colegio y le dije a su profesora: 

“Hábleme de mi hijo. ¿Qué le gusta hacer en clase? ¿Quiénes son sus amiguitos?”. Y ella me miró con cara de aburrimiento y me preguntó: 

“¿Cuál es su número de lista?”. Y yo pensé: “¡Madre mía, mi hijo ni siquiera tiene un nombre! Se ha convertido en un número. Una estadística más de la cantidad de niños indios escolarizados”. Y entonces me di cuenta: “No hay forma de que nadie entienda quién es mi hijo”. ¿Y qué iba a hacer yo?

Muchas madres dirían: “Lo sacaré de este colegio, me quejaré y lo meteré en otro colegio”. Pero yo no dejaba de darle vueltas. Y, viéndolo como diseñadora, me dije: “He aprendido que cuando no tienes elección, la elección eres tú”. Y ese mismo día lo saqué del colegio. Y mi marido decía: 

“¡Madre mía! ¿Y ahora qué? ¿Dónde estudiará?”. Y le dije: “¡Yo abriré un colegio!”. Así que abrí un colegio en mi casa, y me propuse lo siguiente: “Cada niño será capaz de decir ‘yo puedo’, cada niño tendrá una historia, cada niño tendrá un nombre”. Y, hace dieciséis años, en una hermosa mañana de verano, abrí mi casa para convertirla en un colegio. Con veinticinco niños.

Eso hice. Y cuando me pongo a pensar en aquello, hace dieciséis años, aún recuerdo los nombres e historias de cada niño. Poco a poco, con el tiempo, el colegio Riverside creció y se convirtió en un colegio capaz de otorgar el superpoder del “yo puedo” en todos los niños. Y eso es lo que he aprendido. Casi todos los niños, desde pequeños, aprenden a decir “no puedo”. Cuando van al colegio, el colegio les dice que no pueden. Yo siempre les digo a los profesores y a las madres que en los dos primeros años de vida de un niño, ¿qué es lo que hacen? Gatean, se sientan, se levantan y corren. En los dos primeros años. En los dos primeros nos dicen: “¡Mira, mamá! ¡Soy un superhéroe!”. En dos años. En los dos primeros años, cuando les dices: “Di ‘mamá'”, y el niño dice “mamá”. O les señalas a un cuervo y ellos dicen: “¡Un pájaro!”. Y justo cuando responden, corren, juegan y piensan, los mandamos al colegio.
¿Por qué nuestros hijos no son creativos, empáticos ni responsables? Porque se han pasado quince años aprendiendo a decir “no puedo”
Y el colegio les dice: “¿Que podéis correr y jugar? Pues no. Tú sentadito. ¿Que puedes pensar? Lo siento, eso no está permitido. Tienes que escucharnos a nosotros. ¿Que tienes ideas? Pues muy mal, no tienes elección”. Y no les hacemos esto un día, ni un mes, ni un año. Nos pasamos quince años diciéndoles a los niños: “No te queda otra que escuchar lo que nosotros digamos”. Y luego nos sorprendemos. “Anda, ¿por qué nuestros hijos no son creativos, empáticos ni responsables?”. Porque se han pasado quince años aprendiendo a decir “no puedo”. El objetivo del colegio Riverside, que yo fundé, y luego Design For Change, era prometer a cada niño: “Sí que puedes. Y puedes hacerlo hoy. No cuando tengas dieciocho años, ni cuando seas mayor, ni cuando seas fuerte, ni cuando seas rico. Hoy puedes hacer del mundo un lugar mejor”.

Y eso es todo. En la actualidad, Design For Change y el superpoder está presente en sesenta y seis países. También aquí, en España. Estos jóvenes superhéroes han hecho un campo de golf en su colegio. ¿A que habéis hecho un campo de golf? ¿A que sí? ¡Sí! ¿Y qué edad tenéis? ¡Seis! ¡Ocho! ¡Siete! ¡Hala! Ahí los tenéis. Mirad qué diferencia entre esta energía y esta otra.

