EL Rincón de Yanka: 🐂 LIBRO "DEL TORO DE LA VEGA AL TORO DE LA PEÑA. Y OTROS TEMAS TAURINOS

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jueves, 30 de marzo de 2017

🐂 LIBRO "DEL TORO DE LA VEGA AL TORO DE LA PEÑA. Y OTROS TEMAS TAURINOS


El Toro de la Vega se acabó. En 2016 nace el Toro de la Peña. A las once de la mañana de este martes arranca el nuevo encierro que ha sustituido al polémico torneo medieval, que se celebraba cada septiembre en Tordesillas (Valladolid) desde hace siglos. 

"Seguro que todo sale bien", ha afirmado el alcalde de la localidad, José Antonio González (PSOE), que ha reivindicado el festejo prohibido por la Junta de Castilla y León: "Nos han dejado huérfanos". 

Pero, ¿en qué se diferencian el Toro de la Vega y el Toro de la Peña?

Sin alanceamiento
La principal diferencia entre ambos festejos es que, este año, no se podrá alancear al morlaco. Hasta 2015, una vez que el animal entraba en la Vega, los caballistas y mozos a pie perseguían al animal hasta darle muerte. Según recogían las normas del antiguo torneo, en el momento en el que uno de los participantes lanceaba al toro, ya ningún otro podía hacerlo —aunque esta premisa no siempre se cumplió— y este primero debía continuar "enfrentándose" al astado para intentar acabar con su vida.

La Junta de Castilla y León aprobó el pasado mayo un decreto que ponía fin a esta "tradición", según la califican sus defensores. La normativa prohíbe dar muerte en público a las reses de lidia en espectáculos taurinos populares y tradicionales, así como infligirles cualquier herida que tenga por objetivo acabar con su vida. 

"Por tanto, tampoco se permite lancear al Toro de la Vega", sentencia el Ejecutivo regional. Así que, "por ley, no se podrá lidiar [al animal]", según insiste el programa publicado este año por el Ayuntamiento. El Partido Animalista (Pacma) ha explicado que la legislación vigente recoge que todas aquellas reses utilizadas en festejos "tienen que ser sacrificadas", ya sea en la plaza o en otro lugar.

El día también es el mismo: el Toro de la Peña se celebra el primer martes después del 8 de septiembre, al igual que el Toro de la Vega. Por tanto, la ausencia de lanzadas será la gran diferencia. Pero los animalistas no se conforman.

CÁNDIDO MORENO ARAGÓN
🐂

Por nuestra libertad, 

¡sí a los toros! 

Por fin se han unido los profesionales del toreo con los aficionados para reclamar un espectáculo tan arraigado en España

Ya era hora! Por fin, se han unido los profesionales del toreo con los aficionados para reclamar que podamos disfrutar libremente de este espectáculo, tan arraigado en la historia de España. Una auténtica marea de banderas españolas, con el toro negro en el centro, ha supuesto la pacífica, emocionante respuesta a tantas provocaciones que sufren los aficionados y a tantos intentos de prohibir la Fiesta, precisamente por ser española: algo que, en el mundo entero, se reconoce como seña de identidad de la cultura hispánica, un arte que España ha ofrecido al mundo.

La emoción auténtica se ha desbordado en varios momentos, en los que, de modo espontáneo, la multitud ha prorrumpido en un clamor: «¡Libertad!» ¿Cómo puede ser necesario reclamar esto en un país democrático? Pero, más allá de la disparidad de gustos, ésta es la auténtica clave: la libertad de ir a los toros el que lo desee. (Éste fue exactamente el lema del acto que organizó ABC, en el Liceo de Barcelona).

En el manifiesto que lee Enrique Ponce se acumulan razones bien conocidas por cualquiera que quiera informarse. La Tauromaquia posee un indiscutible valor ecológico, mantiene las dehesas y es la causa de que exista el toro bravo, una especie única. Su trascendencia económica es indudable: es el segundo espectáculo de masas español, crea puestos de trabajo, da mucho dinero a las arcas públicas y favorece enormemente el turismo. La Fiesta forma parte de la cultura popular española, impregna nuestro lenguaje y ha dado lugar a multitud de obras artísticas. Es un hecho, además, que se trata de un espectáculo legal, reconocido oficialmente como parte de nuestro patrimonio cultural inmaterial. (¿Para cuándo el fallo del Tribunal Constitucional?).

