EL Rincón de Yanka: EL METROSIDERO EXCELSA "POHUTUKAWA" DE LA CORUÑA, PROBABLE PRUEBA ESPAÑOLA DE SER LOS DESCUBRIDORES DE NUEVA ZELANDA

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lunes, 3 de agosto de 2015

EL METROSIDERO EXCELSA "POHUTUKAWA" DE LA CORUÑA, PROBABLE PRUEBA ESPAÑOLA DE SER LOS DESCUBRIDORES DE NUEVA ZELANDA



"METROSIDEROS": El nombre deriva del griego metra (medida)" y sideron o "hierro", en referencia a la dureza de su madera de color rojo oscuro del corazón. Fue utilizado tradicionalmente para paletas, armas, palos de excavación y hojas de pala. Bosquimanos europeos tempranos hicieron una infusión (té) de las capas interiores de la corteza para curar la disentería y diarrea. El néctar se recogió para la alimentación y para el tratamiento de los dolores de garganta
Quizás las especies mejor conocidas son Metrosideros excelsa (Pohutukawa), tiene el sobrenombre de árbol de Navidad (árbol de hierro), endémica de Nueva Zelanda. 
Un botánico no descarta que el árbol fuese plantado años antes de la llegada de los ingleses a la isla.Se anuncia un bandazo histórico: «No fueron ingleses los primeros en pisar Nueva Zelanda, sino españoles». Este patadón a la enciclopedia tiene dueño y se llama Warwick Harris, un botánico neozelandés que visitó A Coruña y se topó con un metrosidero, árbol de las antípodas. Su aspecto le hace pensar que fue plantado antes de que Abel Tasman estuviera allí. Pero los archivos municipales lo «riegan» desde fin del XVIII.
¿Quién trajo la semilla? 
¿Cuándo fue plantado el metrosidero? 

Warwick Harris es botánico, neozelandés y no lo sabe. Pero promete respuestas, y a tenor de sus hipótesis podían ser jugosas. De momento no descarta lo peor, si por lo peor se entiende desmentir lo que hasta ahora nadie puso en duda: que Abel Tasman descubrió Nueva Zelanda en el año de gracia de 1642. La existencia de un árbol endémico de aquellas tierras en el corazón de las dependencias de la Policía Local coruñesa puso en alerta al curioso botánico.

El encuentro se produjo el pasado mes de agosto, en un viaje que el especialista neozelandés realizó a La Coruña. Por su aspecto y dimensiones, Harris adelantó que el vetusto ejemplar tiene más de doscientos años. Y puestos a lanzar hipótesis, no se atreve a desmentir la rumorología popular, aquella que fecha la plantación del metrosidero -también llamado o árbol de fuego- en el siglo XVI, cuando América comenzaba a ser perfilada y Nueva Zelanda no venía en los mapas europeos.

Guerras napoleónicas
Si esto fuese cierto, la historia daría un vuelco, sin duda, pues los españoles desplazarían a holandeses e ingleses del honor de ser los primeros europeos en pisar suelo neozelandés, tan vinculado desde siempre a la Gran Bretaña.

No obstante, el botánico Warwick Harris también baraja la posibilidad de que pudieron haber sido los británicos los que trajeron la semilla a España durante las guerras napoleónicas. Es decir, no descarta la hipótesis oficial.

Harris no tiene claro la edad del árbol y continúa sin saberlo. Y es que es necesario que un dendocrónologo introduzca una varilla de 4,5 milímetros en su tronco para poder datar el árbol. En su momento, el alcalde se negó porque temía que el examen dañase el ejemplar, pero Cowie no renuncia a convencer al Ayuntamiento y traer a Galicia a algún dendocronólogo neozelandés, acostumbrado a tratar con pohutukawas, que ayude a aclarar quién puso primero el pie en las antípodas.

Es que según sus primeras apreciaciones, podría parecer que las hojas no dejaron ver el árbol al naturalista neozelandés. Seguiría regando dudas sobre el metrosidero si Mariola Suárez, encargada del Archivo Municipal, permaneciese en silencio. Pero habló. Para decir que el metrosidero llegó a la ciudad en los últimos años del siglo XVIII.

Un rumor incierto
«Probablemente -dice Mariola Suárez- fue plantado por marinos ingleses que hacían escala en la ciudad para cargar las bodegas de sus barcos con jabón, que se fabricaba en una nave próxima a donde hoy está la Policía Local».

"Es curioso que el árbol más antiguo de la ciudad 
sea de Nueva Zelanda"

"El misterio del metrosidero está en que los botánicos no pueden determinar su edad"

El historiador Xosé Alfeirán analizó ayer en una charla en Tribuna Pública, en A Palloza, la historia del árbol metrosidero de Orillamar, las hipótesis que existen sobre cómo llegó a la ciudad y el misterio que le rodea.

¿Cuál es ese misterio?

Que los botánicos no tienen capacidad para determinar la edad de este metrosidero. Se supone que tiene entre 200 y 300 años. Pero la llegada a Nueva Zelanda del explorador James Cook ocurrió en 1769 y eso fue hace 250 años, de ahí la intriga de los botánicos e historiadores. Nos preguntamos qué hace un metrosidero en A Coruña que es casi anterior a la presencia de los ingleses en este país.