Si esto pasara en otro colegio, los profesores dirían: “Tienen que estar en silencio, tienen que portarse bien”. No, yo no creo que portarse bien sea estar en silencio. No creo que seamos buenos cuando estamos en silencio. Yo creo que la voz es un don que todos tenemos. Somos la única especie del planeta capaz de pensar, y que puede ser creativa. Somos la única especie del planeta con capacidad de empatía. Y esto es lo que hace única a nuestra especie. Pero es algo que hay que entrenar. ¿Alguien va al gimnasio a hacer ejercicio? ¿Nadie hace ejercicio? ¿No? Tú parece que sí. ¿No? ¿Eres así por naturaleza? Vale. Bueno…

Igual que entrenamos los músculos del cuerpo, hay que entrenar el músculo de la empatía. Hay que entrenar el músculo del superpoder del “yo puedo”. Y eso es lo que Design For Change lleva a todos vuestros corazones. Yo siempre digo que nacimos humanos sin más. Como una lombriz o un gato. Pero adquirimos nuestra humanidad por nuestras elecciones. Y nuestro mundo necesita más ciudadanos con humanidad en vez de humanos sin más. Si no, lo único que hacemos es ocupar espacio. Así que nuestra humanidad viene de las elecciones que realizamos. ¿Puedo ser empática? ¿Puedo amar más? ¿Puedo compartir más? ¿Puedo aprender más? ¿Puedo ser más creativa? Ese es el don que debemos otorgar a cada niño. Hay que hacerle esa promesa a cada niño. Ningún niño llega a eso por casualidad. Es algo intencionado. ¿Pueden convertirse los colegios en un caldo de cultivo para esto? ¿Podemos implementar una cultura del “yo puedo” en cada colegio? Para que cada niño reciba esta promesa, para que cada niño se gradúe como un ciudadano del mundo.
Igual que entrenamos los músculos del cuerpo, hay que entrenar los músculos de la empatía y el superpoder del “yo puedo”.
Para que podamos dejar de arreglar el mundo. Fijaos en cómo está el mundo, hay que arreglarlo todo. Hay basura, abuso infantil, pobreza, calentamiento global… ¡Por Dios! ¿Qué clase de mundo tenemos? ¿Y si nosotros, como educadores, o vosotros, como ciudadanos del mundo, creyéramos que el mundo no hace falta arreglarlo? Este superpoder del “yo puedo”, como semillas en sus mentes, se convierte en esa promesa. Por eso todos estos niños creen que pueden hacer un mundo mejor, hoy.

Nos cuesta tanto sonreír y decirle a alguien: “Eres maravilloso”. Creemos que si le decimos eso a alguien, nosotros no somos tan buenos, y es mejor criticarle. Esas son las pequeñas lecciones que he aprendido. Cuando veo los ojos de los niños, me acuerdo de cuando tenía diecisiete años y llegué por primera vez a mi escuela de diseño. Sentí por primera vez lo que era estar viva. Mi profesor me miraba a los ojos y me escuchaba. Nunca lo había experimentado. No sabía cómo era que te escucharan. No en plan “eres una niña, te escucho”, sino: “Me parece maravilloso, es una idea estupenda”. Y entonces pensé: 

“¿Acaso soy alguien? ¿Soy importante? ¿Qué ha pasado aquí?”. Y pensé: “Esto es lo que se siente”. Era contagiosa, la idea de que eres humano, de que te escuchan, de que te valoran, de que tienes una cara, unos ojos, una historia. Y pensé: “¡Madre mía, he tardado diecisiete años en experimentarlo!”. Y cuando abrí el colegio, me propuse que a los siete años cada niño tiene que experimentar lo mágico que es ser escuchado.

A los profes les encanta hablar: “Yo sé lo que te conviene, tienes que hacer esto”. Es lo que Design For Change da a los niños: 
“Te escucho. ¿Qué es lo que te preocupa? ¿Cómo puedo ayudarte? ¿Cómo puedes cambiar el mundo? Quiero creer en ti”. Y la idea del “yo puedo” se contagia y se convierte en “tú puedes”. La idea de compartir. Insisto, en los colegios no se enseña a compartir. Al menos en mi país, la gente pone la mano así al escribir. ¿Os habéis fijado en que los niños no comparten? ¿Dónde han aprendido eso? ¿En qué momento un niño de seis años dice: “No debo compartir”? Lo aprenden de nosotros, los adultos. Y la idea de abrirse, de compartir en cuerpo y alma… “¿Y ponerlo fácil?”.
¿Y esa postura? ¡Hay que compartir! El cuerpo tiene que contar una historia. Al llegar a un sitio, la gente debería alegrarse y sonreír simplemente por existir. Conforme nos hacemos mayores, nuestros cuerpos hacen así. Y nos vamos encogiendo. “No me hables”. Nuestros cuerpos se van encogiendo y encogiendo… ¿Verdad que sí? Y miramos hacia abajo. Nos cerramos. Tienes que abrir tu corazón, abrir tu mente, abrirte por completo… y enfrentarte al mundo cada día con un gran: “¡sí, puedo!”. ¡Eso es! ¿No? ¡Sí!
"Design for Change es como una receta con cuatro sencillos pasos: siente, imagina, actúa y comparte"
¿Qué es exactamente Design For Change? ¿Cómo funciona? Y, sobre todo, ¿de qué manera ayuda a cambiar, o incluso a transformar la educación en cualquier país y sistema?