Las conclusiones son evidentes: exigimos el respeto que merecemos. Nos sentimos orgullosos de ser taurinos. Lo ha leído Enrique Ponce: «¿Quién ama al toro más que nosotros? ¡Por nuestra libertad, sí a los toros!» Añado sólo un verso de Miguel Hernández: «Alza, toro de España, levántate, despierta... Sálvate, denso toro de emoción y de España». Ya ha comenzado a alzarse.

No son los toros, 
es la libertad
"Hoy la ofensiva contra los toros no es sólo cosa de los separatistas, también están contra nuestra fiesta más nacional los que son felices cuando prohíben algo a sus semejantes". 
Esperanza Aguirre / ABC
Pero es que, a los que hoy quieren prohibir la fiesta de los toros, no les mueven razones estéticas ni razones humanitarias ni de amor a los animales o a la Naturaleza, les mueve únicamente su sectarismo -hecho a medias de deseos de eliminar cualquier signo o símbolo que pueda identificarse con España y nuestra secular tradición- y, sobre todo, su recelo ante la libertad.

Los que quieren eliminar los toros para así acabar con una seña de identidad de España coinciden casi siempre con los que lo que quieren, simple y llanamente, es acabar con España.

Su discurso es el de los secesionistas y su afán es romper cualquier lazo estético o afectivo que una a los ciudadanos de sus territorios con el resto de los españoles. Los que nos oponemos a sus pretensiones lo hacemos en nombre de nuestra Constitución, que proclama que la soberanía nacional reside en el conjunto de todos los españoles, como ciudadanos libres e iguales que somos, y, además, porque creemos que España es una gran Nación, con una larga y rica historia común.

Pero hoy la ofensiva contra los toros no es sólo cosa de los separatistas, también están contra nuestra fiesta más nacional los que son felices cuando prohiben algo a sus semejantes, los que quieren educar el gusto de los demás, los que quieren dictar cómo tienen que divertirse sus prójimos, los que están seguros de que ellos saben lo que es bueno y lo que es estético, en definitiva, los que están contra la libertad.

Y éstos me parecen tan perniciosos como los secesionistas, porque en ese afán suyo por prohibir -como si asistir a un espectáculo taurino fuera obligatorio- se encuentra el germen del totalitarismo.

Por eso, al ir a los toros a emocionarnos con la bravura de los astados y con el valor y el arte de los toreros, estaremos festejando a San Isidro y, además, estaremos usando de nuestra libertad, ese bien tan preciado, que tanto temen los totalitarios.

EL OJO PÚBLICO
El Toro de la Vega y 
«lo que quiera el pueblo»

Puntualmente, un año más, la salvajada medieval (¡y nunca mejor dicho!) del Toro de la Vega acudió a su cita en Tordesillas. Un grupo de jóvenes locales a caballo hostigan y alancean a un astado hasta matarlo en medio del júbilo de quienes en pleno siglo XXI sienten el mismo placer al ver cómo se maltrata de mala manera a un animal que sentían sus antepasados ¡a comienzos del siglo XVI! La carnicería es ya conocida en toda España y no tardará en serlo en medio mundo, para vergüenza de quienes, pudiendo hacerlo, se niegan a pararla.

Entre ellos, y de forma muy destacada, el alcalde socialista de Tordesillas, quien ha defendido la continuidad de tan depurada muestra de cultura con un argumento que no tiene desperdicio: según el regidor, el Toro de la Vega «se seguirá celebrando siempre que el pueblo de Tordesillas lo quiera y sea legal».

Sobre la cuestión de la legalidad, solo una breve reflexión: justificar la acción de un gobernante en que es legal (gran aportación de María Teresa Fernández de la Vega a la cultura política española) supone una forma pintoresca de concebir la gestión pública: los gobernantes no tienen que elegir entre hacer cosas legales o ilegales (¡estaríamos aviados!), sino entre lo que, dentro de la legalidad, les parece bueno o malo para sus administrados.

