EL Rincón de Yanka: CUANDO LOS TEÓLOGOS ERAN MÍSTICOS Y LOS SANTOS TEÓLOGOS

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domingo, 12 de julio de 2015

CUANDO LOS TEÓLOGOS ERAN MÍSTICOS Y LOS SANTOS TEÓLOGOS


"La cosa más hermosa que podemos experimentar es el misterio. Es la fuente de todo verdadero arte y ciencia. Aquél a quien esta emoción le es extraña, que no puede hacer una pausa para meditar y permanecer en un rapto de asombro, está tan bien como muerto: sus ojos están cerrados." [Albert Einstein (1879-1955), físico alemán, Premio Nobel de Física 1921]"La teología es una reflexión sobre la fe y la fe lo que tiene que hacer es movilizar a las personas para cambiar". Gustavo Gutierrez Merino"La teología es antropología, porque en el objeto de la religión, que lo griegos llamaban Theos y nosotros llamamos Dios, no se habla más que del hombre". L. Feuerbach
Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. En esa época la influencia de la sabiduría cristiana y su virtud divina penetraban en las leyes, en las instituciones, en las costumbres de los pueblos, en todas las categorías y todas las relaciones de la sociedad civil. Entonces la religión instituida por Jesucristo, sólidamente establecida en el grado de dignidad que le es debido, era floreciente por todas partes, gracias al favor de los Príncipes y a la protección legítima de los Magistrados. Entonces el sacerdocio y el Imperio estaban ligados entre sí por una feliz concordia y por la permuta amistosa de buenos oficios. Así organizada, la sociedad civil dio frutos superiores a toda esperanza cuya memoria subsiste y subsistirá, consignada como está en innumerables documentos que ningún artificio de los adversarios podrá corromper u obscurecer”. (León XIII, Encíclica Inmortale Dei , del 1-XI-1885).

Con estas luminosas palabras, el célebre pontífice León XIII, quiso rendir un tributo a esa época grandiosa llamada Edad Media, de la cual podríamos decir que la fe cristiana vivía una verdadera primavera reflejada en la sociedad, tanto en la esfera religiosa como en la civil.

Y, claro está, que uno de esos “frutos superiores a toda esperanza” de que habla el célebre Papa, fue la teología.

Una “Teología de rodillas”

Es una feliz expresión de un Papa teólogo: Benedicto XVI. Una “teología de rodillas” (Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a los monjes cistercienses de la Abadía de Heilegenkreuz, 9 de septiembre de 2007), señala una teología que nace del amor, de la piedad, de la contemplación de Dios y sus misterios, pero al mismo tiempo en una íntima unión entre la Fe y la Razón.

Sería un error pensar que los teólogos medievales vivían encerrados en una biblioteca apretándose la cabeza y pensando siempre en abstracciones para elaborar sus raciocinios y especulaciones teológicas, ajenos a la vida. Todo lo contrario. Su teología fluía como un río caudaloso de su vida interior hermanada a su pensamiento.

Esta teología denominada “teología monástica”, producida en la Alta Edad Media, nació a la sombra -o a la luz- de las abadías y monasterios. Estos religiosos, pero también laicos, se adentraban en la Sagrada Escritura, en lo que en realidad era una continuidad de la “Lectio Divina”, que se desarrollaba entre el canto de las salmodias, la reflexión sobre las Palabra de Dios y las enseñanzas de los Santos Padres. “El maestro procuraba verter en el alma de los discípulos el fruto no de una ciencia en sentido estricto, según los usos de la dialéctica aristotélica, sino como una ciencia del corazón.” (Historia de la Teología, José Luis Illanes, Josep Ignasi Saranyana, BAC. Madrid, 2002, pag. 5).

Fue un verdadero progreso para la época y tiene su raíz en el impulso dado por varios factores concomitantes; el reinado del gran Emperador Carlos Magno, y la actividad de su consejero el monje Alcuino de York, teólogo, de origen inglés quien dirigió la escuela palatina, que escribió varios opúsculos teológicos, y después de una intensa actividad intelectual, se retiró a la abadía de San Martín de Tours en el año 801.

Otros factores de este florecimiento religioso y teológico son los inmensos beneficios espirituales de la reforma Gregoriana, y la expansión de Cluny, cuyo gran Abad, San Odón, no sólo difundió la regla de San Benito, sino, algo que podríamos llamar el “espíritu monástico”, dando frutos de santidad, esplendor litúrgico, y apetencia de profundizar en la ciencia de Dios en toda Europa. Pero el alma de todos estos factores fue un “soplo” de gracias del Espíritu Santo que recorrió toda Europa.

Aún no había Universidades y los estudios se realizaban en dos tipos de ambientes: los Monasterios y las ‘Scholae’.