Design For Change es como una receta. Es como una fórmula o un marco. Design For Change consiste en cuatro sencillos pasos: siente, imagina, actúa y comparte. Lo llamamos FIDS for KIDS. Esas son las siglas en inglés. Cada paso equivale a algo, es como una fórmula. Lo de “A” más “B” igual a lo que sea. Aquí es “F” más “I” más “D” más “S” es igual a “yo puedo”. Cuando plantas en los niños las semillas de “siente, imagina, actúa y comparte”, en todo el mundo, porque estamos en más de sesenta países, vemos que los niños se yerguen y son más capaces de creer, porque ellos han elegido lo que les preocupa. Ese es el primer paso: siente. Les preguntamos: “¿Qué te preocupa? ¿Qué es lo que te inquieta?”. Y les escuchamos, que es el primer paso para mostrar tu respeto a un niño.

Con “imagina”, pedimos a los niños que nos cuenten cuál sería el éxito, cuál es el mejor de los casos. Con “actúa”, lo llevan a la práctica. Y el cuarto paso, para mí, es el mejor: “comparte”. Cuenta tu historia, compártela. Para que otro pueda decir: 

“¡Yo también puedo hacer eso!”. Y en eso consiste Design For Change.

Y la razón por la que os cuento todo esto es que ya tenemos veinte mil historias de cambio de todo el mundo. Y vemos tendencias, un patrón. ¿Sabéis lo que más preocupa a los niños en todo el mundo? El acoso escolar. Los niños tienen miedo. Tienen miedo de ir al baño de los colegios. Los cuatro lugares son: los baños, los pasillos, el tráfico durante el transporte, y los patios de recreo. Ellos nos dicen que cada uno de estos lugares les asusta. Y nosotros les decimos: “Aprende a hacer ecuaciones”.

No escuchamos al niño. Imaginad el miedo que debe pasar sin saber cuándo se meterán con él, sin saber qué pasará en los pasillos cuando salga de clase, o cuando vaya al servicio, que a veces está en un lugar recóndito, donde la iluminación es escasa y no hay nadie. Un niño no quiere ir allí. Nadie los acompaña en la comida. Los niños tienen miedo. Y no estamos haciendo nada. Creo que Design For Change tiene ya tantos datos que sabemos que hay que cambiar hasta el diseño de los edificios.
En Riverside no hay sala de profesores ni despacho del director. Hemos quitado las paredes entre niños y adultos. No somos “nosotros” y “ellos”, todos compartimos el mismo espacio
En Riverside no hay sala de profesores, no hay un despacho del director. No hay paredes. Hemos quitado las paredes entre niños y adultos. No somos “nosotros” y “ellos”, todos compartimos el mismo espacio. Cuando le preguntamos a un niño: “¿Qué te preocupa?”. No nos dicen que el calentamiento global. Nos dicen: “Nadie se sienta conmigo, mi mochila pesa demasiado, no hay patio de recreo, hace mucho calor cuando me siento ahí”. Nos cuentan historias muy personales. Y, como adulta, sería ridículo que yo le dijera: “No, eso no importa, importa el calentamiento global”. Nosotros les decimos: “Si a ti te preocupa, para nosotros es importante”. Así que yo creo que la mayor aportación de Design For Change a la educación, respondiendo a tu pregunta, es el hecho de escuchar al niño. Y cuando escuchas a un niño, surge la magia. De pronto se yerguen y dicen: “¡Vaya! ¿Me estás escuchando? ¿No me vas a decir que es una tontería sin importancia?”. Y se sienten importantes. Eso es lo que queremos, para eso está la educación, y a eso aspira. Eso es lo que ha conseguido Design For Change. Y cuando conozco a los niños, no importa el idioma que hablen, no importa el colegio del que procedan, no importa dónde vivan, no importa si van a un colegio privado o a un colegio rural. Algunas de las mejores historias nos llegan de las aldeas de India, y de las montañas de Bután, y de las playas de Brasil. ¡Historias increíbles!