En ese sentido, el alcalde de Tordesillas lo tiene tan claro como otros muchos que comparten su visión disparatada de la democracia: a él le parece bien «lo que quiera el pueblo». Ocurre, claro, que el pueblo quiere a veces cosas que nadie en su sano juicio aceptaría: en lo menos importante y en lo que resulta esencial para la paz social y la convivencia democrática.

Por empezar por lo pequeño, el pueblo, sin ir más lejos, suele querer no pagar impuestos ni aquí ni en parte alguna, por más que sepa que sin ellos no podría haber servicios. Pero el pueblo puede querer también, y lo ha querido a lo largo de la historia, cosas sencillamente abominables. Tres ejemplos: millones de norteamericanos estuvieron decididamente a favor, primero de la esclavitud y, una vez abolida, del mantenimiento del régimen indecente de la segregación racial; una parte importante del pueblo alemán aplaudía el odio antisemita de sus dirigentes; muchos pueblos de Europa colaboraron en los pogromos contra los judíos o en los movimientos populares contra los inmigrantes.

De hecho, la evolución de la humanidad ha sido en gran medida una lucha de minorías ilustradas, en el más amplio sentido de esta palabra, contra los prejuicios y la barbarie de sus pueblos que, y es otro ejemplo, no querían aquí que votasen los negros y allí que lo hiciesen las mujeres.

Respetar la voluntad popular es una cosa. Alabar sus bajos instintos, sabiendo que lo son, a cambio de los votos, es otra no solo muy distinta, sino decididamente despreciable.


LLAMO AL TORO DE ESPAÑA
MIGUEL HERNÁNDEZ

Alza, toro de España: levántate, despierta.
Despiértate del todo, toro de negra espuma,
que respiras la luz y rezumas la sombra,
y concentras los mares bajo tu piel cerrada.

Despiértate.

Despiértate del todo, que te veo dormido,
un pedazo del pecho y otro de la cabeza:
que aún no te has despertado como despierta un toro
cuando se le acomete con traiciones lobunas.

Levántate.

Resopla tu poder, despliega tu esqueleto,
enarbola tu frente con las rotundas hachas,
con las dos herramientas de asustar a los astros,
de amenazar al cielo con astas de tragedia.

Esgrímete.

Toro en la primavera más toro que otras veces,
en España más toro, toro, que en otras partes.
Más cálido que nunca, más volcánico, toro,
que irradias, que iluminas al fuego, yérguete.

Desencadénate.

Desencadena el raudo corazón que te orienta
por las plazas de España, sobre su astral arena.
A desollarte vivo vienen lobos y águilas
que han envidiado siempre tu hermosura de pueblo.

Yérguete.

No te van a castrar: no dejarás que llegue
hasta tus atributos de varón abundante
esa mano felina que pretende arrancártelos
de cuajo, impunemente: pataléalos, toro.

Víbrate.

No te van a absorber la sangre de riqueza,
no te arrebatarán los ojos minerales.
La piel donde recoge resplandor el lucero
no arrancarán del toro de torrencial mercurio.

Revuélvete.

Es como si quisieran arrancar la piel al sol,
al torrente la espuma con uña y picotazo.
No te van a castrar, poder tan masculino
que fecundas la piedra; no te van a castrar.

Truénate.

No retrocede el toro: no da un paso hacia atrás
si no es para escarbar sangre y furia en la arena,
unir todas sus fuerzas, y desde las pezuñas
abalanzarse luego con decisión de rayo.

Abalánzate.

Gran toro que en el bronce y en la piedra has mamado,
y en el granito fiero paciste la fiereza:
revuélvete en el alma de todos los que han visto
la luz primera en esta península ultrajada.

Revuélvete.

Partido en dos pedazos, este toro de siglos,
este toro que dentro de nosotros habita:
partido en dos mitades, con una mataría
y con la otra mitad moriría luchando.

Atorbellínate.

De la airada cabeza que fortalece el mundo,
del cuello como un bloque de titanes en marcha,
brotará la victoria como un ancho bramido
que hará sangrar al mármol y sonar a la arena.

Sálvate.

Despierta, toro: esgrime, desencadena, víbrate.
Levanta, toro: truena, toro, abalánzate.
Atorbellínate, toro: revuélvete.
Sálvate, denso toro de emoción y de España.

Sálvate.


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