EL Rincón de Yanka: LA EDAD MEDIA: ¿POR QUÉ LA LLAMAN "OSCURA"? Y SAN GREGORIO VII, EL VIGILANTE

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viernes, 17 de junio de 2016

LA EDAD MEDIA: ¿POR QUÉ LA LLAMAN "OSCURA"? Y SAN GREGORIO VII, EL VIGILANTE

La Edad Media: 
¿por qué la llaman "oscura"?


Contra un " prejuicio de siglos"

Cuántas veces para descalificar una situación o para estigmatizar algo negativo hemos escuchado: “Hemos vuelto a la Edad Media" o bien "¡Ésta es una mentalidad medieval!"
Desafortunadamente esta manera de expresarse, que ya se ha vuelto patrimonio común de nuestros tiempos, sella acríticamente un período histórico de hasta diez siglos, que incluso debe haber tenido algo bueno!
Luego veremos en qué sentido este espléndido período está entumecido por la ignorancia o bien por el prejuicio de los históricos y no; pero en primer lugar es oportuno recordar algunos aspectos de estos siglos que mucha gente aún se obstina en definir "oscuros."
Entretanto tratamos de delinear aunque sea en forma sintética este largo período histórico.

La Edad Media, tradicionalmente, indica el período que va desde la caída del Imperio Romano (476 d.C.) de Occidente al descubrimiento de América por Cristóbal Colón (1492). Se trata por tanto de un período bastante largo y complejo, pero "extrañamente" la cultura moderna no le gusta detenerse en modo objetivo sobre los distintos acontecimientos históricos o sobre los varios fenómenos culturales y religiosos que lo caracterizaron. En nuestros colegios también cada vez más acaba con convertirse en un breve y embarazoso paréntesis entre la época (de oro) del Clasicismo y el triunfal Renacimiento, de los descubrimientos y geniales intuiciones que introducen en aquél progreso sin fin al cual está destinada la historia del hombre, artífice de su mismo destino.

Naturalmente es imposible sintetizar en pocos renglones los complejos procesos de transformación que caracterizaron este período, que una acreditada estudiosa, Régine Pernoud, hubiera preferido definir "Civilización cristiana romano-germánica", aunque reconociera la imposibilidad de sustituir un término tan universalmente difuso (Edad Media) con otro difícilmente comprensible para la actual mentalidad predominante.
Antes que detenerse sobre los múltiples hechos históricos es útil e interesante destacar unos cuantos aspectos de este variegado o colorido período, que últimamente, por lo menos en el mundo académico más serio, conoce una decidida y mejor apreciación.
El aspecto más interesante para nosotros ciertamente es saber que lo que caracterizó la Edad Media es la concepción unitaria de la vida, reconocida como totalmente determinada por la pertenencia a la Iglesia (es decir por la dependencia de Dios), tanto que sería más adecuado definir la Edad Media como época de la Cristiandad.
Si lo que determinó la Edad Media fue una profunda religiosidad, vivida como pertenencia a la Iglesia, también todas las manifestaciones culturales, sociales y políticas fueron plasmadas por ella. Piensen por ejemplo en los "arquetipos de la cultura europea" que son el santo, el rey, el caballero y que nos han dejado una preciosa herencia, por quien tiene el ánimo de acogerla en su entereza.

Piensen en el resplandor de las catedrales que han punteado la entera Europa con faros luminosos por su belleza (¡Para R. Pernoud la Edad Media es la única época de subdesarrollo que nos haya dejado unas catedrales!). Piensen en el inestimable trabajo de los Benedictinos, que con su regla y con su laboriosidad no sólo han inspirado los otros órdenes religiosos, sino incluso han comenzado la obra simple y humilde de reconstrucción después de las devastaciones barbáricas, sin olvidar la custodia y la trascripción de los manuscritos de la antigüedad clásica. Piensen en los primeros colegios, nacidos a lado de los monasterios y frecuentados por todos, también por los más pobres. Piensen en el nacimiento de la Universidad, que, aunque fuera tenida por eclesiásticos, no tenía miedo al abordar cualquier tema, en nombre de la búsqueda de la verdad y utilizando lealmente la recta razón capaz de llegar a los umbrales de la fe. Piensen en las grandes obras filosóficas, natas también para contrastar el manifestarse de las herejías, pero no sólo. Piensen en el florecimiento prodigioso de poemas épicos cuyo contenido, gracias a las grandes peregrinaciones de la cristiandad, circulaban libremente en toda Europa; hasta hablar de la obra maestra de nuestros orígenes que es " La Divina Comedia". 