En los claustros monacales esta teología se “convierte en meditación, oración y canto de alabanza, e incita a una sincera conversión. No pocos representantes de la teología monástica alcanzaron, por este camino, las más altas metas de la experiencia mística…” (Benedicto XVI, Maestros y Místicas medievales, Catequesis del Papa, Ed. Ciudad Nueva, Madrid, 2011, pág. 85)

A la par de la teología monástica surgen los primeros esbozos de la teología escolástica en las ‘Scholae’, situadas en las ciudades y de las cuales surgirían posteriormente las más célebres universidades de Europa. Generalmente estaban situadas al lado de las grandes catedrales. Esta teología se diferenciaba un poco de la Monástica, eran como dos ramas de un mismo árbol. La intención de las ‘Scholae’ “era la preparación del clero, o alrededor de un maestro de teología y de sus discípulos para formar profesionales de la cultura, en una época en que el saber era cada vez más apreciado. El método de los escolásticos era la ‘questio’, es decir el problema que se plantea al lector a la hora de afrontar las palabras de la Escritura y de la Tradición. Ante el problema surgen preguntas y nace el debate entre el maestro y los alumnos. En este debate aparecen, por una parte, los temas de la autoridad y por otra los de la razón y el debate se orienta a encontrar al final una síntesis entre la autoridad y la razón….la organización de las ‘quaestiones’ llevan al aparecimiento de las ‘summae’ que en realidad eran amplios tratados teológico dogmáticos nacidos de la confrontación entre la razón humana y la Palabra de Dios… Aquí se introduce la perenne lección de la teología monástica. 

Fe y Razón, en diálogo recíproco, vibran de alegría cuando ambas están animadas por la búsqueda de la unión íntima con Dios. Cuando el amor vivifica la dimensión orante de la teología, el conocimiento que adquiere la razón se ensancha…El conocimiento solo crece si ama la verdad. El amor se convierte en inteligencia y la teología en auténtica sabiduría del corazón”. (Benedicto XVI, ob. cit. pág. 87)

Es fácil comprender, con estas luminosas palabras de Benedicto XVI, como esta teología, que floreció en los siglos XI y XII, preparó el camino para lo que podríamos llamar el “siglo de oro de le escolástica”: el siglo XIII, en el que brillaron con una luz especial, Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura entre otros…

Habría que escribir varios volúmenes para dar una visión aproximada de los grandes santos teólogos surgidos en los monasterios de la alta Edad Media, por esa razón en este artículo nos limitaremos a dar una visión muy a “vol d’oiseau” de dos de sus mayores exponentes, que marcaron la historia de la Iglesia y la teología para todos los siglos…

Nos referimos a San Anselmo de Canterbury y a San Bernardo de Claraval.

San Anselmo de Canterbury
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"Creer en Dios no es pensar a Dios; Creer en Dios es sentir a Dios. (Y el que siente es el corazón)". Blas Pascal
Hay otras almas especialísimas, grandes santos y grandes teólogos, verdaderos pilares de la doctrina cristiana, sobre las cuales se asentó todo el edificio teológico medieval en este período histórico. Pero uno de ellos brilló como un sol por la santidad de su vida, la claridad y profundidad de su doctrina: San Bernardo de Claraval, el “último Padre de la Iglesia”. Quien como dice Benedicto XVI “renovó e hizo presente una vez más la gran teología de los Padres” (Benedicto XVI, ob. cit. Pág. 76).

San Bernardo abrazando a Cristo

Bernardo nació en la Borgoña, de noble familia, fue el tercero de numerosos hermanos. Desde joven se percibió una enorme vocación. Tuvo una educación esmerada, por parte de los monjes de Chatillon sur Seine.

Alrededor de los 23 años sintió la vocación religiosa y pidió a su padre permiso para entrar en el Cister.

“¿Qué queréis?” Interrogó el Abad, San Esteban Harding. Y San Bernardo, cayendo de rodillas, respondió, en nombre de todos, la fórmula ritual: “La misericordia de Dios y la vuestra”. (Daniel Rops, La Iglesia de las Catedrales y las Cruzadas. 106/107)

Un monje que influencia a la Iglesia y la sociedad

De esta manera el Gran San Bernardo iniciaba así su camino de santidad bajo el hábito del Cister, y así influenciaría profundamente la Iglesia y la Cristiandad durante todo su siglo y los venideros.

Poco después de su entrada en el Cister, fue nombrado Abad de Claraval, uno de los conventos fundados por él mismo. Bien pronto el Papa, los Obispos, los Reyes y los Príncipes le escogieron para arreglar sus diferencias y le consultaban como a un oráculo. (Daniel Rops: La Iglesia en el Tiempo de las Catedrales y las Cruzadas, págs. 106/7)

Asistió en 1128 al concilio de Troyes, y en 1130 fue llamado al Concilio de Etampes, en donde gracias a su intervención fue reconocido el legítimo Papa Inocencio III, sucesor de Honorio II

Eugenio III fue elegido Papa en 1145; era discípulo y amigo de San Bernardo, quien le encargó a San Bernardo predicar en su nombre la segunda Cruzada, con ocasión de la toma de Edesa por los sarracenos: y así lo hizo efectivamente en Vezelay en 1146, siendo recibida su palabra con el mayor entusiasmo, alistándose innumerables soldados.

A su discípulo y amigo, el Papa Eugenio III le escribió “De Consideratione”, que contiene las enseñanzas para ser un buen Papa… y en él expresa también una profunda visión del misterio de la Iglesia y del misterio de Cristo, que desemboca al final en la contemplación del misterio de Dios trino y uno…” (Benedicto XVI, ob cit. Pág. 78).
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