EL Rincón de Yanka: ¿Cómo reconocer a un fundamentalista?

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sábado, 15 de septiembre de 2007

¿Cómo reconocer a un fundamentalista?






"Con los dogmáticos y fanáticos (y adeptos partidistas) no cabe ni el diálogo ni el pluralismo ni mucho menos la fraternidad universal.
El que piensa de otro modo es para ellos un hereje o un enemigo".

"TEN CUIDADO CON LA PERSONA CUYO DIOS
ESTÁ EN LOS CIELOS".
G. Bernard Shaw



Antes que nada, el mayor peligro del fundamentalismo religioso (cristiano o islámico) y político (adepto-partidista)
es que sus declaraciones parecen tan verdaderas.
Una peculiaridad del fundamentalismo es la "expropiación", es decir, la abdicación del propio juicio y de la libertad propia en lo que concierne a los designios de Dios y de sus representantes. ¿Cómo sabe qué creer y qué hacer? La respuesta la obtiene en la organización a la que se entrega y en su portavoz más inmediato, sea éste de mayor o menor rango. Si no puede contar con ese representante autorizado, ¿cómo salrá de la incertidumbre? El carácter absoluto de Dios se pierde en el carácter absoluto de sus mediaciones.


Lo típico del fundamentalista es este nudo inextricable entre la entrega a Dios y la pertenencia a una comunidad de salvados en la que unas personas lo reglamentan todo como representantes de Dios y de su Cristo. Las reglas son precisas y terminantes. Alguna vez pueden parecer duras, pero han de ser concretas y, al aplicarse con tesón en su cumplimiento y en su exhibición legitimadora, se siente su poder salvífico e identificador frente a la maldad del entorno. Posee certificados afectivos de que está en el buen camino.

Por supuesto, estas normas no pueden poseer carácter histórico o cambiante, pues parece que, entonces, perdieran dignidad y valor. Entrega indivisa y total. No tiene que preguntarse quién es ni a dónde va: le viene dado. Y esa misma donación es aplicable en los mismos términos a todo lo que le rodea. Cree que así hace justicia a la realidad, a la de Dios y a la suya, y se realiza pensándose digno de salvación frente a la condenación del resto infiel. Por supuesto tiene aspectos positivos. Vive un profundo y potente respeto a Dios y a sus representantes. Se toma absolutamente en serio la jerarquía de la realidad y de las instituciones y recurre a Dios para que todo tenga su justa estatura. Considera, por otro lado, que Dios es la verdad, y que no caben pactos ni con el error ni con la mentira. Eso significa que tratar con Dios es peligroso: si no se es leal con Él, uno acaba peor que como comenzó. Si se entrega a Dios, Él lo prueba y lo purifica, lo arranca de sus mentiras y complicidades, como oro purificado en el fuego. Pero el fundamentalismo carece del sentido de trascendencia. No se entrega verdaderamente a Dios porque está entregado a la figura histórica de sus mediaciones, a las que no entiende históricamente sino de forma absoluta.

Quiere que Dios venga a donde él está, que acepte las condiciones que él pone, que se conforme con lo que le ofrece en su vida privada. El esfuerzo por el rigorismo moral privado y la ausencia de manifestación pública de disconformidad lo hacen como poseedor de una segunda naturaleza: el siervo fiel.

Conciben a un Dios semi-trascendente, por eso sus relaciones con Dios se establecen en la mediación de las normas y las instituciones, desconociendo los matices humanizadores de la fe. Conciben a Dios como Señor, pero como un Señor demasiado paralelo a la concepción de los señoríos de este mundo. Es Señor en el sentido de que está arriba disponiendo y decidiendo: Él manda, Él tiene todo el poder, Él es poder. Y traslada este mismo esquema a las mediaciones: ellas mandan, ellas tienen todo el poder, ellas son el poder. Cierto es que su poder está modulado por el amor, pero éste se diluye en la disciplina exigible a los suyos. Dios quiere reinar por las buenas, pero lo hará aún por las malas, sobre todo con los recalcitrantes. Los mandamientos son, en este sentido, expresión de un vasallaje que no es posible romper sin caer en la peor de las ignominias. Y no sólo los mandamientos, toda norma emanada de ellos, o de las mediaciones, aún por insignificantes que puedan parecer, son su entorno más seguro: su cumplimiento garantiza la dignidad de lo que se vive. De ninguna manera puede tolerar con tranquilidad el cuestionamiento de lo reglado. Es como quitar el suelo, la tierra firme de su fe. En su esquema religioso sólo vale lo normativo, la disciplina y la uniformidad.

La revelación del Dios amor y de un Jesús contestatario le parece propio de mentes pusilánimes y débiles, aún no verdaderamente formadas, lejos de la verdadera verdad. La relación con Dios está pautada por la ley. Sin ley no hay Dios ni Reino posible. Vive para obedecer al que tiene razón, y tiene razón quien manda. Y si el que manda prescribe, el cristiano no debe plantearse nada en conciencia: debe someter su criterio.

La voluntad de Dios está objetivada en lo reglamentado por las mediaciones y salirse de ahí o cuestionar la norma es alejarse de la voluntad de Dios. La fidelidad, pues, no puede ser creativa, sino reactiva. Tampoco cabe la reclamación, pues no se reclama a lo absoluto, sea esto Dios o sus mediaciones.No entiende la fe como algo biográfico o histórico en sus mediaciones.

Vive con tranquilidad en un código minucioso que a la par que estricto con la conciencia es intimidatorio con la disidencia o el pecado, lo cual le hace sentirse a gusto en el bando de los buenos. En el fundamentalismo no hay campo para procesar los desencuentros, los malentendidos o las divergencias. Simplemente no existen. Y si se los encuentra, se refugia en lo reglamentado para emitir su juicio feroz. Toda solución es disciplinar y con dificultad se toleran los errores, menos aún las infidelidades, y para nada el desacuerdo abierto. El diálogo no es solución. La sanción lo vuelve todo a su justo sitio.
No conoce al Jesús de la montaña


(Extraido del libro de Pedro Trigo:
"En el mercado de Dios, un Dios más allá del mercado")