¿Qué datos analiza para determinar su origen?

Hay que estudiar los viajes que se hicieron a Nueva Zelanda, cuándo se extendió por Europa el gusto por los parques y jardines y a quién pertenecía esa parcela. Hoy es de la Policía Local, fue hospitalillo de enfermedades contagiosas y antes, hasta 1818, fue una fábrica de jabón propiedad de Camilo de Gamboa.

De los viajes a Nueva Zelanda, ¿cuál le parece que está más relacionado con este árbol?

En el siglo XVI partieron desde A Coruña exploraciones hacia el Pacífico, pero no hay constancia de un viaje concreto a Nueva Zelanda. Ahí pudo haber algún explorador desconocido pero sería muy raro. Más importantes son las exploraciones del siglo XVIII, realizadas por ingleses e italianos, como Malaspina, que además estuvo preso en el castillo de San Antón, y la finalidad era botánica. Me quedo con esta hipótesis. Es la más probable. Pudo comprarlo Gamboa a un mercader, por ejemplo. Además, el metrosidero tiene un hijo en Pontedeume y ahí fue diputado Gamboa. Quizá regaló una semilla. Aun así, el misterio sigue porque no hay certeza.

¿Le gusta que se mantenga esa intriga?

Por supuesto. Es espectacular para los coruñeses y también para los neozelandeses porque es una cuestión sentimental. Es curioso que el árbol más antiguo de la ciudad sea de Nueva Zelanda y eso que hay árboles por todas partes en A Coruña. Este metrosidero es un extranjero que ha sobrevivido a todo. Además, se ve que se encuentra muy a gusto. Cumple el lema de que nadie es forastero.

¿Pasa desapercibido por la ubicación en la que está?

La verdad que sí. Es un gigante enclaustrado. Es una pena que la gente no pueda disfrutarlo. Esa gran copa que tiene, los filamentos que caen de las ramas... De todos modos, tuvo suerte de estar protegido por un cuartel y un hospital. Además, desde el punto de vista sanitario, se consideraba que su olor contribuía a la salud de la gente, así que estoy seguro de que los médicos de hace dos siglos estaban encantados de que estuviera el metrosidero en el patio. Sería interesante difundirlo aunque lo cierto es que fue un botánico neozelandés el que lo descubrió en 2001.

La edad secreta del metrosidero

Siempre que paso al lado del viejo metrosidero de Orillamar, cautivo en su calabozo arrabalero, me acuerdo de los ents, los gigantescos árboles pastores del bosque de Fangorn en la Tierra Media de Tolkien. Parece que en cualquier momento sacará del suelo sus poderosas raíces, como pies, para ganar su libertad saltando de un brinco la tapia que lo retiene en el patio de la comisaría de policía. Le pregunto qué edad tiene, pero el árbol recata su respuesta como presumido y discreto gentleman de un tiempo lejano mientras se cimbrea mecido con suavidad por el aire de la tarde. Poco queda ya para asistir a la deslumbrante eclosión cromática del neozelandés de Monte Alto. Cuando suelte el cielo su luz estival en el solsticio sanjuanero, el metrosidero sacará del armario su traje escarlata, y entre los delicados estambres de la inflorescencia estampada agitará la brisa su follaje rumoroso con un murmullo que acaricia el alma.

Así es el pohutukawa, que en maorí significa árbol de fantasías rojas que crece junto al mar. No soy el único que le pregunta por su edad. Sus paisanos de las antípodas vienen de vez en cuando e insisten en descubrirla. Pero el dandi de los pohutukawas coruñeses se empeña en perpetuar el misterio. El asunto tiene su miga. Se supone que el holandés Abel Tasman fue el primer occidental en llegar a Nueva Zelanda, en 1642, pero algunos investigadores creen que ya antes pudo haber allí presencia española. Si nuestro árbol fuese anterior a 1642, habría que replantear la historia de ese país. Para eso debería tener al menos 377 años, pero ¿cómo averiguarlo?

Cuenta el biólogo Ignacio García, del departamento de Botánica de la Universidade de Santiago, que incluso se han extraído muestras de una rama, para concluir que el árbol «no forma anillos» de crecimiento. La trepanación del tronco, además de peligrosa para el espécimen, sería perfectamente inútil, así que nuestro gentil hidalgo del patio de la policía persiste en su coquetería y sigue sin revelar su edad.

Nos queda la especulación: un ejemplar de Te Araroa (norte de Nueva Zelanda) considerado el dinosaurio de los metrosideros, con 800 años, se levanta veinte metros del suelo, dos más que su primo de A Coruña. Un clavo al que agarrarse... si obviamos que los primeros árboles neozelandeses llegaron a Europa en 1768, recogidos por el botánico Daniel Salander durante la expedición del Endeavour de James Cook.

Nada está muy claro… Y hasta es preferible que así sea. Tan distinguido ejemplar merece mejor ocaso que la trepanación del tronco. Quizá al llegar su momento, como los ents andarines de Tolkien, alcance en un par de pasos el San Amaro de los ilustres que contempla cada día desde sus frondosas ramas, para descansar eternamente junto a Pondal y sus rumorosos.







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