Y cuando celebramos con los niños… Acabamos de tener una celebración en España hace dos días, en la conferencia Be the change. ¡Madre mía! Había niños de la Amazonia, de Bolivia, había niños de Singapur. Y en el escenario todos decían: “He hecho del mundo un lugar mejor”. Cada uno hablaba en su idioma, pero daba igual. Daba igual que pudieran entenderse o no. Esa es la clave, si un adulto le dice a un niño: “tú puedes”, entonces pueden. Design For Change les devuelve… esa promesa. Cumple la promesa que se le hace al niño. Mano de santo. Rodrigo.

Te diré por qué “I can” es tan importante, porque yo sé lo que hace el “yo no puedo”. Ya os he contado que cuando mi hijo tenía seis años y empezó a ir al colegio, aprendió a decir “yo no puedo”. Sin haberle enseñado siquiera a decir las palabras “yo no puedo”. Era un niño en una clase de sesenta. La profesora no le hacía ni caso. Así que conseguir la atención de la profesora era un problema. La profesora había decidido que algunos niños daban igual. Los niños aprenden muy fácilmente el comportamiento de una profesora. “Si me quedo callado, la profe no me regañará”. Es impresionante. Nadie se lo enseña, pero los niños lo aprenden. Es un hábito, como lavarte los dientes, o como ver cómo tu padre se pone el abrigo y tú quieres ponértelo igual, nadie te lo enseña. Pero los niños lo aprenden muy pronto.

Recuerdo que una vez llegó a casa y había escrito una redacción titulada “La vaca”. ¡Ni siquiera la había escrito él! La había escrito la profesora en la pizarra. “La vaca es un animal. La vaca tiene cuatro patas. La vaca da leche”. Cuando mi hijo llegó a casa vi que en el papel tenía un enorme tachón rojo. Le pregunté: “¿Qué ha pasado? ¿Por qué te lo ha tachado?”. Y me dijo: “No lo sé, mamá”. Y solo era porque había puesto que el punto dos era el tres. Ni siquiera estaba siendo creativo, se limitaba a copiar. Y en ese momento pensé: “¡Cómo me frustra esta profesora!”. Y él me vio la cara, así. Yo no podía ponerle esa cara a la profesora, se la ponía mi hijo. Y él se quedó así. Madre mía… Nuestros hijos siempre están aprendiendo a decir “yo no puedo”. Y, como padres, les imbuimos aún más “yo no puedo”. “¿Por qué no has sacado un diez?”. Y si el niño dice: “Mamá, pero he sacado un cinco con ocho”. “¡Quién ha sacado más! ¿Por qué tú no?”. Y así continuamente. ¿Y qué van a hacer ellos?

Me estoy acordando de otro incidente. Este fue la gota que colmó el vaso. Fuimos a por el boletín de notas. Imaginaos el boletín de un niño de cinco años. Nos pusimos a la cola. Yo era la tercera, llevaba a mi hijo de la mano. Había dos madres delante, y la profesora: “¿Cómo te llamas?”, y te daba el boletín de notas. Y la segunda madre se puso así para ver qué notas había sacado el primer niño. ¡Imaginaos! ¡Niños de cinco años! Entonces le tocó a ella y cogió su boletín. No sé qué pondría, pero se giró a su hijo y le dio un bofetón allí mismo. Y mi hijo, que iba de mi mano, dio un respingo. Noté que su mano se estremecía y yo me quedé… Cuánto miedo metemos a nuestros hijos. Cuántas veces les decimos que les querremos solo si sacan buenas notas, que les querremos solo si se portan bien, que les querremos si dicen “gracias”, “por favor”, “hola”, “buenos días”. No les queremos solo por existir.

Ese es el “no puedo” que yo vi en mi hijo. Y por eso creer en el “yo puedo” me parece tan importante. Porque de ahí viene la empatía, la ética, la excelencia y la nobleza. Es un superpoder. Por eso es tan importante. 

Vale, en esta parte de la experiencia vamos a ver en acción el espíritu del “yo puedo”. Hemos preparado un pequeño ejercicio. Voy a enseñaros la misma actividad. Será la misma tanto para los mayores como los niños. Las reglas e instrucciones son las mismas. Veréis cómo surge la magia. ¡A ver! Niños superhéroes, ¿estáis listos? Por favor, venid aquí. Un aplauso muy grande. Muchas gracias. Vale. Fijaos en que todos son de diferentes edades.