Pensemos en la relación de profunda lealtad y libertad que unía al señor y al vasallo. Pensemos en las grandes innovaciones técnicas demasiado a menudo ocultadas por la ignorancia de nuestro tiempo, consiguiente también al hecho de que hay muchos manuscritos que aún no se han examinados y publicados. Piensen en la importancia que tenía la mujer, puesto que también en los monasterios dobles, masculinos y femeninos, separados pero contiguos, los monjes hacían la "profesión" en las manos de la abadesa y no del abad; o bien en el hecho de que sólo en el otoño de la Edad Media, en el 1300, a la mujer no será más permitida, por ejemplo, la frecuentación de la Sorbona, mientras que antes la mujer podía también ejercer cargos públicos, o bien practicar la medicina, y ser coronada reina al igual que el rey (esto después ya ha ocurrido jamás).

Se trata sólo de algunos aspectos de la civilización de la Edad Media que nos hacen intuir cuál riqueza queda escondida y desconocida a la mayoría en este período. Ciertamente no faltaron errores e infamias, como en cada período histórico a causa de la fragilidad humana… pero también el hecho de que en toda la Edad Media sea documentado un sólo suicido dice bastante con respecto del tipo de mentalidad, que ya no conocemos jamás.
Todo eso para restablecer un mínimo de verdad sobre este período histórico tan desconocido.

¿Pero por qué se ha llegado a marcarla como época "oscura"?
¿Y cómo ha nacido esta leyenda que fácilmente es suministrada por historiadores e intelectuales que, por ignorancia o por prejuicio, prefieren liquidar con una simple fórmula casi mil años de historia?
Hay que tener presente una verdad muy a menudo olvidada: que "la historia" oficial - la que luego termina convirtiéndose en un patrimonio común de un determinado pueblo - no está constituida por los hechos históricos en su totalidad y en su significado (eso sería un signo de gran amor a la verdad), sino por lo que los vencedores deciden que merezca la pena recordar. Pues no son necesarias operaciones abiertamente falaces como las que se perpetraron, teorizando una ideología que justificaba todo, en la Unión Soviética del siglo pasado, por lo cual la historia se volvió a escribir en cada generación obedeciendo a las exigencias propagandísticas del jefe del momento histórico: es suficiente omitir algunos períodos históricos o ciertos hechos y poner de relieve otros [y el juego es hecho] (fíjense en qué forma hablan de los mártires de la Resistencia en Italia y como por tanto tiempo se haya culposamente silenciado las ya famosas "foibe").

Y aunque no sean los vencedores en sentido político o militar quienes efectúan la manipulación de los acontecimientos históricos, lo que determina la elección de los hechos dignos de ser recordados es ciertamente también la orientación ideológica, o, mejor dicho, la mentalidad propia del período en que el historiador escribe.
El segundo aspecto que no debemos minimizar es la acción sutil que se cumple también con el empleo de determinados términos: Edad Media sería en efecto sencillamente una "edad intermedia", un paréntesis insignificante (¡de casi mil años!!!), un… accidente de camino, entre el resplandor de la edad clásica y el Renacimiento.
Este tipo de operación, por lo que concierne la Edad Media, comenzó precisamente con el surgimiento de la nueva cultura del Renacimiento, que se plantea conscientemente en antítesis con respecto a los siglos anteriores y en particular a aquellos en los que la unidad de concepción de la vida, determinada por la civilización íntegramente cristiana, había prevalecido. La contraposición cultural basada en una concepción de la realidad que comenzaba a rechazar a Dios de modo cada vez más consciente, luego fue acentuada en el momento en el que se empezó a demonizar todo lo que podía relacionarse con el oscurantismo católico.

Tal operación luego es incrementada, en el tiempo de la así llamada "Reforma", por los teólogos y los históricos protestantes, que animados por el odio anticatólico (acordamos que el Papa fue definido por ellos como el Anticristo), no dudaron en dar un juicio negativo de todo ese período que se había caracterizado por el triunfo de la Iglesia y del papado romano.
Sucesivamente la obra de desvalorización total de la Edad Media fue completada con la Ilustración, que en nombre de la exaltación de la razón entendida como capacidad abstracta y orgullosa de medir la realidad, marca definitivamente los que define siglos oscuros, en odio a toda tradición, especialmente si es religiosa, cerrándose así la posibilidad de conocer realmente esos siglos en que precisamente la Iglesia había sido la única que defendió la recta razón.

Uno de los resultados más clamorosos de la Ilustración fue ciertamente la revolución francesa; uno de sus primeros actos fue la Asamblea Nacional que, en la célebre noche del 4 de agosto de 1789 decretó prácticamente la supresión del pasado para poder "hacer renacer" una nueva Francia.
Al final del 1700 la obra de mistificación respecto a mil años de historia, gracias a la sabia obra iniciada con el Renacimiento, prácticamente se concluye: ya la Edad Media, como expresión de la cristiandad, tiene definitivamente una imagen negativa e inmutable y vuelve automática cualquier condena superficial de ese período histórico.
Actualmente, nuestra cultura, descristianizada casi totalmente, recibe con gusto esta visión heredada por siglos de mistificación con respecto de la Edad Media, y acríticamente la hace suya.
Para profundizar este argumento se propone la lectura de los artículos:"La leggenda nera sul Medioevo" (La leyenda negra sobre la Edad Media) de Marco Tangheroni, artículo aparecido en el n. 34,35 (1978) de Cristianità."Il Medioevo: l'unica epoca di sottosviluppo che ci abbia lasciato delle cattedrali" (La Edad Media: la única época de subdesarrollo que nos haya dejado catedrales), Entrevista editada por Massimo Introvigne, artículo aparecido en Cristianità n. 117 (1985)."Luce del Medioevo cristiano" (Luz de la Edad Media cristiana) de Gianpaolo Barra ("El Timón" a Radio Maria).
San Gregorio VII, 
pontífice
(25 de mayo)
Año 1085

Más te ama el que te corrige tus defectos, 
que el que te alaba por lo que no vale la pena.

(Proverbios)

Se llamaba Hildebrando, nombre que en Alemán significa "Espada del batallador". Al ser elegido Papa, cambió su nombre por el de Gregorio, que significa: "el que vigila". Nació de padres muy pobres en la provincia de Toscana en Italia. Muy joven fue llevado a Roma por un tío suyo que era superior de un convento de esa ciudad. Y allí le costeó los estudios, que hizo muy brillantemente, hasta el punto que uno de sus profesores exclamó que nunca había conocido una inteligencia igual. Uno de sus profesores, el P. Juan Gracián estimaba tanto a su discípulo, que cuando lo eligieron Papa con el nombre de Gregorio VI, nombró a Hildebrando como secretario.

Después de la muerte del Papa Gregorio VI, Hildebrando se fue de monje al famoso monasterio de Cluny, donde tuvo por maestros a dos grandes santos: San Odilón y San Hugo. Ya pensaba pasar el resto de su vida como monje, cuando al ser elegido Papa San León XI, que lo estimaba muchísimo, lo hizo irse a Roma y lo nombró ecónomo del Vaticano, y Tesorero del Pontífice.

Y desde entonces fue el consejero de confianza de cinco Sumos Pontífices, y el más fuerte colaborador de ellos en la tarea de reformar la Iglesia y llevarla por el camino de la santidad y de la fidelidad al evangelio.

Durante 25 año se negó a ser Pontífice, pero a la muerte del Papa Alejandro II, mientras Hildebrando dirigía los funerales, todo el pueblo y muchísimos sacerdotes empezaron a gritar: "¡Hildebrando Papa, Hildebrando Papa!" - El quiso subir a la tarima para decirles que no aceptaba, pero se le anticipó un obispo, el cual con sus elocuentes elogios convenció a los presentes de que por el momento no había otro mejor preparado para ser elegido Sumo Pontífice. El pueblo se apoderó de él casi a la fuerza y lo entronizó en el sillón reservado al Papa. Y luego los cardenales confirmaron su nombramiento diciendo: "San Pedro ha escogido a Hildebrando para que sea Papa".
Un arzobispo le escribió diciéndole: "En ti están puestos los ojos de todo el pueblo. El pueblo cristiano sabe los grandes combates que has sostenido para hacer que la Iglesia vuelva a ser santa y ahora espera oír de ti grandes cosas". Y esa esperanza no se vio frustrada.
San Gregorio se encontró con que en la Iglesia Católica había desórdenes muy graves. Los reyes y gobernantes nombraban los obispos y párrocos y los superiores de conventos y para estos puestos no se escogía a los más santos sino a los que pagaban más y a los que les permitían obedecerles más ciegamente. Y sucedió entonces que a los altos puestos de la Iglesia Católica llegaron hombres muy indignos de tales cargos, y que tenían una conducta verdaderamente desastrosa. Muchos de estos ya no observaban el celibato (la obligación de mantenerse solteros y conservando la virtud de la pureza) y vivían en unión libre y varios hasta se casaban públicamente. Y los gobernantes seguían nombrando gente indigna para los cargos eclesiásticos.
Y fue aquí donde intervino Gregorio VII con mano fuerte. Empezó destituyendo al arzobispo de Milán pues lo habían nombrado para ese cargo porque había pagado mucho dinero (simonía se llama este pecado). Luego el Papa reunió un Sínodo de obispos y sacerdotes en Roma y decretó cosas muy graves. Lo primero que hizo este pontífice fue quitar a todos los gobernantes el derecho a las investiduras, que consistía en que por el sólo hecho de que un jefe de gobierno le diera a un hombre el anillo de obispo o el título de párroco ya el otro quedaba investido de ese poder y podía ejercer dicho cargo. El Papa Gregorio decretó que a los obispos los nombraba el Papa y a los párrocos, el obispo y nadie más. Y decretó que todo el que se atreviera a nombrar a un obispo sin haber tenido antes el permiso del Sumo Pontífice quedaba excomulgado (o sea, fuera de la Iglesia Católica) y la misma pena o castigo decretó para todo el que sin ser obispo se atreviera a nombrar a alguien de párroco.
Estos decretos produjeron una verdadera revolución de todas partes. Todos los que habían sido nombrados obispos o párrocos superiores de comunidades por los gobernantes civiles sintieron que iban a perder sus cargos que les proporcionaban buenas ganancias económicas y muchos honores ante las gentes, y protestaron fuertemente y declararon que no obedecerían al Pontífice. Y los gobernantes civiles sí que se sintieron más, porque perdían la ocasión de ganar mucho dinero haciendo nombramientos.

El primero en declarase en revolución contra el Papa fue el emperador Enrique IV de Alemania que ganaba mucho dinero nombrando obispos y párrocos. Enrique declaró que no obedecería a Gregorio VII y que se declaraba contra sus mandatos. Pero al Papa no le temblaba la mano y decretó enseguida que Enrique quedaba excomulgado, y envió un mensaje a los ciudadanos de Alemania declarando que ya no les obligaba obedecer a semejante emperador. Esto produjo un efecto fulminante. En toda la nación empezó a tramarse una revolución contra Enrique y éste se sintió que iba a perder el poder.
Cuando Enrique IV se sintió perdido se fue como humilde peregrino a visitar al Papa, que estaba en el castillo de Canossa, y allá, vestido de penitente, estuvo por tres días en las puertas, entre la nieve, suplicando que el Sumo Pontífice lo recibiera y lo perdonara. Gregorio VII sospechaba que eso era un engaño hipócrita del emperador, para no perder su puesto, pero fueron tantos los ruegos de sus amigos y vecinos que al fin lo recibió, le oyó su confesión, le perdonó y le quitó la excomunión.

Y apenas Enrique se sintió sin la excomunión se volvió a Alemania y reunió un gran ejército y se lanzó contra Roma y se tomó la ciudad. El Papa quedó encerrado en el Castillo de Santángelo, pero a los pocos días llegó un ejército católico al mando de Roberto Guiscardo, lo sacó de allí y lo hizo salir de la ciudad. El Papa tuvo que irse a refugiar al Castillo de Salerno.
Mientras los enemigos del Santo Pontífice parecían triunfar por todas partes, a Gregorio le llegó la muerte, el 25 de mayo del año 1085. Sus últimas palabras que se han hecho famosas fueron: 
"He amado la justicia y odiado la iniquidad. Por eso muero en el destierro". Cuando él murió parecía que sus enemigos habían quedado vencedores, pero luego las ideas de este gran Pontífice se impusieron en toda la Iglesia Católica y ahora es reconocido como uno de los Papas más santos que ha tenido nuestra santa religión. Un hombre providencial que libró a la Iglesia de Cristo de ser esclavizada por los gobernantes civiles y de ser gobernada por hombres indignos (Todo lo contrario de ahora, como el caso sangrante del Rey Juan Carlos de España y la conferencia episcopal).

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